Los capitalistas las llamaron ’esenciales’. Las trabajadoras se autorreconocen como sujetos de transformación de sus condiciones laborales y de vida. Huelgas teñidas de violeta renuevan las energías de la clase trabajadora.
“Dicen que nuestro trabajo es ‘esencial’. Pero las vidas de las trabajadoras también son esenciales y la patronal esto no lo entiende, por eso vamos a la huelga”. Lide, trabajadora de conservas de Bizkaia, delegada de ELA.
Los capitalistas sentenciaron quiénes son ‘esenciales’ durante la pandemia: cajeras de supermercados, sanitarias, de la limpieza, la educación, industria alimenticia, servicios sociales, atención domiciliaria, empleadas del hogar. Una sentencia que, en este momentum pospandemia, está impactando en las conciencias del mundo laboral más feminizado: si somos tan ‘esenciales’, cabe preguntarse por qué sufrimos los peores agravios y humillaciones, la desigualdad salarial, la precariedad que repercute en nuestras vidas, sin poder disfrutarla después de jornadas laborales extenuantes que nos deja el cuerpo dolido y la mente en blanco.
Si somos tan esenciales, tendremos que reapropiarnos de nuestro poder para hacer funcionar el mundo, para desafiar a todo aquello que se interponga en nuestros deseos de vivir la vida plenamente, recuperar un tramo de nuestro tiempo, ese que nos roban los empresarios para aumentar sus beneficios. Desafiar a los capitalistas, a sus reformas laborales, a los gobiernos que aplican ese modelo laboral precario diseñado desde décadas por todos los partidos, de derechas y progresistas. Desafiar a esos monstruos de organizaciones sindicales burocráticas, los verticales del siglo XXI.
Y en este camino de desafíos, importantes sectores de la clase trabajadora más feminizada comenzaron a dar pequeños grandes pasos. En plena pandemia hemos visto a las sanitarias, enfermeras y auxiliares que sufrieron brutalmente la explotación y hoy siguen en lucha en muchos países. De la limpieza de hospitales, o las cuidadoras de personas mayores y dependientes siendo una gran mayoría de colectivos migrantes en los países imperialistas. Las trabajadoras y trabajadores de Amazon. En Francia, las huelgas de las trabajadoras de la limpieza de ferrocarriles. En Brasil, la lucha de las terciarizadas de la limpieza de las universidades, de la salud y las docentes. En Chile, la huelga de las trabajadoras de la salud de Antofagasta, mayoría migrantes, que lucharon contra una multinacional española por sus condiciones laborales y por los derechos de las personas migrantes.
En el Estado español, hoy las trabajadoras del Museo de Bilbao Guggenheim están por cumplir 200 días de huelga contra la brecha salarial y las condiciones de explotación laboral. Las trabajadoras del SAD (Servicio de Atención Domiciliaria) que acamparon en ayuntamientos de Catalunya y frente al Ministerio de Trabajo en Madrid. Las huelgas en Catalunya de los servicios públicos donde se expresó el sector más precarizado como las interinas. Las trabajadoras del sector precario de la educación, extraescolares, monitoras de comedor y cuidadoras se empiezan a organizar. Las de la industria alimenticia, como las de conservas de Bizkaia en huelga. Las camareras de piso que se organizaron en Las Kellys, en lucha contra la externalización. En Euskadi, las huelgas de las empresas de Inditex [1] o las de residencias con huelgas larguísimas [2] Las protestas de las trabajadoras migrantes desde sus sindicatos y asociaciones, como Sindillar en Barcelona. Fuera de las ciudades, las recolectoras de alimentos, como las Jornaleras de Huelva en Lucha que denunciaban que nueve grandes empresas onubenses del sector de frutos rojos no daban acceso al agua, mascarillas o guantes ni se guardaba la distancia de seguridad.
Y así, podríamos colocar puntos violetas que pintarían todo el Estado o el planeta, de cientos de procesos de lucha y organización de las mujeres trabajadoras. Se trata entonces, de bucear sobre las causas profundas de estos procesos en un mundo en crisis pospandemia. Así como de pensar qué elementos comunes y nuevos adquieren, particularmente en el Estado español. Y reflexionar sobre nuevas perspectivas que reactualicen la relación entre género y clase, entre capitalismo y patriarcado; cuestión de importancia para confeccionar estrategias de emancipación para la mayoría de las mujeres junto al conjunto de la clase trabajadora.
