Reflexiones sobre precarización laboral, emprendedurismo y la vida de las trabajadoras a partir de la entrega de máquinas de coser a mujeres del Municipio de Ezeiza.
Jueves 18 de agosto de 2022 17:18
La semana pasada, en un acto donde había más cámaras que beneficiarias. Con una foto de Eva Perón de fondo, la Presidenta del Honorable Concejo Deliberante de Ezeiza, Isabel Beatriz Visconti de Granados, alias Dulce, hizo entrega de telas y de máquinas de coser a emprendedoras de la zona.
Las sonrientes fotos de la jornada, me generaron algunas reflexiones no tan felices. En primera instancia, me pregunto cuando fue que las mujeres trabajadoras, en este caso costureras, diseñadoras, modistas, aparadoras, fueron despojadas de su oficio y de su rol de laburantes para categorizarlas como “emprendedoras”. La respuesta va en dos sentidos: el emprendedurismo constituye actualmente una cortina de humo que intenta ocultar la falta de empleo formal, y el trabajo precario y sin derechos, aporta también a la lógica del capitalismo, con el “sálvese quien pueda”, con la salida individual y con la competencia como rector de la supervivencia. Por otro lado, está el vaciamiento de la industria textil, que hoy cuenta con más del 75% de sus trabajadores y trabajadoras produciendo a “destajo”, como cuentapropistas, con extenuantes jornadas laborales, compartiendo su espacio de trabajo y vivienda, y sin condiciones de salubridad e higiene.
No es novedad que, para muchas mujeres, esta es la única salida que tienen para generar ingresos propios. Según refleja un informe del portal “Letra P”, en el Conurbano, las mujeres que tienen tasas de desempleo un 7% más alta que las de los varones. Además, sostienen la carga principal de actividades de cuidado, a lo que se suma que 6 de cada 10 hogares pobres tienen mujeres como jefas de hogar. También hay un aumento en el número de mujeres que sufren violencia de género, lo que en muchos casos las obliga a dejar sus hogares en un contexto económico y de falta de recursos.
La segunda reflexión que me surge, es más bien un recuerdo, que posiblemente compartirán muchas familias. En épocas de Eva Perón, con la migración interna de los llamados “cabecitas negras”, llegaron a Buenos Aires nuestras abuelas, madres y mis tías, en busca del trabajo que ofrecía la capital del país. Como era habitual en aquellos años, muchas mujeres trabajaban desde muy chicas, especialmente en tareas de cuidado, en hogares propios y ajenos, pero también habían aprendido el oficio de la costura. En aquel momento, parte de las políticas sociales incluían la entrega de ayuda material como libros, pelotas, juguetes, y las famosas máquinas de coser Singer. Así llegaron a mi familia las máquinas de precarizar.
Los recuerdos de muchas infancias, por varias décadas, están marcadas por la imagen de nuestras madres y nuestras tías sentadas en la máquina de coser. Las hábiles aparadoras, pasaban 8,10, 12, 14 horas aparando, si no eran más, no existían domingos ni feriados. Ellas cosían “para afuera”, afuera era una fábrica de calzado o de ropa que no pagaba aportes ni concedía ningún tipo de derechos laborales, trabajando a destajo y cobrando por la producción, sin importar el tiempo que usaran para realizarlo. Para muchas mujeres esa realidad aún no ha cambiado. Las trabajadoras de la costura, aparadoras de oficio, realizaban su aporte jubilatorio como “autónomas”, una especie de antepasado del monotributo, otro modismo desafortunado de aquella época para nombrar a las “emprendedoras”.
Con décadas y décadas de trabajo precario, de grandes esfuerzos para mantener sus aportes al día, e incluso combinándolos con otros trabajos registrados, apenas lograron jubilarse con un haber mínimo. Aunque su oficio siempre fue rememorado con orgullo, y también fue valorado haber recibido aquellas máquinas de coser, porque con mucho esfuerzo, sirvieron para mantener a sus familias, quedará siempre la incógnita de como hubiera sido la vida de esas mujeres fuertes y aguerridas, si se hubiesen encontrado con sus pares en un taller de aparado en alguna fábrica. No me cabe ninguna duda de que, así como superaron un sinfín de adversidades, también hubieran logrado poner en pie fuertes organizaciones y grandes proyectos: una comisión de mujeres, una agrupación gremial, o tal vez una cooperativa desde donde se habrían organizado para pelear y conquistar sus derechos y no tener que terminar sus días percibiendo un haber magro que ni siquiera merece llamarse jubilación.
Bajo el lente del tiempo, aquellas máquinas hoy se asemejan mucho más a un grillete que garantizó que cumplan su condena perpetua a un trabajo precarizado, sujetándolas además casi exclusivamente al ámbito privado, lejos de la vida pública y social, trabajando a destajo, y cargando sobre sus espaldas con una doble jornada de trabajo, considerando también a las tareas de cuidado que tuvieron que asumir en sus hogares.
Hoy que parece que muchas mujeres vuelven a repetir la historia, recibiendo una máquina como si fuera un salvavidas, y que luego, resulta insuficiente. Nos queda como tarea a las nuevas generaciones, organizarnos y poner toda la fuerza para que puedan romper sus cadenas a tiempo, luchar por conquistar la emancipación, más derechos, y pelear por una vida que merezca ser vivida.