A continuación presentamos un perfil de Friederich Engels, a propósito de su aniversario luctuoso, escrito por León Trotsky en 1935.
El año 1935 marca el cuarenta aniversario de la muerte de Friedrich Engels, uno de los autores del Manifiesto Comunista. El otro autor fue Karl Marx. Este aniversario es notable, entre otras cosas, por el hecho de que Karl Kautsky, habiendo superado los ochenta y un años, finalmente ha publicado su correspondencia con Engels. Sin duda, las cartas del propio Kautsky se han conservado sólo en raras ocasiones, pero casi todas las cartas de Engels han llegado hasta nosotros. Las nuevas cartas, por supuesto, no revelan un nuevo Engels. Su enorme correspondencia internacional, la mayor parte de la que se conservó, ha sido publicada casi en su totalidad; su vida ha sido objeto de un amplio estudio. No obstante, su último libro es un regalo muy valioso para quienes estén seriamente interesados en la historia política de las últimas décadas del siglo pasado, el curso del desarrollo de las ideas marxistas, el destino del movimiento obrero y, en fin, en la personalidad de Engels.
Durante la vida de Marx, Engels, como él mismo lo expresó, jugó un papel secundario. Pero con la última enfermedad de su colaborador, y especialmente después de la muerte de este último, Engels se convirtió en el líder directo e indiscutible de la orquesta del socialismo mundial por un período de doce años. Para entonces, Engels hacía tiempo que se había librado de sus vínculos comerciales; era completamente independiente en lo que se refería al dinero, y podía dedicar todo su tiempo a editar y publicar el legado literario de Marx, continuar sus propias investigaciones científicas y mantener una enorme correspondencia con los izquierdistas del movimiento obrero en todos los países. Su correspondencia con Kautsky data del último período de la vida de Engels (1881-1895).
La personalidad de Engels, única en su unidad de propósito y lucidez, fue sometida a diversas interpretaciones en los años posteriores, tal es la lógica de la lucha. Baste recordar que, durante la última guerra, Ebert, Scheidemann y otros pintaron a Engels como un patriota alemán, mientras que los publicistas de la Entente lo retrataron como un pangermanista. En esto, entre otros puntos, las cartas ayudan a despojar de agregados tendenciosos a la personalidad de Engels. Pero su esencia no reside en eso. Las letras son notables principalmente porque son características del hombre. Se puede decir sin temor a exagerar que cada nuevo documento humano perteneciente a Engels lo muestra más fino, más noble y más fascinante de lo cuanto ya lo habíamos conocido anteriormente.
La contraparte de esta correspondencia también tiene derecho a nuestra atención. A principios de los años ochenta [del siglo XIX, nota del E.], Kautsky saltó a la palestra en el papel de teórico oficial de la socialdemocracia alemana de entonces, que a su vez se convirtió en el partido dirigente de la Segunda Internacional. Como sucedió con Engels durante la vida de Marx, también Kautsky fue segundo violín mientras Engels vivía, y lo fue a una gran distancia del primer violinista. Después de la muerte de Engels, la autoridad del discípulo creció rápidamente, y alcanzó su cenit durante la época de la primera Revolución Rusa (1905). En su comentario a la correspondencia, Kautsky describe su emoción en su primera visita a las casas de Marx y Engels. Un cuarto de siglo después, muchos jóvenes marxistas –en particular el autor de este artículo– experimentaron la misma emoción al subir las escaleras de la modesta y ordenada casa de Friedenau, en los suburbios de Berlín, donde Kautsky vivió por muchos años. Éste era considerado entonces el dirigente máximo e indiscutido de la Internacional, en todo caso, en cuestiones de teoría. Sus adversarios se referían a él como el "Papa" del marxismo.
Pero Kautsky no mantuvo por mucho tiempo su alta autoridad. Grandes acontecimientos del último cuarto de siglo le dieron golpes demoledores. Durante y después de la guerra, Kautsky fue la personificación de la indecisión irritada. Lo que hasta entonces había sido la sospecha de unos cuantos se confirmaba ahora completamente, a saber, que su marxismo era de carácter académico esencialmente y contemplativo. Cuando Kautsky escribe a Engels desde Viena, durante una huelga, en abril de 1889, que “... mis pensamientos están más en las calles que en este escritorio” (p.242), estas palabras parecen profundamente inesperadas y casi falsas aunque vengan de la pluma de un Kautsky joven. A lo largo de toda su vida, el escritorio siguió siendo su campo de operaciones. Consideraba los acontecimientos de la calle como estorbos. Los títulos eran los de un divulgador de la doctrina, un intérprete del pasado, un defensor del método. Sí, eso lo era, pero nunca un hombre de acción, nunca un revolucionario, o un heredero del espíritu de Marx y Engels.
La correspondencia pone al descubierto completamente no sólo la diferencia radical entre ambas personalidades, sino también algo sumamente inesperado, para la actual generación en todo caso: el antagonismo que existía entre Engels y Kautsky, que finalmente condujo a una ruptura en sus relaciones personales.
"El general"
La comprensión de Engels sobre cuestiones militares, basada no sólo en sus amplios conocimientos del tema sino también en su capacidad general para una apreciación sintetizada de las condiciones y las fuerzas, le permitió publicar en Pall-Mall Gazette de Londres, durante la guerra franco-prusiana, notables artículos militares, que el rumor atribuía a una de las más altas autoridades militares de la época (las señoras “autoridades”, sin duda, se miraron en el espejo no sin gran asombro). En su círculo íntimo, apodaban a Engels, en broma, con el sobrenombre del “General”. Con este nombre están firmadas varias de sus cartas a Kautsky.
