La larga historia de dominación capitalista y su relación con los sindicatos conlleva a ciertos “sentidos comunes” sobre su rol o representatividad. Para analizarlos y debatir, tomamos varios trabajos de Trotsky que aportan elementos fundamentales para ello.

Andrea Robles @RoblesAndrea
Jueves 25 de agosto de 2016
Existe el “decir” de los peronistas –como si fuera una verdad de Perogrullo– que las grandes centrales sindicales serán siempre peronistas porque, a diferencia de la izquierda, aquella corriente es parte de la idiosincrasia de los trabajadores.
Como vimos en la nota anterior esto es falaz, comenzando por el hecho que antes del peronismo los sindicatos estuvieron, durante décadas, en manos de socialistas, comunistas y anarquistas. Allí también notábamos que la tendencia del capitalismo en la época imperialista es a estatizar los sindicatos, ponerlos al mando de una burocracia sindical, que en aquella época –década del ‘30 y ‘40– dejaba todavía sin resolver la representación política de una clase obrera que en la Argentina siempre se caracterizó por su fortaleza y tradición de lucha.
Trotsky, en su estadía en México, da cuenta de un fenómeno particular sobre la forma de dominación capitalista en países como el nuestro:
"En los países industrialmente atrasados el capital extranjero juega un rol decisivo. De ahí la relativa debilidad de la burguesía nacional en relación al proletariado nacional. Esto crea condiciones especiales de poder estatal. El gobierno oscila entre el capital extranjero y el nacional, entre la relativamente débil burguesía nacional y el relativamente poderoso proletariado. Esto le da al gobierno un carácter bonapartista sui generis, de índole particular. Se eleva, por así decirlo, por encima de las clases. En realidad, puede gobernar o bien convirtiéndose en instrumento del capital extranjero y sometiendo al proletariado con las cadenas de una dictadura policial, o maniobrando con el proletariado, llegando incluso a hacerle concesiones, ganando de este modo la posibilidad de disponer de cierta libertad en relación a los capitalistas extranjeros". (L. Trotsky, La industria nacionalizada y la administración obrera).
Trotsky se basaba en el Apra peruano y sobre todo en el cardenismo, un fenómeno con claras similitudes –aunque con diferencias– con el peronismo.
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La diferencia central es que mientras que México se caracteriza por su gran peso campesino, nuestro país –como ya remarcamos– lo hace por el de su clase obrera. La permanencia del peronismo –su consolidación como bonapartismo sui generis– en la historia argentina se explica por la necesidad de la burguesía de dominar a una clase obrera que es un factor constante en la vida política nacional.
Que “el peronismo se dobla pero no se rompe” –otro “decir” peronista–obedece a ese imperativo sobre su rol de “partido de la contención” que lo lleva a tener que adaptarse a las condiciones históricas, para “gobernar maniobrando con el proletariado, llegando incluso a hacerle concesiones, ganando de este modo la posibilidad de disponer de cierta libertad en relación a los capitalistas extranjeros”, como fue el primer gobierno de Perón. O “convirtiéndose en instrumento del capital extranjero y sometiendo al proletariado con las cadenas de una dictadura policial”, como fue en su tercer mandato, y, sobre todo, el de su esposa, Isabel Perón, a quien dejó al mando luego de su muerte.
La época “dorada” del peronismo, la que sustenta la “mística” peronista, se dio en las condiciones excepcionales de la posguerra, que debilitaron temporalmente al imperialismo, y de un ascenso revolucionario solo comparable con el de la Primera Guerra, que dieron como resultado la posibilidad de ciertas “maniobras” por parte de los países semicoloniales.
Perón, auge y policía política del movimiento obrero
En la década ´70, el papel de Perón, junto al de la burocracia sindical, puso el acento en las políticas represivas, que incluyó la creación de la Triple A.
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Aunque la persecución al activismo y a las organizaciones antiburocráticas es una constante de la burocracia peronista, su verdadero carácter como policía política en el movimiento obrero se puso en evidencia como nunca después del Cordobazo.
