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Red Internacional
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80 ANIVERSARIO. La represión estalinista en la revolución española

Hace 80 años el PCE y el PSUC iniciaron una furibunda campaña para denunciar al POUM como agente fascista y a los “incontrolados” que buscaban expropiar a los grandes terratenientes y empresarios. Fue la primera revolución que los encontró desde el principio en el otro lado de la trinchera.

Viernes 30 de diciembre de 2016

Hace unos días leí una nota de Antonio Elorza en la cual se dedicaba a hablar pestes de Lenin puesto que lo identificaba con la dictadura sangrienta de Stalin y su burocracia. Algo muy propio de la Socialdemocracia que critica a Lenin, el dirigente de una revolución que se realizó a pesar de la burocracia de la II Internacional.

Aquel artículo se titulaba “El fin del comunismo”, por cumplirse el 25 aniversario de la disolución de la antigua Unión Soviética. El profesor Elorza menciona en diversos artículos que el “comunismo” (se refiere en realidad del régimen de Stalin y todas las burocracias estalinistas que hablaban en su nombre) se encargó de reprimir los levantamientos en Alemania a principios de los ’50, en Hungría del ’56 o en Praga del ’68.

Sin embargo, el ahora anticomunista Elorza se olvida de denunciar la dura represión establecida por Stalin con la cooperación del PSUC y del PCE durante la revolución y la guerra civil españolas. De esto, ni una sola palabra. Quien fuera fundador de IU y alto dirigente del PCE, se olvida de las represiones que dirigió su propio partido. Recodarlas es el propósito de éste artículo.

Diciembre del 36, comienza la represión hacia el POUM

Cuando comenzó el período revolucionario, el estalinismo en el Estado español era un partido relativamente reducido y marginal frente a las grandes formaciones socialistas y anarquistas. Una realidad que se mantuvo unos años, producto de una línea sectaria que mantuvo durante los primeros años de la República.

Va a ser con la constitución del Frente Popular, que el estalinismo va a tener una mayor intervención en la realidad política. Sin embargo, la situación da un vuelco luego de iniciada la guerra civil. Las potencias imperialistas hicieron lo indecible para evitar el armamento del bando republicano. Y fue entonces que la Unión Soviética bajo la dirección de la dictadura estalinista logró aumentar significativamente su influencia en la península.

Stalin jugó con la necesidad de armas para cobrar su peso en oro, como se sabe y envió agentes secretos, dirigentes de la internacional y todo tipo de personajes que se encargaron de organizar un fuerte aparato represivo a la sombra de las instituciones republicanas. Las fuerzas estalinistas se ensañaron con el POUM, una de las pocas fuerzas políticas que se opusieron públicamente a las purgas estalinistas de aquellos años, así como con los anarquistas de izquierda que defendían la revolución contra la política estalinista.

En Madrid, al ser el POUM una fuerza más pequeña, le fue fácil al embajador estalinista dejarlo fuera de la Junta de Defensa creada a la salida del Gobierno de Largo Caballero. En Catalunya la cuestión fue diferente y tuvieron que tragar que el POUM estuviera en el Comité Central de Milicias antifascistas (CCMA) y posteriormente en el Gobierno de Companys que hegemonizaban Esquerra Republicana y el PSUC (gracias a las gestiones de la CNT). Sin embargo, las presiones y chantaje del cónsul Antonov-Ovseienko dieron sus “frutos” en diciembre.

En octubre, la CNT en acuerdo con las fuerzas que integraban la Generalitat disolvió el CCMA para fortalecer a la misma Generalitat que yacía en la “UCI”. El 1 de octubre del ’36 constituyeron el Govern con 3 miembros de Esquerra, 3 de la CNT, dos miembros del PSUC y uno del POUM. De esta manera la CNT cedió su mayoría al tándem Esquerra-PSUC.