Engels no era un orador, o tal vez nunca tuvo ocasión de llegar a serlo. Hacia los “oradores” mostró incluso una sombra de falta de respeto, pues sostenía, no sin fundamento, que son propensos a convertir las ideas en trivialidades. Pero Kautsky recuerda a Engels como un notable conversador, dotado de una memoria inagotable, gran ingenio, y precisión en la expresión. Desgraciadamente, el propio Kautsky es un observador mediocre, y nada tiene de artista: de sus propias cartas, Engels surge en forma infinitamente más clara que en los comentarios y recuerdos de Kautsky.
Las relaciones de Engels con la gente eran ajenas a todo sentimentalismo e ilusiones, estaban impregnadas de una penetrante sencillez y, por lo tanto, eran profundamente humanas. En las veladas en su compañía, donde se reunían representantes de varios países y continentes, desaparecía todo contraste como por arte de magia entre la refinada duquesa radical Schack y la nada refinada nihilista rusa, Vera Zasulich. La rica personalidad del anfitrión se manifestaba en esta feliz capacidad para elevar a sí mismo y a los demás por encima de todo lo secundario y superficial, sin apartarse en lo más mínimo de sus opiniones y ni siquiera de sus costumbres.
En vano se buscarían en este revolucionario los rasgos bohemios tan marcados en los intelectuales radicales. Engels no toleraba el desaliño y la negligencia tanto en las cosas pequeñas como en las grandes. Amaba la precisión del pensamiento, la precisión en las cuentas, la exactitud en la expresión y en la impresión. Cuando un editor alemán intentó cambiar su ortografía, Engels pidió que le devolvieran varias galeras para revisarlas. Escribió: “No permitiría yo que nadie me impusiera su ortografía, lo mismo que no permitiría que me impusiera una esposa” (p. 147). ¡Esta expresión al mismo tiempo iracunda y jocosa es casi como si Engels reviviera!
Además de su idioma materno, que dominaba como un virtuoso, Engels escribió corrientemente en inglés, francés e italiano; leía español y casi todas los idiomas eslavos y escandinavos.
Sus conocimientos de filosofía, economía, historia, física, filología y ciencia militar habría bastado para una buena docena de profesores ordinarios y extraordinarios. Pero además de todo eso, poseía su tesoro fundamental: pensamiento alado.
En junio de 1884, cuando Bernstein y Kautsky, imitando las simpatías y antipatías de Engels, se quejaban ante él de la incipiente presión de toda clase de filisteos “eruditos” en el partido, Engels contestó: “Lo principal es no hacer ninguna concesión y, además, mantenerse absolutamente calmos” (p.119). Mientras el mismo General no siempre mantenía “calma absoluta” en el sentido literal de la palabra ‒por el contrario, ocasionalmente solía estallar en forma magnífica‒ siempre era capaz de superar rápidamente eventuales contratiempos y restablecer el equilibrio necesario entre sus pensamientos y sus emociones. El lado elemental de su personalidad era el optimismo combinado con humor hacia sí mismo y hacia sus allegados, e ironía hacia sus enemigos. En su optimismo no había ni una pizca de complacencia: la palabra misma choca con su imagen.
Los resortes profundos de su alegría de vivir tenían su origen en un temperamento feliz y armonioso, pero éste estaba totalmente impregnado del conocimiento que llevaba consigo la mayor de las alegrías: la alegría de la percepción creadora.
El optimismo de Engels se extendía por igual a las cuestiones políticas y a los asuntos personales. Después de cualquier y de cada derrota, inmediatamente comenzaba a buscar cuáles eran las condiciones que estaban preparando un nuevo ascenso, y después de cada golpe que la vida le daba, era capaz de rehacerse y mirar hacia el futuro. Así se mantuvo hasta el día de su muerte. Hubo tiempos en que tuvo que permanecer acostado de espaldas durante semanas para superar los efectos de una fractura que sufrió durante una partida de caza del zorro. Por etapas, sus ojos ya viejos se negaban a bajo la luz artificial que es indispensable aún durante el día en las nieblas de Londres. Pero Engels jamás se refiere a sus dolencias sino de pasada, para explicar algún retraso, y sólo para prometer inmediatamente después que muy pronto todo “irá mejor” y entonces el trabajo será retomado a toda fuerza.
Una de las cartas de Marx hace mención de la costumbre de Engels de hacer guiños traviesos durante una conversación. Este saludable “guiñar de ojos” cruza toda la correspondencia de Engels. El hombre apegado al deber y a los afectos profundos no se parece lo más mínimo a un asceta. Era un amante de la naturaleza y del arte en todas sus formas, le gustaba la compañía de gente inteligente y alegre, la presencia de mujeres, risas, buenas cenas, buen vino y buen tabaco. A veces no era contrario a la carcajada profunda de Rabelais, que rápidamente buscaba inspiración debajo del ombligo. En general, nada humano le era ajeno. No pocas veces en su correspondencia tropezamos con referencias en el sentido de que se habían abierto varias botellas de vino en su casa para celebrar el Año Nuevo, o el feliz resultado de las elecciones alemanas, su propio cumpleaños y, a veces, acontecimientos de menor importancia. Raramente nos encontramos con las quejas del General por haber tenido que permanecer tendido en el sofá “en lugar de beber con usted... bueno, lo que se posterga no está aún perdido” (p. 335).
El autor tenía entonces más de 72 años de edad. Varios meses después, circuló en la prensa un falso rumor de que Engels estaba gravemente enfermo. El general de 73 años escribe: “De modo que, teniendo en cuenta la rápida disminución de la resistencia y que, de un momento a otro, se esperaba la defunción, vaciamos varias botellas” (p. 352).
