Los pasillos del sistema de salud son poco transitados por las cámaras de televisión. Las voces de sus trabajadoras y trabajadores raramente son escuchadas, salvo las de esa especie de “representantes oficiales” que monopolizan las entrevistas por videoconferencia. Aquí presentamos dos historias. Su relevancia es la de quienes viven la incertidumbre cotidiana, silenciosa y sumamente fundamental de trabajar en el sistema de salud argentino durante la pandemia.
Jueves 11 de junio de 2020 09:15
Romina tiene 30 años y le toma una hora y media, más o menos, para llegar hasta su trabajo. A la ida decide caminar unas diez cuadras hasta el subte, mientras que para volver, como ya es de noche, prefiere resguardarse tomando un colectivo. Una semana trabaja cinco días, a la siguiente seis. Ella cobra el salario básico de sanidad y trabaja part-time en un centro médico privado que únicamente tiene consultorios ambulatorios, un laboratorio y estudios por imágenes. Es recepcionista y tiene la suerte de formar parte de la planta permanente: atiende llamados, da turnos, hace recetas, responde y atiende consultas de los pacientes. Romina calcula que trabajan alrededor de 40 personas como planta permanente, entre la recepción, el sector administrativo y otras áreas. Los médicos, sin embargo, son todos monotributistas.
Su situación se asemeja a la de millones de empleados jóvenes, que cobran salarios bajos, alquilan, intentan solventar sus gastos pero deben recurrir siempre a la ayuda de un familiar para llegar a fin de mes. Su historial en el mundo del trabajo es sinuoso: recorrió numerosos call-centers, fue administrativa en una cámara, atendió un local de ropa, se enroló en una administración de consorcios. A veces registrada, otras veces en negro, siempre part-time para poder terminar sus estudios universitarios.
“Cuando comenzó la cuarentena, lo primero que hicieron fue entregarnos permisos a todos para que podamos ir a trabajar normalmente”, cuenta Romina. Cabe recordar que en aquel momento, los consultorios ambulatorios no estaban habilitados para funcionar: “según ellos, no cambiaba nada para nosotros porque estábamos en el sector de salud, más allá de que no tuviéramos que atender ningún tipo de urgencia. O sea, no teníamos ningún trabajo que hacer más allá de cancelar turnos, porque la gente no podía ir. Obviamente, no nos proveían medidas de protección básicas, como alcohol en gel”. En ese estado se encontraron durante aproximadamente dos semanas, hasta que a fines de marzo notificaron uno por uno, en reuniones individuales, a todo el personal de que se iba a reconvertir el centro médico en un “centro de fiebre”. De esta forma buscaron seguir con las puertas abiertas y como quien no quiere la cosa, desprenderse de algunos trabajadores: “querían saber ’con quiénes contaban’. En realidad intentaron meter miedo diciendo que íbamos a estar con gente enferma y que realizaríamos un trabajo distinto del que hacíamos hasta el momento. Obviamente, lo que querían era que algunos renunciáramos. Y como nadie renunció, porque todos necesitábamos el trabajo, a los dos días nos citaron a otra reunión, también uno por uno, con un papel ya redactado por la Gerencia y Recursos Humanos, para llegar a un acuerdo de suspensión durante 65 días por fuerza mayor, con una remuneración del 30% del salario. A los que trabajaban 8 ocho horas, por su parte, se les reduciría la jornada y el sueldo a la mitad”.
El sindicato de Sanidad -cuyo Secretario General es Héctor Daer- decidió no intervenir. “Yo personalmente intenté hablar con un delegado de otro hospital y lo que me respondió es que como éramos un centro médico muy chiquito, no iban a intervenir. O sea, si el conflicto escalaba y éramos muchas las personas que nos queríamos involucrar, por ahí podían pensar en algo. Pero como estaba dada la situación, no”, recuerda Romina. Se trataba de un acuerdo entre partes, sin intermediación sindical ni legal. La mayoría de los empleados terminó aceptando el acuerdo, con excepción de Romina y otras cinco personas, que se asesoraron con un abogado y aguardaron a una notificación legal. “Como evidentemente no querían hacer nada legal, se vieron en la situación de decirnos ’bueno, si no aceptan no pasa nada’. Así que nos seguimos presentando a trabajar normalmente. El problema es que en junio se reintegran los que sí aceptaron, y no sabemos qué sucederá”.