Después de la pandemia: mayor explotación, precariedad y crisis de cuidados con “rostro de mujer”
Para empezar a pensar las causas del aumento de la conflictividad laboral, especialmente en los sectores más feminizados, retomaré un artículo que escribí en plena pandemia en 2020, “Trabajadoras en la primera línea: patriarcado y capitalismo en tiempos de coronavirus” [3] en el cual decía que, si antes de la pandemia la lucha contra la precariedad laboral ha sido bandera de las trabajadoras, en tiempos de coronavirus, se había desatado de manera fulminante en tres campos representados mayoritariamente por mujeres.
Primero, tras el ataque brutal tras los despidos masivos y ERTEs en el “mejor” de los casos, sobre todo contra aquellos sectores más vulnerables sin derechos laborales básicos, con contratos de obra y servicio o directamente sin contrato y sin prestaciones. El ejemplo de Las Kellys, las camareras de hoteles, de las cuales el 95 por ciento que estaban subcontratadas o con contratos de obra y servicio, quedaron sin trabajo por la causa de “baja producción”. La gran mayoría no tuvo siquiera derecho al paro ya que sólo el 5 por ciento contaba con contrato fijo y plantilla no externalizada. Otro sector altamente feminizado es la hostelería, que sufrió un duro impacto junto a todo el sector turístico, ya que de los 237.796 contratos firmados en el año 2019, sólo un 12% eran indefinidos y un 88% temporales. Una proporción similar a la de conjunto de sectores de la economía.
Segundo, el aumento de la explotación de estos sectores, junto a la enorme exposición al contagio de las trabajadoras en primer línea de los trabajos esenciales. Una trabajadora de residencias explicaba que “la emergencia del coronavirus está multiplicando por mil una situación de precariedad laboral. Mucho antes de la pandemia las jornadas eran interminables con horarios de más de doce horas, plantillas reducidas al mínimo.” Podemos encontrar múltiples testimonios de trabajadoras denunciando la situación de desborde, exposición a los contagios, jornadas extenuantes por el exceso de trabajo, estrés. En este artículo están citados varias reseñas de denuncias de trabajadoras en plena pandemia:
Tercero, la tareas de cuidados crujieron atravesadas por todas sus contradicciones. Por un lado, la feminización de los cuidados y su traslación de los hogares al trabajo asalariado, también se desató en una crisis exponencial con el antecedente de décadas de recortes en sanidad, educación y servicios sociales. Entre ellos, en los presupuestos en áreas de dependencia, que crujió en la situación de vulnerabilidad en la que se encontraron las personas mayores tras la privatización de un servicio que llenó los bolsillos de los dueños de las residencias y precarizó agudamente a las trabajadoras [4]
Por otro lado, se evidenció aún más la situación de las empleadas del hogar, mayoría inmigrante, que producto del confinamiento se quedaron sin trabajo. Alrededor de 200.000 o muchas más que no aparecen a las estadísticas, trabajan en la economía sumergida, muchas “sin papeles” según la reaccionaria Ley de Extranjería, por lo que no pueden acceder a ningún tipo de subsidio extraordinario, ni de prestación ni ayuda. Aquí lo que crujió fue la cadena global de cuidados, “Las internas, aunque nos sentimos siempre como en confinamiento, esta crisis nos ha destrozado”, decía Vilma, inmigrante paraguaya de Pan y Rosas.
Además, el teletrabajo hizo la vida insoportable para las familias trabajadoras, con confinamientos que han aislado a niños y niñas en sus hogares. Bajo jornadas extenuantes, muchas trabajadoras se vieron obligadas a fusionar la histórica “doble carga” en el mismo espacio y tiempo. Lo cual evidenció un problema estructural de los cuidados, que es la falta de educación infantil de 0 a 3 años gratuita y universal. Y sobre todo, develó que bajo este sistema capitalista y patriarcal, todas estas tareas son necesarias para la reproducción de la fuerza de trabajo y que son un sostén fundamental de la producción del capital. En un capítulo del libro “Patriarcado y Capitalismo, Feminismo Clase y diversidad” [5] explicamos cómo las teorías que buscan analizar las esferas reproducción-producción como sistemas separados, pasan por alto la existencia de vínculos cada vez más directos entre el trabajo del hogar y la explotación laboral.
En definitiva, lo que evidenció claramente esta crisis es que la clase trabajadora cuya mitad es femenina ocupa todas las posiciones estratégicas para la producción y reproducción de la sociedad.
