El nuevo decreto de Educación presentado por el Gobierno reduce las horas lectivas de prácticamente todas las humanidades y asignaturas artísticas. La peor parte se la lleva la Filosofía que en la ESO ocupará solo una parte de las 35 horas de la asignatura de Educación en Valores Cívicos y Éticos, frente a las 105 horas de Religión.
Víctor Stanzyk Madrid
Viernes 1ro de abril de 2022
Uno de los compromisos que todos los partidos tomaron en el Congreso en 2018, incluidos aquellos que conforman ahora el Gobierno progresista, era que los contenidos relativos a Filosofía y a la educación ética y de valores en Secundaria no desaparecerían, que serían recuperados tras su exclusión con la Ley Wert. Este compromiso se hizo mediante una proposición no de ley. Toda la comunidad educativa confiaba en que algo que parecía no levantar ampollas entre los partidos, por una vez, fuera respetado.
El jarro de agua fría para los profesores de filosofía fue que, lejos de ganar horas lectivas, las han perdido con el nuevo decreto. La asignatura de Filosofía que se ofertaba como optativa en 4º de la ESO, ya bastante pobre en su currículum y en sus horas, pues que se impartiera dependía de la demanda de los centros, queda a merced de las Comunidades Autónomas.
Por otra parte, la asignatura de Valores Éticos pasará a llamarse Valores Cívicos y Éticos, y quedará reducida a 35 horas durante un solo curso de toda la ESO. Para que la comparemos con su contrapartida, Religión conserva 105 horas lectivas. Se suponía que VCE debía recuperar la ética que la Ley Wert había eliminado. Paradójicamente, suponía una mayor recuperación para la asignatura la situación previa a intentar recuperarla por la Lomloe, ya que se ofertaban más horas y estaba mucho más equiparada con Religión y otras asignaturas.
Esta reducción de horas se ha dado en prácticamente todas las humanidades y asignaturas artísticas, como Latín o Música. El objetivo, tal y como viene declarado en la ley, es incluir asignaturas más «prácticas». En román paladino: más convenientes para el mercado y las empresas. En lugar de filosofía o música, las asignaturas que ocuparán esas horas serán las dedicadas al emprendimiento y al uso de medios digitales.
La respuesta que se ha dado a este nuevo ataque ha sido inmediata y potente, sobre todo en redes con el #Filosofíaobarbarie. Sin embargo, esta reacción ha abarcado muchos aspectos que quisiéramos tratar, no sólo para ofrecer un análisis, sino también una propuesta coherente que no sea parcial e inmovilista.
La política educativa del PSOE-UP no es progresista
Soy profesor de filosofía, y en este tiempo he recibido muchas condolencias por mi asignatura. Todas de ellas iban, sorprendentemente, acompañadas por un apunte: «lo sorprendente es que haga esto el PSOE, y más si está UP con ellos». Lo sorprendente es que la gente se sorprendiera, porque no había sorpresa ninguna en que el PSOE hiciera de la educación un cortijo para empresas y enfocara la educación de cara al emprendimiento y la vida laboral.
La historia de las reformas educativas es la historia del PSOE contra la educación pública (si exceptuamos la que se dio con la Ley Wert, que fue contra el PP). Pensemos en la respuesta a la primera reforma postfranquista, la Ley Orgánica de Derecho a la Educación (LODE) de Maravall, o las movilizaciones contra la LOGSE, con Solana al frente. Sin profundizar en cada movimiento, estas leyes tuvieron una respuesta del profesorado, el cual estaba pedagógicamente más adelantado que el propio gobierno respecto a técnicas, intereses y contenidos que dar. Mientras se fundaba la Coordinadora de Enseñanza que combatió durante los años 80 y principios de los 90 las reformas laborales y educativas, abogando por una enseñanza más abierta, crítica, obrera y alejada tanto de la ideología conservadora de la Iglesia como de las zarpas de las empresas; mientras los obreros y estudiantes se organizaban, el PSOE realizaban políticas educativas que abrían la posibilidad a la financiación de las escuelas privadas, reducían los contenidos de humanidades para potenciar aquellos que fueran acordes con el reconversión neoliberal de González y quitaba poder de decisión a los centros, convirtiendo al docente en un asalariado más al servicio de un Estado reaccionario y burgués.
