Acerca de los dichos de Axel Kicillof en Guernica.
Catalina Ávila @linaa_avila
Domingo 15 de agosto de 2021 11:00
Foto: Matías B - Enfoque Rojo
Axel Kicillof dijo este viernes que hay que volver a escribir la historia de Guernica y que ya “es hora de que salga el sol”. La escena tuvo una raigambre electoral: el anuncio de un plan de desarrollo urbano en el distrito de Presidente Perón. Un “caso testigo”, dijo el gobernador.
Su propuesta de amnesia selectiva tiene un objetivo claro: borrar con el codo lo que escribió con la mano para prometer el futuro deseado. Un método usual para gestiones atadas con alambre: la intendenta del municipio había hecho su campaña en 2019 con el lema “acompañame, se puede vivir mejor”.
Viejas recetas en la madre de todas las batallas, donde uno de los puntos más endebles del oficialismo fue, justamente, lo acontecido en Guernica: los privados de todo hicieron retumbar cada rincón del país con su grito embravecido por una vivienda digna.
Mientras otros, llenos de privilegios y de hipocresía, hacían fiestas, una escena se repetía reiteradamente durante los 132 días que duró la toma de tierras más grande de los últimos tiempos en el conurbano. Las bolsas de nylon que hacían de techos y paredes se habían volado. Parecían basura en medio de un pantanal. No había fuego que prendiera con la leña mojada. El temporal había impedido el sueño y la humedad que saturaba el aire anulaba la posibilidad de secarse. Era otro amanecer sin sol para las familias sin casa de Guernica, pero ahí estaban. Hartas del hartazgo.
El gobierno y la Justicia eligieron defender los intereses de los dueños de todas las cosas, a los “flojos de papeles”. Fueron plantadas carpas circenses, aparecieron casacas rimbombantes, figurines de distinta naturaleza con discursos inverosímiles.
El 29 de octubre, el ex teniente coronel Sergio Berni regenteó un ejército de 4 mil efectivos, “la salida pacífica al conflicto”. Familias enteras - cargando lo que podían- huyeron desesperadas, de la promesa de que se podía “vivir mejor”. Antes de la asfixia de los gases, las topadoras lo arrasaron todo. Era el “fuego amigo” de un gobierno que, pensaron, era el suyo. Creo que nunca antes había presenciado de manera tan descarnada el instante preciso en el que mueren los relatos.
Hoy los trabajadores, las mujeres y los niños y niñas de Guernica siguen organizados peleando por lo que les corresponde: una vivienda digna y trabajo con derechos. Sus deseos de una vida que valga la pena vivir no fueron redoblados por aquel ejército carroñero. Ni comprados por promesas más volátiles que el viento.
Y si amanece, al fin, no será por el nuevo cuento de un revisionismo de cartón. La memoria no es menos potente que el olvido, y la historia de Guernica no solo está escrita, si no que se marcó de manera indeleble. En todas las retinas penetradas por el fuego.
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