Tres muertes en 40 días: Betty Zampella, Luciano Alt y Damián Villalba, nuevas víctimas de la Policía Bonaerense. El accionar de las fuerzas represivas nuevamente en el centro de las críticas.

Florencia Sciutti @FlorSciutti
Sábado 19 de marzo de 2016
El miércoles alrededor de las 6 de la mañana fallecía Damián Villalba, luego de que una camioneta -Toyota Hilux- de la Policía Bonaerense se incrustara en su casa.
Damián tenía apenas 31 años y “era un pibe sano, humilde y laburador, se mataba para que no le faltara nada a su familia y ayudaba a su mamá y su hermano", afirman sus amigos y vecinos. Los mismos que afirman que el joven “estuvo 40 minutos agonizando debajo de la camioneta porque no aparecía ninguna ambulancia”, lo que pone en evidencia que luego del “accidente” los efectivos policiales no hicieron absolutamente nada para evitar su muerte.
Pero el horror no terminó ahí: ante la inacción de la Policía los vecinos movidos por la impotencia, la bronca y el dolor comenzaron a increparlos y recibieron como respuesta balas de goma. Sí, como lo lee. Después de matar a Damián, la Policía Bonaerense reprimió a familiares, amigos y vecinos.
“Un policía bajó y la amenazó con un revólver, porque ella (la esposa de Damián) estaba reclamando que se lo lleven porque estaba vivo y se estaba desangrando. Y la amedrentaron de esa manera” denunció un vecino a este medio. Recién tres horas después de ocurrido el “accidente” se llevaron el cuerpo del joven.
El caso de Damián se suma al de Beatriz Zampella (82) y al de Luciano Alt (6). Betty, como la llamaban sus amigos y familiares, murió el 8 de febrero luego de ser atropellada por una camioneta Ford Ranger del Comando de Prevención Comunitaria en la zona de Villa Ballester, en el conurbano bonaerense. El patrullero iba a contramano.
A Luciano lo mataron el 14 de febrero, cuando en el medio del festejo de su cumpleaños, también en Villa Ballester, un patrullero de la Policía Bonaerense, que supuestamente se encontraba en medio de una persecución, perdió el control, subió a la vereda y lo atropelló.
Más allá de los detalles de cada caso, los tres ponen de manifiesto la impunidad con la que se manejan quienes se creen “los dioses” de la calle. Esa impunidad que ostentan las fuerzas represivas del Estado se basa, por un lado, en los discursos reaccionarios vociferados por todo el arco político burgués en materia de la llamada “inseguridad” que, en los últimos años, ha llevado a incrementar de forma descomunal el poder de fuego de las policías, principalmente de la “maldita Bonaerense”.
Por ejemplo, con la creación de decenas de escuelas de Policía en todo el conurbano: un reino del gatillo fácil. Y en la Capital llevó a la creación de la Policía Metropolitana, de la cual es conocido su historial como fuerza “ejemplar”. El “ejemplo” que suelen reivindicar Macri y Rodríguez Larreta tiene mucho que ver con casos de gatillo fácil o denuncias de torturas.
Por otro lado, la impunidad de la que gozan las “malditas policías” está ligada al carácter estructural de la institución. La razón de ser de las fuerzas represivas del Estado es garantizar los intereses de la clase dominante, mantener el status quo, es decir que los de arriba sigan siendo los de arriba y los de abajo los de abajo, a cualquier costo.
Tienen a su favor el aval de la Justicia, los gobiernos -sean del signo político que sean- y demás instituciones del Estado. Lo tienen, precisamente, por ser los garantes del orden. Allí, en la enorme mayoría de los casos, no hay límite alguno.
A eso podemos sumarle que son quienes garantizan y regentean los negocios más rentables del sistema como el narcotráfico, los desarmaderos de autos, la prostitución y la trata de personas.
Las muertes causadas por los patrulleros no son más que una expresión de la brutal impunidad de las fuerzas policiales. Una impunidad permitida a costa de garantizar el orden existente, un orden al servicio del gran capital.