A finales de noviembre, el cuerpo diplomático ruso en Barcelona (léase los agentes estalinistas) inició una campaña de propaganda denunciando el carácter fascista del POUM (algo completamente falso). Así, lograron que Esquerra asuma la necesidad de echar al Conseller Nin y constituir un nuevo gobierno con más peso del estalinismo y con una mayoría reaccionaria clara en el mismo. Un Gobierno que contó con la presencia de consellers anarquistas. La dirección de la CNT en ésta ofensiva del estalinismo contra el POUM, simplemente se lavó las manos diciendo que era una discusión entre marxistas, sin querer entender que era el primer paso de la contrarrevolución.

El estalinismo se pone en pie

Sin embargo, éste ataque directo al POUM solo era el comienzo de un ataque a todos los sectores de la clase obrera que no respetaron la propiedad de los grandes empresarios y terratenientes. La voluntad del estalinismo fue devolver la propiedad de empresas y tierras a sus antiguos dueños.

Pero para ello debía acabar con la resistencia y la voluntad mayoritaria del proletariado en armas. El proletariado, en su lucha por derrotar el golpe fascista, creó una miríada de comités en toda la geografía de la península, siendo Catalunya el núcleo más fuerte y combativo. Creó comités para expropiar y dirigir empresas, para ocupar y explotar las tierras, para crear las milicias que fueron a los diferentes frentes de batalla, patrullas obreras que velaban por la seguridad en las calles, etc.

Todo esto lo hicieron sin pedir permiso a ninguna organización, ya sean las hegemónicas, socialistas y anarquistas, o las minoritarias como el PCE o el PSUC. Traspasaron las organizaciones sindicales y políticas, tomaron las armas de los cuarteles, lucharon a cuerpo descubierto contra el fascismo y se ganaron el derecho de decidir qué hacer.

Stalin, que se proponía usar el proceso revolucionario español para favorecer su política en el tablero europeo, no estaba dispuesto a discutir con nadie, y menos aún, con el proletariado armado. Su política era de “seducción” a las potencias imperialistas francesa e inglesa y por ello se jugó a defender la propiedad de las grandes empresas, sobre todo si eran extranjeras. Recordemos que Stalin había firmado un pacto con Francia recientemente.

Y, para ello, debía reprimir al proletariado en armas. Debía buscar alguna forma de ponerse delante de la clase obrera, sacarle las armas y todas las propiedades. Para ello, comenzó a organizar sectores de clase media desesperados a través del GEPCI que era la Federación Catalana de Gremios y Entidades de Pequeños Comerciantes Industriales. Con un discurso de respeto a la propiedad privada, de una República burguesas; con el áurea de la revolución de octubre y con todo el peso del aparato por dirigir un Estado potencia como la Unión Soviética, Stalin, junto al PCE y al PSUC, se puso a dirigir a sectores medios contra la clase obrera.

Para lograr esta maniobra, en primer lugar contó con la ayuda de las fuerzas “republicanas” como Esquerra, Acció Catalana o los Rabassaires con las cuales cogobernó Catalunya. Además, recibió un enorme espaldarazo de Largo Caballero para confluir con las juventudes socialistas y así hacer pie entre los jóvenes obreros. Por si esto no bastara, la CNT les concedió la legitimidad de ser una fuerza antifascista confluyendo en los diferentes gobiernos regionales o central con los dirigentes estalinistas.

Acabar con los comités: el putch de Mayo en la Telefónica

En cuanto fueron ganando más fuerza y confianza, las fuerzas estalinistas atacaron a los diferentes comités revolucionarios. Comorera, que asumió como Conseller d’abastos acusaba a los comités de barrios y de defensa de ser los causantes del desabastecimiento de la comida y el desorbitado aumento de los precios.

Tanto desde el Gobierno de Largo Caballero, como desde el gobierno de Companys se lanzaba munición gruesa. Lo primero que atacaron fueron las patrullas obreras. El PSUC con el PC y otras fuerzas se encargaron de hostilizarlas, al tiempo que estaban armando otras leales a ellos, armada hasta los dientes, mientras faltaban armas en el frente de Aragón.