En esos años, a consecuencia de las propias divisiones y crisis de la burocracia sindical y del ascenso obrero, tomará fuerza el “proceso de formación y auge de una nueva vanguardia obrera que será acompañado con rupturas a nivel de seccionales sindicales (como en la misma Córdoba del ’69 y, fundamentalmente, un proceso de recuperación de comisiones internas, sustraídas simultáneamente al control del gobierno, la patronal y la burocracia)”[1]. La constitución de organizaciones democráticas de base será la tendencia profunda hacia una reorganización del movimiento obrero que se desarrolló al calor de distintas experiencias como la clasista cordobesa, el triunfo de la UOM de Villa Constitución o la formación de las Coordinadoras de Gran Buenos Aires, es decir, alrededor de los principales cordones industriales del país.
A su retorno, Perón intentó restablecer la unidad de la central sindical bajo el mando leal del metalúrgico José Ignacio Rucci, abanderado de la lucha contra lo que él llamaba “el sucio trapo rojo”, gran promotor de una “policía interna” en el peronismo para liquidar a activistas y dirigentes obreros. Con ese objetivo y la aprobación de su jefe, el secretario general de la CGT creó, en febrero 1973, la Juventud Sindical Peronista. La JSP se unió a las agrupaciones más activas del peronismo de ultraderecha en el ámbito sindical, como el Comando de Organización (CdO) o la Concentración Nacional Universitaria (CNU), confluyendo en el armado de la Triple A. Según Jorge Zicolillo, autor de La era de las culatas, Gerónimo “Momo” Venegas, Jorge Omar Viviani, Luis Barrionuevo y Hugo Moyano, para mencionar algunos, fueron parte de su fundación. No podemos dejar de mencionar al expresidente Eduardo Duhalde, ya por ese entonces gobernante de la derecha peronista, cuando esta última ascendió de la mano de Perón a inicios de 1974.
En 1975, la derrota del Rodrigazo y la destitución del ministro de Economía y de López Rega, el organizador de la Triple A, mostró nuevamente el peso de la clase obrera en la arena nacional, poniendo en cuestión el poder de la burocracia sindical sobre las organizaciones obreras. Las Coordinadoras interfabriles del Gran Buenos Aires, protagonistas de ese nuevo hito operaron “hasta cierto punto, un intento de reorganización de las fuerzas obreras que trascendía el marco sindical y la lucha económica, convirtiendo las organizaciones de base tradicionales del movimiento obrero (las comisiones internas) en consejos y comités de fábrica”[2].
La revolución social estaba en el horizonte de una amplia vanguardia como parte de una oleada internacional abierta con el Mayo Francés, la guerra de Vietnam, la Revolución portuguesa, etc. En ese momento, ser de izquierda y revolucionario no se discutía, al punto que dentro del propio peronismo surgió la Tendencia Revolucionaria que agrupaba a cientos y cientos de miles de obreros y estudiantes que se reivindicaban de izquierda y simpatizaban con el marxismo. Pero atados estratégicamente a Perón ataron su independencia para la lucha contra la burocracia peronista.
La experiencia de los ’70 desmiente que las organizaciones de masas como la idiosincrasia de los trabajadores son ontológicamente peronistas.
El accionar de la burocracia sindical confirmó rasgos como los que definiera Trotsky décadas antes. El dirigente revolucionario había escrito que la burguesía “exige de la burocracia reformista y de la aristocracia obrera, que picotean las migajas de su mesa de banquete, que se transformen en su policía política ante los ojos de la clase obrera. Si esto no es logrado, la burocracia obrera es desalojada y reemplazada por los fascistas” (L. Trotsky, ídem). En nuestro país el peronismo en el poder y el accionar de las bandas de la Triple A fueron reemplazadas por la dictadura militar de 1976 que salvó y preservó a la burocracia sindical.
En la Argentina de hoy es tan difícil pronosticar que los trabajadores pierdan sus conquistas sin lucha, como descartar que esos escenarios plantearán más agudamente la contradicción entre sus organizaciones de masas y su dirección. A raíz de la reciente unificación de la CGT, Héctor Daer, el secretario general de la Asociación de Trabajadores de la Sanidad afirmó que el “cambio fundamental es que vamos a construir el instrumento de representación social para dar un debate con el poder político y los empresarios”. En la próxima entrega, veremos qué herramientas brinda la vasta obra de León Trotsky para analizar y debatir estas cuestiones desde una perspectiva de clase.

Andrea Robles
Militante del Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS). Integrante del CEIP y Ediciones IPS. Querellante en la Causa Triple A por el asesinato de su padre César Robles. Escribió "Triple A. La política represiva del gobierno peronista (1973-1976)" en el libro Insurgencia obrera en la Argentina (2009).