Ayer 5 de abril arrancó la semana de rebelión científica: una semana en la que Extinction Rebellion (o “Rebelión contra la Extinción”), junto a otras organizaciones y grupos de profesores, han preparado una semana de “rebelión científica” en las universidades para alertar de la crisis climática, y reivindicar el papel de la investigación y la ciencia para frenarla. Por esos motivos están realizando encuentros y movilizaciones en diversas universidades del Estado y a nivel internacional.
Miércoles 6 de abril de 2022
MADRID, 06/04/2022.- Varios policías retiran a los manifestantes del grupo Scientist Rebellion de la Puerta de los Leones tras arrojar pintura contra la fachada del Congreso de los Diputados durante una protesta en Madrid, este miércoles. EFE/Rodrigo Jiménez
Las actividades, impulsadas por profesores y estudiantes, tienen por objetivo denunciar la urgencia de la crisis climática y la inacción de los gobiernos, y buscan reivindicar una ciencia e investigación orientadas a parar la crisis ecosocial.
La semana de rebelión tiene lugar del 5 al 9 de abril, lo que coincide con la publicación de la última parte del Sexto Informe del IPCC. Este informe condensa más de 14 mil publicaciones científicas desde 2016. En las partes ya publicadas del informe se insiste en la evidencia del impacto de la humanidad y del modelo productivo actual en el cambio climático.
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Las actividades que plantean los impulsores de esta semana de rebelión consisten en actos diversos de desobediencia civil pacífica, encierros, charlas y la participación en otros actos ya convocados en distintas universidades. Hoy mismo diversos activistas han “teñido de rojo” el Congreso a modo de protesta, en una acción de desobediencia civil.
La crisis ecológica tiene claros responsables, de los cuales algunos extienden sus largos tentáculos hasta las universidades: hablamos de las grandes corporaciones del llamado “capital fósil”, que se lucran a base de expoliar a los pueblos originarios, devastar ecosistemas enteros y empobrecer a la clase trabajadora global, vendiendo sus servicios y productos al precio del oro: son las grandes empresas de la energía, los bancos, las empresas de transportes y las corporaciones del agronegocio.
Un ejemplo de los lazos entre universidades y grandes empresas que contribuyen a la crisis ecosocial es el de Eduardo Sicilia Cavanillas, que fue hasta marzo de 2021 el consejero de Ciencia, Universidad e Innovación de la Comunidad de Madrid. También se trata del ex-subdirector General Adjunto del BBVA, e incluso llegó a tener cargos en una financiera de automóviles, la ASNEF (Asociación Nacional de Entidades Financieras). Además de esto, fue miembro de Consejos de Administración de empresas tan “verdes” como Iberdrola.
Otro caso que demuestra cómo las universidades se encuentran secuestradas por empresas que hacen negocio con la contaminación y el expolio de la tierra es el del Banco BBVA. Este banco es una de las empresas más contaminantes del país, según denunció Ecologistas en Acción, porque ha aumentado desde 2016 sus inversiones en combustibles fósiles. Pero, además, este es el banco español que más se ha lucrado con el negocio de las armas. Armas que hoy sirven para aumentar la escala de conflictos bélicos como el ucraniano.
Las universidades también tienen tratos con algunas de las eléctricas que hoy especulan con los precios poniendo como excusa la guerra en Ucrania, y que hacen encarecer notablemente las facturas de luz y gas de la clase trabajadora. Sin ir más lejos, Luis Suárez Lezo, director general de Repsol tiene su puesto en el Consejo Social de la Universidad Complutense de Madrid, órgano de mayor dirección de esta.
Con el beneplácito de gobiernos de todo signo, incluido este, tan “progresista” que trató de aprobar una reforma universitaria ultra neoliberal con Castell, las universidades se convierten cada vez más en universidades-empresa al servicio del capital, lo que las hace incapaces de afrontar la crisis ecosocial.
Pero su papel podría ser muy diferente: la ciencia y la investigación podrían ponerse al frente del cambio social y ayudar a pensar las mejores maneras de transicionar a un sistema más ecológico y sostenible. Necesitamos una educación que esté destinada a formar las grandes mentes capaces de resolver las actuales y futuras crisis ecológicas y sociales a las que nos vamos a enfrentar, y no que forme a ingenieros del capitalismo, que no tiene nada que ofrecer a la juventud, a la clase trabajadora y los sectores populares.
Esto solo es posible si las universidades rompen su alianza con el capital fósil, con los bancos y las energéticas, que, como Acciona en la Universidad Autónoma de Madrid, financian cátedras, como la cátedra UAM-Entidad.
Otro bochornoso ejemplo son los convenios existentes entre universidades como la UAM y farmacéuticas responsables de desastres ecológicos, como Ercros, responsable del desastre medioambiental en el pantano de Flix; o Roche, responsable del escándalo del fármaco Tamiflu con el que se trató la gripe A, y del accidente de Seveso en 1976, en el que se contaminó toda la zona colindante a la fábrica con un gas extremadamente tóxico.
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La investigación científica debe estar al servicio de los intereses sociales, y ser parte de un debate público amplio donde sean la clase trabajadora y los sectores populares junto a los especialistas, los que puedan decidir qué se investiga. Para esto, es necesario que las universidades estén también al servicio de sus estudiantes y trabajadores, que son quienes hacen la universidad; y no la casta universitaria y las empresas, que son parásitos en ella.
Esta es la única forma de que no acabe ganando el greenwashing de estas empresas, que se tiñen de verde para seguir contaminando y teniendo presencia en nuestros organismos públicos. Mientras nuestras universidades estén al servicio de los grandes capitalistas, le abran la puerta a la ultraderecha negacionista, y traten de perseguir el beneficio económico por encima del social, no podrán ser herramientas con las que enfrentar la crisis. Por eso, debemos pelear por un gran movimiento estudiantil y de trabajadores que plantee que otra universidad es posible y necesaria.
Para conseguir una universidad mejor es necesario construir un fuerte movimiento estudiantil combativo, que tome como suyas las reivindicaciones ecologistas que distintos grupos han impulsado esta semana de rebelión. Por eso, debemos seguir peleando día a día, y continuar autoorganizándonos en asambleas que elaboren un plan de lucha, capaz de arrebatar nuestras universidades de las garras de grandes empresas.