En su cumpleaños 60, el empresario farmacéutico llevó 600 invitados a pasar el fin de semana a todo lujo en Marruecos. Oh casualidad, los medicamentos que vende valen el doble desde que asumió Macri.
Daniel Satur @saturnetroc
Miércoles 14 de febrero de 2018
Fotos Vanitatis
Hace unos diez años Alejandro Roemmers promocionaba uno de sus libros haciendo alardes de filantropía. Por entonces solía decir que los seres humanos no pueden ser felices porque “hay una maquinaria que necesita seres consumistas, y que trata de convencerte de que tenés que poseer una serie de cosas para estar bien”; y que por el contrario él sentía “un rechazo tremendo” por comprarse cosas. “Lo peor es ir a comprar ropa. Eso de estar a la moda realmente es una carga. A mí la felicidad me viene de otro lado. Veo que la gente se desespera por comprar equipos de sonido, computadoras y esas cosas electrónicas, y yo ni lo pienso. Tengo lo mínimo”, aseguraba.
No es que en diez años haya cambiado de idea. En todo caso sigue siendo el mismo mentiroso. Lo cierto es que el último fin de semana el hijo más chico de don Alberto W.H. Roemmers y accionista central del megalaboratorio familiar se dedicó a consumir, gastar, comprar y ostentar como pocas veces lo había hecho.
Luego de retirar de su cuenta bancaria unos U$S 6 millones compró pasajes aéreos para todas y todos, reservó las habitaciones correspondientes en unos cuantos hoteles cinco estrellas, encargó un lujoso catering y contrató nada menos que a Ricky Martin para que le cante el feliz cumpleaños. Es que cumplía 60 y se había prometido dejar a medio mundo con la boca abierta. Sobre todo a las 600 personas elegidas para que compartieran con su fiesta junto a él.
El festejo se extendió por tres días y algunas crónicas dicen que entre el viernes y el domingo la ciudad de Marrakech se vio más alterada que de costumbre. El plan de Roemmers era que nadie de su comitiva (proveniente de Argentina, España, Estados Unidos y otros países) se sintiera en ningún momento aburrida ni mal alimentada. La preocupación era doble para él dada la heterogeneidad de los huéspedes: familiares, amigos personales, compañeros del colegio secundario San Juan Precursor de San Isidro y de la Universidad de Madrid, maestros de la infancia, poetas, diseñadores de moda y, por supuesto, algunos otros empresarios amigos.
El listado completo por ahora se mantiene en secreto. Pero se sabe que allí estuvieron, entre otros, los magnates Alejandro Bulgheroni y Cristiano Ratazzi, la empresaria Ana Rusconi (viuda del “capo de la noche y el teatro” Luis Rusconi), Gino Bogani, el rugbier Agustín Pichot, el cantante cordobés Martín Monguzzi (a quien Roemmers suele contratar para fiestas privadas), la exsenadora duhaldo-cavallista María Laura Leguizamón y su marido Marcelo Figueiras, director de Laboratorios Richmond y uno de quienes vació y quebró el diario Crítica junto a Jorge Lanata.
Además, claro, del ya anciano papá Alberto (único heredero de la fortuna de los fundadores del laboratorio), quien en 2017 fue incluido entre los únicos siete argentinos que integran el listado de multimillonarios de Forbes con una fortuna superior a los US$ 1.700 millones.
El festival de lujos y excentricidades comenzó el viernes con una visita guiada al desierto de Agafay, donde gran parte de los invitados participaron de una expedición en camello. Antes habían recorrido esa importante ciudad de Marruecos, sus mercados y museos. Después, terminaron el día cenando en el exclusivo restaurante Bô-Zin.
El sábado se mudaron todos al Palais Namaskar, donde todas y todos cumplieron con el deseo de Alejandro: vestirse solo de blanco y negro, en homenaje a uno de los berretines de Truman Capote. Música, comida, tragos y baile durante todo el día. Selfies y filmaciones ardían en los teléfonos celulares.
Pero lo mejor vendría el domingo, día real de cumpleaños de Roemmers. Como no podía ser de otra manera, lo primero que consumieron fue una misa de acción de gracias en los jardines del hotel Mamounia. Allí una cantante lírica entonaría el Ave María en la versión de la obra “Franciscus”. Luego vendría el almuerzo, la sobremesa, la siesta colectiva y con el anochecer la gran festichola temática: el “Wild West” recreado en una carpa a las afueras de la ciudad que incluyó cientos de velas, un poblado con “saloon”, casino y oficina del sheriff. Allí endulzaría los oídos de toda la concurrencia nada menos que los cantantes Ricky Martin y Marko Silva (además del cordobés Monguzzi, claro).
