El papel de Francisco Madero como pacificador ante la insurgencia campesina liderada por Emiliano Zapata.
Miércoles 8 de agosto de 2018 17:50
Muero, pero muero como los valientes, gritando ¡Viva Zapata! General zapatista Antonio de la Serna, ante el cuadro de fusilamiento formado por instrucciones del gobierno maderista, el 9 de septiembre de 1912 (1)
En el estado sureño, el 11 de marzo de 1911 se levantó Emiliano Zapata en Villa de Ayala, quien había reemplazado a Pablo Torres Burgos, asesinado por el ejército, como jefe de los partidarios de Madero en el estado.
El 25 de marzo, “catorce jefes insurgentes de Morelos, Puebla y Guerrero acordaron formar el Ejército Libertador del Sur” (2), eligiendo a Zapata como jefe, y algunas semanas después ya eran alrededor de 5 mil milicianos armados. Y el 20 de mayo, en una importante acción política y militar, fue tomada Cuautla, donde establecieron su cuartel general.
El gobierno de Madero y la lucha contra la insurgencia campesina
Una de las primeras acciones de Madero al llegar a la Ciudad de México, fue una gira por Morelos, donde el objetivo era efectuar un reconocimiento de las fuerzas del Ejército Libertador del Sur y convencer a Zapata de que desarmase a sus tropas a cambio de la promesa de resolver después las demandas agrarias.
Sin embargo, los zapatistas se resistían a ello, y de forma constante sufrían las provocaciones por parte del Ejército Federal. El 30 de agosto estalló la rebelión contra el gobierno interino, y se dio la toma de la hacienda de Chinameca. Cuando al final llegó al gobierno “ […] la única concesión que Madero estaba dispuesto a hacer era absolver a todos los rebeldes del cargo de rebelión y proteger a Zapata si éste se rendía incondicionalmente y abandonaba Morelos” (3).
En las elecciones de octubre de 1911, Madero resultó electo con cerca de 20 mil votos, lo que representaba un porcentaje ínfimo de la población (0.1%) y era expresión del carácter profundamente antidemocrático del sistema político, basado en la exclusión de las grandes mayorías de los mecanismos formales de la democracia burguesa y donde sólo podía votar una minoría calificada.
Su gobierno, que asumió desde el 6 de noviembre, se enfrentó, desde el principio, a una creciente inestabilidad y a cuestionamientos por distintos flancos. Por una parte, desde el seno mismo del antirreeleccionismo, la figura de Emilio Vázquez Gómez —quien fue removido de su cargo como secretario de Gobernación y que denunció al coahuilense por no cumplir el Plan de San Luis, proclamando el llamado Plan de Tacubaya—fue un punto de referencia para distintos sectores disconformes con Madero, lo cual finalmente confluyó con el levantamiento de Pascual Orozco en Chihuahua.
Por otra parte, los sectores provenientes del porfirismo desarrollaron una oposición activa en torno a los generales Bernardo Reyes y Félix Díaz, hasta llegar a la Decena Trágica en febrero de 1913.
Por detrás de estos conflictos que sacudieron el precario orden surgido de los acuerdos de Ciudad Juárez estuvo la persistencia de la rebelión campesina en Morelos, el descontento en regiones del norte, así como la existencia de agitación en el movimiento obrero. Durante todo su gobierno, Madero estuvo en un difícil equilibrio entre las tendencias revolucionarias, expresadas en las acciones de los campesinos y trabajadores, y la burguesía que presionaba para un ataque frontal y generalizado contra los sectores más activos de las masas.
Con el correr de los meses, la incapacidad de Madero para resolver esta situación, empujó a la mayoría de la clase dominante a optar por un camino abiertamente contrarrevolucionario, a través del golpe de Estado liderado por Victoriano Huerta.
En el caso de la rebelión de Morelos y los estados aledaños, el gobierno nacional se embarcó en una verdadera guerra que más abajo desarrollaremos, pero podemos adelantar que tuvo una de sus primeras acciones en el intento de emboscar a Emiliano Zapata y sus milicianos en Villa de Ayala en noviembre de 1911. Esto requirió que, respecto a las tropas enviadas a Morelos, “[…] al primer trimestre de la guerra (febrero-marzo de 1912) la suma total había sido de 13 mil 225 efectivos, es decir, más de un tercio de las fuerzas armadas del gobierno” (4).
