Una experiencia personal con el famoso ladrón de bancos Juan José Laginestra, a quien el autor conoció en la cárcel cuando fue detenido por los militares genocidas.
Lunes 16 de mayo de 2016 00:00
Foto: Juan José Laginestra (en 40 Líneas)
Laginestra fue un popular ladrón de bancos por su forma de realizar esos atracos en la década del 60, donde mostraba gran creatividad para pensar los asaltos y la fuga de los mismos. Cincuenta asaltos, tres fugas de penitenciarias y ninguna víctima muerta.
Por esas cosas de la memoria, recién cuando me encontré de casualidad con una nota publicada en junio de 2014 en el sitio En 40 líneas volví a recordar a este ladrón, al que conocí de vista cuando estuve preso en la cárcel del barrio San Martín en Córdoba.
Él, Laginestra, nunca le robó a un obrero, solo robaba bancos. Su actitud solidaria con los presos políticos nos moralizaba, pese a las penurias a las que éramos sometidos. En los 70 también había presos comunes que en forma distorsionada eran parte del espíritu de la época.
Laginestra, que tenía muy buena ascendencia entre los presos que le otorgaba poder dentro de la cárcel, organizó una huelga de 24 horas para denunciar que los presos políticos eran torturados. La medida eran 24 horas de silencio para que se pudiera escuchar nuestros gritos. Además, sacó a las calles las denuncias de las torturas a la que estábamos sometidos los presos políticos, a través de sus visitas.
De ladrones y asesinos
La nota de En 40 líneas se titula “Laginestra, el caballero del camión fantasma”. Y me permito reproducir varios de sus párrafos, a modo de recordatorio de aquel “preso común” en medio de las cárceles de la dictadura genocida.
Una vida dedicada al robo, aunque sin disparar su arma jamás. Creativo, de buenos modales, siempre predispuesto al escape y con ascendencia en los reos de los penales, se ganó el odio de quienes debían apresarlo. Murió acribillado en un tiroteo con la policía bonaerense, en el que tanto él como su cómplice estaban desarmados.
Nació en General Bogado, Santa Fe, el 8 de enero de 1937. Se crió en Villa Soldati, donde abrazó la delincuencia como forma de vida. Transitó el escalafón del hampa desde sus comienzos como ratero hasta su consumación como ladrón, robando a mano armada, pero sin víctimas, a lo largo de todo el país.
También incursionó en los secuestros extorsivos, en los que nunca mató a nadie. Se ganó el respeto de los reclusos cuando le tocó estar detenido, pero no se sentía a gusto en las cárceles, por lo que sus fugas eran una constante.
Entre sus colegas lo conocían como Pichón, pero sus padres lo bautizaron Juan José. Creció en un hogar humilde y trabajador, el de los Laginestra y quizás esa sea la explicación del porqué de sus buenos modales, a pesar de haber dedicado su vida al crimen.
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Tres fugas, cincuenta asaltos y ni una sola víctima muerta en sus ‘golpes’, es el legado de Pichón, un ladrón que robó en medio país y que a lo largo de su carrera, se ganó el odio de quienes estaban encargados de apresarlo.
El primer “trabajo” de Laginestra fue un robo calificado el 30 de diciembre de 1959, donde se llevó 800 mil pesos de la época, de una las oficinas de Segba en Rosario.
Casi una década después, en 1968, los bancos sufrieron una seguidilla de asaltos en los que él se especializaba. Para el mes de agosto se computaban un total de doce golpes en Buenos Aires y el conurbano, y sólo uno había sido esclarecido.
También para ese entonces, había ganado fama entre los reclusos y los afectos a la crónica policial, al intentar fugarse dos veces en 1967 de la cárcel de encausados de Rosario, y haberlo conseguido un año después, la madrugada del 23 de marzo cuando sin que aún nadie se lo pueda explicar, abandonó la celda aislada en la que lo requisaban cada 24 horas. La dejó con candado por fuera, se descolgó por el muro de la prisión con una soga de 6,5 metros, para escapar en un Ford Taunus tras sortear los disparos de la ametralladora de uno de los guardias.
