En este ensayo, desarrollamos las ideas fundamentales del estudio que realiza José Revueltas sobre la Revolución Mexicana, desplegado en distintos pasajes de su obra, los cuales constituyen, tomado de conjunto, un ensayo de interpretación histórica, realizado desde una perspectiva marxista y con un sólido análisis clasista y que busca las determinaciones estructurales de los procesos políticos y sociales. Allí se pone en juego un trabajo teórico, con categorías construidas para comprender la dinámica social y las contradicciones que emergen en el proceso histórico. Esto no está exento de una discusión crítica, de nuestra parte, con algunas de sus ideas y de las conceptualizaciones referidas en torno a la revolución.
La obra de Revueltas presenta una evolución que recorre varias décadas y que se articula con el derrotero de su militancia, cuando desde fines de la década del 20 del siglo XX se suma a las filas del Partido Comunista, el cual abandona definitivamente a inicios de la década del 60. En esos años, Revueltas escribirá varios libros y textos teórico-políticos notables, destacan el Ensayo sobre un proletariado sin cabeza, elaboraciones sobre la revolución mexicana que se encuentran concentradas en sus Escritos Políticos III, así como sus textos, escritos al fragor del Movimiento Estudiantil Popular de 1968, publicados bajo el título México 68: Juventud y revolución. A partir de los años 60 y hasta su muerte en 1976, rotas las amarras del estalinismo nativo, el prolífico duranguense se acerca a otras tradiciones del marxismo, lo cual puede rastrearse en su obra, aunque esto no siempre es abiertamente referenciado por él. Y, como planteamos en otros trabajos, ocupa un lugar destacado los diálogos que genera con el pensamiento de León Trotsky, habiendo leído varias de sus obras y a Isaac Deustcher, uno de sus biógrafos más conocidos.
Para realizar una necesaria contextualización, la importancia de la interpretación revueltiana (particularmente la que se expresa en el Ensayo y los textos mencionados, que serán nuestra referencia fundamental en este trabajo) radica en que se realizó a contrapelo del discurso predominante hegemónico durante al menos cuatro décadas, entre 1930 y 1970. Este discurso tomó forma, por ejemplo, en la obra México: 50 años de revolución, publicada en cuatro volúmenes entre 1960 y 1962 por el Fondo de Cultura Económica, a propósito del cincuentenario de la Revolución, bajo el auspicio de la Presidencia de la República.
En ese contexto, Revueltas es el primero en realizar una crítica profunda del discurso dominante y asume el lugar de un precursor de la historiografía marxista alternativa que se desarrolló a partir de los años 70. Su lectura de la revolución y del régimen político representó una peligrosa herejía histórica no sólo ante los exponentes del relato nacionalista revolucionario, sino también ante el comunismo oficial, que sostenía la inevitabilidad histórica de la dominación de la burguesía nacional en ese período histórico.
A causa de esta transgresión, Revueltas (quien se reivindicaba orgullosamente como un intelectual militante) buscó ser marginado e invisibilizado por el estado mexicano, lo cual tiene un eco todavía demasiado actual, en la escasa importancia que se le ha dado en la academia a sus escritos no ficcionales. La herejía histórica revueltiana está vinculada, además, a una crítica política del régimen posrevolucionario y de aquella izquierda con la que nuestro autor había roto definitivamente, como puede leerse en las páginas del Ensayo sobre un proletariado sin cabeza, donde postula que los gobiernos surgidos de la Revolución tuvieron consecuencias nefastas sobre la conciencia obrera impidiendo su independencia política y donde también criticaba la subordinación política e ideológica de las organizaciones de la izquierda predominante —fundamentalmente el Partido Comunista y el lombardismo— respecto de los llamados gobiernos revolucionarios.