¿Era, tal vez, un epicúreo? Los secundarios goces de la vida nunca tuvieron influencia sobre este hombre. Estaba auténticamente interesado en la moral familiar de los salvajes o en los enigmas de la filología irlandesa pero siempre en ligazón indisoluble con los destinos futuros de la humanidad. Si se permitía bromear trivialmente, era solo en compañía de gente no trivial. Por debajo de su humor, su ironía y su alegría de vivir, uno siempre se siente profundo sentimiento moral ‒sin la menor fraseología o pose, siempre profundamente escondido pero tanto más genuino y aún pronto al sacrificio‒. El hombre dedicado al comercio, el dueño de una fábrica, un caballo de caza y una bodega de vinos, era un comunista revolucionario hasta la médula de los huesos.
Albacea de Marx
Kautsky no exagera cuando dice en su comentario a la correspondencia que en toda la historia del mundo sería imposible encontrar un caso similar de dos hombres de tan poderoso temperamento e independencia de ideas como Marx y Engels que hayan permanecido toda su vida tan indisolublemente unidos por la evolución de sus ideas, su actividad social y su amistad personal. Engels era de arranque más rápido, más móvil, emprendedor y multifacético. Marx, más denso, más tenaz, más severo hacia sí mismo y hacia los demás. Siendo él mismo una luminaria de primera magnitud, Engels reconocía la autoridad intelectual de Marx con la misma sencillez con que establecía generalmente sus relaciones personales y políticas.
La colaboración de estos dos amigos ‒¡aquí está el contexto en el que esta palabra alcanza su más completo significado!– se extendió tan profundamente como para hacer imposible para quien sea determinar siquiera la línea demarcatoria de sus trabajos. Sin embargo, infinitamente más importante que la colaboración puramente literaria era la comunidad espiritual que existió entre ellos, y que jamás se rompió. Tenían una correspondencia cotidiana, enviando notas epigramáticas, entendiéndose mutuamente con frases dichas a medias, o bien sostenían una conversación igualmente epigramática en medio de nubes de humo de cigarro. Por unas cuatro décadas, en su lucha continua contra la ciencia oficial y las supersticiones tradicionales, Marx y Engels cumplieron el uno para el otro la función de opinión pública.
Engels consideraba una obligación política de máxima importancia el proveer a Marx de asistencia material; y fue principalmente por este motivo que se ató por muchos años al penoso trabajo del “maldito comercio”, esfera en la cual funcionó tan exitosamente como en todas las otras: su patrimonio aumentó y, con él, se elevó el bienestar de la familia Marx. Después de que Marx murió, Engels dedicó todos sus cuidados a las hijas de Marx. La vieja servidora del matrimonio Marx, Helene Demuth, que era parte indisoluble de toda la familia, se convirtió inmediatamente en la ama de llaves de la casa de Engels. Engels se comportó con ella con tierna lealtad, compartiendo con ella todas aquellas preocupaciones suyas que estaban a su alcance, y después que murió se lamentó de cuánto extrañaba su consejo no sólo en asuntos personales sino también partidarias. Engels legó a las hijas de Marx prácticamente todo su patrimonio, que ascendía a 30 mil libras, fuera de la biblioteca, moblaje, etcétera.
Si en sus años de juventud Engels se retiró a las sombras de la industria textil de Manchester para dar a Marx oportunidad de trabajar en Das Kapital, luego, subsiguientemente, ya de viejo, sin quejas, y podemos decir con seguridad, sin ningún sentimiento de pesar, dejó de lado sus propias investigaciones para emplear años enteros en descifrar los jeroglíficos manuscritos de Marx, controlando cuidadosamente las traducciones y corrigiendo no menos cuidadosamente sus escritos en casi todos los idiomas europeos. No. ¡En este “epicúreo” había un estoico completamente fuera de lo común!
Los informes sobre el progreso del trabajo en el legado literario de Marx constituyen uno de los temas recurrentes más constantes en la correspondencia entre Engels y Kautsky, así como con otros compañeros de ideas. En una carta a la madre de Kautsky (1885) ‒una escritora de novelas populares bastante conocida en esa época‒, Engels expresa su esperanza de que la vieja Europa volverá a ponerse en movimiento, y agrega: “Solo espero que me quede suficiente tiempo para concluir el tercer tomo de Das Kapital , y entonces, ¡que estalle! (p.206). De esta declaración semiburlona se puede deducir la importancia que daba a Das Kapital; pero hay algo más que deducir, a saber, que para él la acción revolucionaria estaba por encima de cualquier libro, aún de Das Kapital. El 3 de diciembre de 1891, es decir, seis años después, Engels explica a Kautsky las razones de su prolongado silencio: “... el responsable es el tercer tomo, por sobre el cual estoy sudando nuevamente”. Está ocupado no sólo descifrando los capítulos del terrible manuscrito sobre el capital en dinero, bancos y crédito, sino que al mismo tiempo está estudiando literatura sobre los temas respectivos. Indudablemente, sabe de antemano que en la mayoría de los casos puede dejar el manuscrito tal como salió de la pluma de Marx, pero quiere asegurarse contra errores editoriales con sus investigaciones auxiliares. ¡A esto debe agregarse el pozo insondable de los pequeños detalles técnicos! Engels lleva una correspondencia sobre si se necesita o no una coma en tal o cual lugar, y agradece especialmente a Kautsky por descubrir un error de ortografía en el manuscrito. Esto no es pedantería, si no la conciencia de que no hay nada que carezca de importancia en lo referente a la suma obra científica de la vida de Marx.
