El fraude de Podemos y la quiebra del procés hacen crecer el cuestionamiento de la estrategia de la Esquerra Independentista en una parte de la juventud. Una contribución al debate abierto con la escisión de Horitzó Socialista sobre la independencia de clase y la batalla por la hegemonía obrera en el marco de la reactualización de la lucha por el socialismo.
Cuando las promesas se ven incumplidas llegan la decepción y las dudas que dan paso a búsqueda de explicaciones. Así está una parte de la juventud de Catalunya que vivió el referéndum del 1-O hace cinco años, las manifestaciones contra la sentencia del 2019 o la lucha por la libertad de Hasél el 2021. Una generación que no hemos recibido más que palabras y golpes de porra.
La desafección con Unidas Podemos o los Comunes es enorme. Pagan el precio de ser la pata izquierda del Régimen del 78 y los gerentes de la gentrificada Barcelona de la mano del PSC. Por otro lado, la CUP y su estrategia de Unidad Popular empiezan a ser cuestionadas como un callejón sin salida que ha limitado sus aspiraciones a ser la pata izquierda de ERC y Junts.
La reciente escisión de Arran que ha dado lugar a la formación de Horitzó Socialista (HS) parece ser expresión de este fenómeno y guarda similitudes con Gazte Koordinadora Sozialista (GKS), quienes rompieron entre 2018 y 2019 con una izquierda abertzale cada vez más socialdemocratizada siendo socia preferente del gobierno de coalición.
Nos encontramos en un momento donde vuelven las pandemias, las crisis económicas en forma de inflación y la guerra a Europa acompañadas del avance del cambio climático. Ante esta situación, la crisis político-ideológica que se abre dentro de una parte de la juventud da paso recuperar las ideas socialistas, precisamente aquellas surgidas para dar salida a la barbarie capitalista.
Saludamos este debate tan oportuno que se ha abierto y queremos contribuir con algunas reflexiones sobre el “desencanto” juvenil y la experiencia realizada. Además, consideramos que la discusión sobre determinados conceptos que emergen en el discurso de las nuevas organizaciones, como por ejemplo la independencia de clase y la hegemonía obrera, es clave para afrontar los retos que tenemos por delante.
Una generación en crisis con Podemos y lo procesismo
El progreso infinito capitalista que asegura las condiciones para la realización personal; la eficiencia del modelo productivo o la eterna paz y armonía en Europa han resultado pronósticos poco creíbles (o más bien irreales). Porque la realidad ha sido la de crecer sobre la herencia de precariedad de la crisis del 2008, la pandemia del coronavirus (producto de la destrucción de ecosistemas) y ver como la invasión reaccionaria de Putin era contestada con un rearme imperialista que promete llevarnos a una escalada bélica sin precedentes desde la Segunda Guerra Mundial.
A la vez, las nuevas opciones políticas surgidas durante el último ciclo – abierto a raíz del 15M y la Diada de 2012 – no tardaron mucho en demostrar ser verdaderos desvíos para parar procesos de lucha y organización y restablecer cierto orden. Así, llegamos a la actual restauración a cargo del gobierno PSOE-UP y lo neo-autonomismo de ERC y JxCat.
Por un lado, las proclamas de Podemos sobre “tomar el cielo por asalto” y “romper los candados del Régimen del 78” nos quedan lejos. Somos parte de una generación que directamente ha visto Pablo Iglesias (Podemos) y Yolanda Díaz (PCE) ser parte de un gobierno con el PSOE, protegiendo las grandes fortunas durante la pandemia, lavando la cara a la monarquía y reprimiendo la juventud, la huelga de Cádiz o el independentismo catalán.
A las puertas de una nueva crisis, asumen toda la agenda del Estado español imperialista. Callan ante el asesinato de inmigrantes a Melilla, permiten la caída de los salarios por la inflación mientras las eléctricas se hacen de oro y aumentan el presupuesto militar como pide la OTAN. De este modo, la estrategia reformista resulta muy poco convincente cuando reparten tan pocas migajas a cambio de tragarse tantos sapos en medio de un contexto donde la precariedad, la guerra y el cambio climático parecen no tener freno.
Por otro lado, el procesismo encarnado por ERC y los herederos de Convergència prometieron la República Catalana. En un marco de crisis, la voluntad de autodeterminación de gran parte del pueblo catalán se combinó con el deseo de mejoras sociales que habían expresado el 15M y las huelgas generales de 2012. El problema fue que la dirección del movimiento quedó a cargo de los partidos históricos de la burguesía catalana, los cuales eran un freno para ambas aspiraciones.