Huelgas, organización y luchas teñidas de violeta: nuevas fuerzas para toda la clase trabajadora
Los tres factores, despidos masivos, aumento de la precariedad y la explotación, crisis de los cuidados, si se han desatado de forma colosal durante el coronavirus, ha sido sobre las profundas huellas de décadas de neoliberalismo con sus reformas laborales, reconversiones industriales sucesivas y toda la reconfiguración de un modelo laboral precario de fuerte impacto en los trabajos más infravalorados que, no de manera fortuita, son los más feminizados. Si entre los empleos a tiempo parcial, en el Estado español 3 de cada 4 están ocupados por mujeres, no es casual que la precariedad y el desempleo tengan “rostro de mujer”.
Las mujeres representan el 74% del personal sanitario, el 84,2 % del de enfermería, el 71% del personal de farmacia y el 90% en los centros de tercera edad. Otras investigaciones sociológicas dan cuenta de que el 93% del personal de limpieza -oficinas, hoteles, casas- son mujeres; y el 84% de las cajeras de supermercados. Pero el sistema capitalista y patriarcal, históricamente las ha infravalorado, sirviéndose de la división sexual del trabajo.
En el mismo artículo “Trabajadoras en primera línea…” planteaba que era el momento de prepararnos para el combate del ‘después’ y actualizar nuestras perspectivas estratégicas frente a una situación que será devastadora después de la pandemia. Y así empieza a ser sentido por grandes franjas de la clase trabajadora, aquí y en el mundo, que ante la consideración de ‘esenciales’ se autorreconocen como sujetos motores de transformación de sus condiciones laborales y de vida.
Esbozando algunas de las características de esta nueva ola de huelgas y luchas, como vimos estos meses hasta la gran lucha del metal en Cádiz, los procesos del mundo laboral femenino nos plantea tres características importantes.
Primero, que la imagen de huelgas y luchas “teñidas de violeta” no sólo hace referencia al hecho de que son protagonizadas por mujeres, cuestión igualmente significativa. También busca destacar que las reivindicaciones laborales incorporan demandas especiales sobre los problemas más profundos que sienten, viven y sufren las mujeres: la brecha salarial, la especificidades de la precariedad, la “doble jornada”, discriminación y acoso. Algo impensable en décadas anteriores. Claramente, la emergencia del movimiento feminista a nivel mundial y en particular en el Estado Español, ha alentado a las trabajadoras renovar su energía, planteando hacia el movimiento sus propias reivindicaciones. La imagen de Las Kellys contra la precariedad, o las empleadas del hogar o colectivos de inmigrantes contra las leyes de extranjería en las cabeceras de las manifestaciones masivas del 8M lo expresa, además del rol activo de muchos centros de trabajo en las huelgas de mujeres y feministas.
Las jornadas de huelgas de varios colectivos de trabajadoras en Euskadi, como las del Guggenheim [6], las trabajadoras de las residencias o las conservas de pescado de Bizkaia [7], mayoritariamente centradas en la lucha contra las condiciones laborales, integran sus reivindicaciones la cuestión del aumento del salario contra la brecha salarial. Sobre todo en los casos de negociación de convenios, desde donde despegan los conflictos. También está muy integrada la denuncia, en sus discursos y reivindicaciones, de que los trabajos más precarios, a tiempo parcial y desvalorizados están representados por mujeres.
Segundo, se ha evidenciado aún más el abandono de las organizaciones sindicales burocráticas, cuyas direcciones -mayoría masculina-, a pesar de haber incorporados ‘secretarías de género’, continúan dejando a un lado a los sectores más explotados de la clase: mujeres y jóvenes, subcontratadas y externalizadas en empresas multiservicio, donde los derechos laborales más básicos están prácticamente ausentes. Son incontables los casos en los que, cuando las trabajadoras se organizan, estos sindicatos se ubican del lado de las patronales; tal como ocurrió en las luchas en la negociación de convenios en el caso de Las Kellys o de Hostelería, en las trabajadoras de tiempo libre de comedores escolares o en las trabajadoras del SAD. Ante ello, nacen nuevas organizaciones sindicales y colectivos. A la vez que se fortalecen los sindicatos alternativos y de izquierdas que, en su mayoría, han convocado huelgas el 8M, mientras que CCOO llamó a paros de 2 horas. O los sindicatos autonómicos como en Euskadi, Catalunya o Andalucía, entre otros. Pero lo que está claro es que, en todos los sindicatos, se está dando una cierta renovación femenina, con mayor presencia de trabajadoras en los conflictos, de sus propias portavoces y delegadas sindicales.