Las causas de la revolución
Uno de sus textos primigenios es La Revolución mexicana y el proletariado, escrito en 1938 y al que nos referimos en este apartado. Allí Revueltas (2020) brinda un primer análisis de la crisis política de 1910, considera la situación de debilidad y retraso de la burguesía respecto al desarrollo económico mundial, que impide la extensión de relaciones capitalistas independientes en el país desde el siglo XIX. Se trata de una clase que, mientras busca aliados en otros sectores sociales con los que tiene un adversario común en la feudalidad, a la par demuestra “vacilaciones, pactos y transacciones con sus enemigos” (p. 510). El autor encuentra que la sociedad “semifeudal” porfiriana evidencia cada vez más contradicciones respecto a lo que llama “fuerzas nuevas en desarrollo”, las cuales chocan con una estructura de la sociedad incapaz de contenerlas, en tanto que el gobierno de Porfirio Díaz está absolutamente identificado con los señores feudales y el capital extranjero. El carácter feudal que le asigna a la sociedad depende de la aplastante y tremenda propiedad territorial, así como del método de acasillamiento de peones, que son los obstáculos fundamentales para el desarrollo capitalista del país.
La crisis política de 1910 tiene sus bases en los problemas económicos engendrados por el latifundismo, el cual subsiste de manera artificial a través de ensanchar la propiedad de la tierra, en lugar de avanzar en “el cultivo intensivo” (Revueltas, 2020, p. 515). De igual forma, la penetración imperialista en el país es un factor que agrava estas tendencias, fundamentalmente por la vía de la expoliación realizada por las compañías deslindadoras. Sobre esto entran en conflicto dos grandes grupos sociales, uno de los cuales congrega a la burguesía industrial y terratenientes liberales junto a los campesinos y el proletariado, que se enfrenta con el otro, en el cual se concentran los terratenientes feudales y el imperialismo. En este texto, correspondiente a su primer periodo militante en el Partido Comunista, se concentra en la contradicción entre el desarrollo capitalista y las trabas impuestas por el feudalismo. Al leerlo, se ve el peso de la matriz teórica y política del PCM: llegarán luego sus agudos análisis sobre la confrontación entre los protagonistas sociales y políticos de la revolución y las contradicciones de clase que la motorizaron, sobre el carácter tardío de la revolución democrático burguesa y las limitaciones de la clase dominante, que veremos más adelante.
Pero, ya allí, combina el movimiento maderista con el ascenso de la lucha de clases. “La revolución iniciada tibiamente en 1910 con simples aspiraciones a reformas superficiales, rebasó sus propios marcos convirtiéndose en un potente movimiento en que las clases populares, particularmente los obreros y campesinos, exigían enérgicamente sus demandas …. por todo el país se extiende la agitación, el despertar político de grandes masas oprimidas y explotadas. ¡Había estallado la revolución!” (Revueltas, 2020, p. 516).
Se articula una crisis económica y política que se arrastra desde años antes, con el descontento entre las clases subalternas en los años inmediatamente anteriores a la revolución, cuya expresión son las huelgas y rebeliones obreras en Cananea y Río Blanco, así como la movilización política, que se da antes de 1910 y que impulsa el enrolamiento de muchos trabajadores urbanos y activistas agrarios en las filas del maderismo. Esta crisis general —la cual podría pensarse desde la categoría de crisis orgánica acuñada por Antonio Gramsci— abre el camino para el proceso revolucionario, que asume la forma de una guerra civil.
Revueltas y las Peculiaridades de la Burguesía Mexicana
La interpretación revueltiana de la revolución no puede disociarse de su entendimiento crítico de la burguesía nativa. En Ensayo crea dos conceptos: necesidades históricas y necesidades inmediatas. Durante el siglo XIX, las primeras —por ejemplo la reforma agraria y la liquidación del latifundio— son postergadas por las necesidades inmediatas, las cuales están limitadas por los compromisos con los terratenientes y por el peligro de las recurrentes invasiones extranjeras. En la obra mencionada, se trata de explicar porqué no se realizó una verdadera —e íntegra— reforma agraria y por qué los ideólogos democrático-burgueses que surgieron antes de 1910 (como Andrés Molina Enríquez y otros) no contaron con la fuerza material para impulsar las tareas propias de esa revolución, lo cual tiene como contraparte, el carácter conservador y reaccionario que le adjudica a la burguesía. Esta situación conduce también a que aquella carezca de un partido propio al inicio de la revolución. De esta manera, los ideólogos democrático-burgueses son la conciencia de “una clase sin partido, que es la forma como comparece históricamente la burguesía nacional en la revolución de 1910, hasta 1928, año en que se constituye el Partido Nacional” (Revueltas, 2020, p. 319).
