Saad Hariri se convirtió este martes en el primer mandatario que dimite por presión popular en Líbano, abriendo una crisis con un horizonte impredecible. Mientras, los manifestantes ven una primera victoria cantando “Todos, significa Todos”.
Martes 29 de octubre de 2019 18:10
En Líbano los mandatarios anteriores que no terminaron su ciclo fue porque fueron asesinados. Esta vez la presión popular forzó la renuncia de Saad Hariri. El anuncio llegó luego de 13 días en los que cientos de miles de manifestantes inundaron las calles. Desde Beirut a Baalbek y desde Tire a Trípoli, las masas libanesas, desgastadas por la situación económica salieron exigir que caiga el gobierno. Si bien el detonante fue un impuesto a las llamadas de Whatsapp, la vida cotidiana se volvió agobiante para los libaneses. El país estuvo completamente paralizado, los bancos, escuelas y universidades cerradas, con piquetes en las principales arterias de las ciudades, cortes de rutas clave, convirtiendo el acampe en la plaza Mohamed al Amin de la capital del país como símbolo de lucha.
La presión de las calles llevó al primer ministro a que presentara su renuncia al presidente Michel Aoun (del Movimiento Patriótico Libre, facción cristiana aliada a Hezbollah) como respuesta a la principal demanda del movimiento de protesta. "Nadie es más grande que su país", dijo Hariri, pidiéndole a los libaneses preservar la estabilidad, siendo consciente que su renuncia es un punto bisagra para el débil equilibrio de fuerzas políticas sobre el que se sostiene Líbano.
Ante la noticia de su renuncia, los festejos se extendieron entre los manifestantes, que se abrazaron, cantaron y tocaron los tambores. Se vivió como una victoria. Sin embargo mientras Hariri pedía conservar la calma a los manifestantes que se mantienen en las calles, la policía y el ejército intentaban despejarlos.
En Beirut a la represión estatal se sumaron diversos grupos que responden a Hezbollah y Amal, atacando violentamente a los manifestantes. Estos grupos asaltaron uno de los puntos de protesta en el estratégico Puente del Anillo que conecta el centro de la capital con el oeste acusando a los manifestantes de agentes de EEUU, Israel y Arabia Saudita que buscan desestabilizar el país. Ambas organizaciones son de confesión musulmana chiíta aliadas a Irán, que ven que estas protestas pueden profundizarse, como vienen planteando con la consigna de “Todos significa todos”.
Recordemos que el sistema político de Líbano se sostiene sobre un gobierno de coalición entre las distintas facciones políticas, dirigidas por antiguas familias millonarias que corresponden a diferentes etnias y confesiones religiosas: drusos, cristianos maronitas, judíos, musulmanes sunitas y chíitas. Es un sistema que se presenta como el más democrático de Medio Oriente, pero lo cierto que está en manos de estos grupos sectarios que mantienen un consenso a partir de la finalización de la Guerra Civil de 1975 a 1990. Estas familias que dirigen partidos, mantienen todos sus negocios de forma increíblemente estrecha con los del gobierno.
Saad Hariri es un multimillonario perteneciente a la comunidad musulmana sunita y simultáneamente al sector más corrupto empresarial. Es hijo del ex primer ministro y empresario más importante de la posguerra Rafik Hariri, que fue asesinado en 2005. En 2017, sus viejos aliados de Arabia Saudita lo “secuestraron” y obligaron a anunciar desde ese país su renuncia con el argumento de que había una conspiración para asesinarlo desde Teherán, ya que fue incapáz de contrarrestar a Hezbollah. Pero por mediación de Francia, presión de Hezbollah, y otras organizaciones, el presidente Aoun lo restituyó en el cargo para evitar una crisis de envergadura en el país y la región.
La semana pasada Hassan Nasrallah, lider de Hezbollah, promovió retirar los impuestos al Whatsapp – detonante de las protestas-, y un cambio de ministros que favorecía a su organización para calmar las protestas y salvar el pellejo de Hariri a pesar de ser un enemigo visceral. Su principal objetivo es evitar la caída del régimen, lo implicaría la de su propia organización que tiene una influencia importante en todo el territorio. Además de la posibilidad de desencadenar una crisis profunda con un destino impredecible.
El movimiento de protesta, que está compuesto por miles de jóvenes, estudiantes y mujeres - que participan con sus propias organizaciones- que a su vez no hacen distinción racial o por confesión religiosa, vienen desafiando un régimen anclado en el reparto de las ganancias entre familias millonarias, la corrupción y el clientelismo. Los bancos, el principal motor de la economía libanesa, estuvieron 9 días paralizados por el pánico generado por las protestas. La situación de ahogo ocasionado por el aumento sistemático de impuestos y la precariedad de la vida, como la falta de agua y servicio eléctrico, hicieron estallar a las masas. Está por verse si lograrán un cambio profundo en Líbano, pero hoy se festeja un paso importante en ese camino.