Macarena también tiene 30 años y trabaja como instrumentadora quirúrgica en el sector de cirugía ambulatoria. Forma parte de la planta permanente del Hospital Italiano y trabaja allí desde hace 5 años. Cuando se declaró la emergencia ante el Covid-19, su sector fue cerrado junto al de traumatología para reconvertirlo en un sitio que albergue personas infectadas por el virus. Ella y sus compañeras fueron derivadas a quirófano central, con un plan de trabajo que cambiaba todas las semanas: “Al principio era trabajar una semana y descansar tres. Después fue trabajar una semana y descansar quince días. Ahora, trabajamos dos semanas y descansamos una”, narra Macarena. “En realidad, esto no es sanitariamente correcto. Pero tengo entendido que en todos lados están trabajando todos los días. Cada lugar se maneja con un plan de trabajo propio”.
Durante estos más de 70 días de cuarentena, Macarena tuvo que realizar tareas en diferentes áreas: neurología, cirugía general, ginecología, cirugía plástica, maternidad, etc. Ella, al fin de cuentas es especializada en oftalmología. “Tenemos conocimientos, pero no estamos acostumbradas. Y es otro sector nuevo, estamos totalmente perdidas”, relata. A todas les hicieron firmar un acuerdo en el que quedaban a disponibilidad del hospital, o sea, pueden cumplir funciones en cualquier sector y los horarios pueden cambiar según las necesidades que surjan. Por ahora, el trabajo es poco. Los casos de Covid-19 que ingresaron al hospital no supusieron un gran movimiento general: “cuando empezó la cuarentena, nadie sabía quién iba y qué día. No había un plan de trabajo. Empezaron a enviar planillas en las que a mí, por ejemplo, me tocaba lunes, miércoles y viernes. Igual yo no llegaba a cumplir con ese esquema porque en el medio cambiaba. Nosotros no vamos todos los días. Si no hay trabajo un día, mi jefa me avisa que no vaya a trabajar o que me puedo ir más temprano. Pero si hay trabajo, me tengo que quedar más tiempo”.
Esta incertidumbre protocolar afecta, por lo menos en dos aspectos. En primer lugar, el médico: “neurología claramente yo no había hecho nunca y no entendía nada. Y me sentía mal, porque yo no podía ayudar a mis compañeras. Me pedían cosas y yo no sabía ni dónde estaban. Pobres pacientes, realmente. Nosotras, si bien aprendemos un montón, después llegamos a nuestras casas muy estresadas, muy angustiadas”. En segundo lugar, el salarial: “nosotras no estamos trabajando las mismas horas. Entonces, no sé qué va a pasar en el futuro con esas horas que le debo al hospital. Hay muchos rumores, entre ellos que se va a tomar esto como un “banco de horas”. Si se llega a desatar una catástrofe, ellos van a usar tu banco de horas para que vos vayas y no digas nada, porque estás a disponibilidad del hospital”.
Por el momento, Macarena cobró su último salario en forma íntegra. Lo cual tampoco es mucho decir: “yo alquilo. Me alcanza, pero no es que llego bien a fin de mes. Éste es uno de los hospitales que mejor paga en el rubro de la instrumentación y aún así llego justa”, comenta. Las dudas sobre el futuro, no obstante, se incrementan cada día más. Macarena cuenta que a los médicos les redujeron el salario de mayo en un 30%. Las paritarias fueron postergadas y la institución ya empezó a enviar mails sembrando dudas sobre el pago del aguinaldo. Como remate, el Hospital Italiano fue una de las empresas beneficiadas con el ATP sin que ello significara una marcha atrás con la reducción salarial a los médicos: “me parece absurdo. El Hospital Italiano sigue facturando y siempre facturó bien. Se están atajando con los comunicados, diciendo que están en una situación muy grave y no tienen plata, pero ellos generan millones por mes. Tienen un montón de afiliados, realizan cirugías y hasta poseen una universidad”. Y efectivamente, se trata de una institución que se expande a ritmo constante por toda la Capital Federal, hasta el punto de haber prácticamente copado todo el barrio de Almagro. Macarena incluso comenta que en su sede estaba en curso, hasta el inicio de la cuarentena, la construcción de un nuevo sector.
En la retórica discursiva, los empleados de la salud son “héroes”. Desde los primeros días en que se decretó la cuarentena, todas las noches a las 21 los barrios de todo el país se desmoronaban en aplausos hacia ellos y ellas. Alberto Fernández decretó el 26 de marzo -menos de una semana después del comienzo del aislamiento- un bono especial para este sector, que consistiría en 20 mil pesos repartidos en cuatro pagos durante abril, mayo, junio y julio. “Nadie recibió nada”, señala Macarena. “Están diciendo como que están dando el bono y la verdad es que no, a nosotros no nos llegó nada y a ninguna otra institución tampoco. Incluso se rumoreó que lo van a recibir las personas que van a trabajar todos los días. Y no es mi caso, ni el de un montón de personas”. Finalmente, en su conferencia conjunta con el gobernador de Buenos Aires, Axel Kicillof, y el Jefe de Gobierno porteño Horacio Rodríguez Larreta, Fernández pidió disculpas por el atraso, al que justificó alegando “cuestiones burocráticas” y prometió que comenzará a cobrarse en junio.