Mientras define su carácter conservador y su negativa a encabezar una revolución democrático-burguesa, Revueltas (2020) considera que la burguesía es la única clase con las condiciones suficientes para realizar lo que llama una “crítica racional del desarrollo”, en tanto que:
[…] las grandes masas campesinas y obreras (estas últimas con un peso específico bastante débil), incapaces de llevar a cabo ninguna acción independiente y, por cuanto, a la clase obrera, sin una conciencia propia, como tal clase, que la pudiese situar en las condiciones de aliarse a los campesinos y disputarle a la clase burguesa la hegemonía. (p. 321)
Más adelante problematizaremos esta tajante definición de Revueltas. Aquí cabe decir que las contradicciones referidas en el desarrollo histórico —esto es el retraso de la revolución democrático burguesa— y el que la burguesía sea la única clase que se proponga dirigir la revolución desde el inicio, tienen, para el autor, varias consecuencias. En primer lugar, el ser una de las guerras civiles más prolongadas y sangrientas, y junto a ello, “tener que sujetarse a un avance tortuoso, incierto y zigzagueante, que la obliga a numerosas detenciones y transacciones y que, cuando se impone la necesidad de conquistar nuevos objetivos inmediatos, la hace echar mano, cada vez en mayor medida, del recurso de presentar dichos objetivos como no burgueses” (2020, p. 324)
Pero ¿por qué el proceso, que inicia con el levantamiento maderista, se convirtió en “una de las guerras civiles más prolongadas y sangrientas de su tiempo”?: la cuestión agraria, en las condiciones del México de inicios de siglo, llevó al antagonismo entre las masas campesinas y las clases dominantes, cuyas distintas fracciones políticas y militares se opusieron a la resolución íntegra de las demandas de las masas rurales, en la medida que esto implicaba atacar al latifundio y ponía en tela de juicio el desarrollo capitalista en México, donde la propiedad de la tierra era un elemento constitutivo.
Las Fases de la Revolución
Contrario a la idea de que Revueltas apenas se ocupó de la revolución o si lo hizo fue en términos muy superficiales, puede rastrearse una periodización en relación con los proyectos burgueses y su relación con los actores políticos y sociales.
Hay un primer momento que coincide con el pronunciamiento maderista.
El plan de San Luis, con el que Madero se lanza a la lucha armada, no refleja en modo alguno la necesidad de una transformación a fondo de las relaciones sociales imperantes bajo la dictadura, es decir la de erradicar por completo esa irracionalidad máxima, fundamental, que obstaculizaba el proceso del desarrollo y que era la que debía ser combatida al mismo tiempo que la dictadura. (Revueltas, 2020, p. 321)
Revueltas acierta cuando considera que los objetivos del movimiento maderista no apuntan a trastocar el orden económico y social predominante, sino que se limita a la reforma de las instituciones políticas y al combate contra la dictadura.
Por lo que concierne a la actitud de las masas populares, considera que siguen a Madero “No porque confíen en el Plan de San Luis, sino porque esperan que, con el derrocamiento del régimen dictatorial, también desaparecerán sus miserias y sus humillaciones” (Revueltas, 2020, p. 321). Efectivamente, la emergencia del movimiento liderado por Madero motiva la adhesión de obreros y campesinos; el 1 de mayo de 1910 se realiza en la Ciudad de México una movilización antirreeleccionista de más de 5 mil trabajadores. En las semanas y meses siguientes al 20 de noviembre, surgen partidas lideradas por Francisco Villa y Pascual Orozco en Chihuahua y en Durango, con caudillos agraristas como Calixto Contreras, Severino Ceniceros, Toribio Ortega o Porfirio Talamantes (Salmerón, 2009, p. 155). En Morelos, Emiliano Zapata se levanta el 11 de marzo de 1911 y el 25 de ese mes es electo jefe del Ejército Libertador del Sur por catorce jefes insurgentes (Pineda, 2005). El movimiento por la reforma política se combina así con una profunda movilización social, que hunde sus raíces en el hartazgo ante las condiciones económicas y el autoritarismo del gobierno de Díaz.
