La ideología dominante en Estados Unidos ha pretendido instalar que el progreso capitalista atenúa los conflictos sociales y que los trabajadores y sectores populares son inmunes a las ideologías anticapitalistas. Sin embargo, la historia contradice este postulado. La ciudad de Minneapolis nos da un ejemplo cuando el sindicato de camioneros, los teamsters, protagonizó una huelga heroica de impacto nacional dirigida por el joven trotskismo estadounidense.
Alicia Rojo @alicia_rojo25
Miércoles 15 de mayo 00:00
Imagen: Camioneros en huelga enfrentando a la policía de Minneapolis.
Estados Unidos ha estado estos días en las portadas de noticias por las protestas estudiantiles por Palestina. Denuncian el genocidio que está siendo llevado adelante por el Estado de Israel con apoyo y financiamiento de Estados Unidos. Si bien el movimiento de acampadas universitarias se extiende por otros países, sobre todo en Europa, Francia, Reino Unido y el Estado español, la movilización estudiantil norteamericana -y la represión con que respondió el Estado- ha traído el recuerdo de otro movimiento que a fines de los años 60 fue parte de la mayor derrota sufrida por el imperialismo, la Guerra de Vietnam. Entonces, también la Universidad de Columbia fue el punto inicial de un movimiento que enfrentó la guerra, el poderoso complejo militar-industrial y las relaciones de las universidades con los negocios de la producción armamentística. Aquel movimiento tenía en las demandas del movimiento de derechos civiles, un elemento central, y a las protestas pacifistas se sumaban las antirracistas, con el movimiento negro como protagonista.
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Las profundas tensiones que cruzan al país del norte emergen con frecuencia en la forma de movimientos sociales que expresan las demandas de amplios sectores en las que se suman sectores de trabajadores organizados, como en este caso los sindicatos docentes. Hace unos años, Minneapolis fue el escenario de enormes movilizaciones que exigieron justicia frente al asesinato de George Floyd a manos de la policía. Las protestas de Minneapolis encontraron eco especialmente en la juventud, pero también entre trabajadoras y trabajadores; su muerte despertó nuevamente al movimiento #BlackLivesMatter, denunciando la opresión racial, uno de los pilares en los que se sustenta la dominación capitalista en Estados Unidos desde sus orígenes.
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La ideología dominante en EEUU ha pretendido instalar que el progreso capitalista atenúa los conflictos sociales, en otras palabras, que la lucha de clases no existe en la principal potencia imperialista. Sin embargo, la historia lo contradice ampliamente. La propia ciudad de Minneapolis nos da un ejemplo del que se cumplen 90 años: cuando el sindicato de camioneros, los teamsters, protagonizó una huelga heroica. La visión dominante de la historia norteamericana quiere imponer también que su clase trabajadora es inmune a las ideologías anticapitalistas; sin embargo, aunque un imponente aparato burocrático se montó para aplacarlas, estuvieron presentes desde la constitución de su movimiento obrero. En los años 30, fue el joven trotskismo estadounidense quien se puso a la cabeza de una lucha que conmovió al país.
Lucha de clases en el corazón del imperialismo
La Gran Depresión iniciada tras la caída de la bolsa de Nueva York en 1929 dejó millones de pobres y desocupados en el país que aspiraba al progreso sin límites; para 1933 el presidente Franklin Roosevelt admitía que el Estado debía intervenir, no solo para asegurar la ganancia capitalista, sino para prevenir un alza de la conflictividad social que se auguraba. En forma temprana comenzaron a aparecer las primeras respuestas populares a la crisis con la conformación de los consejos de desocupados, pronto comenzaron a producirse cambios en las organizaciones de base y sindicales, y amplios sectores de la clase obrera desplegarán combativas formas de lucha.
En los años 30 los trabajadores acudieron a los sindicatos burocráticos de la AFL (American Federation Labour), pero estos agrupaban a los sectores calificados de la clase obrera y sostenían la organización por oficios; no respondían a las necesidades que planteaban los cambios estructurales de la etapa, la de unificar la lucha de una misma industria, cuando se estaban desarrollando ya, por la base, comités de fábrica formados por obreros calificados y no calificados.
Los procesos de lucha de los años 30 tuvieron como motor interno no sólo la lucha por mejorar las condiciones económicas sino, sobre todo, la construcción de organizaciones obreras, comités de base, que buscaban modificar la situación arbitraria instituida dentro de las fábricas que se habían vuelto una especie de prisión donde la producción en cadena había llevado a acelerar en forma insoportable los ritmos de trabajo. Estos procesos asumieron como objetivo junto con la “democratización” de los lugares de trabajo, también la lucha por las libertades civiles de los pueblos y ciudades que circundaban a las fábricas, convertidas por el poder de la patronal en verdaderos feudos a su servicio.