Engels, sin embargo, estaba aún más lejos de toda adulación ciega del texto. Al confrontar un compendio de la teoría económica escrita por el socialista francés Deville, Engels, según sus propias palabras, a menudo se sintió tentado de suprimir o corregir oraciones aquí y allá, que después de un examen más detenido resultaron ser … las expresiones del propio Marx. La explicación de esto reside en que “en el original, gracias a lo que figura precedentemente, estaban claramente especificadas. Pero en el caso de Deville, estaban investidas de un significado absolutamente generalizado, y por ello, incorrecto” (p.95). Estas pocas palabras proporcionan una caracterización clásica del abuso corriente de las fórmulas prefabricadas del maestro (magister dixit).
Pero esto no es todo. Engels no sólo descifró, pulió, transcribió, corrigió y anotó los tomos segundo y tercero de Das Kapital, sino que también mantuvo una aguda vigilancia en defensa de la memoria de Marx contra ataques hostiles. El socialista prusiano conservador Rodbertus y sus admiradores afirmaron que Marx había utilizado el descubrimiento científico de Rodbertus sin hacer ninguna referencia a éste; en otras palabras, que Marx había plagiado a Rodbertus. “Se requiere una monstruosa ignorancia para hacer semejante afirmación”, escribió Engels a Kautsky en 1884 (p. 140). Y una vez más, Engels se dedicó al estudio del inútil Rodbertus con el objeto de refutar completamente estas acusaciones.
Las cartas a Kautsky contienen un reflejo igualmente ilustrativo del episodio con el economista alemán Brentano, quien acusaba a Marx de citar falsamente a Gladstone. Engels, más que nadie, conocía a fondo la escrupulosidad científica de Marx, cuya actitud hacia cada idea de su adversario, por absurda que fuera, era similar a la actitud de un bacteriólogo hacia un bacilo infeccioso. Una y otra vez, en las cartas de Engels a Marx y a sus amigos comunes, uno encuentra sus regaños hacia el exceso de escrupulosidad de parte de Marx. No es nada sorprendente, por lo tanto, que dejara de lado todo otro trabajo para responder furiosamente a Brentano.
Engels llevaba consigo la idea de escribir una biografía de Marx. Nadie podría haberlo escrito como él, pues, necesariamente, habría sido en gran medida la autobiografía del Engels. Escribe a Kautsky: “Me pondré a trabajar en la primera ocasión que me sea posible, sobre este libro acerca del cual por tanto tiempo he reflexionado con gusto” (p.382). Engels formula votos de no ser rebasado: “Tengo ahora 74 años de edad, debo apurarme”. Aún hoy no se puede dejar de pensar con pena en que Engels no pudo “apurarse” y realizar su proyecto.
Para el retrato al óleo de Marx que se estaba preparando en Suiza, Engels envió a través de Kautsky esta siguiente descripción en color de su amigo muerto: “Una tez tan oscura como es posible que sea en general para un europeo del sur, sin mucho color en las mejillas: ... bigotes negros como el hollín, matizados de blanco, y cabello blanco nieve en la cabeza y la barba” (p.149). Esta descripción muestra claramente por qué Marx recibió el sobrenombre del moro en su familia y círculo íntimo.
El maestro de dirigentes
Durante los dos primeros años, Engels se dirigió a su corresponsal como “Querido Sr. Kautsky” (el término “camarada” no era entonces de uso corriente); después de que estrecharon su relación en Londres, abrevió la forma de saludo simplemente a “Querido Kautsky”; desde marzo de 1884, Engels adoptó la forma familiar de trato al escribir tanto a Kautsky como a Bernstein, cada uno de los cuales era 25 años más joven que él. Kautsky escribe no sin razón que “desde 1883 Engels nos consideró a Bernstein y a mí como los más fidedignos representantes de la teoría marxista” (p.93). La transición a la forma familiar de trato indudablemente refleja la actitud favorable de un maestro hacia sus discípulos. Pero esta familiaridad exterior no prueba de una real intimidad: impedía ésta sobre todo el hecho de que Kautsky y Bernstein estaban notablemente impregnados de filisteísmo. Durante su larga estadía en Londres, Engels les ayudó a adquirir el método marxista. Pero no pudo injertar en ellos ni la voluntad revolucionaria ni la capacidad de pensar con audacia. Los discípulos eran y seguirán siendo hijos de otro espíritu.
Marx y Engels se alzaron en la época de las tormentas y salieron la revolución de 1848 como combatientes maduros. Kautsky y Bernstein pasaron su período de formación durante el intervalo comparativamente pacífico entre la época de guerras y revoluciones que va de los años 1848 a 1871 y la época que se abrió con la Revolución Rusa de 1905, continuó con la guerra mundial de 1914, y aún hoy está muy lejos de haber llegado a su término. A lo largo de toda su larga vida, Kautsky fue capaz de navegar eludiendo aquellas conclusiones que amenazaban con alterar su paz mental y física. No era un revolucionario, y esta era una barrera insuperable que lo separaba del General Rojo.
Pero incluso aparte de esto, había una diferencia demasiado grande entre ambos. Es indudable que Engels ganaba con el contacto personal: su personalidad era más rica y atractiva que cualquier cosa que haya hecho o escrito. De ningún modo puede decirse lo mismo de Kautsky. Sus mejores libros son mucho más sensatos que él mismo. Perdía mucho con el trato personal. Tal vez esto explique en parte por qué Rosa Luxemburgo, que vivió al lado de Kautsky, haya percibido su filisteísmo antes que Lenin, aunque era inferior a Lenin en comprensión y percepción política. Pero esto se refiere a un período muy posterior.