Estas primeras leyes fueron las que dejaron de hablar de contenidos y de aprendizaje para empezar a hablar de adquisición de competencias, enfocadas descaradamente a disciplinar al alumnado para que fuera un dócil ciudadano y un trabajador de primera. Al tiempo, comenzaba a acorralarse a las asignaturas de humanidades para dar paso a las tecnológicas, al inglés, etc. Todo ello sin tocar la parcela de la Iglesia en las aulas, que seguían dogmatizando y atentando contra la supuesta «educación científica» que pretendían, de boquilla, los socialistas.
En este marco, hubo grandes movilizaciones que los más mayores recordarán. La Coordinadora se organizaba con las asambleas estudiantiles, al igual que con otros trabajadores, que tomaban los centros y se resistían a aceptar estas reformas. Batallas campales por los distritos de Madrid, huelgas indefinidas de meses, en la que los alumnos iban a clase a aprender política desde la barricada, codo con codo con los profesores.
Estas movilizaciones, las más importantes que ha vivido la enseñanza en este país desde la II República, no se hizo contra la Alianza Popular de Fraga, sino contra el Gobierno del PSOE de Felipe González. Y en esta reconversión los sindicatos jugaron un papel esencial, ya que fue el momento en que abandonaron la clandestinidad al precio de volverse los gendarmes de la clase obrera y de la juventud. El bochornoso papel que jugó CCOO y UGT en esos tiempos, que llegaron incluso a impedir asambleas en los centros y a acusar a los profesores de «luchar sólo por dinero»; el timorato papel del recién nacido Sindicato de Estudiantes, que renunció a llevar la lucha más lejos de lo que exigían las masas de jóvenes estudiantes, que siempre estaban dispuestos a marchar con los trabajadores contra las reformas educativas que minaban su futuro; ambos factores fueron decisivos para que el PSOE se saliera con la suya, desarticulara el movimiento obrero en educación (que aun hoy no ha levantado cabeza) y terminara de imponer un modelo educativo neoliberal.
Volviendo a la actualidad, la nueva Lomloe mantiene este espíritu, ocultando bajo un maquillaje progresista, como incluir educación feminista (libera, dicho sea), nuevos ataques contra la clase trabajadora y contra los alumnados (los cuales se verán perjudicados con el nuevo modelo de promoción).
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Por tanto, ¿cuál es esa ley que respeta el pensamiento crítico y democrático que teníamos antes y que ahora no? ¿O cuál es esa ley que nos iba a brindar el PSOE, pero al final no lo ha hecho? Ambos son espejismos, porque el PSOE nunca ha hecho una ley educativa que favorezca el aprendizaje y la formación libre de los estudiantes, sino lo contrario: si tenemos una ley estrecha de miras, coercitiva y a merced de las empresas se lo debemos al PSOE. Al mismo PSOE que UP está apoyando pese a los gritos que lancen en Twitter sus ministros. Este ataque también viene de ellos porque siguen en el Gobierno.
Además del efecto lesivo que va a tener sobre la educación, estas leyes están poniendo en bandeja de plata las políticas educativas a la derecha. El ejemplo perfecto es el programa educativo de Ayuso. La Lomloe ha abierto el camino a una Ley Maestra que eliminará contenidos para dar paso a ensalzamientos patrióticos y ultraconservadores. Volviendo a la Filosofía, Ayuso ha llegado incluso a hacer un tweet acusando a Sánchez de atacar el pensamiento crítico en las escuelas. Naturalmente, sabemos que si hay un estandarte de la corrupción, el engaño y el liberalismo es ella.
Otro ejemplo: apenas se confirmó la elección educativa del Gobierno, Santiago Abascal defendió a la Filosofía en el Congreso, acusando a Sánchez de no cumplir su compromiso. Lo malo, es que tiene razón. Pero lo peor de todo, es que estas políticas del PSOE están permitiendo a la derecha ponerse al frente de gran parte del descontento social. La nueva ley no sólo es una derrota para la filosofía, sino para los profesores y trabajadores del sector.
