En julio de 1789, el pueblo había asaltado la Bastilla. En agosto y setiembre, los rumores de que el rey vetaría las leyes dictadas por la Asamblea Nacional, rodaban por los suburbios de París. Los primeros días de octubre, el hambre ya no se aguantaba más y las mujeres pobres irrumpieron en la revolución.
Andrea D’Atri @andreadatri
Jueves 5 de octubre de 2023 00:00
ITALIANO |
Era 5 de octubre y llovía a cántaros. Desde la mañana, las mujeres de los barrios más pobres de París protestaron por la inflación y la escasez de alimentos. Solo el pan se llevaba casi la mitad de los ingresos de las familias trabajadoras. Pero el rey estaba en su palacio, a más de 26 kilómetros. Por eso asaltaron el arsenal del Ayuntamiento parisino -aunque hubo quien impidió que lo incendiaran- y marcharon bajo la lluvia, con herramientas, cuchillos de cocina y cañones, hasta Versalles.
El jefe de la Guardia Nacional se horrorizó cuando comprobó que los soldados no hacían nada para evitar esta movilización armada de mujeres y hombres del pueblo pobre, porque también simpatizaban con ella. Peor aún, tuvo que unirse a la movilización, bajo la amenaza de que lo matarían si no lo hacía o si pretendía impedirles el paso.
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Las mujeres consiguieron la adhesión de una multitud que, después de seis horas de caminata bajo la lluvia, protagonizó duros enfrentamientos en las puertas del palacio, después de ocupar la Asamblea Nacional. Querían que hubiera pan y que fuera barato; querían que el rey y su familia remilgada viviera en París, más cerca de sus súbditos. Temían que la repugnante aristocracia palaciega quisiera matar a los pobres de hambre.
Una pequeña delegación de mujeres fue invitada a hablar con el rey en persona. Le contaron sus sufrimientos al monarca y éste les respondió con dulces palabras, mientras ordenaba distribuir alimentos entre los manifestantes. Pero la multitud sospechó que habían engañado a la comitiva de sus representantes y decidió irrumpir en los aposentos de la realeza, mientras unos pocos guardias corrían, desesperados, a trancar las puertas disparando sus armas contra la insurrección. Después de que cayera asesinado uno de los manifestantes, dos guardias terminaron con sus cabezas clavadas en picas.
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Las mujeres consiguieron respuesta a sus demandas y lograron también que el rey aprobara la abolición de gran parte de los privilegios feudales y la Declaración de los Derechos del Hombre. También consiguieron que, rodeado por más de 60 mil personas, el rey volviera a París, en un viaje que duró casi 9 horas. Faltaban aún 4 años para que su cabeza rodara bajo el filo de la guillotina; pero su poder ya había sido herido de muerte.
Después de estos acontecimientos, el rey perdió su autoridad a manos de estas lavanderas del río Sena, de las aprendizas de los talleres textiles, de las vendedoras del mercado, las que no tenían ni tuvieron por mucho tiempo ningún derecho político. Aquellas que, caminando 26 kilómetros bajo la lluvia para reclamar por el pan para sus familias, protagonizaron uno de los hechos más decisivos de la Revolución Francesa.
Andrea D’Atri
Nació en Buenos Aires. Se especializó en Estudios de la Mujer, dedicándose a la docencia, la investigación y la comunicación. Es dirigente del Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS). Con una reconocida militancia en el movimiento de mujeres, en 2003 fundó la agrupación Pan y Rosas de Argentina, que también tiene presencia en Chile, Brasil, México, Bolivia, Uruguay, Perú, Costa Rica, Venezuela, EE.UU., Estado Español, Francia, Alemania e Italia. Ha dictado conferencias y seminarios en América Latina y Europa. Es autora de Pan y Rosas. Pertenencia de género y antagonismo de clase en (…)