Así, los trabajadores involucraron al conjunto de la población en sus luchas que se volvieron verdaderas huelgas urbanas, que incluyeron enfrentamientos con las fuerzas represivas en las calles, la formación de piquetes móviles y la participación de los trabajadores, desocupados y sectores populares apoyando a los obreros en conflicto. Este movimiento por la formación de organizaciones obreras que representara a las amplias bases encontró una expresión radicalizada en tres huelgas testigo durante 1934.
Estas huelgas radicalizadas, con piquetes y enfrentamiento con la policía, que lograron el reconocimiento de los organismos de fábrica, eran dirigidas por partidos y organizaciones de izquierda. En ellas confluyó la fortaleza de una nueva base militante con el programa y la orientación política de organizaciones de izquierda. En San Francisco el Partido Comunista, en Toledo el grupo dirigido por A. Muste, la CPLA (Conference for Progressive Labor Action), que impulsaba la Liga de los Desempleados, en Minneapolis, los trotskistas.
Uno de sus principales dirigentes trotskistas fue James Cannon, miembro en su juventud de la combativa organización obrera IWW, Trabajadores Industriales del Mundo, y militante del Partido Socialista, fue uno de los fundadores del Partido Comunista y dirigente de este partido hasta que en su participación como delegado en el Congreso de la Internacional Comunista en 1928 recibe las críticas de León Trotsky al programa de esta organización. La década del 30 fue un escenario donde los trotskistas hicieron una profunda experiencia, en la que la huelga de Minneapolis fue central y en 1938 fundarán el SWP, el Partido Socialista de los Trabajadores (Socialist Workers Party).
En su libro Historia del trotskismo norteamericano Cannon refleja, entre otras, la experiencia de la gran huelga de Minneapolis.
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La huelga de mayo en Minneapolis
En Minneapolis se sentía en su plenitud el peso muerto de la burocracia sindical, su colaboración con la patronal y sus métodos antidemocráticos. La AFL organizaba a los trabajadores calificados de algunos oficios privilegiados, imponían un control estricto sobre las huelgas, organizaba rompehuelgas mientras la corrupción campeaba en sus organizaciones. La desorganización de los trabajadores industriales y la complicidad de la dirigencia sindical permitió la extensión de las zonas “open shop” (taller abierto), donde la contratación era individual y la sindicalización estaba prohibida por ley. Era, por tanto, una necesidad el impulso de la sindicalización masiva en Minneapolis.
A esto se abocaron los trotskistas reunidos en la Liga Comunista de América que se propuso insertarse en los sindicatos locales y encontraron la oportunidad en el local 574 de los Teamsters (unidad organizativa del sindicato de camioneros), que a pesar de ser pequeño, cumplía un rol estratégico. Los avances que lograron con la campaña de afiliación plantearon la lucha por el reconocimiento del sindicato, para lograrlo la huelga se volvía impostergable.
A mediados de abril de 1934, un mitin masivo votó a favor de la huelga por el reconocimiento del sindicato y eligió un comité de huelga de 75 miembros. Los trotskistas acercaron distintas propuestas de organización para fortalecer la lucha, ampliar la organización sindical, lograr apoyos. Por ejemplo, se creó en el sindicato una sección especial para organizar a los dirigentes combativos de los desocupados, para que pudieran ser parte de la preparación de la lucha en vez de ser utilizados como rompehuelgas. El comité supo ganarse, además, la solidaridad de otros gremios, e incluso la simpatía de los agricultores. Se formó también una sección auxiliar femenina que incluía a las esposas, novias, hermanas y madres de los miembros del sindicato de camioneros.
Un enorme garaje se transformó en el cuartel general del comité de huelga, con un comedor para alimentar a los huelguistas y un taller de refacción para reparar los autos utilizados por los escuadrones de piquetes móviles, se trazaron los planes para montar piquetes y se ideó la estructura de mando necesaria. Allí se realizaban asambleas diarias que reunían 2000 o 3000 huelguistas. Se instaló además un hospital de campaña y evitar así que los enfermos o posibles heridos concurrieran a un centro médico y ser detenidos.