De la correspondencia resulta absolutamente evidente que siempre se mantuvo una barrera invisible entre el maestro y el alumno, no solo en la esfera de la política sino también en la de la teoría. Engels, que generalmente era parco en elogios, se refirió a veces con entusiasmo (“Ausgezeichnet”) a los escritos de Franz Mehring o George Plejanov; pero su elogio hacia Kautsky fue siempre restricto, y uno percibe una sombra de irritación en su crítica. Como Marx, cuando Kautsky apareció por primera vez en su casa, también Engels sintió repulsión por la omnisapiencia y la autosatisfacción pasiva del joven vienés. ¡Con qué rapidez encontraba respuestas para las cuestiones más complicadas! Es cierto que el mismo Engels se inclinaba hacia las generalizaciones apresuradas; pero él, cambio, tenía las alas y la visión de un águila, y a medida que pasaron los años adoptó cada vez más la implacable escrupulosidad científica de Marx hacia sí mismo. Pero Kautsky, con todas sus capacidades, era un hombre del Dorado Término Medio.
“Los nueve décimos de los autores alemanes contemporáneos”, advertía el maestro a su discípulo, “escriben libros sobre otros libros” (p.139). En otras palabras: ningún análisis de la realidad viva, ningún movimiento del pensamiento. Aprovechando la ocasión del libro de Kautsky sobre cuestiones de la sociedad primitiva, Engels trató de inculcarle la idea de que solo mediante un profundo y exhaustivo estudio del tema se podía decir algo realmente nuevo en ese enorme y oscuro territorio. Y agrega bastante despiadadamente: “De otro modo, libros como Das Kapital no serían tan raros” (pág. 85).
Un año después (20 de septiembre de 1884) Engels regaña nuevamente a Kautsky por sus “aseveraciones absolutas en esferas en que tú mismo no te sientes completamente seguro” (p.144). Se encuentra este tono a través de toda la correspondencia. Al criticar a Kautsky por haber condenado la “abstracción” ‒sin pensamiento abstracto, en general, no hay pensamiento posible‒, Engels da una definición clásica que muestra la diferencia entre una abstracción vivificadora y una carente de vida: “Marx reduce el contenido común en las cosas y las relaciones a su expresión conceptual más universal”; por consiguiente, su abstracción reproduce en forma de concepto el contenido ya presente en las cosas mismas. Rodbertus, por otra parte, crea para sí mismo una expresión mental más o menos imperfecta y mide todas las cosas según su concepto, a cuyos términos deben ser reducidas” (p. 144). Nueve décimas partes de los errores en el pensamiento humano están comprendidos en esta fórmula. Once años después, en su última carta a Kautsky, Engels, mientras reconoce el valor de las investigaciones de Kautsky sobre los “Precursores del socialismo”, una vez más critica al autor por su inclinación hacia los “lugares comunes cada vez que hay una laguna en la investigación”. “En cuanto al estilo, para mantenerte popular, caes en el tono de un editorial o bien asumes el tono de un maestro de escuela” (p.388). ¡Imposible expresar mejor los amaneramientos literarios de Kautsky!
La magnanimidad intelectual del maestro hacia su discípulo era verdaderamente inagotable. Acostumbraba leer los artículos más importantes del prolífico Kautsky en su versión manuscrita, y cada una de sus cartas de crítica contiene valiosas sugerencias, fruto de seria meditación y, a veces, de una investigación. El conocido trabajo de Kautsky, Antagonismos de clase en la Revolución Francesa, que ha sido traducida a casi todos los idiomas de la humanidad civilizada, resulta también haber pasado por el laboratorio intelectual de Engels. Su larga carta sobre los grupos sociales en la época de la gran revolución del siglo XVIII ‒así como sobre la aplicación del método materialista a los acontecimientos históricos‒ es uno de los documentos más magníficos de la mente humana. Es demasiado conciso, y cada una de sus fórmulas presupone una acumulación demasiado grande de conocimientos, como para entrar en la circulación de las lecturas generales; pero este documento, mantenido oculto durante tanto tiempo, quedará para siempre como una fuente no sólo de aprendizaje teórico sino también de gozo estético para todo aquel que haya reflexionado seriamente sobre la dinámica de las relaciones de clase en una época revolucionaria, así como sobre los problemas generales involucrados en una interpretación materialista de los acontecimientos históricos.
El divorcio de Kautsky y su conflicto con Engels
Kautsky afirma ‒no sin un propósito en el fondo de su pensamiento, como veremos‒ que Engels no sabía juzgar bien a los hombres. Sin duda, Marx era en mayor medida un “pescador de hombres”. Era más capaz de apoyarse en sus lados fuertes y débiles, y dio prueba de ello, por ejemplo, con su trabajo bastante difícil en el sumamente heterogéneo Consejo General de la Primera Internacional. Sin embargo, la correspondencia de Engels es la mejor prueba posible de que, aún cuando no siempre maniobró adecuadamente en sus relaciones personales, esto provenía de su tormentosa rectitud y de ningún modo de una falta de habilidad para comprender a la gente. Kautsky, quien por su parte es muy miope en cuestiones de psicología, pone como ejemplos la obstinada defensa que hace Engels de Aveling, el amigo de la hija de Marx, un hombre que con todas sus indudables condiciones era una persona de escaso valor. Cauta, pero muy insistentemente, Kautsky se esfuerza por proporcionar la idea de que Engels no evidenció sensibilidad psicológica en relación con el propio Kautsky. Este es su propósito al plantear la cuestión específica de la capacidad de Engels para medir a los hombres.