Esto se combinaba con la promesa de medidas limitadas y parciales frente a la cuestión agraria. Según plantea Cumberland, “[…] ni Madero ni sus principales asesores habían pensado mucho en el futuro de los ejidos y el famoso artículo 3 del Plan de San Luis fue incluido por una cuestión de justicia elemental y no por un concepto básico económico y social” (5).
A pesar de las expectativas populares que había generado, el Plan se orientaba fundamentalmente a tratar la problemática de los pequeños propietarios, mas no estaba en su horizonte resolver la situación de los peones, ni la de los pueblos desposeídos y despojados de sus tierras.
En los meses siguientes a la ruptura entre el gobierno y el Ejército Libertador del Sur, las tropas federales mantuvieron su control en las ciudades del estado, donde actuaban lo que John Womack Jr. llamó “los revolucionarios respetuosos de la ley”, que se postulaban ante Madero como capaces de pacificar el estado, para lo cual pugnaban por reformas limitadas en el campo, que pusieran un alto a la influencia de los rebeldes zapatistas.
Mientras tanto, los destacamentos zapatistas desarrollaban su acción en los pueblos y zonas rurales, y cobraban influencia en los estados de Tlaxcala, Guerrero, Puebla, Oaxaca, Estado de México y Michoacán, donde comenzaban a levantarse partidas de insurrectos.
Los días 9 y 19 de febrero de 1912, el ejército maderista –bajo las órdenes del general Juvencio Robles– realizó cruentas acciones contra la población civil, con el ataque y la quema del pueblo de Santa María Ahuacatitlán. Para obtener mayor cantidad de efectivos militares, Madero lanzó el proyecto del Servicio Militar Obligatorio, en tanto que se decretó la supresión de garantías individuales en Morelos, Guerrero, Tlaxcala y varios distritos del Estado de México y Puebla, bajo la justificación de “satisfacer únicamente la necesidad primordial de asegurar la vida, la honra y la propiedad”. La orientación discursiva gubernamental era abiertamente racista:
“La única bandera de las chusmas surianas es el bandidaje”, y el objetivo, en palabras de Madero, era “acabar con el bandidaje que bajo la forma de un comunismo agrario amenaza la vida, la honra y la propiedad” (6), lo cual estaba orientado a tranquilizar a las clases dominantes que veían la amenaza que, sobre la propiedad terrateniente, ejercían los campesinos organizados tras la divisa del Ejército Libertador del Sur.
La ofensiva militar adoptó medidas de recolonización, tomadas de las tácticas que los distintos ejércitos coloniales llevaron adelante en Cuba, Filipinas y la guerra Bóer de Sudáfrica, con lo que se buscaba, previa internación de la población en campos de concentración, “[…] destruir esos reductos zapatistas (forma en la que se refería a los pueblos, N. del A.) y evitar que los vecinos dieran armas, parque y alimentos a los bandidos” (7).
Como escribía John Womack Jr., “[…] el incendio a que se había recurrido como medida desesperada unos cuantos días antes en Santa María pasó a convertirse en sistema”.
Según planteaban los diarios de la Ciudad de México, eso era la forma de evitar que Morelos se convirtiese “en la tumba de nuestro heroico ejército” (8).
1912: la contraofensiva zapatista
En abril de 1912, los zapatistas lanzaron una contraofensiva a través de la cual tomaron de forma momentánea Tepoztlán, Jonacatepec y Jojutla, y expandieron su influencia militar en el estado y zonas aledañas, alentados además por el levantamiento de Orozco en Chihuahua.
Es importante considerar en este punto el carácter y la dimensión de las acciones militares de los rebeldes. Según reporta Pineda Gómez, los zapatistas realizaron 2 mil 304 acciones –considerando sólo las que se encuentran documentadas– durante los gobiernos de Madero y Huerta. La forma guerrillera que asumió el Ejército Libertador del Sur, no significaba que se tratase siempre de pequeños destacamentos, ya que “[…] entre 200 y 500 oscilaba el número de rebeldes que, según el diario maderista Nueva Era participaron en los hechos de armas que ocurrieron en el rumbo de Chalco, Tepalcingo, Tejalpa, Topilejo y Tlalquiltenango” (9).
Las acciones tuvieron, en determinados momentos, un carácter ofensivo que no se limitó a emboscadas y acciones en el campo, sino que implicó la ocupación de ciudades en Morelos y los estados aledaños, así como numerosas incursiones en los alrededores de la Ciudad de México (10).
