El 1° de octubre de 1949, con la entrada del Ejército Rojo a Pekín se funda la República Popular China bajo la dirección de Mao. Algunas de sus lecciones a 70 años de su inicio.
Gabriela Liszt @gaby_liszt
Martes 1ro de octubre de 2019
Para comprender el proceso y el resultado de la formación de la República Popular China, producto de la tercera revolución china (luego de las revoluciones de 1911 y 1925-27, es necesario retroceder un poco en su historia.
La política del PC Chino y la III Internacional en la segunda revolución
La segunda revolución que comenzó en 1925 fue derrotada 1927 producto de la política de colaboración de clases entre el Partido Comunista Chino y el partido del nacionalismo burgués, el Kuomintang (KMT). El KMT aunque con distintas alas, estaba representado por Chiang Kai shek. Este último después de ser elogiado y reivindicado por el PCCH se dedicó a perseguir y masacrar a miles de comunistas inflingiendo una dura derrota. La clase trabajadora tardará en recuperarse de esta masacre.
La III Internacional (ya estalinizada) entonces, realiza un giro político ultraizquierdista (llamado del Tercer período). El objetivo era ocultar el fracaso de su política tanto en la URSS como internacionalmente, y poder avanzar en la lucha interna contra la oposición a la burocratización. El dirigente Li Li San, un estalinista servil, aplicará esta línea proclamando la inmediata toma del poder, cuando los trabajadores seguían sufriendo la derrota. Los comunistas seguían manteniendo un apoyo considerable entre el proletariado, y llamaron en los años 29 y 30 a una serie de levantamientos que los aislaron aún más y acrecentaron la persecución del régimen al movimiento obrero. La línea aventurera de la Tercera no estaba centrada en el movimiento obrero sino que se apoyaba ideológica y políticamente en una lenta y prolongada rebelión campesina, que a destiempo de la ciudad, se desarrollaba en las zonas más pobres de China.
Los soviets campesinos de Hunan y Kiangsi
La organización campesina en las zonas del interior tomó la forma de soviet, agrupando a los pequeños campesinos y los pobres. El PC dirigió aproximadamente 200 subprovincias: pequeñas aldeas del suroeste de china donde los comunistas habían expropiado a los grandes terratenientes y en algunos casos a los burgueses. Esta profunda rebelión campesina no podía triunfar si no era acompañada y dirigida desde las ciudades por el movimiento obrero, pero este había sido abandonado por los comunistas. Basado en el ascenso tardío en el campo, a principios de los 30 Stalin puede mantener la ficción de una “República Roja” en los territorios dominados por Mao; sin embargo los soviets campesinos por su condición de clase y su limitación geográfica-política (estando aislados de las ciudades) no podían llevar adelante ninguna medida “socialista”, ni triunfar nacionalmente.
La aplicación y agitación del programa agrario por parte del PC ganó el apoyo de las masas pobres del campo y le permitió sobrevivir por un tiempo a la reacción nacionalista. Sin embargo la ficción de un gobierno soviético basado exclusivamente en el campo tuvo que ser abandonada ante las constantes “campañas de guerra” de los ejércitos del Kuomintang. En 1934 se inicia la epopeya militar de “La larga marcha”, forma que adoptó la retirada del PC de las bases Rojas de Hunan y Kiangsi. Un año después, en octubre de 1935, rompen el cerco nacionalista y sobreviven con 30.000 hombres (de unos 90 mil que partieron de los valles rojos) en las altas montañas del norte de China.
En las ciudades una nueva ola de agitación se producía contra la ocupación japonesa, iniciada en 1931 con la ocupación de Manchuria. “Los obreros de Shangai y otras ciudades costeras habían lanzado un nuevo desafío y llevado a cabo huelgas y manifestaciones turbulentas. Pero debido a su carencia de una dirección competente, fueron derrotados, una y otra vez” (1). En 1937, Japón extiende su nueva invasión a las ciudades costeras chinas, que son devastadas, y la industria destruida. A partir de allí se crea el mito maoísta de que toda revolución “tendrá que ser llevada desde el campo a la ciudad”.
La guerra contra Japón y el Frente Único Antiimperialista
La agitación antiimperialista contra el ocupante japonés se sucede en las ciudades y abre la posibilidad misma de que el Ejército Rojo chino pueda huir del cerco nacionalista. El gobierno del Kuomintang entra en un profundo desprestigio por su política contemporizadora con los ocupantes. Sin embargo, un nuevo giro guiará al PC para abrazar una orientación de unidad política con la burguesía nacionalista al proponerle la conformación de un Frente Único Antijaponés, abandonando la agitación por la reforma agraria ya que esta atacaba las bases del poder de los generales del Kuomintang entre los que se encontraban grandes terratenientes chinos. La “contradicción principal”, decía Mao era con el imperialismo japonés, la “contradicción” con la burguesía nacional e incluso con las antiguas clases feudales, pasaban a un plano secundario.
El maoísmo proponía (y lo sigue haciendo hoy día) una teoría etapista en la cual la tarea correcta de enfrentar al imperialismo extranjero se acompaña de la política de colaboración de clases de no luchar por la reforma agraria u otras tareas que cuestionen a los “aliados” de la burguesía nacional.
El Ejército Rojo entra a Pekín
A pesar del intento de subordinar la “contradicción secundaria”, la guerra civil entre el campesinado y la burguesía vuelve a estallar en el transcurso de la guerra antijaponesa con los levantamientos espontáneos de los campesinos en las zonas liberadas que van desde 1942 a 1949.
