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Red Internacional
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CRÓNICA URBANA. Las "histéricas" del vagón de mujeres

La odisea del viaje en el metro de la Ciudad de México vivido por una trabajadora.

Soledad Farfalla Maestra de secundaria, Agrupación Magisterial y Normalista Nuestra Clase

Lunes 30 de julio de 2018

Es un lunes más, se distingue más que el martes, miércoles o jueves esos días son idénticos entre sí, monótonos. ¿Qué hiciste el miércoles de la semana pasada? No puedo ni recordar que llevaba puesto. Ya lo dije es idéntico que el martes o el jueves.

El lunes no, el lunes tiene su toque especial, el regreso a la realidad después de un día de descanso.

Y ahí vamos, es un lunes más, apenas salió el sol, son las siete de la mañana y el vagón viene otra vez a full. Parece que no cabe ni un alma más, pero en Guerrero se rompen todas las leyes de física y no sólo cabe una más, entran otras 3 que igual que yo, están a nada de llegar tarde.

Vamos todas después de "descansar": lavando la ropa que se nos juntó, limpiando la mugre que se acumuló y ordenando todo lo que no pudimos en la semana.

Ahí van las mujeres que todos los días se levantan a mover la ciudad, hacinadas, y después de nueve horas regresarán igual a casa, hacinadas.

Trabajamos más de 8 horas y nos trasladamos en 2, 3 o hasta 4 horas. Llegamos a casa para encontrar una cena sin hacer, el desorden de la mañana, niños por bañar y arropar, pesos por estirar para que la despensa alcance y un largo etcétera. Y si se suma un enfermo en casa, ¡imposible! No alcanza ni la energía ni el dinero. Y aun así vemos cómo, pero lo hacemos.

Y al día siguiente, un poco de lo mismo. ¿Y qué esperan? Que vayamos radiantes y encantadoras. No solo hacemos lo que podemos, hacemos hasta lo que no podemos.

Cada que entro al vagón pienso en ellas, en las que la pasan peor, mucho peor que yo. Y respiro, me hago pequeña para que otra entre y no pierda su bono de puntualidad. Si me empujan entiendo que no es a propósito, codazos vuelan siempre, es parte del hacinamiento. Pero también entiendo a las que explotan enojadas, a las que ya no pueden más, tantas cargas traen encima que bastó un empujón para explotar.

No estamos locas, no somos histéricas, es sólo que las dobles o hasta triples jornadas de explotación a veces nos ponen mal, ustedes disculparán.

Y no, nuestros compañeros tampoco disfrutan el hacinamiento.

Y pues nada, sí lo movemos todo, al menos mereceríamos transportarnos dignamente. ¿No?