La filosofía del instituto no es crítica
Hay una constante en el «movimiento por la salvación de la filosofía» que es el convencimiento en los valores tradicionales de la filosofía, que se vinculan pasivamente a los principios del Estado Español. El artículo de Isabel Galvín en Público va por esta línea. Se habla de que la filosofía es democrática, es libertad y es crítica. Se habla de Sócrates, del diálogo, de la mordacidad para desmontar el presente, de la importancia en el pensamiento científico de la filosofía, de la filosofía que es impulsada también desde la ciencia. Y todo ello, en abstracto, puede ser cierto, pero es impreciso por partida doble.
Por un lado, cuando se habla de que es «crítica» y «democrática» no se dice respecto de qué ni para quién. Es una perspectiva descaradamente reformista que el mayor alegato que podamos hacer sea recordar al Gobierno lo importante que esta asignatura es para la salud democrática de un Estado liberal y vendido a los grandes capitales, donde cada vez hay mayor miseria y desesperación, sobre todo en la juventud. En lugar de organizarse y luchar por un cambio estructural en la educación que dé peso auténticamente a la formación de los alumnos y los encauce a un futuro mejor para ellos y para todos; en lugar de eso, ponen el grito en el cielo y miran a su propio verdugo: «¡Es que no ves lo importante que soy para ti!»
No se da cuenta (o no quiere darse cuenta) porque la filosofía no tiene un valor intrínseco. No toda filosofía es crítica ni democrática. La que está inculcada en nuestro sistema educativo, por la propia configuración del método pedagógico y la estructura de los estudios, es imposible que sirva para más que soltar un canon de contenidos que algunos creen que tiene valor por sí mismo, pero no es así. Las cadenas que hacen que la filosofía siga siendo una retahíla ideológica sin ton ni son es el propio modelo educativo al que ella se ha acostumbrado.
En los institutos la filosofía está arrinconada, es ese departamento compuesto por un solo profesor encerrado en el despacho más pequeño del centro. Pero veamos la educación filosófica en todo su esplendor: la universidad. Sobre su pórtico, en lugar de esa inscripción ilustrada, sapere aude, vemos grabadas a fuego esas palabras del Padre Jorge de «El nombre De la Rosa»: «preservación, y no investigación, porque no existe progreso en la historia del saber». Grupos de investigación rapiñando subvenciones, un lenguaje cada vez más obtuso y ajeno a la realidad, especialistas que frente a jóvenes sin futuro se atreven a decir que nuestro tiempo es una «crisis de [inserte término francés de moda]». La filosofía hace mucho que cedió su lugar como generador de ideas a la publicidad, al coaching y al espectáculo. Estudiar cánones, interpretar textos sin posibilidad de decir nada nuevo, so pena de que el catedrático de turno te haga la cruz, es lo contrario al pensamiento crítico y democrático.
En los institutos, donde la filosofía está mucho más reglada, vemos proyectada en un tiempo más corto este vicio. Uno no puede dejar de sentir que nunca llega a profundizar con los alumnos (al menos con la mayoría), que la filosofía queda en la superficialidad. El pensamiento crítico que tanto reivindican algunos está tan ligado al currículum que, en lugar a hacer pensar, enseñan teorías que creen que basta conocerlas para ser crítico.
Esto no es problema de los profesores, es una cuestión estructural, que no viene sólo de esta ley, sino de las anteriores. De ahí que sea sorprendente el empeño que algunos tienen de dignificar una asignatura vejada de mil maneras distintas frente a la nueva vejación. Ceden la crítica a las migajas de un Estado capitalista que, no es que no entienda lo importante de la filosofía, sino que no entiende la importancia de nada que no sea el valor económico.
La filosofía es una disciplina, algo que hace el ser humano, y como tal situada históricamente. Puede ser crítica y democrática si, auténticamente, sirve para destruir los cimientos de la sociedad en la que vivimos y propone un cambio en las bases. Esto es, sólo es crítica si es práctica y no se amolda a los principios establecidos por el Estado. Y ello implica dejar de pensar en dignidades abstractas, en la protección de las grandes voces canónicas. El mejor modo de defender la filosofía es llevarla a la calle, organizar a toda la comunidad educativa e imponer una ley que sea por y para la clase trabajadora y la juventud. Sólo entonces cobra sentido la filosofía frente a la barbarie.