Revueltas (2020) afirma que, en 1910-1911:
Surge así, en medio de la lucha, como un gigante ciego que se revolviera salvaje e inconscientemente en todos los sentidos para romper sus cadenas, el problema agrario. La participación de las masas, la presencia de este poderoso gigante ciego en la escena histórica induce a la ideología burguesa a comprender que los resultados de la crítica armada no pueden reducirse a un simple cambio en el modus político, como lo preconiza Madero. Es preciso apaciguar al gigante. (p. 321)
Es la presencia activa de las masas lo que obligará a la ideología burguesa a ir más allá de un simple cambio político e instrumentar reformas desde el Estado para contenerlas. En particular se detiene en la insistencia de Luis Cabrera para que Madero asuma un programa de reformas económicas y políticas, para “suprimir las causas del malestar social que han dado origen a la revolución […] (sino) […] correrá usted el riesgo de dejar vivos los gérmenes de futuras perturbaciones de la paz, o de no lograr establecer por completo la tranquilidad en el país. (p. 323).
El segundo momento de la revolución se abre justamente cuando se desencadena “la revolución agraria popular e independiente, de franco carácter plebeyo, que Zapata proclama con el Plan de Ayala” (p.328). También se constituye por el golpe contrarrevolucionario de Victoriano Huerta y el alzamiento de Venustiano Carranza tras el Plan de Guadalupe, en tanto se va configurando el posterior choque entre las fracciones revolucionarias.
Revueltas nos había dicho que considera que el rol dirigente le corresponde a la burguesía nacional, en tanto que las clases obreras y populares son incapaces de llevar a cabo alguna acción independiente. Pero, en la referencia citada previamente, reconoce que se desarrolla una “revolución agraria popular e independiente”. ¿Estamos acaso ante una contradicción? No necesariamente. Podemos interpretar que la revolución, si bien pone en un primer plano el antagonismo de clase y la guerra civil —que abre la emergencia de esa revolución agraria y condiciona la actitud de los representantes políticos y militares de la burguesía— no es suficiente para colocar a otro sujeto al frente del proceso histórico y arrebatarle la conducción a la burguesía nacional.
Podríamos ahondar esta reflexión, considerando varias cuestiones en relación con las fracciones radicales del campesinado. En primer lugar, que el zapatismo sí emerge como una fuerza independiente, no sólo en términos militares, sino políticos y programáticos. El Plan de Ayala parte de dos principios fundamentales; por una parte, la expropiación y nacionalización de las tierras sin indemnización, y por otro lado, el cuestionamiento de la juridicidad tradicional (y burguesa), ya que sostiene que los campesinos tomarán las tierras ejerciendo su propio poder y que los terratenientes deberán probar su derecho sobre las tierras expropiadas por aquellos. La puesta en práctica del Plan está vinculada a la capacidad de control territorial por parte de los zapatistas y es en 1915 cuando se impone en el estado de manera generalizada, bajo la experiencia que Gilly (1980) bautizó como la Comuna de Morelos; en los años previos intenta implementarse en distintas zonas, sostenida por la ocupación y la fuerza de las armas del Ejército Libertador del Sur y por la organización de los pueblos y comunidades.
La revolución en Morelos, y las zonas de influencia zapatista cuestiona y ajusta cuentas con el latifundio trastocando las estructuras previas y asumiendo una dinámica anticapitalista en la medida que afecta la propiedad privada en el campo y en los ingenios; allí donde se mostraba un capitalismo agrario que articulaba la vinculación al mercado mundial con la persistencia de formas precapitalistas.
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En lo referente al villismo, si bien su tratamiento de la cuestión agraria es distinto al zapatismo, tiene más aspectos en común con éste que con el mando constitucionalista; ya que cuestiona la propiedad terrateniente en el campo. Como puede leerse a profundidad en otro artículo de esta misma revista, el decreto promulgado por Villa, en su corto periodo de gobernador de Chihuahua a fines de 1913, afecta las tierras de la mayoría de los hacendados, aunque, a diferencia de Zapata, no incluye a los cercanos al maderismo, un resultado de los vínculos nunca superados del Centauro del Norte con Madero.
