Ficción acerca de una noche cualquiera de una joven trabajadora. Una seducción y un deja vu histórico.
Viernes 10 de enero de 2020 11:39
Iba caminando por Sarmiento cuando se encontró con una idea que merodeaba por su cabeza hacía mucho tiempo y aún no tomaba forma.
Una risotada resonó entre los autos que no paraban de arrimarse entre sí, los bocinazos y ronquidos de motor, detuvieron ese hilo de pensamientos sobre cómo ligar las distintas luchas que se venían dando en el país, y de la que ella y sus compañeros de la fábrica eran parte.
Siguió caminando sin levantar la cabeza, llegó al cajero, y lo miró por un largo rato mientras él le dedicaba unos movimientos de impaciencia mientras esperaba que avanzara la fila, y tras una leve mirada a los ojos sin girar todo su cuerpo, pensó que tal vez ya era hora de decirle que todo este corto tiempo lo estuvo admirando por su enorme fisonomía y ese perfume que emanaba de su pelo.
Nunca conoció un hombre tan grande, tan bien vestido, ni tan bien impostado. Se acercó y vió que entre todos los que se acercaban al cajero había personas que nada tenían que ver con él. Eran personas comunes. Él, sin embargo, era especial... por eso decidió hablarle.
Fueron a un bar luego de haberlo seducido con esos ojos brillantes, esa sonrisa en forma de banana y unos dientes parejos en su imperfección, como una orquesta de tango.
Tomaron cerveza con un triolet de papas, palitos y maní. Otra y otra, hasta sentirse mareados. Luego, ella se deslizó al baño, cuando ya no pudo aguantar más las ganas de orinar, que se mezclaban con una excitación irrefrenable que provocaba temblor en sus muslos.
Sonreía hacia adentro, sentada en el inodoro mientras miraba la puerta que decía: "llámame si buscas otra loba" con un número de celular escrito debajo... dibujos, flores, monstruos... todo en frente de su rostro mientras despedía las ultimas gotas de orina.
Al regresar a la mesa, pidió la cuenta y al ver que él buscaba su billetera del bolsillo, intentó convencerlo de su invitación pero no hubo caso, él saco un billete de mil y lo dejó en la mesa, mientras tomaba su mano rápidamente y la levantaba de la silla para conducirla a la puerta de salida y una vez en la vereda, estamparle un beso que no tardó en arrancar fuertes caricias por la nuca, los hombros, espalda, cintura y culo.
Allí fue que, mientras él amasaba sus nalgas con frenesí, aquel Toyota blanco con vidrios polarizados frenó intempestivamente ante ellos y bajaron 3 hombres morrudos que al grito de "¡quietos!", se abalanzaron para meterlos en los asientos de atrás en menos de 5 segundos.
Allí recibieron más golpes que palabras.
Muchos golpes, hasta caer desmayados.
Ella simuló estar desmayada, y le salió bien.
.........
Mientras actuaba, recordó varias historias semejantes.
La situación se había puesto pesada en todo el país por las constantes luchas que no daban tregua al gobierno que estaba obligado por los capitales financieros a imponer medidas brutales contra los trabajadores y el pueblo empobrecido. Hubo muchas noticias de secuestros similares. Se trataba de bandas para-estatales que recorrían los barrios obreros para llevarse a personas que, como ella, incomodaban a sus patrones, dirigentes sindicales o al mismísimo Gobierno.
Pero… ¿y él?
Lo había conocido azarosamente en la fila del cajero al salir de la fábrica.
No podía dejar de pensar en eso, mientras apretaba los párpados para que no se le abrieran.
Fue por las medidas de seguridad que habían resuelto con sus compañeras de agrupación que sabía que no convenía sacar plata de un cajero cerca y por eso había caminado 15 cuadras hasta encontrar otro cajero, y una vez allí, en la fila, deslumbrarse ante la belleza de Mariano: un muchacho alto, fornido, que todo su atuendo (que no declaraba ninguna marca cara, ni colores a la moda), lo mostraba como un galán de Hollywood.
“Ahí es donde encontró el flanco débil...” Pensó.