Tercero, que el puente entre lo sindical y lo político es cada vez más estrecho y muchas trabajadoras han expuesto decididamente en sus reivindicaciones quienes son los responsables políticos de su situación de precariedad. En varios artículos como “Una generación de trabajadoras que cuestiona al feminismo institucional” [8] he analizado esta situación, explicando la raíz de la precariedad: gobiernos, central y autonómicos, Ayuntamientos -de partidos de derechas y los del “cambio”-, ministerios y ministros han tomado durante décadas la decisión política de que las perniciosas reformas laborales y los recortes en educación recaerían en la clase trabajadora y que las consecuencias serían aún peor para los sectores precarios, altamente feminizados. Prácticamente todos los colectivos en lucha antes mencionados exponen este matrimonio entre instituciones y patronales. Por ejemplo, la lucha contra la externalización de servicios públicos esenciales como el del SAD [9] o las limpiadoras del museo Guggenheim, expresan abiertamente que son los Ayuntamientos los que contratan y hacen grandes negociados con las empresas privadas. O las trabajadoras más precarias de la educación, -monitoras, extraescolares o talleristas- que son los gobiernos los que deberían considerarlas parte del personal educativo y contratarlas de forma directa, siendo que representan el 50 por ciento del personal en las escuelas [10]
Sobre el género y la clase: nuevas perspectivas en la lucha contra el patriarcado y el capitalismo
El sistema capitalista, tras sus transformaciones históricas, ha incorporado una clase asalariada femenina que, como hemos visto, viene acompañada de una precariedad laboral extrema. Lo que transforma a las mujeres trabajadoras en los sectores más oprimidos y explotados de la clase trabajadora.
Por ello, poner en valor las importantes experiencias de lucha y organización de las trabajadoras, es una tarea militante, que busca apostar a que dejen de estar en la primera línea de la precariedad y la explotación y pasar a la vanguardia de la lucha de clases.
Si este inicio de renovación de las organizaciones sindicales empiezan a mostrar nuevos rostros de mujer en cada conflicto y procesos de organización, seguiremos apostando también por la hipótesis de que sean las trabajadoras las que ayuden, junto a sus compañeros, a recuperar los sindicatos revolucionándolos de abajo hacia arriba o crear nuevas organizaciones sindicales democráticas, que sirvan como verdaderas herramientas eficaces para derrotar los planes de los capitalistas. Y, de este modo, lograr romper la división de las filas de la clase trabajadora -fragmentada en múltiples categorías- atada de pies y manos por las direcciones sindicales burocráticas.
En EEUU, donde las muertes por coronavirus a llegado a más de 799.500 casos, las enfermeras del Hospital Mount Sinai de Nueva York, junto al personal sanitario y de limpieza habían creado en plena pandemia el Grupo de trabajadoras de primera línea de la Covid-19 y organizado las primeras protestas en exigencia de medidas de seguridad y otras como la nacionalización de todo el sistema de salud o la industria manufacturera, para su reconversión bajo control obrero para la fabricación de todos los equipos de protección y sanitarios necesarios.
Es decir, una salida para el conjunto de los sectores explotados, desde las reivindicaciones más básicas de las mujeres trabajadoras, tras las secuelas devastadoras que está dejando la pandemia: retroceso en los derechos laborales, pobreza, paro, deuda pública, etc.
En mi artículo citado planteaba que, durante la pandemia, las trabajadoras ya veían la necesidad de empezar a prepararse para que esta crisis - que será peor que en el 2008- no la pague nuevamente la clase trabajadora. Y que por tanto, se iría profundizando el malestar y la rabia de la clase trabajadora tras los golpes de esta crisis. Algo que ya se está se transformando en organización, lucha y energía para golpear con sus propios métodos y tocar los intereses del capital, tal como estamos viviendo en la última oleada de huelgas.
Porque todos los retrocesos en los derechos laborales más elementales, no tendrán retorno para las más explotadas y oprimidas, sino se tejen alianzas con el conjunto de la clase trabajadora, para crear hegemonía obrera y popular en una unidad de hierro de todos los sectores de trabajadores y trabajadoras esenciales y estratégicos de la producción como el agrícola, el de la logística, las fábricas alimenticias, los supermercados, los camioneros que llevan los alimentos a los mercados, de todo el sistema sanitario.
Esto nos prepara en mejores condiciones para crear organizaciones revolucionarias junto a las trabajadoras y el conjunto de los oprimidos y explotados, que opongan un programa de emergencia y combate, alternativo al de los partidos capitalistas, incluyendo a aquellos que engañan con discursos progresistas, mientras gestionan la vida (y la muerte) del pueblo trabajador a favor de sus beneficios.
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