Primero hicieron crecer la confianza en la comunidad internacional y la vía de la desobediencia institucional bajo la unidad incuestionable del independentismo. La CUP asumió esta hoja de ruta como la vía que nos llevaría en Ítaca. Después de que la movilización y la autoorganización hicieran posible el referéndum resistiendo la represión del Estado español, el 3-O vimos el intento de convertir la huelga en una “paro de país” con la patronal y hora de vuelta a casa. Aquella jornada dejó claro que para el procesismo más valía ser derrotados que desbordados, especialmente si esto implicaba la entrada en escena de sectores de la clase trabajadora.
Posteriormente, la ofensiva marcada por el 155, los encarcelamientos y el exilio del gobierno estuvo acompañada por la primacía de la retórica como respuesta, cosa que dificultó sacar lecciones de aquellas jornadas. A la vez, el apoyo de la CUP al Gobierno hasta el 27-O y su subordinación a las “jugadas maestras” tampoco ayudó a hacer un balance de la experiencia. Dos años más tarde, la represión a cargo de la Generalitat de las manifestaciones contra la sentencia del procés fueron una hostia de realidad, sobre todo para una parte de la juventud: la derrota del movimiento democrático catalán era mucho más que la victoria de la Estado Español, representaba la muestra de la inviabilidad absoluta de la vía procesista.
Horitzó Socialista: una ruptura con la Esquerra Independentista
La estrategia de la Unidad Popular de la Esquerra Independentista (EI) fue también puesta a prueba durante el último periodo, haciendo evidente su fracaso. En el marco de esta bancarrota, se da la ruptura de Horitzó Socialista que no puede ser desligada de la reacción ante la derrota. Meses antes de la conformación de este grupo, Mònica Chirivella abría la discusión públicamente a través de un artículo titulado “Carta abierta a la juventud comunista”.
Acertadamente, señalaba el error de acabar reduciendo el proyecto del EI “a reformas parciales que no nos hacen avanzar en una estrategia para superar el capitalismo o creando alternativas al margen del capital que conviven perfectamente con este y no le generan ningún conflicto significativo”. También apuntaba que la Unidad Popular llevaba a “construir un bloque interclasista, a partir del sujeto «pueblo», que mantenga un discurso radical pero que a la práctica defiende el programa socialdemócrata.” El artículo anticipaba las bases para la defensa – todavía abstracta – de su concepción sobre la independencia política, ideológica, organizativa y estratégica del proletariado que Horitzó Socialista plantearía después en su documento fundacional, “Bases para una práctica revolucionaria”. Ahora bien, todo sin hacer ninguna referencia concreta a la política la EI y los hechos de la última década.
Justamente, la relación concreta entre sus críticas y el balance de la política, el programa y la estrategia de la EI durante la última década es la principal ausencia en los diversos materiales que han publicado hasta ahora. Entonces ¿de qué manera la Unidad Popular se ha aplicado por parte de la CUP y el resto de las organizaciones de la EI durante el último periodo? ¿Cómo se podría haber mantenido una posición de independencia política y de clase? ¿Significaba esto no participar del movimiento democrático catalán? ¿Relegar a un segundo plano la demanda de la autodeterminación? O, por el contrario ¿era posible construir un bloque alternativo al procesismo que incidiera en todo este proceso para conseguir el desbordamiento y abrir una oportunidad de transformación revolucionaria?
El hecho que Horitzó Socialista haga su balance de la Unidad Popular desvinculado de la prueba más importante que ha pasado en el último ciclo es el principal problema de su propuesta. Así, resulta imposible entender cuál es para la nueva organización el significado concreto de la independencia de clase que plantean y, en consecuencia, cuál es la estrategia, el programa y la política con la cual consideran que se tiene que construir una alternativa
Creemos que responder a estas cuestiones es una tarea fundamental para aterrizar el debate y extraer las lecciones estratégicas sobre las cuales reconstruir una nueva izquierda revolucionaria.
La Unidad Popular: una estrategia de conciliación de clases
La respuesta de Borja García – militante de Endavant – en el primer artículo de Chirivella expuso abiertamente la concepción de la Unidad Popular sobre la indivisibilidad del eje nacional y el socialista. Una permanente subordinación de la lucha por el socialismo – sea como fuere que lo conciben – a la conformación de un Estado independiente de los Países Catalanes:
“(...) los elementos centrales del programa de la Esquerra Independentista todavía están vigentes: no hay condición posible para el socialismo dentro de las fronteras de los estados españoles y francés, la Unión Europea y la OTAN, y, en este sentido, la lucha por la autodeterminación a los Países Catalanes se formula como un marco de adscripción y acumulación de fuerzas imprescindible para materializar la toma del poder político.”
