A la mitad de la crisis sanitaria surgen debates en torno a si somos los seres humanos los responsables de Catástrofe Ambiental. Frente a las posiciones reaccionarias de la derecha hace falta una crítica y un programa Anticapitalista.
Domingo 3 de mayo de 2020
Desde el año pasado el mundo se estremeció con movilizaciones masivas –principalmente de la juventud- en respuesta a la catástrofe ambiental que viene devastando ecosistemas, desde la Amazonia en llamas hasta las temperaturas de 20 grados centígrados en la Antártida.
Mientras defensores de la tierra eran asesinados, desde el gobierno de la Ciudad de México, se prohibía el uso de bolsas de plástico y popotes como una salida individual para el daño ocasionado al planeta.
Ante la ausencia de seres humanos en centros que antes estaban concurridos, recientemente se han hecho populares escenas como la de delfines nadando en cristalinos canales de Venecia.
Imágenes como éstas son difundidas siempre con un mensaje implícito: “La naturaleza [está] recobrando lo que por derecho nato le pertenece, [un derecho] que nosotros le arrebatamos cruelmente. La naturaleza, pacífica, bella, casi como un jardín”.
Pero la naturaleza, si bien es correcto que no es una granja inagotable a merced de la sobreexplotación, tampoco es un jardín inmóvil, domesticado y estático, que está ahí para que se le tomen fotografías y se le juzgue como una belleza pasiva y complaciente, domesticada y asociada por ello a lo femenino en el término “madre naturaleza”.
Mientras el 10% de la población mundial produce la mitad de las emisiones de carbono al año, miembros de la élite global se dan el lujo de soltar declaraciones barbáricas y absurdas que no solo están cargadas de una lógica misántropa sino que han servido para pretextar que el problema medioambiental se debe a que la “gente quiere vivir más allá de los 75 años”, como señala Ezekiel Emanuel, ex asesor de salud del presidente Barack Obama y uno de los constructores del proyecto Obamacare.
Contrario a esa idea el responsable es el capitalismo salvaje y sus estrategias imperialistas, que depredan ecosistemas para su devastación y esclavizan a millones de personas que al no tener otra posesión más que su fuerza de trabajo, se ven obligados a firmar contratos ecocidas y además, a recibir salarios misérrimos.
Por su parte, el asesor científico de Obama, John P. Holdren, señaló que sería conveniente: "Un programa de esterilización de las mujeres después de su segundo o tercer hijo, aunque se trate de una operación más dificultosa que la de la vasectomía, podría ser más fácil de implementar que tratar de esterilizar a los hombres".
En la lógica de los Estados capitalistas, no hay que repartir los recursos, es mejor darle a la clase trabajadora lo estrictamente necesario para que vuelva a producir el día de mañana, mientras tanto, se dedica a decretar y mandar sobre los cuerpos de las personas gestantes, en especial los de las mujeres. Punto. Es casi un chiste, siniestro por cierto, que enunciados así provengan de un varón blanco, heterosexual, en el país que es el epicentro del imperialismo.
Hipocresía de los ricos, sufrimiento para los pobres
En una publicación del portal ’El Robot Pescador se puede leer lo siguiente:
"Si pudiera reencarnarme, me gustaría volver como un virus mortal con el fin de contribuir a resolver la superpoblación", dijo Felipe de Edimburgo, sin embargo él no agoniza de coronavirus en su casa, ni fue despedido del trabajo ni cuenta sus últimos centavos para pagar la renta.
El viceprimer ministro de Japón, Taro Aso, hablando sobre los pacientes con enfermedades graves, dijo: "No se puede dormir bien cuando se piensa que todo está pagado por el Gobierno. Esto no se resolverá a menos que les demos prisas por morir".
Los datos del portal fueron editados en septiembre del 2014, sin embargo, ante la emergencia sanitaria que vivimos, es estremecedor y denigrante que discursos así hayan salido de las bocas de quienes no saben lo que es dormir bajo un puente o tener dos trabajos para pagarle la escuela a sus hijos.
Mensajes de ese estilo salen a la luz de vuelta, esta vez camuflados, disfrazados de mensajes “eco-friendly”, de “pro animal” y llenando de hashtags algunos de los perfiles de sectores de la sociedad tanto “más ilustrados” como con un mayor poder adquisitivo.
Si bien algunos de estos comentarios tienen en perspectiva recomponer el daño al medioambiente, pierden vista que es el sistema depredador y voraz el que ha acabado con la flora y fauna de la Tierra.
El sentido común vertido al decir que “los seres humanos somos la plaga” es criticable a diferentes niveles. Primero porque exime de culpa a las empresas que para mantener sus ganancias, son capaces de explotar minas de litio a cielo abierto.
En un segundo momento, se criminaliza a la clase obrera por sus estilos de vida, comprando plástico, pagando para que las carcachas pasen la verificación, comiendo carne, etc. Pero se ignora por completo el hecho de que los precios de productos “amigables con el medioambiente” rebasan las posibilidades monetarias de una hilandera o de un cajero de OXXO y que esa carcacha es posiblemente el único medio de transporte con el que cuenta el vendedor de churros.
En el sentido político, este razonamiento cumple una función de desmantelamiento, impidiendo que la clase trabajadora, culpada, demonizada y golpeada, tome en cuenta que es el brutal sistema de producción el que rompe el equilibrio y los complejos procesos de la ecósfera, al tiempo que prolonga la explotación asalariada.
Si el conjunto de la población empezara a cuestionar el rol que juegan las patronales y el Estado en la catástrofe ambiental, llegaría invariablemente a la conclusión de que para reconstruir el mundo, tendríamos que colapsar el sistema entero.
En las visiones más pesimistas, se atiende a la premisa del fracaso, de moral casi evangélica, en la que “el ser humano es malo para con sus semejantes y para con su entorno”, es decir, que la maldad, entendida como la destrucción de todo, es inherente a nosotros y no hay manera de cambiarlo, que no hay manera de reconciliarnos con el ambiente ni con el otro.
Desde este punto de vista, se recurre a la soledad de las personas, a la individualización de los problemas y de sus soluciones. Que no hay manera de que las cosas no sean así, nos dicen, que no es posible ni siquiera formar relaciones libres con los otros, nos dicen.
Es realmente necesario darle un giro anticapitalista a esas estrategias y aglomerarnos todos, en un frente único que quiebre los razonamientos pseudo progresistas o misántropos que impiden llevar hasta el final la confrontación de clases.
No podemos permitir que se fortalezcan los discursos de odio que desdeñosamente culpan de las crisis a los pobres; que los migrantes se roban el trabajo, que los homosexuales corrompen a nuestros hijos, que la gente roba porque es huevona, que las mujeres quieren abortar porque son unas putas, que los que esparcen el COVID-19 son los que salen a trabajar, etc.
Por el contrario es urgente organizarnos para combatir el verdadero virus: el capitalismo voraz, explotador y ecocida.