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Red Internacional
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Elecciones en Brasil. La politización del Ejército brasileño y la tutela golpista sobre la política

La politización del Ejército en estas elecciones es expresión de la continuidad del golpismo institucional y de la crisis de las instituciones del régimen.

Sábado 20 de octubre de 2018

A partir de 2017 pero especialmente desde 2018, la cúpula de las Fuerzas Armadas no se privó de interferir en la política, y por consiguiente en las elecciones.

En un tuit el día anterior al juicio del habeas corpus del expresidente Lula da Silva en la Corte Suprema, el 4 de abril, el comandante Eduardo Villas Bôas amenazó al Tribunal Electoral para que el resultado del juicio no fuese otro que el veto a la candidatura de Lula. Más allá de los cientos de candidatos salidos de los brazos armados del Estado en estas elecciones, el cuartel mantuvo sus digitales en la manipulación del proceso, junto al autoritarismo judicial.

Cínicamente, sin embargo, para la ceguera institucional del diario O Estado de São Paulo, “hay que reconocer que las Fuerzas Armadas se han mantenido ejemplarmente exceptuadas en las cuestiones electorales, en una demostración de arraigada madurez institucional”.

El diario intenta pasar una imagen de normalidad en estas elecciones, para fortalecer la candidatura del excapitán del Ejército Jair Bolsonaro, que abiertamente reivindica la dictadura y que tiene en su plan de gobierno una serie de militares reaccionarios, contrarios a los derechos de las mujeres, negros y de la diversidad sexual, y que odian la libertad, la izquierda y los derechos laborales.

Con la mayor consolidación de la candidatura de la extrema derecha, el diario que durante todo el proceso electoral apoyó implícitamente a Bolsonaro, busca ahora aparentar normalidad para que la gente pueda votar con la conciencia limpia al candidato del PSL y dar una señal de “calmen los ánimos” a los sectores más activos de la extrema derecha, para que no se pasen de la correlación de fuerzas que aun no se cerró totalmente hacia la derecha.

Hablar sobre una supuesta imparcialidad de las Fuerzas Armadas después de diversas declaraciones de generales, como las de Villas Bôas, y con el favoritismo del candidato del PSL que pondrá a varios militares en su gobierno, es de un grado de cinismo superlativo. Bolsonaro tiene a su lado al general Mourão, Oswaldo Ferreira, Aléssio Ribeiro Souto y Augusto Heleno, todos de la reserva, pero sabemos también que todos llegaron a ser generales de cuatro estrellas –el más alto grado de la carrera- todos son influyentes en las Fuerzas Armadas, convivieron toda la vida con la actual cúpula del Ejército, donde formaron su visión reaccionaria, esclavista y dictatorial del mundo y de gobierno.

Según Villas Bôas, “Nosotros somos institución de Estado que sirve al pueblo. No se trata de hacerle venia a A o B. Sino de cumplir las prerrogativas establecidas a quien es elegido presidente”. El comandante dijo eso en un momento en que Bolsonaro ya está más consolidado. Y muestra la incongruencia con lo que el militar declaró en septiembre, en las vísperas del juicio a Lula en el TSE: consultado sobre los intentos del PT de registrar la candidatura del expresidente, basadas en una recomendación del Comité de Derechos Humanos de la ONU (Organización de las Naciones Unidas). “Es un intento de invasión a la soberanía nacional. Depende de nosotros permitir que ella [la candidatura] se confirme o no. Eso es algo que nos preocupa, porque puede comprometer nuestra estabilidad, las condiciones de gobernabilidad y de legitimidad del próximo gobierno”. Una interferencia descarada en las elecciones.

Una clara amenaza, en aquel momento, a un eventual gobierno del PT, y que aun cuando no declaren abiertamente su apoyo a Bolsonaro –incluso en un momento en el que aun se esperaba ver el desempeño electoral del neoliberal Geraldo Alckmin (PSDB) – lo cierto es que los generales sí expresan posiciones políticas e indicios de orientaciones militares ligados a esas posiciones. En otra nota del columnista de O Estado.., William Waack, después de la cuchillada a Bolsonaro, declaró que oficiales de alta patente admitieron la posibilidad de un presidente Jair Bolsonaro (para nosotros ya no es capitán, es un político civil”), con el “punto positivo [de Bolsonaro] es que tal vez ayude a frenar esta oleada de izquierdización en el país”.

La gran cuestión es que por más que el Estado intente enmascarar la crisis de las instituciones, ella existe y Bolsonaro es su expresión. La gran “contradicción de la historia” planteada en estas elecciones es que, desde 2016 con el golpe institucional, el poder judicial,, los medios, el Ejército y el empresariado buscaron construir una relación de fuerzas más favorable a los duros ataques mucho más fuertes que el PT ya venía llevando adelante. Sin embargo, Temer no logró implementar la principal reforma, la previsional, y profundizó la crisis política, económica y social, en un país ya convulsionado desde las jornadas de junio de 2013.

