A pocos días del balotaje, los piquetes de los trabajadores de Coca, Shell, Chozas y Cresta Roja se entremezclan con el bombardeo mediático de los hijos políticos de Menem. La pelea por el voto en blanco contada desde las fabricas y las calles de zona sur.
Gustavo Michel Operador de Shell en Refinería de Dock Sud | Agrupación Naranja Petrolera | MAC | @Michel_gus
Miércoles 18 de noviembre de 2015
En el día de ayer hubo una jornada de lucha por partida doble en el sur del Conurbano. Mientras los trabajadores de Coca Cola, Ramón Chozas y Shell cruzaban el Puente Alsina bajo la lluvia para cortar el transito en pleno centro de Pompeya, los trabajadores de Cresta Roja avanzaban sobre la Autopista Ricchieri.
Los primeros reclaman por las reincorporaciones concedidas por la vía judicial ante despidos persecutorios que las empresas no acatan, los segundos quieren evitar el vaciamiento de una patronal que, después de amasar fortunas, se declara en quiebra. Una tercer (ciber) postal completa el cuadro. Un trabajador de Ferrum manda un mensaje de texto a un grupo de Whatsapp. “Los K están volanteando en la puerta del laburo”, dice y le responde un trabajador de Siam: “eso no es nada. Acá comimos parados porque vino Ferraresi (el intendente de Avellaneda) y nos sacaron las sillas para armar tipo conferencia de prensa”. La sinfonía del ajuste hace un contrapunto casi cinematográfico con la marcha fúnebre hacia el balotaje.
A pocos días de que termine el mandato de CFK, ya hay en las calles trabajadores que salen a enfrentar un ajuste que, según Scioli, solamente iban a experimentar si Macri gana el próximo domingo. Lo cierto es que los despidos hormigas, las suspensiones en las fabricas, la persecución ideológica a los trabajadores que buscan organizarse por fuera de las burocracias peronistas (oficialistas u opositoras) es una realidad palpable pero de la que no hay ningún spot en la llamada campaña del miedo ¿A quiénes representan esta suerte de viajeros del (des)tiempo y en quiénes se representan ellos? Se forjaron en las charlas con el mate y las comidas que se engullen a las apuradas entre los espacios que dejan el ruido de los tornos, los rodillos de la imprenta o los rodamientos de las cintas. Allí se charlaba que se podía estar mejor y se organizaba el asado, el partido de futbol, el folklore que acompaña la organización obrera por la puja redistributiva. A veces vencían y otras no, pero si la lucha se ponía picante sectores enteros hacían su experiencia con el gobierno, los ministerios, las burocracias sindicales, la policía y la justicia. Algunos abrazaban, como corolario de la experiencia, la militancia política junto a una izquierda que acompañó y se nutrió de todo este proceso, un grupo todavía mayor serán compañeros de ruta, agradecidos con la victoria conquistada pero que seguirán pensando que la política no es cosa de obreros. Pese a sus erupciones y gestas, el paisaje que parió al sindicalismo de base es un ecosistema de frágil equilibrio que el nuevo gobierno intentará alterar. No van a faltar los que lloren por ese paraíso perdido y se refugien tras trinchera de tintas y tejuelos, cuando lo que se necesita (más que nunca) es pegar un salto.
La pelea por el voto en blanco no suscita piquetes ni represiones, pero sí es un primer instrumento para el recuento globular de nuestras fuerzas por abajo. Porque el ajuste que se viene no es una profecía escrita en los astros sino la comprobación cotidiana que se percibe en el envalentonamiento de los supervisores y gerentes, en las pequeñas decomisaciones cotidianas que buscan retacear los minutos para ir al baño, para tomar el mate, para leer el diario. Porque la verdadera campaña del miedo no es la que proviene de la Korpo de Cristóbal López sino la promesa tacita de que, gane quien gane, la piara de Don Carlos que hociquea en los barrios cerrados del Conurbano va a querer seguir tirando de la soga hasta arrojarnos en el barro si hace falta. Y las grandes multinacionales (Las Don Charles) que amasan fortunas sauditas pero que suspenden a media planta cuando no pueden llevarse la plata afuera en tiempo y forma, ni hablar. Esa pelea voto a voto es fundamental para que forjemos una forma superior de militancia obrera para la nueva etapa, una que necesariamente partirá de las inflexiones señaladas por la izquierda junto al sindicalismo de base. Los jóvenes kirchneristas desesperados se aprestan ahora a visitar las puertas de algunas fabricas de Avellaneda. Pero dentro de ellas hay pequeños núcleos que saben que ese joven, por mas buenas intenciones que tenga, viene de compartir asados y actos con los tipos de su sindicato que marcan gente adentro de la planta y que cobran sin trabajar. Es cuestión de que esos núcleos se rompan la cabeza pensando cómo generalizar esta conclusión.
El día de ayer también terminó con dos postales opuestas: la victoria de la lista Bordo en la multinacional PepsiCo en la Zona Norte de GBA, por un lado, y la patota sciolista que baleó a los obreros del Frigorífico Incob en la ciudad de Bahia Blanca. Contradicciones de la situación que, aunque esté girando a la derecha, abre el juego a un nuevo tipo de sindicalismo de izquierda.