A 80 años del asesinato del revolucionario León Trotsky por parte de un sicario estalinista.
Luca Bonfante @LucaBonfante98
Domingo 23 de agosto de 2020 15:30
Si es cierto que la valorización histórica que le otorga la sociedad a la ciencia está determinada por su capacidad para incrementar el poder del ser humano, para dotarlo del poder de prever los acontecimientos y dominar la naturaleza -dominar es distinto que explotar-, podríamos decir entonces, que el arma y la herramienta teórica que significa el marxismo para transformar la realidad (que se mantiene actual por la persistencia de las condiciones que le dieron origen) es una de las expresiones que demuestran lo lejos que puede llegar el vuelo de la conciencia humana.
Es tan alto el nivel de efectividad al que se puede llegar utilizando los métodos del materialismo histórico y la dialéctica, que hasta permitió y permite vislumbrar o prever algunos aspectos del futuro sin poseer ninguna “bola de cristal” o algo que se le parezca. Sin ir más lejos, la capacidad de Trotsky de anticipar luego de la crisis del ’30 del siglo pasado el estallido inminente de una segunda guerra mundial y los peligros del desarrollo del fascismo en Europa frente a una III internacional burocratizada, son un ejemplo entre muchísimos otros de la efectividad del método marxista, en este caso aplicado por el revolucionario ruso.
Sin embargo, como en todas las esferas de la actividad humana donde actúan fuerzas vivas, el azar es un intruso con un importante margen. No todas las cosas se pueden prever, no todos los hechos se pueden anticipar y nadie tiene la capacidad de vislumbrar en su totalidad como se van a desarrollar los acontecimientos de la historia. La bruma de la incertidumbre suele estar presente en mayor o menor medida en todos los lugares. Para verificar esto alcanza solamente con mirar la forma que adaptó la crisis capitalista que hoy en día sacude a todo el mundo, acelerada por la aparición de un virus letal. Salvando las distancias, el surgimiento de la burocracia “termidoriana” luego de la revolución rusa, consolidada y acelerada por la derrota de la revolución en occidente, tampoco fue anticipada por nadie antes de 1917, no estaba escrito de antemano en ningún lugar y tampoco surge, como decía el mismo Trotsky, de manera lógica, sino dialéctica; no como su afirmación revolucionaria, sino como su negación termidoriana.
La determinación, la capacidad de vislumbrar y el “coraje del espíritu” son las cualidades que, según el teórico de la guerra Clausewitz, ayudan a identificar y medir el “genio para la guerra” de un combatiente. Son virtudes que también se pueden aplicar al terreno de la lucha de clases y la revolución (para un desarrollo mejor del tema ver “Estrategia Socialista y Arte Militar” de Emilio Albamonte y Matías Maiello), los marxistas más conscientes y lúcidos son, en última instancia, aquellxs que conciben al azar no como un intruso y si como un elemento intrínseco al desarrollo de los acontecimientos históricos, son aquellxs que a pesar de las vueltas y giros bruscos de la historia le escapan a cualquier tipo de reduccionismo mecanicista y se convierten en marxistas y revolucionarios de su época propiamente dichos, en “patriotas de su generación”. Son lxs que tienen la capacidad de vislumbrar y perseguir con determinación sus objetivos reactualizando las tareas y desafíos de los revolucionarios para una época determinada aplicando el método científico del marxismo para poder hacerlo.
La capacidad de Lenín para identificar la fase imperialista del capitalismo y vislumbrar la tarea de los revolucionarios en la etapa de “crisis, guerras y revoluciones” junto a la importante tarea de poner en pie partidos revolucionarios de la clase trabajadora, lo ubica automáticamente en el grupo de combatientes del campo revolucionario que poseían esa “virtud guerrera”. La determinación de Trotsky y su "genio para la guerra" en el campo político y militar, el coraje de su lucha contra la burocratización del Estado Soviético, la fundación de Oposición de Izquierda y la IV internacional y su aporte teórico-práctico para alcanzar el triunfo de la revolución socialista en todo el mundo, también. Estas cualidades se podrían resumir como la inteligencia, que aún en medio de la oscuridad total no deja de tener algunos vestigios de luz interior, un hueco por el cual se filtra un rayo de sol. En ese sentido, el legado de Trotsky junto a su determinación, capacidad de vislumbrar y su “coraje de espíritu” para perseguir los objetivos de la revolución socialista en todo el mundo, lo ubican como continuador histórico del marxismo en la época imperialista de crisis, guerras y revoluciones y como guardián del “hilo rojo” a pesar de las condiciones más adversas, la burocracia stalinista y giros bruscos de la historia que le tocó vivir.
No está de más aclarar que la conquista de estas virtudes no cae del cielo, tampoco es una cualidad genética, se forja y se sigue forjando al calor de los acontecimientos y la lucha de clases, se pone a prueba una y otra vez y solo la historia puede juzgarla.
Sin embargo, como ya sabemos, la historia demostró que la lucidez de los individuos no resuelve por si sola el problema y que a veces las premisas objetivas para la revolución socialista no coinciden con las condiciones subjetivas. No hay “épica” que alcance, la cuestión es mucho más compleja cuando se trata de fuerzas vivas actuando. Comprender la relación dialéctica entre los individuos y su época, entre lo objetivo y lo subjetivo, el desarrollo de la lucha de clases, el avance y retroceso de la clase obrera y el estado de las fuerzas materiales, humaniza, en última instancia, las cualidades de los mejores combatientes y su “virtud guerrera”, los coloca en el terreno de lo humano donde diversos elementos se ponen en juego y tienen dinámica propia. Esta idea no hace más que llevarnos a repensar las contradicciones que tienen las tareas de los revolucionarios hoy en día con la reactualización de las premisas objetivas para la revolución, la crisis de subjetividad que atraviesa el movimiento obrero y la necesidad de acumular volúmenes de fuerza (en términos materiales y morales) para poder superarla. Gran parte de la vida política de Trotsky, más allá de las diferencias de la época, también transcurrió en una etapa de grandes contradicciones entre ambas premisas (subjetivas-objetivas). Es desde ese lugar y posicionamiento en el que nos debemos parar para reivindicar su legado como continuador del marxismo revolucionario en el siglo XX, que tiene un significado invaluable y que es indudablemente el punto de partida más importante para pensar las tareas de los revolucionarios en el siglo XXI.
En un mundo sacudido por la crisis capitalista y el COVID 19 que agudiza muchísimo más los padecimientos de lxs trabajadorxs y sectores populares (inmensa mayoría de la población mundial) lxs revolucionarixs que queremos transformar la humanidad nos encontramos frente a nuevos desafíos y épocas que pondrán a prueba la “virtud guerrera” de nuestra generación y nuestra capacidad de poner en pie partidos revolucionarios en todo el mundo en pos de reconstruir la IV internacional para alcanzar el comunismo. A pesar de que muchxs de nosotrxs somos jóvenes y nos inunda el más profundo deseo de cambiarlo todo, tenemos que ser muy conscientes que destacar el legado y las cualidades de los combatientes del pasado no cumple una función menor ni simbólica, se trata de no empezar de cero, cuestión de vida o muerte para comprender, perseguir con determinación y manejar al pincel que nos permita pintar el “arte de la insurrección” para conquistar todos los colores.
¡Viva el legado de León Trotsky y su lucha por la emancipación de toda la humanidad!