Como a tantos otros hechos de la vida cultural, la Revolución Rusa marcó al mundo del deporte naciente. La contrarrevolución también. Una historia de duelos deportivos y políticos.
Alejandro Wall @alejwall
Martes 7 de noviembre de 2017
La historia dice que un caño mandó a Nikolai Starostin a Siberia. Fue en una cancha de Moscú, en un Spartak-Dinamo, en los años veinte, los primeros de la revolución rusa que cumple un siglo. Starostin jugaba para el Spartak, el equipo del pueblo. El Dinamo era el club de los servicios secretos soviéticos. Ahí jugaba el tenebroso Lavrenti Beria, jefe de la policía y de la NKVD. Lo que se cuenta es que Starostin esa vez le metió un caño a Beria, lo ridiculizó. Y que en ese preciso momento Beria juró su venganza. A esas historias las alimenta el tiempo. Pero es cierto que Starostin, veinte años después, terminó en el gulag acusado de planear un asesinato contra Joseph Stalin.
Starostin había nacido en 1902 en el distrito de Presnya, en Moscú, hijo de un cazador y de una ama de casa, el mayor de cuatro hermanos. Y había crecido jugando al fútbol en los últimos años del régimen zarista. Había conocido el fútbol en la universidad, donde también había aprendido asuntos contables. Pero lo que le gustaba a Starostin era la pelota. Y cuando llegó la revolución bolchevique, con la caída del zar, se abrazó a ambas causas. Ya había muerto su padre durante una epidemia de tifus. Y encontró una forma de solventar a su familia con el fútbol. Entonces formó junto a sus hermanos y otros amigos el Círculo Deportivo de Moscú -que luego cambió su nombre por el de Krasnaia Presnia, en honor a la militancia de sus integrantes durante la revolución-, con el que jugó por distintos lugares de Rusia mientras el fútbol soviético todavía era una incógnita, sin una liga oficial, con equipos todavía en formación, como el Lokomotiv, el CSKA, el Dinamo y el Torpedo, todos formados en Moscú y ligados a alguna parte de la revolución. Si el Lokomotiv era el equipo de los trabajadores ferroviarios, el CSKA estaba relacionado al Ejército Rojo y el Torpedo era de la empresa de autos ZIL.
El Krasnaia Presnia consiguió primero el apoyo del sindicato de trabajadores de la alimentación. Además, recaudaban con la venta de entradas y las giras, como cuenta Jim Riordan, autor de La extraña historia de Nikolai Starostin, fútbol y Lavrenti Beria. Pero Starostin tendría una espalda más grande en la cual apoyarse: Alexander Kósarev, el secretario de las juventudes comunistas, la Komsomol, cuyos dineros le permitieron crecer al club hasta cambiarle el nombre. Pasó a llamarse Spartak, por Espartaco, el equipo de los explotados y los oprimidos. Y el Spartak se convirtió en el clásico del Dinamo, el equipo de Beria, el jefe de los espías. Cuando se enfrentaban, los hinchas del Spartak gritaban: “¡Maten a los policías, maten a los policías!”
No sólo Starostin jugaba en el Spartak. También lo hacían sus hermanos, Alexander, Andrei y Pyotr. Los hermanos Starostin eran el Spartak. Y tanto era así que solía bromearse con su formación. ¿Quién es el mediocampista? Starostin. ¿El que juega por la punta derecha? Starostin. ¿Y del otro lado? Starostin. El chiste se remataba diciendo que, entonces, Starostin significa futbolista en ruso. Aunque los hermanos Starostin, además, no sólo jugaban al fútbol, también jugaban al hockey sobre hielo. Era tan popular el Spartak que en 1936 llegó a ser la atracción principal durante un desfile oficial: jugaron titulares contra suplentes un partido en la Plaza Roja, a metros del mausoleo de Lenin, sobre algo muy parecido a una alfombra de césped artificial.