Al amanecer del 16 de mayo, no se movió nada sobre ruedas sin permiso del sindicato, allí donde los patrones intentaron echar a andar los camiones, los piquetes móviles se lo impidieron. En los días siguientes, tendría lugar la llamada “batalla del mercado”; allí las fuerzas policiales intentaron abrir esa parte estratégica de la ciudad para que operaran los camiones. Pero se toparon con una masa de cientos de trabajadores organizados en los piquetes del sindicato, ayudados por sindicalistas solidarios de otros oficios y por miembros de las organizaciones de desempleados. Como describe el propio Cannon, el intento de expulsar del mercado a los piquetes fue un fracaso, el contraataque de los trabajadores los hizo huir, las bajas fueron dos, pero del bando enemigo; Cannon reflexiona entonces sobre el impacto nacional de esta huelga, no solo por su determinación y organización sino porque después de que, huelga tras huelga, los muertos fueran los huelguistas, Minneapolis había logrado invertir el rumbo de las cosas despertando la admiración del país trabajador.
El 23 se reunía una concentración de 5.000 trabajadores. El impacto nacional de la lucha obligó al mismo gobernador a presionar a la patronal por un acuerdo; los patrones aceptaron de forma incondicional reincorporar a todos los huelguistas, no discriminar a trabajadores por su afiliación al sindicato, y aceptaron tratar con representantes del Local 574 sobre asuntos específicos que afectaran a sus miembros. Una asamblea discutió el acuerdo y se resolvió aceptarlo por unanimidad. Sabían que ese triunfo parcial era el punto de partida para hacer definitivamente de Minneapolis una ciudad sindicalizada. Luego de la huelga de mayo, el sindicato ya contaba con 7000 afiliados y en junio publicará un periódico propio, The Organizer, que se repartirá en cada puerta de fábrica, en las estaciones de trenes, en los bares.
Ante la derrota sufrida al no poder quebrar al sindicato, la patronal intentó romper el acuerdo. Es así como comenzó a prepararse otra huelga para la que se movilizó el apoyo de todo el movimiento obrero de Minneápolis, comenzó el 16 de Julio y se prolongó por cinco semanas.
Cannon y su “Historia del trotskismo norteamericano (1928-1939)”
En la VIII Conferencia de su libro Cannon describe como protagonista y como historiador las heroicas huelgas de Minneapolis y profundiza en las excepcionales enseñanzas de estas luchas y del proceso de construcción del partido. Cannon refleja en forma elocuente a lo largo de su libro el esfuerzo de su corriente por enraizarse entre los trabajadores, enfrentar la represión del Estado, la política de las direcciones sindicales burocráticas y del Partido Comunista y procurar construir un partido que diera una alternativa de dirección para la clase obrera.
Los trotskistas cumplieron un rol en la recuperación de tradiciones de lucha y organización del movimiento obrero norteamericano logrando empalmar con un proceso de reorganización y ascenso en la combatividad de amplios sectores de la clase obrera. En la huelga que recorrimos encontramos algunos elementos de la política que permitió tal empalme con las tendencias de la clase obrera, instando a lograr la más amplia democracia en la toma de decisiones y la mayor disciplina en la acción, junto con la búsqueda de ampliar los lazos de apoyo y solidaridad.
Estas tradiciones son parte de la historia de la clase obrera norteamericana, muchos mecanismos han actuado para buscar aplastar estas experiencias y hacer emerger las divisiones y primar los intereses de los sectores más privilegiados entre los trabajadores, separándolos de sus compañeros de clase más explotados. Hoy, con el movimiento estudiantil resurgiendo y las experiencias de los años 60 y 70 volviendo a la memoria colectiva, estas lecciones merecen ser retomadas.
Recomendamos la lectura de este libro que reúne una serie de doce conferencias que relatan los diez primeros años en la construcción de una organización revolucionaria, desde sus inicios, cuando el autor es expulsado del Partido Comunista hasta la fundación del Partido Socialista de los Trabajadores. Allí se encontrarán algunos de los principales experiencias en la lucha de la clase obrera norteamericana y la reflexión en torno a las vías que ensayaron los trotskistas para la construcción de un partido revolucionario en la principal potencia capitalista del mundo; experiencias que incluyen la colaboración estrecha con el dirigente de la corriente internacional, León Trotsky.
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Alicia Rojo
Historiadora, docente en la Universidad de Buenos Aires. Autora de diversos trabajos sobre los orígenes del trotskismo argentino, de numerosos artículos de historia argentina en La Izquierda Diario y coautora del libro Cien años de historia obrera, de 1870 a 1969. De los orígenes a la Resistencia, de Ediciones IPS-CEIP.