Con la estafa de los créditos UVA el discurso de la meritocria se dio de bruces contra sus propios generadores y apologistas. Pero también el discurso de la justicia social y las aspiraciones ascendentes recibió “fuego amigo”. La casa ya no es un sueño. Es una utopía, parece.
Octavio Crivaro @OctavioCrivaro
Jueves 20 de febrero de 2020 11:35
El Vía Crucis de alquilar
Cada dos años millones de personas son parte de un juego al que son obligados a participar. Pelean por sortear una serie de obstáculos, todos desagradables, para sobrevivir a una competencia que será juzgada por un tribunal que es tan imparcial como William Boo (gugleen, chicos, gugleen): las inmobiliarias. El que gana no gana nada: solo posterga por dos años el suplicio de repetir este mecanismo perverso. La desgracia de (estar obligado a) alquila) un hogar ajeno. Un deporte indeseable que practican millones de personas. Que comiencen los Juegos del Hambre.
Para inscribirse en esta olimpíada de la supervivencia social hay que cumplir con varios requisitos, exclusivos y excluyentes. En primer lugar, conseguir garantes. Sí, personas que pongan sus masticados sueldos como rehenes del curro de alquileres donde muchas familias trabajadoras dejan hasta el 50% de sus sueldos. Pero sin lugar a dudas la condición más discriminatoria y clasista del perverso sistema de alquileres, es la exigencia de garantías propietarias. El mensaje no tan implícito no es muy difícil de discernir: si no tenés un conocido con casa propia que te respalde, no merecés, ni siquiera, el forzoso oprobio de poner tus ingresos para vivir de prestado en una casa ajena.
Ya se sabe cómo sigue la historia en los laberintos inmobiliarios: cada 24 meses comienza a girar la rueda de la renovación contractual. Una ruleta rusa estresante y frenética. Aumentos siderales, comisiones que se reproducen y, si la diosa de la fortuna nos abandona, el precipicio del camión de mudanza. De nuevo al ruedo, como clanes nómades, como familias rodantes a la fuerza. A la par, desde la vereda, cientos y cientos de casas vacías, ventanas oscuras en edificios de lujos, propiedades desocupadas, instrumento de especulación. Parafraseando al Ingeniero Mauricio Macri: “en algunos lugares sobran propiedades y en otros, faltan”.
La falta de vivienda es un problema urgente en Argentina, con un déficit que alcanza los 4 millones de viviendas, de las cuales 1 millón y medio deberían construirse y el resto se trata de viviendas con falta de servicios básicos o donde viven familias hacinadas. Tal es el incordio social y el alcance de la cuestión de los alquileres, que ha sido un motor, uno de los agravios que han motorizado diferentes procesos revolucionarios y de transformación social. Porque afecta a millones y porque, como sucede con cada uno de los negocios capitalistas, lo que es un suplicio para las mayorías es un negocio y un privilegio para una minoría social.
Poder salir de ese purgatorio, digámoslo, no es tan sencillo. Y el UVA pasó de ser un atajo a convertirse en una trampa mortal.
UVA y el fin del discurso de la meritocracia
El período cambiemita, el imperio del macrismo gobernante, hizo del “emprendedor” un personaje y protagonista fundante de su aventura supuesta de ascenso social. El profesional esforzado, el pequeño empresario tenaz y perseverante fue el sujeto fundamental en la mitología PRO. El discurso macrista habla o hablaba de un sujeto que crecía por su propio mérito, supuestamente lo opuesto a individuos que a pesar de ser pobres, no tener trabajo, hogar ni derechos menos perceptibles como el ocio o el turismo, fueron presentados como privilegiados, vivos y vagos que “viven del Estado”. Fue la épica, el relato y el ethos de la meritocracia.
El lanzamiento de los créditos UVA apuntó a un sector social medio o medio alto que a pesar de sus ingresos, sin embargo, no tenía casa propia, un fenómeno más que extendido en el capitalismo decadente.
Como todo el discurso oficial durante el macrismo el lanzamiento de los créditos UVA apuntó a ese sector que, más allá de las pertenencias políticas (muchos de los cuáles no fueron ni son macristas), fue apropiado discursivamente por Cambiemos. Familias con ingresos superiores al exiguo promedio social, fueron seducidos y engañados (esta es la clave) a tomar préstamos atados a la inflación. Esa mentira consciente y consuetudinaria por parte del Estado, es decir la mentira organizada sobre las proyecciones de los índices inflacionarios truchos, ajustaron las coordenadas de una estafa. Como dicen los propios hipotecados: créditos a 20 o 30 años indexados en un país con una inflación que llegó al 53%, son la soga al cuello de miles de familias.
