En todas partes del mundo los explotados y oprimidos se están poniendo en marcha, pero lo que falta es su propia organización, capaz de derribar todo y acabar con el reinado de una minoría privilegiada, cada vez más autoritaria.

Philippe Alcoy París
Miércoles 8 de enero de 2020 00:00
"Más de una semana después de las mayores manifestaciones antigubernamentales en el Líbano en más de una década, las manifestaciones todavía carecen de un líder y de una lista oficial de demandas. Y esta es quizás su mayor fortaleza.” Así es como la protesta popular en el Líbano fue presentada recientemente en un artículo de Foreign Policy.
Podemos entender esta cita de varias maneras. Podría ser la expresión de una gran desconfianza (totalmente justificada) por parte de los manifestantes hacia los líderes políticos con los que se han encontrado en las últimas décadas, que les prometieron montañas y maravillas y que finalmente no les ofrecieron más que sufrimiento y condiciones de vida cada vez más degradadas. En este sentido, la desconfianza de los manifestantes hacia los "líderes" es saludable. Pero también hay otra forma de leer la cita, como expresión de la ausencia de una dirección adecuada y de un programa del movimiento que responda a los intereses y demandas de los cientos de miles de jóvenes, trabajadores y mujeres movilizados.
En este sentido, contrariamente a lo que afirma el artículo de Foreign Policy, esta ausencia de "líderes", fruto de la desconfianza del movimiento hacia los charlatanes y oportunistas en el Líbano, no es simplemente "su fortaleza", es al mismo tiempo su debilidad. Los capitalistas están preocupados por la ausencia de "interlocutores" que puedan ser cooptados para detener el movimiento. Pero al mismo tiempo son conscientes de que la ausencia de una organización propia de la movilización y de un programa les da todavía una cierta ventaja. No es una coincidencia que el artículo de Foreign Policy, una de las revistas geopolíticas más importantes del mundo, defina esta falta de liderazgo como la "mayor fuerza" del movimiento.
Los capitalistas están inquietos
Esta característica de los movimientos de masas sin dirección, sin marco para la autoorganización y sin un programa claro no es exclusiva del Líbano. Por el contrario, en varios países que actualmente están siendo sacudidos por movimientos de protesta masivos o que han sido sacudidos en los últimos meses hemos visto la misma característica: en Chile, Irak, pero también en Argelia, Sudán y Francia con los Chalecos Amarillos, entre otros. Pero lo que preocupa hoy a los capitalistas y a sus gobiernos es que en todo el mundo comienza a desarrollarse y a fortalecerse una enorme desconfianza e incluso una ruptura entre los pueblos y los dirigentes políticos, en particular como resultado de la crisis económica de 2008 y sus efectos que aún están presentes, pero también como expresión de un desencanto más profundo.
Por ejemplo, en un artículo reciente, el ex premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz escribió: "La credibilidad de la fe neoliberal en los mercados sin restricciones, que debería haber sido el camino más seguro hacia la prosperidad compartida, está ahora con respirador artificial... Tanto en los países ricos como en los pobres, las elites prometieron que las políticas neoliberales llevarían a un crecimiento económico más rápido y que las ganancias se distribuirían, de modo que todos, incluso los más pobres, se harían más ricos. Para lograrlo, sin embargo, fue necesario aceptar salarios más bajos para los trabajadores y recortes en importantes servicios públicos para todos los ciudadanos... Pues bien, cuarenta años después, las cifras están ahí: el crecimiento se ha ralentizado, y los frutos de ese crecimiento han ido a parar masivamente a la pequeña minoría de los más ricos".
Esta observación/advertencia de J. Stiglitz se dirige a los gobernantes y a la clase capitalista mundial en general porque, en última instancia, el ex premio Nobel, ante un desafío cada vez más poderoso al orden neoliberal, pretende salvar el capitalismo sustituyendo finalmente el neoliberalismo por un modelo más "socialdemócrata".
Los límites de los estallidos espontáneos
Los levantamientos en curso en Chile, Iraq y Líbano son masivos y han surgido espontáneamente. Ha habido escenas heroicas de lucha y resistencia, a veces a pesar de la brutal, incluso salvaje, represión. La radicalización expresada por los manifestantes está sacudiendo a los gobiernos y regímenes. Estos movimientos, junto con otros que los precedieron, están cambiando la situación política a nivel mundial, abriendo una nueva ola de lucha de clases a nivel internacional y dando un soplo de aire fresco ante el clima sombrío que las corrientes reaccionarias han creado en los últimos años en todo el mundo.
Sin embargo, esta espontaneidad y radicalización pronto llegarán a un callejón sin salida si no encuentran la manera de eliminar las causas fundamentales del malestar de los trabajadores, la juventud y las clases trabajadoras. Porque para cuestionar el sufrimiento de millones de explotados y oprimidos que el capitalismo aplasta, se necesita una revolución, como mucha gente está cantando en las calles. Por el momento, sin embargo, las movilizaciones, aunque sean masivas y en varios aspectos radicales, permanecen en la etapa de estallidos o revueltas sociales. En este sentido, las movilizaciones podrían agotarse o incluso ser desviadas y canalizadas por alternativas, tanto de la "izquierda" como de la "derecha", en el marco del régimen.