Revueltas (2020) destaca el carácter que asume la nueva conducción de Venustiano Carranza al frente del constitucionalismo y realiza un fino análisis de su discurso político y programático, donde aquel busca, para evitar que la revolución se le vaya de las manos, “inscribir en las banderas del “constitucionalismo” las reformas sociales, a condición que estas se realicen “desde arriba”. (p. 328).
En su discurso de Hermosillo, Carranza plantea que, después de la lucha armada contra Huerta, vendrá el momento de la lucha social, a favor de establecer la igualdad y la justicia, lo cual requerirá la creación de una nueva constitución y leyes, que favorezcan al campesino y al obrero. Revueltas (2020) encuentra, que en este discurso se sintetiza un importante cambio respecto al maderismo —el cual tiene una clara intencionalidad política en relación al control de las masas insurgentes—, en tanto se enuncian allí los “objetivos históricos reales de una revolución dirigida por la burguesía nacional” (p. 329).
La Confrontación en el Campo Revolucionario: el tercer momento
El tercer momento está marcado por el enfrentamiento con los ejércitos campesinos radicales:
La lucha contra el problema militar representado por Villa y la División del Norte, y la lucha, de carácter más profundo y de mayor importancia histórica, contra el problema de la revolución campesina popular, representada por la alianza Zapata-Villa que se produjo desde la Convención Militar de Aguascalientes en 1914. (p. 327)
Como menciona Revueltas, ante la alianza entre Villa y Zapata, “el exorcismo de Carranza para conjurar este peligro fue la ley del 6 de enero de 1915” (p. 327) la cual marca el comienzo de una reforma agraria burguesa, que pretende mediatizar y obstaculizar el desarrollo de la revolución campesino-popular de Zapata. Junto a la Ley Agraria, ocupan un lugar fundamental las adiciones al Plan de Guadalupe, por las que se prometen leyes agrarias, fiscales y laborales.
El choque militar que tiene lugar en el Bajío en 1915, a partir de la ofensiva comandada por Obregón, es precedido por esta ofensiva política del mando constitucionalista, que busca apuntalar la hegemonía del constitucionalismo sobre las clases subalternas.
Esto tiene su correlato en la relación establecida entre el mando constitucionalista y el movimiento obrero. El acuerdo entre Álvaro Obregón y la Casa del Obrero Mundial implica la organización de alrededor de 8000 trabajadores urbanos en los llamados Batallones Rojos, que combaten en los campos de Celaya junto al sonorense. Aunque diversos historiadores cuestionan la influencia real que esto tuvo en las batallas y destacan que fue una operación propagandística, sí representa un acontecimiento político y un adelanto de la subordinación de las organizaciones obreras que caracterizará al Estado posrevolucionario; y muestra también el divorcio entre las causas campesina y obrera.
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Aunque es muy pertinente el enfoque que realiza Revueltas de la hegemonía constitucionalista sobre las clases subalternas, asumiendo como propias las demandas de aquellas para resolviéndolas sólo parcialmente y desde arriba fortaleciendo al nuevo Estado, pone a Carranza en un lugar central en esta operación política. Esto contrasta con lo que sostienen otros historiadores, que le adjudican a Obregón y a los llamados sonorenses la iniciativa principal y la responsabilidad, en tanto el coahuilense es resistente a ello. [1]
El Triunfo Constitucionalista y la “Revolución Hecha Gobierno”
Revueltas nos dice que el triunfo carrancista “crea por fin las premisas para la futura existencia de un partido burgués de clase” (328), al eliminar los dos peligros fundamentales para la hegemonía burguesa: la emergencia de las luchas agrarias y la posibilidad de una alianza obrera y campesina.