“Yo creo que en un principio hubo un intento de discurso para mostrar que los empleados de la salud son héroes, gente que está haciendo lo imposible en condiciones tremendas”, reflexiona Romina. “Pero la realidad es que hay responsables concretos de que se trabaje de esa manera. No es por la pandemia. En condiciones normales, la mayoría de los y las trabajadoras realizan sus tareas bajo una sobreexplotación, haciendo un montón de horas en guardias imposibles y sin insumos. Todo eso pasa hace un montón de tiempo y con la pandemia se expuso más. A mí no me hacen sentir heroína ni en pedo”, dice riéndose apenas.
“Hace más o menos tres semanas se habilitaron los consultorios ambulatorios y nos dieron un barbijo por día y antifaces. Luego pusieron en la recepción como unos paneles que te separan de los pacientes, lo cual es sólo una pantalla porque la recepción es una isla, es un redondel de 360 grados donde la gente se te acerca de todas formas porque el acrílico los colocaron solamente donde está la computadora”, denuncia Romina. “Hace dos semanas -continúa- nos empezaron a dar tres barbijos por semana, o sea, un barbijo cada dos días. Ellos se escudan diciendo que como nosotros trabajamos cuatro horas y los barbijos pueden utilizarse hasta doce horas, entonces podemos usarlo un día, dejarlo ahí y volver a ponérnoslo al día siguiente. Nosotros decidimos entre todos, usar esos tres barbijos y el resto de los días, traer nuestros propios tapabocas”.
El centro médico donde trabaja Romina es propiedad de un grupo de accionistas cuyos nombres también aparecen en los directorios de las principales empresas del país. Y como toda la medicina privada, las ganancias que se obtienen son incalculables. “Yo gano, en mano, 17 mil pesos mugrosos, que es lo que salen dos resonancias. Un estudio de laboratorio puede salir hasta 20 mil pesos. Ellos tienen la espalda suficiente para afrontar nuestros salarios, que son de miseria. Pero así y todo, accedieron al ATP. En mi recibo de sueldo sale que yo cobré 431 pesos. Yo le salí a la empresa este mes 431 pesos”, remarca indignada.
En el centro médico de Romina no se realizan testeos al personal ni se sigue ningún tipo de protocolo. No se dividen los grupos de trabajo, por lo que si se contagia uno, se contagian todos. Los médicos que atienden allí también trabajan en otros hospitales, por lo que vienen cargando cosas de diferentes sitios. “Yo igual no tengo problema en ir a trabajar porque trabajo en salud y sé que estoy en medio de una pandemia. La gente necesita seguir haciéndose los controles, necesita tener sus recetas de medicación crónica, necesita tener la contención necesaria para saber si su enfermedad es grave o no. Pero lo que hace la empresa es todo bastante a la marchanta, por decirlo de alguna manera”.
“Yo tengo miedo de contagiarme y contagiar a los demás. Vivo en pareja, él tiene dos hijos. Si bien lo económico es importante, prefiero que todos podamos estar bien de salud. Para mí lo económico pasó a segundo plano. Al principio me preocupaba, pero ahora es como que ya está. Si tengo que seguir trabajando, a pesar de que esto explote y que el hospital no nos pague, yo voy a seguir yendo igual. Es la profesión que elegí. Hice un juramento y me preocupan mucho las personas que necesitan ayuda”, sentencia Macarena. “Aunque, obviamente, me gustaría que tenga más reconocimiento el personal de salud tanto por parte de la institución como por parte del Estado”.
“Cuando sucedió eso de las suspensiones, pasó algo muy loco que fue una unidad bastante sincera entre todos. Nos vimos en la situación de que nos estaban cagando a todos y hubo una conciencia de que sin nosotros el laburo no sale. Una de las chicas dijo literal: ’ya fue, tenemos los técnicos, tenemos los médicos, tenemos la recepción, pongámonos nosotros a manejar el centro’. Ahora tienen que volver los que trabajaban 8 horas. No sabemos si se las van a devolver, pero yo ya les dije que, aunque yo sólo trabajo 4 horas, cuenten conmigo para pelearla”, concluye Romina.