La alianza con la burguesía catalana y sus partidos históricos (ERC y JxCat) queda así justificada porque el objetivo es llegar a un Estado catalán donde sí que estaríamos en condiciones de hacer efectivo un programa anticapitalista o la lucha por el socialismo. Esto justificaría la política de la CUP durante toda la última década: desde el apoyo parlamentario al procesismo para investir a Puigdemont o Aragonés hasta el respaldo de Presupuestos neoliberales como los del 2017. Todas medidas que, aunque generaron debates y posicionamientos en contra, nunca produjeron ninguna ruptura de los sectores críticos con ellas, como Endavant o Arran. Contrariamente, continuaron defendiendo la pieza clave de la hoja de ruta: la unidad del independentismo para conseguir la república catalana.
Pero lo más grave fue que este apoyo a la hoja de ruta procesista implicaba una negativa a desarrollar una movilización y autoorganización independiente que pusiera en tensión la unidad con el Govern y sus entidades. Se trata de una línea que también tuvo continuidad en la política hacia la juventud y el movimiento estudiantil. En el momento más crítico, en 2017 el bloque de Universitats per la República impulsado entre SEPC, JERC y juventudes convergentes actuó como correa de transmisión de esta política para que el movimiento estudiantil quedara igualmente supeditado a la política de alianza con los representantes de la burguesía independentista. En 2019, tanto SEPC como Arran separaron las universidades de las movilizaciones contra la sentencia. Las organizaciones juveniles de la EI de la mano de las JERC y sectores autonomistas apostaron por levantar una acampada aislada del movimiento y realizar asambleas absolutamente burocratizadas en las universidades sin margen para la discusión sobre las demandas y el rumbo de las protestas. Este rechazo a extender la lucha a las universidades o los institutos promoviendo la convocatoria de asambleas radicalmente democráticas, donde discutir desde abajo las demandas y cómo conquistarlas, fue clave para evitar desarrollar una movilización de forma independiente a la app del Tsunami Democràtic.
La Unidad Popular impidió que se conformara una alternativa política de clase que trabajara para construir una dirección alternativa ante el callejón sin salida de ERC y los ex-convergentes. Esta estrategia fue un gran obstáculo para el desarrollo de una autoorganización que permitiera discutir democráticamente y desde bajo cuáles eran nuestras demandas sociales, rompiendo con la república vacía de contenido. Igualmente, dificultaba enormemente que sectores de la clase trabajadora se sumaran a la lucha con sus demandas sociales y métodos de lucha, la peor pesadilla de los “compañeros” de la Generalitat, ANC y Òmnium. No hay duda de que la EI tuvo entonces una gran responsabilidad en el hecho que la clase trabajadora no participara o lo hiciera diluida dentro del movimiento. Justamente, este fue el principal límite estratégico para poder darle una posibilidad a ganar la partida al Régimen del 78.
Esta estrategia de conciliación de clases supuso un freno tanto para las aspiraciones democráticas de autodeterminación como para la lucha por un programa anticapitalista o socialista. Porque los representantes políticos de la burguesía – por muy independentistas que se digan– nunca estarán dispuestos a desarrollar las fuerzas de la clase trabajadora, la única capaz verdaderamente de enfrentar el Régimen del 78. Su miedo hacia la posibilidad que esta fuerza se transforme en un proceso revolucionario pesa mucho más.
¿Había alternativa? ¿Se podía aplicar una política de independencia de clases y socialista en este proceso? Por nosotros la respuesta es clara: sí. El escenario abierto con el 15M y la Diada del 2012 representaba una oportunidad para vincular la legítima demanda democrática de la autodeterminación de Catalunya con un programa anticapitalista que diera respuesta a las necesidades sociales. Sin duda, se trataba de una vía que impulsara la autoorganización en los centros de trabajo y de estudio independientemente de los partidos procesistas, confrontando al mismo tiempo al Régimen del 78, el Govern “independentista” y sus políticas neoliberales.
Si una fuerza con tradición y militancia como la EI, así como muchos otros grupos de la izquierda anticapitalista o la izquierda sindical que le siguieron en su apuesta de la “mano extendida” al procesismo, hubieran adoptado una posición como esta hubiera sido posible desarrollar un ala independiente del movimiento democrático con sectores de la clase trabajadora y las clases populares empobrecidas al frente. Una fuerza social así era la condición de posibilidad para que el enfrentamiento con el Estado y la lucha por el derecho a decidir hubiera tenido una alternativa a la de Puigdemont, llevándose a cabo bajo una perspectiva socialista.
Las lecciones de una década como punto de partida para pensar qué otra izquierda revolucionaria necesitamos
Este balance político-estratégico de la última década es clave para poner las bases de una nueva izquierda revolucionaria y socialista y pensar su intervención en el contexto actual.
La bancarrota y fin del procesismo ha quedado más que constatada con la ruptura del gobierno ERC-JxCat. Precisamente, la derrota del movimiento democrático catalán ha sido clave en la restauración “progresista” del Régimen del 78 por parte del PSOE de la mano del neorreformismo de Unidas Podemos. Una situación ante la cual la Unidad Popular de la CUP confirma su impotencia, insistiendo en recuperar la antigua unión independentista mientras suplica un giro social a ERC. Al mismo tiempo, el clima de crisis y aval pasivo al imperialismo español prepara el terreno para el crecimiento de la derecha.