A la salida de la Segunda Guerra Mundial (1945), tras la derrota de Japón, Mao Tse Tung dominaba grandes zonas del norte de China que agrupaban alrededor de 100 millones de personas, a pesar de la traición del estalinismo que entregó las armas obtenidas de los japoneses al Kuomintang y no a los ejércitos campesinos.
El Kuomintang, envalentonado por la política de Mao frente a la reforma agraria en las zonas dominadas por el ejército de Chiang y, más aún, de reconocer al gobierno de Chiang como legítimo gobierno de China bajo los auspicios del general norteamericano Marshall, comete un enorme error de cálculo estratégico: se dispone a atacar a Mao en su propio territorio.
Esto obliga a Mao a cambiar su política y promover la reforma agraria en todo el territorio chino. Desatando un torrente de energía revolucionaria de decenas de millones de campesinos que, aún antes que llegaran los ejércitos de Mao a cada zona, repartían la tierra y quemaban en las aldeas los libros de contabilidad de los usureros (aliados a los terratenientes). El levantamiento obrero en 1946 hubiese permitido que la revolución contara con la participación activa (o la dirección) del los trabajadores. Pero fue sofocado con la ayuda de los comunistas para mantener la dirección y la política de Mao. Desde el verano del 46 al 1° de octubre del 49, cuando el Ejército Rojo entra a Pekín, la guerra civil se extendió como una chispa en el campo. El campesinado pobre y sin tierra se insurreccionaba no sólo contra los terratenientes y usureros sino incluso contra los campesinos ricos, y tornaba inevitable el avance hacia las ciudades el ejército de Mao.
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El nuevo gobierno de la República Popular China legaliza la reforma agraria que de hecho habían realizado los campesinos pobres. Sin embargo, por varios años se niega a terminar de expropiar a la burguesía nacional, que era considerada parte del “bloque de las cuatro clases”.
Será como consecuencia de la nueva guerra de Corea lanzada por Estados Unidos (50-53) en la cual China interviene con un millón de combatientes para asegurar su autodefensa, que empujará a la dirección maoísta a expropiar finalmente lo que quedaba de la burguesía nacional china, que se había pasado abiertamente al campo del imperialismo y la contrarrevolución. Concretando así la formación de un nuevo Estado obrero producto de una revolución.
La dirección burocrática del Mao y el Partido Comunista Chino llevó a que el Estado obrero chino surgiera con carácter deformado, un régimen donde la democracia soviética está ausente desde sus inicios. Como señala un aspecto de la teoría de la revolución permanente, las tareas de la revolución democrática se concretan con la revolución socialista. Las condiciones excepcionales de la postguerra, de redistribución del poder mundial obligaron a Mao a ir más allá de los que se había propuesto. La III Internacional ya había sido disuelta por Stalin y Mao, incluso en su ruptura con Stalin continuó siendo parte y defendiendo a la burocracia estalinista.
Los acontecimientos posteriores y la propia revolución de 1949 se van desarrollar como una ruptura con el legado revolucionario de la III Internacional. Ya no sería el proletariado organizado en consejos e influenciado por un partido obrero revolucionario el que llevaría adelante la revolución, sino una revuelta generalizada de campesinos pobres o directamente sin tierra, bajo la dirección de un partido comunista organizado como ejército guerrillero. Así China del 49 parece contradecir la teoría de la revolución permanente: para Mao la revolución planteada no conducirá a la dictadura del proletariado como había ocurrido en Rusia, sino que será una revolución antifeudal y antiimperialista, conducida por un “bloque de las cuatro clases”: proletariado, campesinos, pequeñoburguesía urbana y burguesía nacional. Sin embargo, un cúmulo de condiciones excepcionales puede explicar la anomalía de la revolución.
En la revolución rusa es a partir del retroceso y aislamiento desde mediados de los 20 que el PC estalinizado liquida la democracia soviética e instaura una dictadura bonapartista, llevando a la degeneración de la revolución rusa. En cambio en la revolución china el maoísmo asume mucho tiempo antes de su triunfo este papel burocrático. Aunque las masas campesinas pobres y semiproletarias hicieron una grandiosa revolución que dio un gran impulso a revolución anticolonial y a las luchas antiimperialistas en todo el mundo, la ausencia del proletariado como clase dirigente, con un partido revolucionario a su frente, impidió que la revolución china impulsara la construcción de una nueva internacional revolucionaria (como lo hizo la revolución rusa del 17) y dejará lecciones estratégicas invaluables como las contenidas en los cuatro primeros Congresos de la Tercera Internacional de Lenin y Trotsky. Como vemos ahora, esa burocracia terminó dirigiendo el proceso de restauración capitalista avanzando como país capitalista pero retrocediendo en las inauditas diferencias sociales y pérdidas de las conquistas de la revolución.
1. Isaac Deutcher, El Maoísmo y la revolución cultural china, Ed. Era, México, 1975.
Gabriela Liszt
Nació en Buenos Aires. Militó en el PST desde 1981, en el MAS hasta 1988. Una de las fundadoras de PTS y del CEIP "León Trotsky". Investigó, compiló y prologó varias de las publicaciones de Ediciones IPS-CEIP, entre ellas La Segunda Guerra Mundial y la revolución, Mi vida, Lenin, El Programa de Transición y la IV Internacional.