Los números de la mentira
Sectores de las clases medias o trabajadores, sujetos presuntos de la pesadilla macrista, fueron esquilmados por unos de los verdaderos protagonistas del desfalco cambiemita: los bancos. Ganadores netos durante los últimos (y los actuales) años, los bancos tomaron como rehenes, con cuentas fraudulentas sostenidas por un gobierno saqueador, a los tomadores de créditos UVA, que pasaron a deber millones de pesos más, mes a mes. Hace pocos días publicamos el ejemplo de Cristina, con un ingreso de 32 mil pesos promedio. Comenzó pagando una cuota de 17 mil pesos aproximadamente a pagar 40 mil. Comenzó con un crédito por 2 millones de pesos y ahora debe 6 millones.
El gobierno pisoteó su tan mencionado mérito de sectores de las clases medias, para favorecer a la especulación financiera. Los UVA no eran una plataforma para concretizar la casa propia: eran un curro para los bancos. En el medio naufraga el sueño de la casa propia para millones. Meritocracia: QEPD.
Alberto y un aval kristalino a la estafa de los bancos
La magnitud del timo del macrismo y los bancos contra los sectores que tuvieron la loca idea de tener una casa y que cayeron en la trampa de los UVA, empujó a Alberto Fernández a prometer una solución durante la campaña electoral. Claro, en aquel entonces, allá lejos y hace tiempo, el candidato del Frente de Todos decía que nunca pondría a los bancos por delante del pueblo. Pero pasaron cosas.
Alberto hizo un giro político y económico tendiente a cerrar la crisis de la deuda y, en ese camino, congraciarse y acercar posiciones con el FMI. Y con los bancos, claro. Así las cosas, comenzó una serie de medidas favorables al ahorro fiscal que exige el Fondo, aunque todo adornado con el jocoso mote de “solidaridad”. Ponele.
Alberto, en este caso junto a los diputados de Cambiemos, convalidó la deuda externa macrista en una votación en el Congreso que fue solo rechazada por los dos diputados del Frente de Izquierda; limitó los aumentos correspondientes por la ley vigente para los jubilados que cobran más de $ 20 mil (una miseria) e incluso comenzó a agitar el viejo y odioso programa de subir la edad jubilatoria, clásica muletilla de la derecha neoliberal en Europa, que llevó al estallido social en Francia. Contra todo lo dicho en la campaña electoral, los trabajadores, clases medias y sectores populares deben ser, según la política oficial, los que paguen el colosal fraude de la deuda de los especuladores. Los créditos UVA, lamentablemente, no se quedaron atrás.
Alberto borró con el codo de Kristalina del FMI lo que escribió con su mano de candidato, y cambió su discurso para decir que los crétidos UVA eran “un acuerdo entre privados”, convalidando la estafa estatal. Y luego estiró los plazos, pero legalizando de paso una deuda injusta y, sobre todo, impagable. Dejó así a las familias al borde de eventuales remates y/o desalojos. Los bancos brindan con champán un nuevo curro legalizado por un nuevo gobierno.
Sin techo propio y sin piso de expectativas
En función de decorar una claudicación a los bancos y el abandono del apoyo a las familias estafadas por los créditos UVA, un vaporoso pero palpable relato comenzó a ser esgrimido por defensores del oficialismo. En primer lugar, que los tomadores de créditos UVA deberían “hacerse cargo” por confiar en Macri. Esto fue de la mano, llanamente, con tratar de macristas a los estafados e hipotecados. Como si tomar un crédito bajo un gobierno implicara apoyo político al mismo. Como si, supongamos, un eventual apoyo político a un gobierno sería merecedor de una estafa en manos de los bancos. Como si los bancos hubieran hecho estafas solo bajo el macrismo y no bajo todos los gobiernos.
Si más allá de las lecturas posibles sobre el peronismo, y su infinidad de debates, se puede decir que durante el primer peronismo la casa propia era una ambición posible para una familia trabajadora que hasta contaba con recursos estatales, en el “peronismo del siglo XXI” queda como una ambición desmedida. Y la estafa de los grandes bancos un resultado justificado. Desear un techo propio es visto, poco menos, como un anhelo irreal, burgués, extemporáneo. Desubicado. Con el aval del peronismo al desfalco de los créditos UVA, no solo se cuestiona el derecho al techo propio, sino se cuestiona también el más mínimo piso de reivindicaciones y expectativas. No hay techo pero tampoco hay piso.
Macri pegándole un tiro en la frente a su discurso banal de la meritocracia. Alberto poniendo en tela de juicio el relato de la justicia social. Todos bancando a los bancos. Parafraseando al delincuente ex presidente del Banco Nación, “les hicieron creer a las clases medias que podían tener su casa propia”. Sin romper con los sectores concentrados que defienden todos estos gobiernos, el sueño de la casa propia es una pesadilla y un robo ajeno. La justa movilización de los tomadores de créditos UVA desnuda esta realidad, por eso merece ser apoyada.
Octavio Crivaro
Sociólogo, dirigente del PTS y candidato nacional por el Frente de Izquierda-Unidad en Santa Fe.