Dos semanas después del ataque a Charlie Hebdo, las encuestas son claras : la popularidad del presidente François Hollande subió más de 20 puntos. Un presidente que no paraba de bajar en las encuestas desde que asumió, de quien se dudaba incluso que ni siquiera fuese candidato para una reelección, consigue así un margen de maniobra importante. Es cierto que desde el punto de vista del estado burgués, Hollande manejó la crisis a la perfección, al menos en estas dos primeras semanas. Pero se acerca la hora de la verdad, la hora de implementar las “medidas excepcionales ante una situación excepcional”, para usar las palabras del primer ministro Manuel Valls.
Domingo 25 de enero de 2015 11:12
Le Figaro planteaba el miércoles en “Hoy o nunca” que “El enemigo ya está designado, ahora es cuestión de erradicarlo”. Para esto “el primer ministro debe poner el crecimiento de su popularidad al servicio de una acción enérgica de largo plazo”.
Y las medidas anunciadas son, como era de esperar, un aumento en las dotaciones de las fuerzas de represión, un mayor margen de maniobra para los servicios de inteligencia, y la anulación de una parte de la reducción de efectivos militares prevista para los próximos años. Le Figaro retoma entonces su posición crítica del gobierno en su editorial del jueves “Un solo extremo de la cadena”. “Si el primer ministro utiliza todos los recursos policiales para combatir el terrorismo, no se atreve sin embargo a utilizar todos los recursos judiciales, más preocupado por respetar, como siempre, los equilibrios internos del gobierno”. ¿Cuál es el pecado de Manuel Valls? No volver atrás con la ley Taubira, una reforma penal más bien laxista. Para este diario hay que ser más duros con los delincuentes, con todos, porque como planteaba el miércoles “La experiencia ha demostrado que la pequeña delincuencia es terreno fértil para el islamismo radical”. La lógica de la derecha de Le Figaro es simple: Los terroristas islamistas provienen de sectores populares y tienen un pasado de delincuencia menor. Hay que atacar esta delincuencia. Pero poco importa las razones que empujan a los sectores sociales más pobres a delinquir. Lo que importa es, para dar seguridad al país, controlar las acciones de los sectores más pobres de la sociedad y nada mejor entonces que meterlos a todos presos, durante mucho tiempo.
Pero el gobierno, mientras avanza sin gran cuestionamiento con las políticas de represión y con las reformas previstas (como la ley Macron de flexibilización laboral), mantiene un discurso más demagógico, para no perder a su lectorado de izquierda. Al mismo tiempo que avanza con su lógica conservadora republicana y de unidad nacional para fortalecer el régimen, debe compensar su discurso. Así Hollande, desde el principio, planteó que no había que caer en la estigmatización de los musulmanes, tratando no solamente de evitar que el FN de Le Pen logre aprovechar la situación, sino también de hacer adherir a la unión nacional a las direcciones musulmanas moderadas. Pero Valls dio un paso más y planteó esta semana que en Francia había un “Apartheid social”.
Para Le Monde, en “Seguridad y civismo : de los dichos a los hechos” plantea que no hay una varita mágica “para luchar contra el ’apartheid territorial, social y étnico’ diagnosticado con lucidez por Manuel Valls para definir las fracturas que atraviesan el país”. “Todos sabemos” continúa, “que el nutriente del terrorismo franco-francés que acaba de golpear está en el mismo centro de nuestra sociedad” y concluye diciendo “los remedios deben estar a la altura del diagnóstico”. ¿Qué remedios? Nada nos dice. Pero defiende los dichos de Valls, que fueron bastante criticados por la derecha, que considera la palabra Apartheid como demasiado fuerte. Es de extrañar que Libération no le haya dedicado ninguna editorial o nota central a este tema. Era una buena oportunidad para salir a la defensa del gobierno.
Le Figaro plantea el sábado en su editorial “Una e indivisible”, que “fue un error dejar entender que Francia haya podido implementar una política de racismo de estado”. Pero plantea también que “nuestro modelo republicano se salvará de la bancarrota por arriba. Y no por abajo, confundiendo igualdad e igualitarismo, fraternidad y mezcla, libertad y laxitud”.
El problema es que ciertamente los grupos islamistas reclutan entre los sectores populares, entre los más oprimidos de la sociedad. El islamismo se nutre de la desesperación social de un sector de la población a quienes la república francesa tiene poco que ofrecerles. La centro-izquierda y la izquierda reformista tienen poco que ofrecer como salida. La crisis de la educación, bastante discutida esta semana, así lo demuestra. Un sistema escolar, supuestamente progresista, ha mostrado su bancarrota y se transforma cada vez más abiertamente en un órgano de control social. Las sanciones (incluso su denunciación ante la justicia), de los alumnos que no “respetaron” el minuto de silencio impuesto por el estado luego de los atentados así lo demuestra.
Pero para la derecha toda política social viene a fomentar el “comunitarismo”. Un comunitarismo ajeno a los valores de la república. Para la derecha la represión y el control social son la única salida.