Homenaje a mi compañera Laura Rimedio, joven militante del PTS La Plata. Reflexiones que me ayudaron a construir como mujer, madre, trabajadora y militante, viviendo en este sistema de opresión.
Miércoles 7 de junio de 2017 18:16
Hacia poquito que nos conocíamos. Y en mi interminable curiosidad por las historias le pregunté sobre los inicios de su militancia. Fiel a su estilo me contó con detalles sobre el cuándo, sobre el cómo. Supe así de la amiga que tiró piedras a Bush en Mar del Plata, en la tan repudiada IV Cumbre de las Américas. Supe cómo ella vivió ese evento y de qué forma todo su ímpetu revolucionario comenzó a tomar forma en sus años de estudiante universitaria.
Convencida de que es posible aniquilar a este sistema podrido y de la necesidad de romper las cadenas que esclavizan a la clase asalariada, se formó y desarrolló como militante. Estudió, reflexionó y le puso el cuerpo al gran compromiso asumido. En las calles, en la universidad, en su lugar de trabajo, en su vida cotidiana, fue expresión una y otra vez de la pelea por una causa mayor. Su entrega a ello era total.
Le apasionaba la historia y, de tanto estudiarla, comprendía que nosotros la estábamos haciendo aquí y ahora. “¿Y si no somos nosotros quién?”, me dijo una vez con una sonrisa. Yo la miré en silencio y traduje la frase como un deber. “Tenemos que ser nosotros o al menos tenemos que intentarlo”, pensé.
Hubo interminables discusiones. Con mate, con cerveza, sol, noche, calor y frío, casas, parques, bares. Recién ahora entiendo cuántas. Con su forma metódica, su perseverancia y su formación permanente, leyendo juntas, enfrentando posturas, me iba convenciendo del acierto en su elección militante y me siguió convenciendo cada día, aún sabiendo que ya caminábamos juntas.
Mientras todo eso pasaba, Laura se iba convirtiendo en una querida amiga, y se iba volviendo imprescindible en esta lucha contra corriente sobre la que intentamos avanzar.
Miles de anécdotas quedan en mi corazón: todavía tengo la imagen de su hermoso pelo negro suelto que se empeñaba en atar, su carcajada contagiosa y su sonrisa entre mejillas rosadas. Sus pizzas caseras y sus papas bravas, su paciencia ayudando a mis hijos a hacer empanadas y los consejos de lectura para ellos (“el elefante ocupa mucho espacio es la que va”, me dijo).
Pero, por sobre todo, me quedan desde hoy en más guardadas como un tesoro las reflexiones que me ayudó a construir, como mujer, madre, trabajadora y militante, viviendo en este sistema de opresión. Te despido Laura querida, Laurita hermosa, compañera incansable. Me diste inyecciones de fuerza y convicción que me seguirán hasta mi partida de este mundo.
Recuerdo, para terminar, un texto que nos compartiste entusiasmada una reciente tarde lluviosa de domingo. “El sueño de Aristóteles es nuestra realidad. Nuestras máquinas con aliento de fuego, miembros de acero, infatigables, y de fecundidad maravillosa, inagotable, cumplen dócilmente y por sí mismas su trabajo sagrado, y, a pesar de esto, el genio de los grandes filósofos del capitalismo permanece dominado por el prejuicio del asalariado, la peor de las esclavitudes”. (El Derecho a la Pereza, Paul Lafargue).