Para derrotar a las milicias de Aragón impusieron un chantaje: no les enviaban armas o no les pagaban los salarios, hasta que éstas no pasaran por el aro del Gobierno republicano. “¡Basta de comités!” era la consigna y volvieron al estatuto del ejército que había durante la monarquía. Esto armó un gran escándalo, incluso con milicias que querían bajar a Barcelona para imponerse, aunque fueron detenidas por la dirección de la CNT.

En los comités de empresa que se habían formado para poner a producir las fábricas y para expropiarlas, la cosa fue igual. El Conseller d’Economia, Josep Tarradellas empezó a restringir la financiación de las empresas que no permitieran actuar a un interventor de la Generalitat para que vigilara y tomara decisiones importantes. A partir de ahí, comenzó un proceso de nacionalización contra los comités, para ponerlas directamente en manos de la Generalitat. Incluso algunas volvieron a manos de los burgueses que la habían abandonado. No puedo olvidar una de las frases que más pronunció la Pasionaria: “nosotros no expropiamos”. Una frase que era cierta, incluso podría haber dicho: “Nosotros se las devolvimos”.

Esta guerra más o menos larvada entre el poder republicano -que trataba de reconstruir el estalinismo con la ayuda de socialistas y dirigentes cenetistas-, y los comités revolucionarios (“incontrolados” en la jerga estalinista) caracterizó los meses que van entre julio del ’36 y mayo siguiente.

Precisamente el 3 de mayo, el PSUC con la anuencia de ERC, lanzó un golpe paga tomar la Telefónica. Estaba bajo gestión y control de los trabajadores de la CNT desde que acabaron con los golpistas en Catalunya. En menos de dos horas, Barcelona estaba llena de barricadas callejeras para defender a los trabajadores de Telefónica contra el golpe del PSUC-Generalitat.

Una huelga general de hecho con combates cuerpo a cuerpo que duraron entre 4 o 5 días. La Generalitat estaba rodeada por los trabajadores, libertarios mayoritariamente. La clase obrera barcelonesa y de los alrededores comprendió rápidamente la importancia de lo que estaba en juego y no dudó en salir a la batalla. Por ello, entre los trabajadores anarquistas se estaba formando una nueva fuerza, llamada Los Amigos de Durruti, con una postura contraria a la conciliación de clases que practicaba la dirección cenetista.

Sin embargo, los elencos dirigentes estaban en contra de dirigirla en esa batalla. Era claro que el PSUC junto a ERC y Companys estaban en la trinchera de enfrente, tratando de derrotar a los trabajadores. Lo que no estaba claro aún para los trabajadores era que los ministros anarquistas fueran a levantar las barricadas en lugar de sumarse a la lucha.

El PSUC aprovechó el apoyo anarquista para lanzar una furibunda represión que acabó con más de 500 muertos y 1000 heridos. A esto se sumó una persecución al POUM, con la desaparición de Andreu Nin para ser asesinado más tarde. Siguió la ilegalización y encarcelamiento de la dirección poumista y la Sección de la IV Internacional, pero también a Los Amigos de Durruti y otros militantes anarquistas que estaban a favor de la revolución. De ésta manera, el estalinismo acaba con todas las fuerzas de izquierdas y los “incontrolados”, los comités de la clase obrera.

A partir, de la represión realizada entre las fuerzas enviadas por el Gobierno Central y las de la Generalitat pudieron acabar con la gran fuerza que tenía el movimiento revolucionario español, la clase obrera que hizo retroceder al golpe fascista de los generales. Sin el apoyo de esta fuerza, la revolución era imposible y así se allanó el camino al Gobierno aún más reaccionario de Negrín que siguió expropiando todas las conquistas de julio del ’36. Sin embargo, al mismo tiempo, la República se quedó sin la única fuerza social que la podía defender. Es decir, con la represión a la clase obrera allanaron el camino triunfante del fascismo.

Es así que el estalinismo debutó reprimiendo revoluciones con un “gran éxito” contrarrevolucionario. “Éxito” contrarrevolucionario que pudo repetir en las represiones de los ’50 y ’60 a los procesos revolucionarios en Europa del Este.