En las cárceles de la Provincia de Buenos Aires se sobrevive en gravosas condiciones de encierro y aislamiento. Sin agua, comida ni atención médica, la tortura es sistemática.
Lunes 18 de julio de 2016 08:13
Las personas detenidas en los penales de Olmos y Marcos Paz pueden terminar cualquiera de sus días en una de esas habitaciones llamadas, en el lenguaje penitenciario, “leoneras”. Llegar ahí será en respuesta al pedido de ser separado del resto de los compañeros de encierro en el pabellón por algún problema, pero la realidad dice que el objetivo de se traslado es para recibir un castigo.
En el penal de Olmos, en el área de Aislamiento, los también llamados “buzones” ocupan una parte del helado subsuelo. En el vocabulario de la Unidad Penitenciaria Bonaerense N°1 el término "Sector de Aislamiento de Convivencia" es un eufemismo. Son algo más de una veintena de pequeñas habitaciones de un metro por un metro con un camastro de cemento y una letrina, sin ventilación y con una pequeña rendija en la puerta con nula comunicación con el exterior. Allí se envía a los presos que son separados del resto.
La cárcel de Olmos (La Plata) está superpoblada. El último “cupo” informado es de 1.800 presos, pero hoy tiene una población de más de 2.600.
El 30 de junio el premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel junto a una delegación de la Comisión Provincial por la Memoria recorrieron la línea de “buzones” de la cárcel de Olmos en el marco de una inspección general. Allí las deplorables condiciones edilicias, alimentación escasa o en mal estado y la falta de acceso a la salud están a la orden del día en los pabellones. Condiciones que representan tortura y las más terribles vejaciones.
De las entrevistas realizadas a los detenidos se desprenden datos alarmantes. Hay pabellones con 30 personas y 24 camas. Muchos duermen en el piso mojado. Los presos padecen hambre y se descomponen por comer alimentos en malas condiciones. Y muchos de ellos están en graves condiciones de salud.
Ejemplos sobran. En el marco de la inspección general se sorprendieron al ver un brazo humano demacrado salir de una de las rendijas. Así uno de los presos escuchó los pasos venir desde el pasillo y sacó su brazo, pidiendo a gritos que lo trasladen del sector.
Los guardias tuvieron que abrir la puerta. Vieron que el colchón sobre el camastro era una ruina manchada de heces; las paredes en pleno invierno, cargadas de humedad. La letrina, tapada, estaba en un estado deplorable. Otro interno, alojado en el “buzón” 11, afirmaba estar hace un mes ahí y aseguró que en todo ese tiempo el Servicio Penitenciario Bonaerense no le permitió tener contacto con su defensor. Es decir, nadie sabía que estaba en el “buzón”.
Otro detenido, enfermo de HIV, reportó que a pesar de los repetidos pedidos no recibió atención médica tras noches de dormir en un colchón mojado con agua que brotaba de las paredes. En el área de Sanidad (enfermería) hay presos con enfermedades respiratorias a consecuencia del hábitat en el que pasan sus días. Pero allí no reciben ningún tipo de tratamiento médico y los tienen aislados en una especie de cuarentena.
El régimen, según información de la Procuración contra la Violencia Institucional (Procuvin), es idéntico en todos los penales. Casi 24 horas al día adentro con salidas de apenas 20 minutos a una hora. Reclamaron una urgente inspección judicial de la cárcel y que los presos entrevistados sean puestos a inmediato resguardo. Y se pidió también la clausura inmediata del sector de Aislamiento.
“La condición carcelaria es realmente preocupante y de larga data. Las personas detenidas son seres humanos y deben ser consideradas como tal; la cárcel no puede cargar más penas a la condena que ya están sufriendo”, dijo Pérez Esquivel.
Marcos Paz, dependiente del Servicio Penitenciario Federal, es parte de una serie de denuncias que comenzó este año en los Tribunales de Morón donde se presentaron habeas corpus colectivos y una denuncia penal.
Tal como en Olmos, el rigor extremo en el aislamiento se repite. Encierro de 23 horas diarias, sin saber por qué están ahí. Tampoco tienen la certeza de si sus defensores oficiales fueron notificados. Las celdas en las que están no tienen luz ni agua. Para beber o higienizarse, los internos tienen que tomar el líquido que encuentran en su propia letrina. El excremento de roedor en los pisos del penal es visible hasta en las duchas, según registraron los fotógrafos del Ministerio Público Fiscal.
En medio de denuncias penales y presentaciones de habeas corpus, lo cierto es que la situación de quienes están privados de su libertad empeora dia a dia, profundizándose este brutal sistema. Todo lo contrario a la letra de la Constitución Nacional, que en su artículo 18 establece que “las cárceles de la Nación serán sanas y limpias, para seguridad y no para castigos de los detenidos en ellas”.
Las cárceles son sinónimo de tormentos, lugares reservados para pobres. Y la criminalización del Estado recae sobre las espaladas de los mas jóvenes. El 63 % de la población carcelaria nacional total tiene menos de 35 años (y un cuarto del total tiene menos de 25). Los números hablan por sí solos. El 90 % de la población carcelaria nacional no alcanzó a completar el nivel secundario. El 4 % no tiene ningún tipo de educación, el 31 % tiene el primario incompleto, el 39 % el primario completo y el 17 % el secundario incompleto.
La falta de educación es una consecuencia de su pobreza con un Estado que busca medidas represivas para aislar y criminalizar a estos jóvenes. Las estadísticas lo muestran: el 44 % de los prisioneros se hallaban en desocupación antes de entrar a la cárcel, mientras que el 43 % trabaja a “tiempo parcial”. Sólo el 13 % del total nacional ingresó a prisión siendo trabajador de tiempo completo y el 49 % del total de reclusos no tiene oficio ni profesión alguna al ingresar.
La última visita reveló también el creciente rigor policial. En un sector destinado a jóvenes adultos con condiciones similares al resto del penal, un joven de apenas 18 años estaba preso desde hace un mes por robar apenas dos cajas de alfajores. Un cartonero de 20 años oriundo de José C. Paz estaba junto a él también desde hace un mes. “Resistencia a la autoridad” era su carátula. Simplemente, había discutido con un policía en Palermo por su carro de dos ruedas.
Es evidente el extraordinario proceso adoptado por el Estado y sus instituciones, a través de jueces, fiscales y la maldita policía, de agudización de la selectividad penal. Así las cosas son los poderosos de cuello blanco quienes gozan de las mayores garantías y protección de la Justicia, aquella justicia de clase que condena a los oprimidos y empobrecidos, donde se profundiza un sistema cada vez más brutal degradando la dignidad humana.
Esta situación demuestra las prácticamente inexistentes diferencias entre los “modelos” de gestión kirchnerista, con Scioli a la cabeza, y macrista con Vidal como gobernadora, para quienes las cárceles, sus métodos y sus consecuencias son una “razón de Estado” compartida, tanto en sus formas como en sus contenidos. Los relatos de “derechos humanos” del período anterior y de “república” del actual se desvanecen cuando se traspasan las puertas de los penales.