Cotidianamente, somos cientos los trabajadores que utilizamos el transporte público para llegar a nuestro trabajo. Aquí, un relato personal que refleja una realidad colectiva.
Pablo Iturrez Docente, miembro de la Agrupación Marrón y candidato a Concejal por el FITU en Escobar
Martes 9 de agosto de 2016
Cargar la sube para la semana. Calculando cuántos colectivos y trenes hay que tomarse esta semana… y ahí se te va gran parte de lo que te pagan. Mientras, pienso: ¡qué mundo para pocos! Pagar para ir a trabajar, para comer, para tener un techo…
Viene el “276” repleto (el que tarda cada día más en llegar). Estamos todos cansados y apretados, trabajadores y estudiantes.
El tren sale en un rato nomás de Villa Rosa. Se va a convertir en una odisea llegar a tomarlo. Para el colectivo en la ruta; a cuatro cuadras se escucha el crujir de la locomotora. Mientras cae un chaparrón, justo a esta hora.
Con mi improvisado compañero de bondi, nos disponemos a hacernos los maratonistas emulando los juegos olímpicos y corremos con todo esas cuatro cuadras, entre otros colectivos, chicos que salen de la escuela, autos y vendedores de tortillas santiagueñas, ese rico desayuno y merienda en los días de frio.
Por fin llegamos. Ahora mi improvisado compañero de maratón vuelve a su casa después de haber changuereado otro día más. Por mi parte, me queda una escuela para terminar el día de trabajo.
En estos tiempos de meritocracia, desde los sectores dominantes se sigue queriendo imponer la idea de que los docentes no son trabajadores, son profesionales. Se pretende ponernos en la vereda del frente con los padres de nuestros estudiantes. “Los docentes viven de paro”, dice la construcción de la opinión pública. Así es como atacan el derecho a huelga de todos los trabajadores.
Ese discurso choca con la realidad cotidiana. Está en nosotros organizarnos para luchar juntos por la escuela pública, científica, laica y de calidad.