Debilidades del zapatismo
Por otra parte, según Womack Jr., la acción de los zapatistas mostraba sus límites en la dificultad para conservar en su poder los centros urbanos conquistados, y en que el relativo control territorial que ejercían sobre los pueblos no era complementado con el dominio de los centros políticos y administrativos del estado, los cuales no podían mantener por la falta de suministros y de armamento.
De hecho, los intentos de Zapata por lograr la asistencia militar del que consideraba su aliado en el Norte, Pascual Orozco, no lograron ningún resultado, y los zapatistas dependieron, para conseguir recursos, de distintas vías, incluyendo la red clandestina de obtención de municiones en la Ciudad de México. Pero la mayor parte del armamento se conseguía a través de los asaltos a los cuarteles y bases militares del Ejército Federal, y era común la falta de pertrechos para hacer frente al enemigo.
En los meses siguientes a la ofensiva zapatista de abril, los sectores “partidarios de la legalidad” en el propio estado se fortalecieron; provenientes en muchos casos de los comerciantes y las clases medias urbanas, a partir del restablecimiento coyuntural de las garantías constitucionales y contando con el apoyo de Madero, comenzaron a preparar una serie de reformas.
Esto coincidió con una modificación en la táctica del gobierno federal, que sustituyó a Juvencio Robles por Felipe Ángeles –reconocido por su habilidad negociadora–, y le ofreció a Emiliano Zapata una tregua de tres meses. Esta actitud respondía a la debilidad creciente del gobierno de Madero, el cual, perdiendo el apoyo de las clases dominantes, mirado con creciente desconfianza por la administración estadounidense, e impotente para acabar con la rebelión sureña a pesar de la sangrienta campaña de Robles, intentaba restarle base social al zapatismo y encontrar algún sector en su seno que estuviera interesado en una transacción, lo cual podría dividir y debilitar a su adversario.
En cuanto a la labor de los reformadores de Morelos, un autor plantea, “Después de aceptar provisionalmente las enmiendas constitucionales que había propuesto Eugenio Morales y de promulgar leyes fiscales a favor de las pequeñas empresas urbanas y rurales, los diputados abordaron directamente la cuestión agraria” (11), sin embargo, las tibias reformas –que no iban más allá de un impuesto de 10% a las haciendas y la adquisición por parte del gobierno de parte de las tierras– no sólo no fueron instrumentadas, sino que se volvieron a adoptar medidas represivas.
La fuerza moral del Ejército Libertador del Sur
En este contexto, hay que destacar que la fortaleza del Ejército Libertador del Sur y su avance militar creciente no dependían esencialmente de su potencial técnico y de su capacidad de fuego. Sus éxitos militares, que al final le darían el control sobre Morelos y zonas adyacentes, descansaban en que su programa y su política expresaban la voluntad de resolver hasta el final las demandas de las masas rurales.
Junto a la cohesión política alrededor del problema agrario, el zapatismo logró fuerza organizativa porque el eje de su zona de acción se encontraba en los pueblos que –a través de los gobiernos autónomos–, garantizaban la manutención y el sostenimiento del Ejército Libertador. Por eso, a fines de 1912, cuando se mostró la futilidad de los intentos reformistas de sectores de las clases medias y acomodadas de Morelos, y las maniobras de Madero no fructificaron, el zapatismo volvió a acrecentar su influencia política y su reclutamiento militar en las comunidades.
Como plantea John Womack Jr., los milicianos zapatistas aparecían a veces organizados como destacamentos armados y luego desaparecían al amparo de las comunidades.
El plan para tomar Palacio Nacional
En este punto, merece considerarse lo que fue una de las acciones más osadas que proyectó Zapata: el plan para tomar Palacio Nacional el 15 de septiembre, mediante una acción guerrillera ofensiva sustentada en una infiltración paciente, durante los meses previos, de centenares de milicianos zapatistas en la Ciudad de México.
Esto –que relata de manera detallada Francisco Pineda en la obra citada–se sustentó en la existencia de una amplia red urbana zapatista, la cual fue descubierta pocos días antes de la fecha señalada mediante la acción de la policía secreta, que era continuidad –en la institución y en los hombres que la lideraban– de los servicios de inteligencia de Porfirio Díaz.
El desbaratamiento de la red fue seguido del juicio sumario a sus integrantes, y del traslado de los principales responsables –entre ellos el general zapatista Antonio de la Serna– a Chalco, Estado de México, donde regían las leyes de excepción, para ser “legal” y rápidamente fusilados.
