La candidatura al Oscar a la mejor película extranjero de un filme tan importante en la reescritura de la memoria histórica del Estado español como ‘La trinchera infinita’ tiene varias lecturas. O el ya algo tardío (ahí tenemos el olvido de, por ejemplo, “Pan negro”) y el siempre aleatorio acercamiento de los premios de Hollywood a las entrañas de la historia de otros lugares o la valoración de la insuperable calidad fílmica de uno de los más intensos y arriesgados trabajos del cine español de los últimos años.
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Eduardo Nabal @eduardonabal
Martes 24 de noviembre de 2020
Fotograma de ’La trinchera infinita’ (EONE)
Codirigido por varios artistas del celuloide hermoso y comprometido, dotado de un reparto excepcional que se entrega a las hechuras, entre el suspense y la denuncia, ‘La trinchera infinita’ es un filme dramático donde el lirismo casa con fuerza con la tensión (interior y exterior) en la que viven sumidas sus criaturas, producto de los desmanes de la postguerra civil española.
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En cierto sentido, el filme se acerca con valentía a un motivo, narrativo y visual, de alcance universal como es “el miedo a la libertad”. El tema de la película es la supervivencia de uno de los que se “escondieron” tras la victoria franquista, al final de la Guerra civil española. Son los llamados “topos”. No obstante, la película, que recrea meticulosamente el periplo de este hombre (encarnado con intensidad por Antonio de la Torre, en la “gran interpretación de su carrera”) que huye en su propia casa de inminentes represalias, nos habla del silencio frente a la represión en varias capas y momentos de la narración, del miedo y de la violencia, física y psicológica. Un tema, el temor a los desmanes del poder que, bajo distintas formas, no conoce fronteras “espacio-temporales”.
En el desarrollo de la historia la convivencia del matrimonio protagonista se deteriora como consecuencia de la imposibilidad total de llevar una vida en común cuando el marido debe permanecer en un agujero, preparado o improvisado, que le permite huir de las miradas y la represión fascista que cuelgan sobre su cabeza hasta la amnistía parcial de 1969 por los “crímenes de guerra”, esperando inútilmente la intervención de “potencias extranjeras”.
Tras un prólogo, narrado magistralmente, de una brutal persecución por parte de las milicias franquistas hacia ciudadanos adeptos al régimen democrático de la Segunda República, el filme se centra en el devenir de este personaje que con su vuelta a casa inicia un peculiar viaje interior entre el temor, la esperanza, la rabia y la impotencia.
Bajo el manto del miedo al fascismo y la separación del escondrijo se viven y se reencuadran, con una fotografía exquisita, cuestiones como las delaciones, las represalias, y a otro nivel, el matrimonio, la maternidad y la paternidad frustrada, la percepción del paso del tiempo, la homofobia, las medias verdades, la violación y el acoso, el miedo a la muerte, el fingimiento, todo ello filmado con gran belleza y precisión y dosificando la tensión y el lirismo, lo trágico y lo esperanzado, acompañado de una lírica partitura del universal Pascal Gaigne.
El filme maneja una suerte de breve diccionario que anuncia con palabras lo que va a ocurrir en la siguiente secuencia, incluyendo términos como “Temor”, “Liberación” o “Salir”, que adquieren varios significados, aunque en los intertítulos solo tengan una entrada, un arrebato de ironía por parte de los padres de la criatura, hermosa, a ratos delicada, a ratos bestial y siempre valiente.
También maneja con maestría la subjetividad alterada y la visión parcial subrayando el encierro del protagonista masculino, siempre oteando la realidad del pueblo donde sobrevive a través de huecos, ventanas, visillos, claroscuros, aberturas en la pared, lográndolo con gran elegancia, sin perder la crispación, incluso en sus crecientes pesadillas y contradicciones vitales.
“El topo” se convierte en un personaje que sirve de metáfora del espectador de cine de todas las latitudes, un mirón furtivo en el que otros eligen por él lo que puede y no puede ver, observador de un pareja gay ocultándose en su casa de la mirada de la Ley de Peligrosidad Social -entonces de vagos y maleantes-, de una mujer que debe hacerse pasar por la tía de su verdadero hijo, hasta de un altanero y coqueto militar que trata de violar a su mujer.
Aunque el tema central es claramente el ostracismo de los que se escondieron de una violencia gubernamental siempre al acecho, los directores vascos de las también excelsas “Handia”, “Loreak” y “80 egunean”, hacen un ejercicio de interseccionalidad narrando no solo la situación de “reclusión en la mentira” de la esposa desesperada y acosada, la situación de desconcierto del hijo al que hacen pasar por sobrino, sino que entrecruza la posición de encierro del protagonista con algunos secundarios que, a su manera, también deben esconderse, ocultarse en una careta de invisibilidad, construyendo una suerte de armario multidireccional en el que el protagonista se encierra y encierra, comprende a los demás, se enfrenta a sus propios temores y se agota en su firmeza política.
Sin forzar mucho la cuestión ni salirse del tiesto, el filme se erige en una poderosa metáfora de “el armario” en un sentido amplio e interseccional del término, en el que un hombre pasa treinta años guardando silencio y semienclaustrando a sus seres próximos y queridos en esta dolorosa huida por la supervivencia y hacia la llegada de la libertad.
No sabemos si su candidatura al Oscar se debe al contraste con la calidad del resto de los filmes seleccionados o más bien a una fascinación, donde se mezcla la solidez narrativa y la intrahistoria, por los aspectos más oscuros de nuestra memoria histórica, maltratada o silenciada durante tanto tiempo, sobre todo por estos lares. La decisión valiente de la academia de Hollywood de poner a un filme arrojado, tenso, claustrofóbico y de extraña poesía en la mirada de los espectadores de todo el mundo no deja de ser un paso adelante que contrasta con los retrocesos que se suceden, aquí y ahora, con respecto a la reparación de la memoria las víctimas de una de las dictaduras más largas y oscuras de la historia universal.
La candidatura, independientemente de si ’La trinchera infinita’ se alza o no con la “preciada estatuilla”, es de por sí una virulenta diatriba contra el olvido histórico y un alegato en favor de la recuperación de las pequeñas historias dentro de la Historia con mayúsculas.
TRAILER
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Eduardo Nabal
Nació en Burgos en 1970. Estudió Biblioteconomía y Documentación en la Universidad de Salamanca. Cinéfilo, periodista y escritor freelance. Es autor de un capítulo sobre el new queer cinema incluido en la recopilación de ensayos “Teoría queer” (Editorial Egales, 2005). Es colaborador de Izquierda Diario.