Durante toda su vida Engels tuvo una actitud de particular ternura hacia las mujeres, como seres doblemente oprimidos. Este ciudadano del mundo con una educación enciclopédica estuvo casado con una sencilla obrera textil, una joven irlandesa, y después de la muerte de ella vivió con su hermana. Su ternura hacia ambas era notable. La inadecuada respuesta de Marx a la noticia de la muerte de Mary Burns, primera esposa de Engels, hizo surgir una pequeña nube en sus relaciones, según todos los indicios, la primera y última a lo largo de los cuarenta años de su amistad. Hacia las hijas de Marx, Engels se comportó como si fueran sus propias hijas; pero en un momento en que Marx, aparentemente no sin la influencia de su mujer, intentó intervenir en la vida emocional de sus hijas, Engels le dio a entender cuidadosamente que tales asuntos no conciernen a nadie más que a los propios participantes. Engels tenía un afecto particular por Eleanor, la hija más joven de Marx. Aveling se convirtió en amigo de ella; era un hombre casado que había roto con su primera familia. Esta circunstancia creó en torno a la pareja “ilegal” la sofocante atmósfera de la auténtica hipocresía británica. ¿Hay algo de que asombrarse en que Engels saliera a defender enérgicamente a Eleanor y a su amigo, aún sin tomar en consideración sus cualidades morales? Eleanor luchó por su amor por Aveling mientras le quedó alguna fuerza. Engels no era ciego, pero consideraba que la cuestión de la personalidad de Aveling concernía ante todo y en primer lugar a Eleanor. Por su parte, sólo cumplió con el deber de defender a ésta contra la hipocresía y el chismorreo vil. “¡No se metan!” respondió obstinadamente a los piadosos hipócritas. Por fin, incapaz de soportar los golpes de la vida personal, Eleanor se suicidó.
Kautsky también se refiere al hecho de que Engels apoyó a Aveling en política. Pero esto se explica por el sencillo hecho de que Eleanor, como Aveling, funcionaban políticamente bajo la guía directa del propio Engels. Indudablemente, la actividad de ellos distó de dar los resultados esperados. Pero la actividad de su adversario Hyndman, a quien Kautsky continuó apoyando, terminó también en un desastre. La causa de los fracasos de los intentos marxistas iniciales debe buscarse en las condiciones objetivas de Inglaterra tan magníficamente analizadas por el mismo Engels. El antagonismo personal de Engels hacia Hyndman surgió en particular de la obstinada persistencia de este en omitir el nombre de Marx, justificándose con la aversión de los ingleses hacia las autoridades de origen extranjero. Sin embargo, Engels sospechaba que en el propio Hyndman vivía “el más chauvinista existente John Bull” (p.140). Kautsky trata de invalidar la sospecha de Engels sobre este punto, como si la vergonzosa conducta de Hyndman durante la guerra –¡ni una palabra de esto dice Kautsky!– no hubiera mostrado su chovinismo podrido hasta la médula. ¡Cuánto más penetrante demostró ser Engels también en este caso!
Sin embargo, el primer ejemplo de la “incapacidad” de Engels para juzgar a los hombres se relaciona con la propia vida personal de Kautsky. En la correspondencia que se acaba de publicar, un lugar considerable, si no el principal, lo ocupa el divorcio de Kautsky de su primera esposa. Sin duda, esta delicada circunstancia retuvo tanto tiempo a Kautsky de hacer públicas las viejas cartas. Hoy, por primera vez, se imprime todo el episodio… El joven matrimonio Kautsky pasó más de seis años en Londres en relación constante y sin problemas con Engels y su círculo familiar. El General quedó literalmente estupefacto con la noticia del proceso de divorcio entre Karl y Luise Kautsky, que se llegó casi inmediatamente después de su arribo al continente. Los amigos más cercanos, quiéranlo o no, se convirtieron todos en árbitros morales del conflicto. Engels tomó inmediata e incondicionalmente el partido de la esposa, y no cambió su posición hasta el día de su muerte.
En una carta del 17 de octubre de 1888, Engels escribe en respuesta a Kautsky: “Primero de todo, hay que pesar en la balanza la diferencia entre la situación de hombres y mujeres en las condiciones presentes... Sólo en casos extremos, sólo después de madura reflexión, sólo si es absolutamente claro que tal paso es necesario, debe un hombre recurrir a esta medida extrema, pero aún entonces, sólo en la forma más prudente y suave” (p.227). Viniendo de labios de Engels, quien sabían bien que las cuestiones del corazón conciernen sólo a las partes involucradas en ellas, estas palabras parecen tener un inesperado sonido moralizador. Sin embargo, no era accidental que las dirigiera a Kautsky... No tenemos ni ocasión ni base para analizar el conflicto matrimonial, de todos cuyos elementos no disponemos. El propio Kautsky casi se abstiene de cualquier comentario sobre su episodio familiar, que hace mucho quedó en el pasado. De sus reservados comentarios, sin embargo, se puede concluir que Engels tomó su posición bajo la influencia unilateral de Luise. ¿Pero en qué momento esa influencia? Durante el divorcio ambas partes permanecieron en Austria. Como en el caso de Eleanor, Kautsky obviamente elude el centro de la cuestión. Por toda su conformación, Engels ‒manteniéndose iguales todas las demás circunstancias‒, se inclinaba a acudir en defensa del oprimido. Pero es obvio que a sus ojos “todas las demás cosas” no eran iguales. La sola posibilidad de que Luise lo influyera, habla en su favor de él. Por otro lado, había muchos rasgos en la personalidad de Kautsky que claramente repelían a Engels. Esto podía dejarlo pasar sin comentarios mientras sus relaciones estuvieran limitadas a cuestiones de teoría y política. Pero después de que tuvo que meterse en la disputa familiar por iniciativa del propio Kautsky, expresó lo que pensaba sin ninguna condescendencia especial. Como es sabido, las opiniones de un hombre y la moral de un hombre no son idénticas. En Kautsky, el marxista, Engels sentía claramente a un pequeñoburgués vienés, satisfecho de sí mismo, ególatra y conservador. Una de las varas más importantes para medir la personalidad de un hombre es su actitud hacia las mujeres. Es evidente que Engels pensaba que en este terreno el marxista Kautsky necesitaba todavía ciertos preceptos de humanismo burgués. Estuviera Engels en lo justo o no, esa es precisamente la explicación de su conducta.