El maderismo pierde apoyo
En contraste con el aumento ya mencionado de la influencia zapatista, hay que destacar que, a nivel nacional, “[…] a finales de julio de 1912, el maderismo prácticamente había perdido en su totalidad los apoyos –políticos y militares, del campo y la ciudad, en el Norte y en el Sur– que le permitieron encumbrarse” (12).
Esto se articuló con que, durante septiembre, se inició una ofensiva diplomática por parte de Washington, que reclamó al gobierno de Madero por su incapacidad para defender los intereses de sus connacionales. Ésta fue el preludio del levantamiento de octubre en Veracruz, liderado por el general Félix Díaz, y que contó con la cobertura de buques de guerra de EE. UU., Alemania e Inglaterra.
Aunque esta acción militar fue conjurada por el gobierno, resultó ser el antecedente inmediato del golpe de Huerta en febrero de 1913. Estados Unidos modificaba así su política inicial frente al coahuilense, al cual había apoyado frente a Díaz, quien en los últimos años había virado su política exterior hacia Inglaterra y otras potencias. Este accionar por parte de EE. UU. y sectores del ejército se explicaba, en gran medida, por la incapacidad manifiesta de Madero para dominar la insurgencia campesina y preservar los intereses de las clases dominantes.
Las fortalezas del zapatismo
En octubre, los zapatistas instituyeron un impuesto revolucionario sobre los hacendados, y elaboraron su propia ley de suspensión de garantías. Dicha normativa, entre otros puntos, “[…] declara fuera de la ley al presidente de la república y su gabinete 2) Amenaza con fusilar en lo sucesivo a quienes se presenten en el sur como delegados de paz… 9) las autoridades políticas serán sustituidas por Comités de Salud Pública” (13).
Con estas medidas, el zapatismo se arrogaba facultades propias de un gobierno revolucionario a escala local. Mientras tanto, realizaba una constante actividad clandestina en la Ciudad de México, para cobrar los “tributos revolucionarios” y eventualmente ajusticiar a quienes se negaban a pagarlos (14).
Al mismo tiempo, iniciaba ataques contra 37 grandes propiedades de Morelos, Tlaxcala, Puebla, Estado de México y Michoacán. En Morelos en particular, las haciendas ocupaban 46% del territorio y 79% de los hombres eran peones (15), con lo que el golpe económico y político fue de grandes proporciones. Ante ello, Felipe Ángeles respondió duramente la ofensiva zapatista, lo que le restó legitimidad a su anterior postura negociadora, principal virtud bajo la cual Madero lo había hecho jefe de las operaciones en la zona.
Durante los meses siguientes Morelos, que había sido el principal foco de oposición a la transacción de Ciudad Juárez, irradió su influencia hacia los estados cercanos.
Las últimas semanas del gobierno fueron de una lucha ascendente en el sur del país, en las cuales se inscribieron los ataques a las haciendas y las leyes de excepción zapatistas.
“[…] La ciudad de Oaxaca fue aislada militarmente por la acción de las fuerzas de Oseguera; Toluca estuvo en una situación similar, aunque por menos tiempo; mil insurgentes de Guerrero al mando de Jesús Salgado permanecieron amenazando con pasar a Morelos; Izúcar de Matamoros, Cuautla y Yautepec fueron atacadas también por el Ejército Libertador” (16), en tanto que en el Estado de México, alrededor de 5 mil rebeldes controlaban varios distritos.
La acción más importante en Morelos, la toma de Ayotzingo el 9 de enero de 1913, marcaba –por su ubicación geográfica– la posibilidad del acceso a la Ciudad de México, lo cual fue conjurado por la recuperación de este punto, lograda con mucha dificultad por las tropas federales.
Aunque el zapatismo, en esta fase de la Revolución, no pudo mantener en su poder ninguna plaza importante ni lograr la fuerza militar para derrotar al Ejército Federal, desarrolló una acción ofensiva y, al momento del golpe huertista contra Madero, era una fuerza política y militar fortalecida, que podía empalmar con el descontento que comenzaba a desarrollarse en otras zonas del país.
Tendencias a la independencia de las clases dominantes
El zapatismo debe considerarse teniendo en cuenta la dinámica de su trayectoria. Al inicio entró en alianza con un sector de la misma clase dominante organizado tras la figura de Francisco I. Madero y apoyó un programa —el Plan de San Luis— que se limitaba a la reforma del régimen político.