No pasó mucho tiempo desde su evasión, cuando llevó adelante uno de los golpes más importantes de su vida y de mayor repercusión. Asaltó en septiembre de 1968 el Banco Popular Argentino. A las 7, entraron a una casa lindera a la entidad crediticia, ataron y amordazaron a los dueños, con una soga treparon la pared y cruzaron al patio del banco. Con paciencia, esperaron que apareciera algún empleado y cuando esto sucedió, lo controlaron, entraron y se llevaron en total 23 millones de pesos.
Con el mismo procedimiento sustrajeron 38 millones de la sucursal del Banco Nación del barrio rosarino de Arroyito. En aquella ocasión, Laginestra dejó una de las frases que lo definió como ladrón: “Nosotros también trabajamos como ustedes, con la diferencia de que nuestro laburo es robarle al Estado”.
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Sobre él afirmó el encargado de un inquilinato donde rentaba una pieza que “no era muy comunicativo, pero sí amable y atento con los vecinos”. "Limpito, con buena ropa de cama” y “con cierto lujo no exento de buen gusto” para amueblar el cuarto.
En octubre de 1968 volvió a prisión y tras su fuga, comenzó con la etapa de los secuestros planificados y en los que su creatividad sería copiada 33 años después por el uruguayo Luis Vittete Sellanes cuando asaltara el Banco Río, en lo que se denominó (al igual que en muchos otros casos) el robo del siglo.
En Firmat, Santa Fe, su banda secuestró a un industrial. La plata del rescate debía ser dejada dentro de un Fiat 600, que la policía custodiaba desde una distancia prudente para atrapar a los que fueran a buscar el dinero. Pero la faceta de artista de Laginestra se puso de manifiesto dejando el auto estacionado sobre una boca de tormenta, y como el ’bolita’ tenía el piso perforado, sacaron la plata y se fueron por el desagüe mientras la Policía seguía esperando.
El secuestro del metalúrgico, Emilio Scholer lo llevó de nuevo a la cárcel y en 1972 fue condenado a 21 años de encierro. Obviamente volvió a evadirse a través de un túnel de 15 metros, aunque fue recapturado.
En sus años guardado, Laginestra acaparó la voluntad de los presos que lo convirtieron en el líder de la Unidad Penitenciaria 1 del barrio San Martín, en Córdoba, donde su palabra era sinónimo de autoridad para los reos comunes.
En época de dictadura militar en Argentina, “Pichón” hizo gala de su poder declarando una huelga en el penal, para demostrar que los presos políticos eran torturados. Su orden dictaminó silencio total durante 24 horas, para que se sintiese con claridad el ruido de los golpes y los gritos de los torturados.
Además, les hizo llegar manteca, dulce, biromes y papel higiénico, en el que sacaban a las calles las denuncias de torturas. El mismo les escribió una carta que decía “los llamamos otarios abobinados a garrote, pero los respetamos, con los huevos de ustedes y los conocimientos nuestros desvalijamos Córdoba”.
El 1 de noviembre de 1984 logró salir en libertad, aunque esta vez no se escapó, fue liberado por la Justicia. Dos años después, mientras se pagaba la quincena en la fábrica de medias que tiempo después cubrirían las piernas de Susana Giménez, tres ladrones intentaron llevarse el pago. Iban en un Ford Taunus robado en Capital Federal. Los policías les dispararon y dos de ellos murieron. Uno era otro Néstor Eduardo Pascual de 27 años. El otro Juan José “Pichón” Laginestra. Tenía 49 años.
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Ese 7 de noviembre en los penales de Devoto y Caseros los presos, en señal de repudio por lo que consideraban un fusilamiento, apagaron sus radios durante 24 horas...