En septiembre de 1889, cuando el divorcio ya era un hecho, Kautsky, con un obvio deseo de demostrar que no era tan egoísta y duro de corazón, escribió descuidadamente a Engels que se sentía “triste” por Luise. Pero fue precisamente por esa palabra que le cayó encima un nuevo estallido de indignación. El furioso General tronó en respuesta: “En todo este asunto, Luise se ha portado con tal heroísmo y calidad de mujer... que si, en general, hay alguien que deba ser compadecido, no es por supuesto Luise” (p. 248). Estas palabras despiadadas ‒que vienen después de una afirmación más conciliadora en el sentido de que “solamente ustedes dos son competentes para juzgar, y lo que ustedes decidan, los demás debemos aceptarlo” (p. 248)‒ dan la clave perfecta de la posición de Engels sobre la cuestión y sirven para iluminar bien su personalidad.
El juicio de divorcio se prolongó por largo tiempo, de modo que Kautsky se vio obligado a pasar todo un año en Viena. A su regreso a Londres (otoño de 1889) no recibió de Engels la calurosa acogida a la que estaba acostumbrado. Además, Engels, casi demostrativamente, invitó a Luise a ocuparse del manejo de su casa, que había quedado vacante con la muerte de Helene Demuth. Luise pronto se casó por segunda vez y vivió en la casa de Engels con su esposo. Finalmente, Engels hizo de Luise una de sus herederas. El General no sólo era magnánimo sino también tenaz en sus afectos. El 21 de mayo de 1895, diez semanas antes de su muerte, Engels, desde su lecho de enfermo escribe una carta a Kautsky, de tono sumamente irritado y llena de violentos reproches, a raíz de una cuestión realmente accidental. Kautsky jura categóricamente que estos reproches eran totalmente infundados. Puede ser, pero no recibió respuesta a su intento de disipar las sospechas del anciano. El 6 de agosto Engels murió. Kautsky trata de explicar la ruptura tan trágica para él por la irritabilidad de enfermo del maestro. La explicación es evidentemente inadecuada. Junto con los indignados reproches, la carta de Engels contiene valoraciones de complejos problemas históricos, da una apreciación favorable del último trabajo científico de Kautsky y, en general, atestigua un estado mental extremadamente lúcido. Además, sabemos por el propio Kautsky que el cambio en sus relaciones se produjo siete años antes de la ruptura y tomó inmediatamente un carácter inequívoco.
En enero de 1889, Engels todavía estaba considerando firmemente la posibilidad de designar a Kautsky y Bernstein como los albaceas literarios de él y de Marx. Sin embargo, pronto renunció a esta idea en lo que a Kautsky se refiere. Con su pretexto visiblemente artificial, pidió a Kautsky que le devolviera los manuscritos que ya le habían dado para descifrar y transcribir (Historia de la teoría de la plusvalía). Esto ocurrió en el mismo año, 1889, cuando todavía no se hablaba de irritabilidad enfermiza. Sólo podemos hacer una conjetura sobre las razones por las cuales Engels suprimió a Kautsky de la lista de sus albaceas literarios; pero ellas surgen imperativamente de todas las circunstancias del caso. Como sabemos el propio Engels veía la publicación de su herencia literaria de Marx como la tarea principal de su vida. No hay siquiera un asomo de tal actitud por parte de Kautsky. El joven y prolífico escritor estaba demasiado ocupado consigo como para dar a los manuscritos de Marx la atención que Engels pedía. Tal vez el viejo temía que el prolífico Kautsky, consciente o inconscientemente, pusiera en circulación varias de las ideas de Marx como “descubrimientos” suyos. Esta es la única explicación del reemplazo de Kautsky por Bebel, que era menos calificado teóricamente, pero que tenía la confianza completa de Engels. Éste no tenía esa confianza en Kautsky.
Mientras hasta ahora hemos oído de Kautsky que Engels, a diferencia de Marx, no era un buen psicólogo, en otro lugar de sus comentarios pone en cuestión a sus dos maestros. Escribe: “Evidentemente no eran buenos juzgadores de hombres” (p.44). Esta afirmación parece increíble, si recordamos la riqueza y la incomparable precisión de las caracterizaciones personales que abundan no solamente en las cartas y folletos de Marx, sino también en su Kapital. Puede decirse que Marx era capaz de establecer el tipo de un hombre a partir de rasgos individuales del mismo modo que Cuvier reconstruía un animal a partir de una sola quijada. Si en 1852 Marx no pudo descubrir al provocador húngaro-prusiano, Banya, ‒¡el único caso que cita Kautsky!– esto solo sirve para probar que Marx no era ni un adivino ni un brujo, sino que podía cometer errores al medir a las personas, particularmente a aquellas que se presentaban accidentalmente. Con esa aseveración, Kautsky obviamente busca borrar la impresión de la referencia desfavorable hecha por Marx a su respecto después del primer y último encuentro de Marx con él. Contradiciéndose completamente, Kautsky escribe dos páginas después que “Marx había llegado a dominar muy bien el arte de tratar a la gente, cosa que mostró en la forma más brillante e indiscutible en el Consejo General de la Internacional” (p.46). Se plantea entonces una cuestión: ¿cómo puede un hombre saber tratar a la gente, y además “en forma brillante”, sin ser capaz de medir su carácter? ¡Es imposible no llegar a la conclusión de que Kautsky ha sacado un balance muy pobre de sus relaciones con sus maestros!