Beria nunca se olvidó de Starostin y nunca digirió la popularidad del Spartak, como tampoco que el equipo del pueblo hubiera ganado los campeonatos en 1936, 1938 y 1939 de lo que ya era la liga oficial de la Unión Soviética. Y así fue como un día de ese año intentó arrestar al jugador. Kósarev ya había pasado por la purga stalinista, por lo que Starostin esperaba que llegaran por él. No hay una explicación de por qué el primer ministro soviético, Vyacheslav Molotov, mano derecha de Stalin, se negó a firmar la orden de arresto, pero el jugador del Spartak siguió en libertad. Hasta que tres años después la venganza de Beria se consumó gracias a Georgy Malenkov, un alto dirigente del Partido Comunista.
A Starostin, una estrella del fútbol soviético, lo mandaron a Siberia junto a sus hermanos. La acusación no sólo era que llevaban a cabo un plan para asesinar a Stalin. También los imputaban de haber realizado afirmaciones antisoviéticas. Pero esos cargos fueron modificados cuando después de haber sido sometidos durante dos años a interrogatorios en Lubianka, el cuartel general de los servicios secretos, durante los cuales aseguraron que sólo querían jugar al fútbol. Los sentenciaron a diez años de trabajos forzados por alabar los deportes burgueses. Otra de las cuestiones que se planteaban era que compraban y vendían jugadores. También que habían pagado sobornos, y que en los tiempos de guerra, por sus vínculos con el sector alimenticio, conseguían superar las limitaciones.
Starostin y sus hermanos se dedicaron también al fútbol en el gulag. Jugaron y dirigieron en equipos locales, lo que les permitió llevar una vida más amena. Sus historias sobre fútbol hicieron que se ganara el cariño de otros presos, pero también de los guardias del stalinismo. Fueron seis años en Siberia. Cuando escribió sus memorias, Fútbol a través de los años, Starostin contó que aquellos fueron años perdidos pero que aún así tenía satisfacción de haber enfrentado a Beria. “Aunque el famoso jefe de policía había sido jugador –escribió-, nunca fue capaz de vencerme”.
Parecía un día cualquiera en el gulag cuando Starostin recibió una llamada de Vasili, el hijo de Stalin, que había sido nombrado comandante en jefe de las fuerzas armadas soviéticas. Vasili hizo los trámites para sacar a Starostin. Lo conocía a través de su hija. Pero tenía otros argumentos para llevarse a Moscú al jugador: estaba enfrentado con Beria. Starostin era el botín de una disputa. Vasili Stalin liberó a Starostin, que volvió a su casa. Pero no iba a quedar ahí porque Beria le mandaría pronto a la policía secreta. Otra vez, Starostin tenía que dejar Moscú o sería apresado. Vasili reaccionó. Se llevó a Starostin para protegerlo. Vivieron juntos. Durmieron en la misma cama. Vasili lo hacía con una pistola bajo la almohada.
Pero su refugio no sería suficiente. Una noche, Starostin se fue de la casa para ver a su familia. Y lo detuvieron. Comenzó, entonces, una negociación. Quería irse al sur de Rusia. Tuvo reuniones en trenes, de incógnito, con hombres de Vasili para evitar que lo viera la policía secreta. Pero lo vieron. Terminó en Alma Ata, Kazajistan, donde dirigió al equipo local de fútbol y de hockey sobre hielo, el Kairat Almaty. Recién en 1953, con la muerte de Stalin, Starostin volvió a Moscú, una vez que declararon ilegales sus condenas. Se negó, al igual que sus hermanos, a trabajar para el Dinamo. “Somos el Spartak”, dijeron. Al tiempo, comenzó a dirigir a la selección nacional de la Unión Soviética. Y volvió al Spartak pero como presidente. Era 1955. Estuvo hasta 1992, cuando murió. Pero los hermanos todavía están juntos al costado del campo de juego del Otkrytie Arena, el estadio del Spartak. Sus estatuas los recuerdan.