¿Sería un servicio que la estaba siguiendo y le tendió una trampa?
¿Acaso tantos cuidados la hicieron entrar en la boca del lobo? ¿Pisó el palito?
¿Por qué decidió meterse a tomar algo con un hombre que, si bien le gustaba, resultaba peligroso ante las nuevas noticias que recibía en voz baja desde sus compañeras y compañeros que de alguna u otra forma sabían que toda esa persecución de las bandas fascistas estaba en curso? ¿Qué necesidad interior, de las entrañas o tal vez del corazón, distrajo su cabeza para hacerla entrar en semejante peligro?
Todas preguntas que se hacía mientras el Corolla se dirigía por el camino negro, alejándose de Lanús, sin saber el destino.
..........
Seguía simulando el desmayo, pero los golpes eran reales. Desde chica había aprendido a recibir golpes, cada vez que su padre, con mucho alcohol en sus venas, decidía que era necesario golpearla, y así castigarla por caprichos que eran más suyos que de la niña.
Siempre tuvo terror al abuso o violación por parte de ese enfermo que solo contaba con eso que llaman potestad, pero que jamás se ganó el lugar de un padre.
Así y todo, en sus 25 años, y en una secuencia tan terrorífica como la que estaba viviendo dentro de ese Toyota que iba a más de 150 km por una ruta/avenida del conurbano bonaerense, no encontraba en su cuerpo ningún recuerdo de aquella aberración. Solo maltratos y golpes que, por cierto, ya son bastante inhumanos. Duros golpes que aprendió a recibir mientras simulaba desmayos.
Ese aprendizaje la mantenía viva dentro del auto de los tres secuestradores que no emitían ni una palabra.
De pronto el auto frenó. No se escuchó ninguna voz. Se abrieron las puertas y apenas pudo percibir sonidos de como bajaban dos de los tres hombres que los habían secuestrado. Sus pasos se escuchaban cada vez más lejos. Pasaron aproximadamente dos minutos hasta oyó un chiflido.
Se abrió nuevamente una puerta del auto y salió el tercer secuestrador al encuentro de los otros dos que habían caminado en una dirección que ella no lograba descifrar.
Pasaron segundos, quizás un minuto hasta que decidió abrir lentamente un ojo. Muy suavemente la realidad se le apareció nuevamente frente a sus retinas y al recorrer el interior del auto fue cuando se encontró con la mirada penetrante de Mariano, quien ante su gesto de asustada, la tranquilizó tomándola del brazo sin quitarle los ojos de encima.
"Nos chuparon" le dijo, y así fue como todos sus fantasmas de victima entregada se esfumaron y retomo la confianza y deseo que tenía por ese morocho fornido y bien vestido que había conocido en el cajero de Barracas.
El asintió.
Luego, metió su mano en el bolsillo y saco una píldora. Se la entregó, diciéndole que debía escapar lo antes posible mientras él distraía a los fachos e ideaba alguna fuga.
Ella nunca había pasado por algo semejante... salvo una vez, cuando era joven y un episodio confuso con la policía en el barrio, la obligo a escapar de policías que buscaban un chivo expiatorio. Ese fue su primer y único escape peligroso, del cual zafó...
Tomó la pastilla en su mano izquierda, la apretó fuerte y sin hacer mucho ruido abrió la puerta del auto para deslizarse suavemente por el suelo. Reptando se alejó del auto sigilosamente.
Ya lejos del vehículo, y a oscuras, escuchó unos disparos. Se levantó y empezó a correr mientras apretaba la pastilla en su mano y sus dientes rechinaban del miedo que la invadía. Corrió, y no reconocía las fuerzas que le brotaban de las piernas para alejarse de esos disparos, hasta sentirse lejos y a salvo.
Nunca más supo de Mariano, hasta encontrase con Silvina en una sinagoga abandonada 5 años después. Ella la reconoció, se le acercó y le dijo que había sido compañera de facultad de Mariano. Hablaron de él, de sus aventuras, de su música, su militancia, resistencia y supervivencia. Pero ninguna de las dos supo realmente si Mariano, después de ese enfrentamiento, seguía con vida o había pasado a ser una nueva víctima del Estado