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Red Internacional
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OPINIÓN. La juventud en México: notas sobre el fenómeno del suicidio

La Revolución francesa conquistó el derecho de pensar; pero no conquistó el derecho de vivir, y a tomar este derecho se disponen los hombres conscientes de todos los países y de todas las razas.

Ricardo Flores Magón

Jueves 21 de mayo de 2015

En un informe reciente, la Comisión de Derechos de la Niñez de la Cámara de Diputados difundía la alarmante noticia de que el suicidio es ya la segunda causa de muerte en jóvenes de 15 a 24 años. El último estudio presentado por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) sobre la incidencia del suicidio en el 2011, muestra al menos 5 mil 718 fallecidos por esa causa.

La diputada del Partido Acción Nacional (PAN) Villa Oñate llamó a la Secretaría de salud a que “instrumente acciones de prevención y atención al suicidio”. Pero, ¿habremos de pensar la vida y el suicidio sólo como un problema de salud pública? ¿Será que una política de prevención diseñada por el estado pueda hacer a los jóvenes optar por la vida? La realidad es que ante un fenómeno tan complejo deberíamos alejarnos de las interpretaciones que apelando a un moralismo llaman a instaurar la disciplina. Tampoco nos servirá de mucho considerarlo un problema de salud. ¿Es en verdad el suicidio una enfermedad?

El suicidio es un fenómeno social

De Durkheim a Foucault, pasando por Marx, las ciencias sociales han intentado pensarlo en su vinculación con las distintas regiones que conforman la sociedad. Por ello, decir que “las transiciones demográficas, sociales y económicas de las últimas décadas, que han provocado en México un incremento en el número de jóvenes fallecidos por esa causa”, como sostuvo la diputada, no deja de sonar banal.

Habría que decir entonces, en un primer lugar, que la tasa de suicidios tan elevada está estrechamente vinculada a las paupérrimas condiciones de vida de la juventud y la falta de oportunidades. Cada año las universidades públicas rechazan a miles de jóvenes de sus aulas –en el último proceso sólo 11 mil 490 de los casi 130 mil aspirantes fueron aceptados. El desempleo también es un factor importante a considerar, junto con el trabajo precario –que desde las maquiladoras en Ciudad Juarez, hasta los innumerables call centers en el Distrito Federal, ocupan a la mayor parte de los jóvenes. Sólo en el 2014 se estimaba que el 61.7 % de los jóvenes trabajaban en el mercado informal.

No se pueden pensar los problemas familiares o personales que conducen al suicidio sin considerar las condiciones sociales que lo propician.

El suicidio y la política de la muerte

Pero también los datos de mortalidad en los jóvenes son un indicador de la barbarie que se vive en el país.

El filósofo francés Michel Foucault pensó al final de su vida que las nuevas formas de ejercicio de la soberanía pasaban por una administración de la vida, de hacer vivir y dejar morir. No obstante, hay que decir que en los países semicoloniales (y sobre todo en México a partir de la supuesta “guerra contra el narcotráfico”) se vive más bien una autentica administración de la muerte –necropólitica, a decir del filósofo camerunés Achille Mbembe. Una política que como ha mostrado Carlos Fazio en un artículo reciente, ha permitido el despliegue y el control del capital transnacional sobre sectores clave de la economía mexicana. En un país con más de 100 mil muertos y cerca de 26 mil desaparecidos, vivir se ha vuelto una cuestión que compromete al estado.

Es claro que en un panorama signado por la barbarie y la crisis política a raíz de la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, los jóvenes no tienen lugar. Así pues, difícilmente se optará por la vida gracias al deslegitimado estado mexicano. Sólo reformular la vida misma desde su materialidad, esto es, desde su posibilidad, nos hará capaces de pensar algo como el suicidio en todas sus dimensiones. Y esto implica la transformación del conjunto de la sociedad. Hoy es más actual que nunca la frase que Marx, en su texto Sobre el suicidio, citaba de Jacques Peuchet; archivista de la policía de París y crítico social sin saberlo: “Descubrí que, fuera de una reforma total del orden social actual, todos los intentos de cambio serían inútiles”.