Para evitar esta perspectiva, la clase obrera debe intervenir en el movimiento como sujeto político, de manera organizada. Por el momento los trabajadores intervienen pero se diluyen como "ciudadanos". La intervención de los trabajadores organizados podría permitir la creación de marcos de auto-organización y de democracia directa en los lugares de trabajo, en los lugares de estudio y en los barrios de la clase obrera. Estos marcos de auto-organización permitirían a los trabajadores y a las clases populares controlar por sí mismos el destino de su movimiento, elegir, pero también controlar y posiblemente despedir a sus propios representantes.
En efecto, la clase obrera, por el lugar estratégico que ocupa en el sistema de producción capitalista, es la única clase capaz no sólo de detener la máquina de la ganancia de los capitalistas, sino de sentar las bases de una alianza con las demás clases explotadas de la sociedad y con todos los oprimidos en la perspectiva de construir una sociedad libre de explotación y opresión. Esto es lo que los marxistas llaman hegemonía obrera, que no tiene nada que ver con el obrerismo de ciertas corrientes que se dicen marxistas.
La necesidad de un partido revolucionario
Sin embargo, como explica el dirigente del Partido Socialista de los Trabajadores (PTS) de Argentina, Matías Maiello, en un artículo sobre las revueltas y revoluciones del siglo XXI: “Sería equivocado pensar que la hegemonía obrera y aquellos organismos de tipo soviético se desarrollarán en forma puramente espontánea al agudizarse la lucha de clases. Es necesario que exista una organización política revolucionaria con suficiente peso que sea capaz de moldear a la vanguardia desde esta perspectiva “soviética” bajo un programa para enfrentar no solo a tal o cual gobierno sino al régimen burgués de conjunto”.
En la historia hemos visto que los trabajadores y las masas ya han llegado a hacer revoluciones a través de levantamientos espontáneos. Pero la cuestión es saber cómo hacer que las revoluciones ganen, pero también qué régimen y qué sociedad construir a continuación. Y es en este sentido que los trabajadores y las masas explotadas y oprimidas deben dotarse de una organización revolucionaria. Un partido capaz de organizar a miles de trabajadores y jóvenes capaces de influir en millones de trabajadores, trabajadores precarios, mujeres y oprimidos para luchar contra todo el sistema de explotación y opresión que es el capitalismo.
Es precisamente una organización de este tipo la que falta hoy en día para los manifestantes en el Líbano, Chile, Irak y en todo el mundo. La aceleración de los acontecimientos de la lucha de clases a nivel mundial plantea, por lo tanto, la necesidad urgente de construir una organización obrera revolucionaria. Como dice la socióloga libanesa Rima Majed sobre las movilizaciones que se están llevando a cabo en su país: "Es en estos momentos de explosión social que deploramos la falta de organización previa y sentimos la necesidad de activar y desarrollar mejor nuestras redes".
En efecto, no es en momentos de explosiones sociales y menos aún en momentos de explosión revolucionaria que es posible construir un partido revolucionario. Así, sacando lecciones de la derrota de la clase obrera española en la guerra civil de 1936-39, el revolucionario ruso León Trotsky escribió: “Es cierto que en el curso de una revolución, es decir, cuando los acontecimientos se suceden a un ritmo acelerado, un partido débil puede convertirse en un partido poderoso, con la única condición de que comprenda con lucidez el curso de la revolución y de que posea cuadros probados que no se dejen exaltar por las palabras o aterrorizar por la represión. Pero es necesario que un partido de estas condiciones exista desde mucho antes de la revolución en la medida en que el proceso de formación de cuadros exige plazos considerables y que la revolución no deja tiempo para ello”.
Ni en Chile, ni en el Líbano, ni en Irak se está produciendo una revolución (al menos por el momento). Sin embargo, las palabras de Trotsky son muy relevantes. En Irak, la clase obrera ha sido atomizada y en parte incluso exterminada en guerras reaccionarias dirigidas por el imperialismo y facciones de la burguesía nacional; y el régimen establecido desde 2003 es uno de los más represivos de la región. Todo esto hace muy difícil (aunque no imposible) organizar a los trabajadores y, al mismo tiempo, pone de relieve el valor de estos jóvenes y trabajadores que salen a manifestarse por sus derechos y por una vida digna. En el Líbano, aunque la situación es menos degradada que en Irak, el régimen confesional es un obstáculo importante para la organización de los trabajadores, sin mencionar la violencia política que existe en el país. En Chile, los años de la dictadura de Pinochet han debilitado considerablemente la organización de los trabajadores. Todos estos elementos hacen más difíciles las condiciones objetivas y subjetivas para la organización revolucionaria de los trabajadores. Sin embargo, los obreros y los revolucionarios tendrán que encontrar la manera de organizarse y ser capaces de preparar las victorias revolucionarias de nuestra clase. En todo caso, esto es lo que nuestros compañeros del Partido Revolucionario de los Trabajadores de Chile están tratando de hacer en su país.
Este artículo fue publicado originalmente en Révolution Permanente, medio francés que integra la red internacional de La Izquierda Diario.
Este artículo fue publicado originalmente en Révolution Permanente, medio francés que integra la red internacional de La Izquierda Diario.