Lunes 12 de septiembre de 2016 09:48
"Hay mujeres que necesitan ser violadas para tener sexo porque son histéricas y sienten culpa por no poder tener sexo libremente". Con estas impresentables y descalificadoras palabras respondió el músico Gustavo Cordera, en una charla brindada para alumnos de la escuela de periodismo TEA Arte. Luego al ser consultado por las denuncias de abusos sexuales que pesan sobre los músicos Cristian Aldana de El Otro Yo y José Miguel del Popolo de La Ola Que Quería Ser Chau, agregó: "Es una aberración de la ley que si una pendeja de 16 años con la concha caliente quiera coger con vos, vos no te las puedas coger". Todo un resumen de una perspectiva misógina patriarcal. Nada nuevo en un país donde la violencia de género es un fenómeno cotidiano. Quizás, lo nuevo es la brutalidad con que ha expresado cuestiones que muchos varones piensan justificados por una cultura sostenida en la ruptura del lazo social. En este sentido me interesa ver estas expresiones como un analizador del lugar que ocupa la sexualidad y el erotismo en la actualidad del capitalismo tardío.
Hoy nos encontramos con una cultura sexual diferente a la de otros momentos históricos. Todas las características de la heterosexualidad patriarcal han sido puestas en crisis. Este proceso que ha permitido romper prejuicios y tabúes de otras épocas, pero también han traído nuevos problemas a resolver. Uno de ellos es que la sexualidad que propone la cultura se ha disociado de los afectos al servicio de que se pueda ofrecer como una mercancía para ser intercambiada en el mercado de las relaciones sociales. Esta sexualidad evanescente ha dejado a la mujer y al hombre solos frente al otro, ya que podemos tener encuentros sexuales, pero no intersubjetivos. De allí que el predominio del “individualismo negativo” ha traído la falta de compromiso con el otro donde la dependencia afectiva es vivida como debilidad. El mundo actual nos exige actuar como si no necesitáramos de nadie y nos transforma en seres funcionales para la búsqueda de la ilusión de la felicidad privada. Una felicidad que se pueda comprar en 12 cuotas mensuales. Su resultado es dejarnos cada vez más solos e insatisfechos al quedar atrapados por relaciones desubjetivadas donde se han perdido –entre otras cuestiones– los parámetros del erotismo. La sexualidad, al no tener la fuerza para la transgresión del erotismo al servicio de la vida, queda domeñada por la perversión. Es decir, una sexualidad que se le impone al sujeto como actos repetitivos. Una sexualidad sostenida en el sometimiento y la destrucción del otro. En definitiva, una sexualidad que produce un proceso de desestructuración subjetiva. Por ello hablamos de un síntoma-cosa para subrayar la desubjetivación radical del otro que encontramos en la perversión donde el otro no existe ya que se lo cosifica. El otro se transforma en una cosa cuya invisibilidad esta sostenida en la escisión del yo. Es decir el otro existe para representar un papel de la escena perversa; por ejemplo, en un violador su fantasía sádica puede representar a la mujer como una “histérica” que supuestamente “necesita” ser violada.
Debemos señalar que Marx refiere a la reificación o cosificación (Verdinglichung) de las relaciones sociales. Este concepto está vinculado a las nociones de alienación y fetichismo de la mercancía y se incorpora en el feminismo a partir de los años 70 para definir “la cosificación sexual” de la mujer. Esto ocurre cuando se ve a una persona como un objeto sexual dado que se han separado los atributos sexuales y la belleza física del resto de la personalidad y existencia como un individuo, y han reducido los atributos a instrumentos de placer por otra persona.
De esta manera, el erotismo alude a una compleja combinación de la sexualidad infantil y adulta con las singulares fijaciones que cada sujeto tiene en lo pregenital. Si en todo juego erótico hay, en mayor o menos medida, una desubjetivación del otro en tanto se juegan las fantasías de cada partenaire, en la perversión hay una desubjetivación radical que cosifica al otro. Por lo contrario, siempre en el juego erótico hay alteridad. El otro es necesario pues el encuentro erótico comienza con la visión del cuerpo deseado. Cuerpo deseado que en sus zonas erógenas se abre a la sexualidad en la imaginación y la alteridad. Como dice George Bataille: “El erotismo es una afirmación de la vida hasta en la muerte”.
Creemos que el problema de la alteridad es uno de los grandes temas de la actualidad. Rechazar al otro implica no asumir que el otro es la base de todas nuestras esperanzas. El otro genera Eros y es precisamente el Eros el que permite una razón apasionada. Una razón que da cuenta de uno mismo y de los otros en el colectivo social.
Para finalizar este breve comentario debo decir que la condena a Cordera por parte de los sectores de poder se sostiene en lo “políticamente correcto” ya que no cuestiona las bases de la cultura hegemónica del capitalismo patriarcal. Sin embargo celebramos que sus comentarios no hayan pasado desapercibidos.