Un equipo de figuras rutilantes de la mitad de cancha para arriba, con líderes pero jugadores regulares o lejos de su mejor momento, nunca fue candidato a ganar la Copa del Mundo.
Pablo Maltz @pablomaltz
Lunes 2 de julio de 2018 10:17
La clasificación agónica contra Ecuador y el bajo nivel futbolístico en los primeros 3 partidos, se parecieron bastante a la desorganización de la AFA y el desconcierto del tándem plantel-cuerpo técnico.
Francia fue un justo ganador. La efectividad de Mbappé estuvo acompañada de un equipo que le alcanzaba con hacer un par de pases para llegar al arco, custodiado por Armani. Argentina fue puro intento individual. Messi estuvo apagado y rodeado de jugadores menos virtuosos que los franceses. Cuando se puso 2-1 a favor no pudo aguantar la embestida y se dio la lógica, que no se concretó en otros partidos del Mundial como Rusia- España. Los de Sampaoli no se replegaron lo suficiente y otra vez intentó desde la adversidad.
En términos generales, la Selección nacional terminó jugando con un equipo similar al Mundial 2014, decisión conservadora que funcionó contra Nigeria, a diferencia de no contar con un número 9 de referencia (Higuaín-Agüero). La urgencia o falta de planificación hizo que una nueva generación mirara los partidos desde el banco y otros desde su casa.
La falta de orientación quedó en evidencia también con los cambios de esquemas y nombres: por momentos parecía que el cuerpo técnico se dejaba llevar por la histeria colectiva: un error individual grande de Caballero contra Croacia, que también fue responsabilidad de los defensores, generó el cambio por Armani.
Argentina tiene jugadores para diagramar el presente y el futuro cercano (Copa América Brasil 2019), fortalecer las divisiones juveniles y potenciar las inferiores de los clubes, aun cuando desde la AFA no se ponga el eje en estos aspectos, ya que siguen más atentos a favorecer al poder político de turno y a cerrar negocios con las empresas.
Es más fácil hacer un balance cuando se concreta lo esperado y la lógica se impone al deseo: si terminaba de otra manera, los errores iban a quedar opacados por el resultado. Si de algo tiene que servir este baño de realidad, es para cambiar la constante improvisación que caracteriza al fútbol argentino.