Es interesante detenernos en su análisis de la burguesía en tanto clase. En 1917:
[…] no existe prácticamente en la realidad objetiva del país. Luego, ¿en qué consiste la existencia física, concreta, de la burguesía? En 1917 la burguesía está integrada por algunos centenares de propietarios de fábricas, un círculo bastante más estrecho de rentistas y usufructuarios de bienes mineros —explotados por concesión o en propiedad por empresas extranjeras—, un numeroso estrato de miles de comerciantes que registra desde las fortunas más pequeñas a los más grandes capitales y, finalmente, un conglomerado de terratenientes pequeños y medianos. Tal es, vista en la forma más condensada, la composición orgánica de la burguesía en México alrededor del año 17. (p. 581)
El autor se pregunta si este “conglomerado social” es el que toma el poder y se proyecta como clase dominante a partir del Constituyente de Querétaro. Considera que son los terratenientes “no feudales” y la clase media intelectual quienes toman el poder en 1917 y quienes “constituyen la burguesía “revolucionaria”, los que la representan, la encarnan y serán los que la desarrollen y consoliden, como clase, desde el poder, a partir de 1917.” Para Revueltas, La burguesía carrancista y quienes la siguen en los años siguientes, “son un intento de burguesía, el boceto, la prefiguración, la tendencia a ser de la burguesía”. (p. 582)
Nuestro autor muestra aquí una visión muy refinada de su caracterización del bloque histórico que se hace con el poder. Complejiza la definición del carácter de clase de la revolución y se distancia de una concepción mecánica e instrumentalista, al sostener que quienes llevan adelante las medidas políticas necesarias para desarrollar el proyecto burgués en México son una facción específica, que no incluye en ese primer momento a la burguesía industrial y que, a la par, encarna “la tendencia a ser” de una burguesía que, aunque existe, aún es débil.
En México, este carácter específico que encuentra Revueltas de la fracción dirigente, se pone al servicio de la proyección que realiza la ideología dominante, una revolución que se presenta sin carácter de clase, hecha estado y gobierno. Esa debilidad, que Revueltas llama “prefiguración” o “tendencia a ser”, puede explicarse a partir de la situación previa de la burguesía, que alcanza una configuración madura en la medida que se consolida el Estado posrevolucionario.
Esto le permite al autor explicar la construcción de la dominación de clase y de la hegemonía burguesa, que realizará la tarea del desarrollo capitalista “a través de un proceso alienado que se proyecta en forma inversa, sobre la fantástica pantalla de las superestructuras ideológicas, como un proceso histórico de nuevo tipo, sin contenido de clase y destinado a superar las antiguas y obsoletas opciones capitalistas o socialistas del desarrollo, a favor de una opción intermedia.” (pp. 581-582)
La Revolución Democrático-Burguesa Tardía y la Acción de las Masas
Revueltas entendía al movimiento de 1910 como una revolución motorizada por la acción de las masas populares. Pero partiendo de considerar que la misma abre las puertas al desarrollo capitalista, la define como una revolución democrático-burguesa. No obstante, esto es complejizado en dos aspectos, que le dan originalidad a su pensamiento.
Uno es respecto al liderazgo triunfante y su relación con una burguesía, que no es capaz de emerger políticamente organizada antes de 1910. El otro es su carácter tardío respecto al desarrollo histórico. Esto tiene su raíz en que el sistema capitalista internacional ya se encuentra en su fase imperialista y que las fracciones dominantes fueron incapaces de realizar, previamente, la revolución democrático-burguesa. Al ser tardía, asume el carácter tortuoso que menciona Revueltas, cruzado por el conservadurismo de su clase dirigente y por el antagonismo en torno a la cuestión agraria que caracteriza al movimiento que emerge en 1910. Es importante reconocer que, en su caracterización, no prima el énfasis en aspectos hipotéticamente progresivos de la labor de la burguesía (como han enfatizado historiadores nacionalistas y estalinistas), sino que abre el camino para la edificación de un Estado que garantiza el afianzamiento de la nueva clase dominante y la construcción de una hegemonía sobre las clases oprimidas y explotadas.
Revueltas nos dice que se trata de:
Una clase que está en proceso de irse realizando desde el poder y con los recursos de este, y, yuxtapuesta a esta acción y en coincidencia arrítmica, el proceso de una revolución democrático burguesa tardía, que sobreviene en México cuando la mayor parte de los países adelantados ya la ha consumado, y cuando algunos de estos se han convertido en potencias imperialistas. (p. 584)
Se trata de una definición que toma en cuenta las grandes contradicciones que emergen en el México prerrevolucionario y revolucionario, y tiene el gran mérito de establecer distancia con algunas visiones mecánicas y vulgares. Y, retomando lo que decíamos al inicio, es parte de una interpretación histórica a contrapelo de la historia oficial creada por el estado posrevolucionario.