Análisis y pronósticos
Las cartas de Engels abundan en caracterizaciones de individuos y en concisos análisis de los acontecimientos en la política mundial. Nos limitaremos a unos pocos ejemplos. “El literato de la paradoja, Shaw, es muy talentoso e ingenioso como escritor, pero no vale absolutamente nada como economista y político” (p.338). Esta observación hecha en el año 1892 conserva toda su fuerza todavía hoy. El conocido periodista, VT Stead, es caracterizado como “una completa cabeza de chorlito pero un brillante estafador” (p.298). De Sidney Webb, Engels nota brevemente: “ein echter Britischer politiquer” (un genuino político británico). Este era el término más duro en el lenguaje de Engels.
En enero de 1889, en el punto culminante de la campaña de Boulanger en Francia, Engels escribió: “La elección de Boulanger lleva la situación en Francia a un punto de ruptura. Los izquierdistas... se han convertido en lacayos del oportunismo y, en consecuencia, han alimentado literalmente al boulangerismo” (p.231). Estas palabras son asombrosas en su modernidad: basta poner fascismo en lugar de boulangerismo.
Engels fustiga a la teoría de la transformación “evolutiva” del capitalismo en socialismo como la “piadosa y alegre ‘transformación’ de una venerable porquería en una sociedad socialista”. Esta fórmula epigramática es el pronóstica sobre la conclusión de la controversia que se retomaría muchos años después.
En la misma carta, Engels deshace el discurso de un diputado socialdemócrata, Vollmar, “con sus... excesivas y no autorizadas seguridades de que los socialdemócratas no se mantendrán al margen si su patria es atacada y, por consiguiente, ayudarán a defender la anexión de Alsacia-Lorena...” Engels exigió que los órganos dirigentes del partido desautorizaran públicamente a Vollmar. Cuando la guerra de 1914, en que los socialpatriotas hicieron pedazos el nombre de Engels en todos los modos posibles, nunca se le pasó por la cabeza a Kautsky publicar estas líneas. ¿Por qué afligirse? Ya demasiadas preocupaciones causaba la guerra sin esa.
El 1 de abril de 1895, Engels protestó contra el uso que había hecho el órgano central del partido, Vorwärts, de su prefacio a la obra de Marx Las luchas de clases en Francia. Por medio de supresiones, el artículo resulta tan distorsionado, se indigna Engels, “que resultó ser un predicador de la legalidad a cualquier precio”. Exige que esta “vergonzosa impresión” (p.383) sea borrada a toda costa. ¡Engels, que en ese momento estaba cercano a sus 75 años, evidentemente no estaba dispuesto a renunciar al entusiasmo revolucionario de su juventud!
Si uno fuera a hablar de los errores de Engels sobre las personas, entonces habría que poner como ejemplos no a Aveling, poco limpio en sus asuntos personales, ni al espía Banya, sino a los prominentes dirigentes del socialismo: Victor Adler, Guesde, Bernstein, el propio Kautsky y otros. Todos ellos, sin una sola excepción, traicionaron sus esperanzas ‒indudablemente, después de que él había muerto‒. Pero precisamente este carácter total del “error” prueba que no encierra ningún problema de psicología personal.
En 1884, Engels, refiriéndose a la socialdemocracia alemana que estaba logrando rápidas victorias, escribió que era un partido “libre de todo filisteísmo en el país más filisteo del mundo; libres de todo chovinismo en el país más ebrio de victorias en Europa” (p.154). El curso subsiguiente de los acontecimientos demostró que Engels había visto la marcha futura del desarrollo revolucionario en una línea recta demasiado recta. Sobre todo, no previó la poderosa expansión capitalista que se empezó inmediatamente después de su muerte y duró hasta la víspera de la guerra imperialista. Fue precisamente en el curso de estos 15 años de vitalidad económica que se produjo la primera degeneración oportunista de los círculos dirigentes del movimiento obrero. Esta degeneración se reveló completamente durante la guerra y, en último análisis, condujo a la infame capitulación ante el nazismo.
Según Kautsky, Engels, aún en la década de 1880, tenía supuestamente opinión de que la revolución alemana “primero llevaría al poder a la democracia burguesa, y sólo después a la socialdemocracia”. En contraposición a lo cual, el mismo Kautsky preveía que la “futura revolución alemana sólo podía ser proletaria” (p. 190). Lo notable en relación con esta vieja diferencia de opinión, que no está reproducida correctamente por Kautsky, es que el mismo Kautsky ni siquiera plantea la cuestión de lo que fue realmente la revolución alemana de 1918. Pues en tal caso habría tenido que decir: esta revolución era una revolución proletaria; puso el poder inmediatamente en manos de la socialdemocracia; pero ésta, con la ayuda del propio Kautsky, devolvió el poder a la burguesía la cual, al resultar incapaz de mantenerse en el poder, tuvo que llamar en su auxilio a Hitler.
La realidad histórica es infinitamente más rica en posibilidades y en etapas de transición que la imaginación del más grandes de los genios. El valor de los pronósticos políticos reside no en que coinciden con cada etapa de realidad sino en que ayudan a comprender y divisar su auténtico desarrollo. Desde este punto de vista, Friedrich Engels ha pasado el juicio de la historia.
León Totsky
Oslo, octubre de 1935
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