A partir de los acuerdos de Ciudad Juárez avanzó hacia la independencia política y programática, expresada en el Plan de Ayala y en el enfrentamiento con el Ejército Federal bajo las órdenes del nuevo gobierno maderista.
Es ilustrativo en ese sentido lo que señala Adolfo Gilly, cuando plantea que “[…] Lo que le permitió después convertir el apoyo en alianza y la alianza en ruptura y en movimiento con programa revolucionario propio, fue que desde un comienzo la Revolución del sur se organizó con su propia dirección, elegida por los pueblos y los combatientes, y con su organismo independiente de la dirección burguesa: el Ejército Libertador del Sur” (17).
O, como afirma Francisco Pineda, para quien durante el periodo maderista “[…] ya era una fuerza popular autoorganizada, con una capacidad militar considerable, unidad y fuerza moral, independencia política, un liderazgo radical y su propia bandera de lucha, el Plan de Ayala” (18).
El zapatismo mostró una tendencia a superar una característica de las rebeliones rurales del México del siglo XIX y de otros levantamientos campesinos a lo largo de la historia: la subordinación a distintas facciones de las clases dominantes.
Como plantea Katz en relación con el siglo XIX mexicano, “[…] tanto los liberales como los conservadores intentaban movilizar a los campesinos en su provecho cuando luchaban contra un gobierno central dominado por un grupo rival” (19).
Esta tendencia que expresó el zapatismo no se visualizó en la mayoría de los movimientos rurales que emergieron durante esos años en varios estados, cuestión que tratan Katz y otros historiadores (20). Como hemos dicho, los pueblos de Morelos como pilar de una organización militar independiente, aunado al impulso profundo de las demandas agrarias, fueron el secreto de la fuerza social del zapatismo y de su dinámica política.
A la luz del proceso abierto con el levantamiento maderista del 20 de noviembre, podemos decir que el elemento definitorio en la apertura de la Revolución fue la emergencia del zapatismo, considerado como una fracción radical del campesinado y como una dirección política-militar que avanzó en su independencia de la burguesía maderista.
* Este texto es parte del ensayo Senderos de la Revolución, incluido en el libro México en llamas.
Notas:
(1) Francisco Pineda Gómez, La Revolución del sur 1912-1914, México, Era, 2005, p. 159.
(2) Francisco Pineda Gómez, op. cit., p. 29.
(3) Charles C. Cumberland, Madero y la Revolución Mexicana, México, Siglo XXI, 8va. ed., 1999, p. 211.
4 Francisco Pineda Gómez, op. cit., p. 57.
5 Charles C. Cumberland, op. cit., p. 240.
6 Adolfo Gilly, La Revolución interrumpida / México 1910-1920: una guerra campesina por la tierra y el poder, México, Ediciones El Caballito, 7ma. ed., 1980, p. 43.
7 El País, 31 de agosto de 1912, citado por John Womack Jr.: Zapata y la Revolución Mexicana, México, Siglo XXI, 7ma. ed., 1976, p. 135.
8 Citado por John Womack Jr., op. cit., p. 136.
9 Francisco Pineda Gómez, op. cit., p. 49.
10 Según Francisco Pineda Gómez, “los hechos de armas muestran, además, la forma del despliegue de las fuerzas rebeldes. Concentran, atacan, se abastecen y se retiran, vuelven a concentrar y atacar”, ibidem, p. 50.
11 John Womack Jr., op. cit., p. 147.
12 Francisco Pineda Gómez, op. cit., p. 142.
13 Ibidem, p. 168.
14 Ibidem, p. 172.
15 Ibidem, p. 185.
16 Ibidem, p. 189.
17 Adolfo Gilly, op. cit., p. 57.
18 Francisco Pineda Gómez, op. cit., p. 30.
19 Friedrich Katz (comp.): Revuelta, rebelión y revolución, volumen 1, México, Era, 1era. ed. 2da reimp., 1999, pp. 16-17.
20 Ibidem, pp. 9-24.
Pablo Oprinari
Sociólogo y latinoamericanista (UNAM), coordinador de México en Llamas. Interpretaciones marxistas de la revolución y coautor de Juventud en las calles. Coordinador de Ideas de Izquierda México, columnista en La Izquierda Diario Mx e integrante del Movimiento de las y los Trabajadores Socialistas.