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Emilio Salgado @EmilioSalgadoQ
Jueves 9 de abril de 2015
Habían pasado más de treinta años desde que los trabajadores franceses combatieran heroicamente en defensa de La Comuna. La clase obrera ya no era la misma, había aumentado enormemente su poder social y su capacidad organizativa. Sin embargo, la memoria de la revolución se había hecho difusa y crecían las expectativas en un avance evolutivo hacia el socialismo. Pero no era un siglo de “evolución pacífica” el que comenzaba, sino al contrario, uno de grandes convulsiones. La antesala ocurrió en Rusia en el año 1905.
Rusia seguía gobernada por una monarquía absolutista: el zarismo. La mayor parte de la población era campesina y continuaba viviendo y produciendo como en la Edad Media. Sin embargo, producto de la exportación de capitales financieros de los países imperialistas europeos, importantes ciudades rusas se industrializaron en un breve período de tiempo, dando nacimiento a una joven y concentrada clase obrera que hacía su debut en sucesivas huelgas que desestabilizaban al zarismo. El gobierno quiso frenarlas en el intento de generar un clima de unidad nacional, buscando una pequeña victoria militar. Por lo que el 9 de febrero de 1904, Rusia le declara la guerra a Japón. En pocos meses esta monarquía demostrará su inutilidad, en el único terreno donde aún conservaba algún prestigio, perdiendo la guerra.
Así llegó 1905, los primeros días de enero se desató la huelga en San Petersburgo y el 9 se movilizaron más de 200 mil obreros, para reclamarle al zar Nicolás Romanov libertades públicas, separación de la Iglesia y el Estado, jornada de ocho horas, salario normal, cesión progresiva de las tierras al pueblo y una Asamblea Constituyente elegida por sufragio universal. La respuesta del zar fue disparar a mansalva contra los manifestantes: los muertos fueron cientos, y miles los heridos. Ese día pasó a la historia como el “Domingo Sangriento”. Sin embargo, no terminó allí, los meses siguientes serían muy convulsivos y en octubre comienza un nuevo proceso de huelgas que se extenderá rápidamente. La huelga va tomando un carácter cada vez más político, conmoviendo la opinión pública de toda Europa y también la de los socialistas europeos que menospreciaban los métodos de la huelga general.
Al calor de esta huelga general, la clase obrera necesitó una organización que agrupara a las masas y en donde confluyeran todas las corrientes del proletariado. Así, el 13 de octubre, nació el primer Soviet (consejo) de Diputados Obreros. Nadie había propuesto hasta ese momento una forma de organización más democrática. Se elegía un delegado cada quinientos obreros y su mandato era revocable. El Soviet comenzó a asumir funciones de gobierno, como poner en práctica la libertad de prensa y organizar patrullas que protegieran a la población; tomó el control de correos, telégrafos, ferrocarriles e intentó establecer la jornada de ocho horas. No era sólo una herramienta adecuada para la lucha de la clase obrera contra la burguesía y el zarismo, sino que además demostraba tener una gran potencialidad como base para un nuevo tipo de Estado, es decir, para un Estado Obrero.
En diciembre arrestan a los miembros del Soviet de San Petersburgo, entre ellos a León Trotsky, que recientemente había asumido su presidencia. El Soviet de Moscú llama a la huelga general intentando transformarla en una insurrección armada. En las calles de la ciudad se lleva adelante una heroica batalla pero los trabajadores fueron derrotados después de haber mantenido a raya a la guarnición local durante diez días. Lenin decía que para poder triunfar una insurrección debe apoyarse en la clase más avanzada, estar respaldada por el ascenso del pueblo revolucionario, y que coincidan, en el mismo momento, la mayor actividad de la vanguardia del pueblo y la mayor vacilación de los enemigos y los amigos a medias. Dadas estas condiciones, es indispensable que la clase obrera cuente con un partido revolucionario con la suficiente organización, experiencia e influencia, para lograr el triunfo a través de una estrategia para la toma del poder.
En 1905, el movimiento no pudo lograr la coincidencia de todas estas condiciones, como sí lo pudo hacer en 1917. Sin embargo, la revolución rusa del ’05 se transformaba en el gran ensayo general del proletariado revolucionario que inspiraría al ala izquierda de la Segunda Internacional.