Dicho esto, se abre una necesaria problematización. Esta definición descansa, en primer lugar, en el resultado final de la Revolución. Esto es, en que abre el camino para el desarrollo del capitalismo nativo. Se sostiene también en el carácter de las tareas fundamentales que dinamizan la Revolución, las cuales son de corte democrático, como la cuestión agraria. [2] Deviene también de que, más allá de la burguesía nacional, según Revueltas no hay otra clase capaz de fungir un rol dirigente en la revolución.
Aunque es innegable que el resultado de La revolución interrumpida —como la denominó Adolfo Gilly— es la emergencia de un Estado burgués posrevolucionario, consideramos que la definición de la revolución debería considerar, en su justa dimensión, las acciones de las clases explotadas y oprimidas. Que la revolución haya terminado con el triunfo de la burguesía constitucionalista como el resultado del antagonismo de clase y el choque político y militar, no oscurece que las fracciones radicales del campesinado realizaron acciones independientes, inscritas en una dinámica de corte anticapitalista (de lo cual la mayor expresión es la Comuna de Morelos y la radicalidad campesina), poniendo al antagonismo de clase respecto a la burguesía y sus representantes, como el factor característico y central de la revolución. [3] Esto complejizó la revolución, de una manera que va más allá de la definición que propone Revueltas. Aun con el adjetivo de “tardía” —que le brinda dialéctica y la aleja del mecanicismo— considerarla en términos democrático-burgueses supone el riesgo de soslayar la potencialidad y la dinámica tendencialmente anticapitalista de la revolución.
Sin duda, la complejidad de esta discusión tiene una base objetiva: la revolución mexicana se dio en un momento histórico de transición, entre el agotamiento del ciclo de las revoluciones burguesas y el inicio del ciclo de revoluciones contemporáneas. Esto orienta los puntos de contacto del proceso revolucionario mexicano con éstas últimas, así como sus importantes contradicciones y limitaciones, que se expresan en el poco peso urbano y el carácter minoritario de la clase obrera, con una heterogeneidad y dispersión geográfica donde todavía tienen peso las formas artesanales de los trabajadores. A estos aspectos sociológicos hay que agregar las causas de orden político que explican el rol poco determinante del proletariado en la revolución; desde el peso sustancial de las derrotas sufridas en los años previos —como Río Blanco y Cananea— hasta el predominio de corrientes políticas e ideológicas que no impulsan la alianza con el radicalismo agrarista y que privilegian, en muchos casos, los acuerdos con el liderazgo constitucionalista.
Eso implica que, aunque participa, la clase obrera no juega un rol determinante en la revolución, condición necesaria para, eventualmente, desplegar un proyecto nacional alternativo al que sostuvo el constitucionalismo burgués, tejer una alianza poderosa con las masas del campo y llevar hasta el final las tendencias radicales puestas en juego en la cuestión agraria.
Como desarrollamos en otras elaboraciones. [4] la Revolución Mexicana fue más allá de una dinámica democrático-burguesa, en la medida en que puso en cuestión las bases mismas del dependiente y atrasado capitalismo mexicano en el agro, dando pasos allí en una dinámica anticapitalista. Esto, aunque la fracción triunfadora logró, a partir de la derrota de la “revolución agraria, popular e independiente" de Villa y Zapata, desviar las aspiraciones de las masas tras el accionar de la revolución hecha gobierno y las reformas impulsadas desde arriba por el Estado posrevolucionario. Sobre esa base, el mismo construyó una potente hegemonía y, para mantenerla, durante las décadas siguientes —como el mismo José Revueltas planteó notablemente en su Ensayo— apeló a todos los mecanismos (incluida la represión) para contener la acción independiente de la clase obrera y evitar su confluencia con las masas agrarias. Como parte de esto, la clase dominante buscó expropiar la gran gesta de los explotados y oprimidos y presentar al estado posrevolucionario como “la revolución hecha gobierno”: la obra de José Revueltas enfrentó de manera precursora y notable esta operación ideológica, y merece ser recuperada y debatida críticamente.
Bibliografía
— , Ensayo sobre un proletariado sin cabeza (1961)
— , La revolución mexicana y el proletariado (1938)
— , ¿Hacia dónde va México? (1969)
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