Reproducimos a continuación un análisis del diario Washington Post. Si bien se trata de uno de los principales diarios del imperialismo estadounidense, el artículo realiza un interesante análisis sobre la situación y las formas de dominación del capitalismo. Más allá de las enormes diferencias que claramente tenemos, la información aquí vertida hecha luz sobre la desastrosa política de Estados Unidos y en general en otros países, para contener la crisis.
Sábado 28 de marzo de 2020 16:29
El presidente Trump habla con el presentador Bill Hemmer durante una entrevista televisada por Fox News el martes en la Casa Blanca Rose Garden. (Evan Vucci / AP)
Por Tara Isabella Burton
La historia se repite en casi todos los sistemas mitológicos: Agamenón sacrificó a su hija Ifigenia para garantizar buenos vientos para navegar a la batalla de Troya; el sacrificio humano era una parte integral del ritual religioso azteca; los cristianos sostienen que Jesús de Nazaret murió por los pecados de toda la humanidad. En cada caso, vemos las características del sacrificio religioso: renunciar a la vida de algunos chivos expiatorios selectos para reequilibrar la sociedad.
En el caso del teniente gobernador Dan Patrick (republicano por Texas), quien cumplirá 70 años el próximo mes y quien le dijo a Tucker Carlson de Fox News esta semana que, si se llamara a "arriesgar a su supervivencia a cambio de mantener a los Estados Unidos que todos aman para sus hijos y nietos ", él y otros adultos mayores, la población más vulnerable al coronavirus, estarían “ todos adentro”.
Patrick no está solo al argumentar que la economía exige, no un sacrificio ritual, pero al menos la voluntad de una nación de poner en riesgo a sus más vulnerables. El fin de semana pasado el presidente Trump insinuó que, a pesar de las súplicas de los expertos para que los estadounidenses adopten el distanciamiento social, abogaría por que la nación regrese a trabajar en unas pocas semanas: "NO PODEMOS DEJAR QUE LA CURA SEA PEOR QUE EL PROBLEMA MISMO", tuiteó el domingo por la noche. En una aparición televisada el martes, Trump proclamó : "Me encantaría tener" los negocios como de costumbre "para Pascua", a lo que Bill Hemmer de Fox News respondió, (combinando lo eclesiástico con lo civil): "Esa sería una gran resurrección estadounidense. "
Patrick y Trump pueden estar errados, pero sus actitudes reflejan una verdad sobre la forma en que la fe ferviente en el poder del comercio se ha convertido, con el tiempo, en lo más cercano que los estadounidenses tienen a una religión civil. A medida que la religión organizada disminuye a tasas cada vez más rápidas, según el Centro de Investigación Pew, aproximadamente el 26 por ciento de los estadounidenses (y el 36 por ciento de los millennials más jóvenes) dicen que no pertenecen a una tradición religiosa, en comparación con el 16 por ciento en 2007. Los estadounidenses definen sus identidades morales y comunales no por el lugar donde rezan, sino por el lugar donde compran.
Solo mirar, por ejemplo, las formas en que las corporaciones han utilizado cada vez más el lenguaje de los valores, en lugar de las aspiraciones personales, para construir sus marcas: a finales de los años 80, Gillette lanzó su campaña " Lo mejor que un hombre puede obtener ", destacando imágenes de hombres robustos y sexualmente enérgicos. Tres décadas después, la campaña de Gillette se ha transformado en el #MeToo (inspirando a " The Best Men Can Be" –El mejor que pueden ser los hombres), alentando a los hombres a acabar con la masculinidad tóxica. Nike ha utilizado su plataforma para celebrar la decisión del mariscal Colin Kaepernick de arrodillarse durante el himno nacional en apoyo al movimiento Black Lives Matter. Las marcas como Pepsi, Chase y la aerolínea KLM presentan regularmente campañas publicitarias con un arcoíris para el mes del orgullo. Y esta tendencia no es exclusiva de las empresas que apuntan a un público progresista: Hobby Lobby y Chick-fil-A han cortejado durante mucho tiempo a clientes tendientes a los valores cristianos y declaradamente conservadores, como los de sus propietarios.
Mientras tanto, las grandes empresas buscan cada vez más tradiciones espirituales para aumentar la productividad interna y la moral: hace años, por ejemplo, Facebook trajo académicos de universidades de élite para enseñar a su personal sobre la visión budista de la compasión, con el objetivo de optimizar las herramientas del sitio para reportar casos de acoso. Google ha ofrecido a sus empleados no solo cursos de meditación (título: " Busca dentro de ti mismo ") sino también almuerzos silenciosos.
Las corporaciones se han hecho cargo de convertirse, en algunas instancias, en lo que alguna vez fueron las iglesias y las sinagogas: nuestros nuevos árbitros de la moral pública. Y el público está de acuerdo: un estudio realizado en 2018 por Virtue (una rama de Vice Media’s), encontró que el 54 por ciento de los milennials y la generación Z dijeron que priorizan gastar dinero en marcas que "mejoran su espíritu y alma". El setenta y siete por ciento dice que buscó marcas que compartieran sus "valores".