Alejandro Roemmers no olvidará nunca cómo volvió a cantar junto a casi todos sus compañeros del colegio San Juan el Precursor de San Isidro el Salve Regina... y en latín. Y tampoco olvidará que (al menos así lo aseguran quienes estuvieron) solo aceptó un regalo en toda la fiesta: un libro obsequiado por la Fundación Argentina para la Poesía. El resto de los obsequios llevados por las invitadas e invitados, según prometió Roemmers, serían destinados a distintas causas benéficas. Hasta dicen que Ricky Martin desistió de cobrar por actuar. En serio, eso dicen.
Que haya aceptado solo el libro como regalo no quiere decir que el libro sea bueno en sí mismo. Es que el mismo cumpleañero es el presidente de la Fundación Argentina para la Poesía. Desde allí se para para despuntar el vicio literario. Dicho sea de paso, comparte comisión directiva, entre otros, con el poeta Fernando Sánchez Zinny, a cuya familia pertenece el actual ministro de Educación de la Provincia de Buenos Aires, Gabriel Sánchez Zinny.
Roemmers escribe e incluso él mismo se define escritor antes que empresario. Es más, no solo publicó una decena de libros, casi todos de poesía. Eso cualquier magnate puede hacerlo. Pero no cualquiera es nombrado “Personalidad Destacada de la Cultura” de la Ciudad de Buenos Aires. Fue en 2010, cuando era jefe de Gobierno porteño Mauricio Macri, su amigo.
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Entre los productos mejor vendidos de Roemmers (además de los costosos remedios) se encuentra la historia de lo que luego sería la obra teatral (estilo Broadway pero en la avenida Corrientes) “Franciscus. Una razón para vivir”. Con dirección de Flavio Mendoza, la obra no fue de lo más exitoso en la taquilla.
Pero eso a Roemmers no le importó. A él le alcanzó y sobró con desembolsar una millonada de dinero en una pieza teatral que hablaba de la necesidad de abrazar la pobreza, desprenderse de los egoísmos materiales y espirituales y hasta de enfrentar a la aristocracia. Una chantada artística, por la que hasta cobró entrada, en la que la simbología católica y el cinismo burgués se fundieron hasta hacerse una sola cosa.
Si quien leyendo todo lo escrito arriba aún no siente una profunda molestia con el señor Roemmers, que lea entonces algo de lo que está pasando en Marruecos, la casita de fiestas del niño Alejandro. Khadija Ryadi, expresidenta de la Asociación Marroquí de Derechos Humanos, dijo hace pocas semanas al diario El País de España que en Marruecos “solo algunas familias de la clase dominante acaparan las riquezas del país, en una economía de renta y en una opacidad casi total”.
Para la dirigente es importante que en todo este tiempo hayan proliferado las protestas callejeras contra la sed (miles exigen agua potable), contra la miseria extrema y contra las muertes por enfermedades o por la precariedad extrema de la vida. Sin embargo recuerda que “la primavera de 2011 consiguió vencer el miedo a protestar, pero el resultado de las revoluciones que cayeron en el caos ha devuelto el miedo en los marroquíes”.
Precisamente a las arcas de esas familias dominantes marroquíes (dueñas de los hoteles, de los campos, de los camellos y hasta de la arena) fueron a parar los U$S 6 millones del sexagenario Roemmers. Un filántropo como pocos.
Un informe de la Universidad de Avellaneda presentado a fines del año pasado determinó que, entre noviembre de 2015 y noviembre de 2017, los medicamentos comercializados en el mercado argentino aumentaron sus precios en promedio un 102 %. La variación fue, dicen los investigadores, “muy superior al incremento en el nivel general de precios”. Todos esos aumentos fueron autorizados y acompañados por el Gobierno de Mauricio Macri.
En verdad el dato no es novedad. Vaya si lo sabrán los bolsillos de millones de laburantes, jubilados y pensionados. Pero se trae a cuento para recordar de dónde saca el señor Roemmers el dinero con el cuál logró creerse rey de Marruecos por un fin de semana.
Con cada nuevo comprimido de Amoxidal, de Sertal, de Lotrial o de Lanzopral (por poner ejemplos) que se vende en una farmacia, las ganancias del laboratorio Roemmers suben y no paran de subir. Y eso, pese a todas las mentiras del sexagenario Alejandro, no es poesía.
Daniel Satur
Nació en La Plata en 1975. Trabajó en diferentes oficios (tornero, librero, técnico de TV por cable, tapicero y vendedor de varias cosas, desde planes de salud a pastelitos calientes). Estudió periodismo en la UNLP. Ejerce el violento oficio como editor y cronista de La Izquierda Diario. Milita hace más de dos décadas en el Partido de Trabajadores Socialistas (PTS).