Frente a la crisis de los partidos tradicionales y el desgaste con el Congreso, las personas están buscando alternativas radicales. Bolsonaro es la expresión de la extrema derecha radical; el PT no es una izquierda radical, al contrario, ofrece la continuidad del régimen anterior, con alianzas viejas con capitalistas y golpistas. Sin embargo, no solo no logra atraer al electoral radical por una salida a izquierda –ya que el PT no es revolucionario y fue parte, a través de las centrales sindicales que dirige, CUT y la CTB, de la traición a las huelgas de los trabajadores en 2017 – como no atrae al empresariado y las instituciones, porque muchos de los votos depositados en el PT son expresión distorsionada de una correlación de fuerzas contraria a los ataques que vinieron desde el golpe, y contraria a toda la agenda reaccionaria y entreguista de la derecha.

De esta manera, Bolsonaro es una alternativa represiva y entreguista, que como continuidad de la dictadura, asume su subordinación al capital imperialista. Es también expresión de esta crisis, que según el marxista italiano Antonio Gramsci, se convierte en crisis orgánica (crisis política, económica y social, fruto de un fracaso de una gran empresa burguesa –el lulismo, en este caso – y que separa enormes camadas de la población de sus representaciones tradicionales).

Bolsonaro es la extrema derecha que aparece como contraria a la política tradicional y la antigua estabilidad, ya el PT ofrece el regreso al “centro” a una antigua estabilidad fruto de un período económico que ya no existe más. En ese “no lugar” histórico, donde la Nueva República todavía no murió totalmente, y donde lo “nuevo” no nació, se fortalecen los extremos y también los elementos “sin voto” del régimen, como los medios, el poder judicial y claro, el Ejército.

Todo este proceso electoral fue manipulado por el poder judicial, primero con el golpe institucional, con la operación judicial Lava Jato, y con las diversas arbitrariedades autoritarias como la prisión de Lula, y el cerco con el que le impidieron incluso votar, hacer declaraciones o entrevistas. Las Fuerzas Armadas, incluyendo policías, no solo tuvieron un récord de candidaturas en estas elecciones, sino que hicieron diversas declaraciones, en las que se dicen contrarios a una nueva dictadura, para lavarse la cara. Declaran claramente sus intenciones golpistas, entreguistas y contrarias a las manifestaciones de la juventud y de los trabajadores.

"No hay ambiente ni condiciones para cualquier tipo de golpe, mucho menos para un golpe militar. Las instituciones son fuertes, la iniciativa privada es fuerte, los medios son fuertes y las Fuerzas Armadas cumplen sus atribuciones dentro de la Constitución", afirmó el comandante de la Marina. El problema es que el autoritarismo judicial, con la tutela de las Fuerzas Armadas, tiene un nuevo lugar en el régimen naciente, que pasa por violar más abiertamente los dispositivos de "su propia" constitución. Al contrario de lo que dice el comando de la Marina, la única certeza es que la antigua estabilidad institucional fue rota, y que e próximo gobierno será debil y tendrá que enfrentar más procesos de lucha.

La propia columnista de O Estado.., Eliane Castanhêde, admite que "cuanto más [la encuestadora] Ibope confirma la virtual victoria del capitán reformado Jair Bolsonaro y su vice, general de la reserva Hamilton Mourão, más crece la duda: hasta qué punto un gobierno con fuerte apoyo de militares y con participación de altas patentes podrá contaminar las Fuerzas Armadas, con el regreso de la politización, de los grupos y de las consecuentes disputas internas de poder?" Ya vemos un gran desgaste o crisis de intereses entre Bolsonaro y Mourão, y la politización que ya existe, aun cuando los medios intenten cerrar los ojos.

La principal tarea de la burguesía nacional y extranjera en Brasil es implementar duramente las reformas económicas antiobreras, como la reforma previsional. Puede ir habiendo movimientos "preparatorios" de la burguesía para impedir la organización de la lucha del movimiento obrero y popular. El golpe institucional, el autoritarismo judicial y la politización de las Fuerzas Armadas ya son parte de ese movimiento, pero también puede haber una militarización del régimen con un "ropaje democrático". Es decir, legitimado por una elección.

Esos y otros factores muestran que Bolsonaro puede constituir un gobierno legitimado por el voto, estando sin embargo tutelado por los militares. Es decir, un gobierno que en apariencia es civil y "democráticamente" elegido - no tan democrático, ya que es fruto de una elección manipulada - pero que en realidad se apoya en las Fuerzas Armadas y en los intereses imperialistas.