Del mismo modo, el surgimiento de la cultura del "autocuidado", inextricable de la noción de que nuestro bienestar personal está correlacionado con las rutinas de belleza de 10 pasos que compramos, o clases de ejercicios de alta gama como el SoulCycle, quizás demasiado pertinente, solo exacerbó esta tendencia. El “bienestar”, ahora una industria de $ 4 billones , exige que gastemos dinero no solo para producir resultados estéticos o médicos, sino para purificar nuestras vidas y nuestras almas. Podemos encontrar todo tipo de productos diseñados para optimizar nuestro bienestar espiritual, ya sea aplicaciones de meditación como Headspace o Calm, o los infames “huevos yoni” de 66 dólares."- destinado a ser insertado en la vagina - vendido por el imperio de bienestar de Gwyneth Paltrow, Goop.
De hecho, incluso nuestras vidas espirituales más explícitas han llegado a parecerse a las económicas; los estadounidenses practican cada vez más, lo que los académicos de Harvard Divinity, Casper ter Kuile y Angie Thurston han llamado "desagregación": mezclar y combinar sus tradiciones espirituales en prácticas a medida: mezclar yoga, cristianismo y tarot, por ejemplo, o judaísmo y meditación budista. (Solo un ejemplo: alrededor de una cuarta parte quienes se identifican como cristianos dicen que creen en la astrología). Nuestras vidas religiosas se han convertido en otro componente de nuestro espíritu capitalista: una oportunidad de construir nuestras identidades a través del consumo.
Mientras tanto, los estadounidenses, tradicionalmente fieles y religiosos, no de la misma forma, están más que dispuestos a vincular el éxito financiero con visiones de favor divino. Es una tendencia que une a los practicantes de la espiritualidad teñida de la Nueva Era, como Marianne Williamson y la autora de "El secreto" Rhonda Byrne, y cristianos evangélicos, hasta el 40 por ciento de los cuales se suscribe al " evangelio de la prosperidad ": la noción de que Dios recompensa a quienes se demuestren más fieles con el éxito material.
Los predicadores del evangelio de la prosperidad, desde Crelfo Dollar hasta Paula White ( actualmente la consejera espiritual de Trump ) predican regularmente que la fe cristiana (y, la mayoría de las veces, el diezmo generoso) traerá a los creyentes riquezas incalculables. "Ningún banco en el mundo ofrece este tipo de retorno", escribe el predicador del evangelio de la prosperidad Kenneth Copeland acerca de la iglesia, en su libro "Las leyes de la prosperidad". El éxito financiero es una prueba no solo de que estás trabajando lo suficiente, sino de que estás creyendo lo suficiente: que Dios, personalmente, ha elegido bendecirte.
Dentro de tal paradigma, la implicancia de que en medio de una pandemia, nuestro sistema capitalista podría requerir sacrificar a los ancianos para asegurar la recompensa futura de los jóvenes, por repugnante que sea, es el paso lógico que le sigue. Cuando el lenguaje de compra y venta, producto y ganancia, domina nuestro discurso sobre nuestras identidades, nuestra sociedad y nuestra metafísica, el capitalismo se vuelve indistinguible de la fe religiosa. Una vez que hicimos sacrificios humanos para apaciguar a los dioses; ahora, nos dicen, debemos hacer lo mismo para apaciguar a los mercados.
Pero incluso los estadounidenses que no suscriben explícitamente al evangelio de la prosperidad aceptan sus principios: el éxito financiero y la forma en que lo implementamos son partes integrales de nuestros valores morales. Desde la época de la moda del Nuevo Pensamiento del siglo XIX (New Thought craze -una especie de movimiento de autoayuda), los estadounidenses han visto el camino hacia el iluminismo, forjado a través del estilo de Horatio Alger teñido de fe.
En la década de 1920, por ejemplo, "El hombre que nadie sabe" de Bruce Barton argumentaba que Jesús fue el fundador de los negocios modernos, un emprendedor y un capitalista modelo. "Todo hombre de negocios", decía, "lo leerá y lo enviará a sus socios y vendedores". En "Prosperity", en la década de 1930, Charles Fillmore publicó un Salmo 23 reinventado que reformula a Dios como el acreedor final: "Tu plata y tu oro, me aseguran", escribió, "Llenas mi billetera con abundancia".
La aparente voluntad de Trump y Patrick de sacrificar vidas por la economía no proviene de la nada. La idea de que la prosperidad financiera (no solo nuestra capacidad de comer o abastecernos a nosotros mismos, sino de consumir productos que cosifiquen nuestras identidades) está codificada en nuestra cultura, y lo han estado por generaciones.
Al imaginar una resurrección económica, Trump está enviando un mensaje de que Estados Unidos valora más el material próspero que la salud pública. Si se saliera con la suya y los bancos de las iglesias se llenaran en Pascua, el dios adorado ese día no será el de ninguna iglesia, sinagoga o mezquita, sino del mercado.
Artículo original de Washington Post
Traducción: Gloria Grinberg