A su vez, la situación internacional indica que se están actualizando las características de la época que definió Lenin a comienzos del siglo XX. El capitalismo solo promete nuevas y peores crisis y guerras, cosa que generará nuevas oportunidades revolucionarias. Que los próximos embates de la lucha de clases pasen de ser revueltas o movimientos donde la clase trabajadora interviene diluida a verdaderas revoluciones es clave. Que estas puedan triunfar y no ser desviadas o derrotadas por el reformismo y otras políticas de conciliación de clases es una tarea estratégica que hay que preparar.
Por un lado, necesitamos una izquierda contra la miseria de aquello posible a la cual nos han querido acostumbrar desde el neorreformismo o los llamados “consensos de país” defendidos por la misma CUP. Por eso, definir qué programa transicional necesitamos para dar respuesta a esta situación es una tarea urgente. Por el momento, los textos publicados por Horitzó Socialista todavía no plantean un programa de este tipo, puesto que se limitan a la enumeración de principios generales.
Hay que apostar por un programa ante la crisis que ataque los beneficios y la propiedad de los grandes capitalistas. Con medidas como la indexación automática y mensual de la inflación real en salarios y pensiones, el control de precios por trabajadores y usuarios y la reducción de la jornada a 30h para combatir la desocupación y los trabajos a tiempo parcial no voluntarios. En este sentido, se sitúa también la expropiación y puesta bajo control obrero de todas las empresas que cierren o despidan y lucha por la nacionalización de la banca y las empresas estratégicas, sin indemnización y bajo control obrero para hacer frente a la crisis energética y climática.
Este programa social tiene que quedar unido con otras demandas políticas, como la lucha contra la escalada imperialista y el aumento del gasto militar de los PGE. Hay que hacer frente al reforzamiento del imperialismo español exigiendo el cierre de las bases, el fin de los envíos de armas, la retirada de todas las tropas al extranjero y el fin de las políticas de extranjería. Indudablemente, la defensa del derecho a decidir y la batalla contra el Régimen del 78, su monarquía y Constitución heredera de la dictadura son parte de las demandas políticas que hay plantear.
No separar ambos programas es parte de no repetir la lógica de etapas que vimos durante esta década y que ha llevado a diferentes tipos de subordinaciones y políticas de conciliación de clases. En el caso del procés, la conciliación fue con la burguesía independentista en nombre de “primero la República”. En el caso del neorreformismo de Podemos a la inversa: su apuesta por conseguir “primero algunas reformas sociales” – que además no llegaron nunca – mientras aceptamos en la Corona, la Constitución del 78 y la OTAN.
Hay que dejar claro que no será de la mano de un gobierno “progresista” o una Generalitat republicana que podremos conquistar estas demandas. El Estado de los capitalistas, auxiliado por las direcciones burocráticas de los grandes sindicatos, se opondrán con uñas y dientes. Solo es posible conseguirlas enfrentando los gobiernos del IBEX 35 y el Círculo de Economía catalán.
La lucha de clases como centro de gravedad de la estrategia
Las fuerzas fundamentales para esta batalla se encuentran en la clase obrera y sus métodos de lucha, como demuestran el ejemplo de las refinerías en Francia o los trabajadores y trabajadoras de TMB que recientemente han llevado a cabo una huelga victoriosa. Es así por las posiciones que ocupa en la producción y reproducción de riqueza, las cuales le permiten pararlo todo, atacar el corazón del capitalismo y, a la vez, poner las bases de un nuevo orden social socialista.
Por lo tanto, necesitamos una izquierda que vuelva a poner en el centro el trabajo en el seno de la clase obrera, situándolo como su centro de gravedad. Que vuelva a militar en los centros de trabajo mientras en los movimientos sociales y los centros de estudio defienda una perspectiva de unidad en la lucha con el movimiento obrero, organizando la solidaridad con los conflictos de trabajadoras y trabajadores.
Pero no es inmediato ni automático que la clase trabajadora pueda convertirse en una fuerza capaz de conquistar estas demandas, abrir la oportunidad de derrotar al Estado capitalista y establecer las bases de una sociedad socialista. Para conseguirlo, resulta imprescindible que la clase obrera consiga unificar sus filas y liberarse de los corsés que suponen las direcciones sindicales actuales y reformistas para soldar y encabezar una alianza con el resto de los sectores empobrecidos u oprimidos.
Es decir, hay que construir hegemonía, una tarea estratégica para la cual cada batalla tenemos que concebirla como una pequeña escuela de guerra que tiene que dejar hitos de experiencia en esta dirección. En oposición a las visiones sectarias que identifican la independencia de clase con el rechazo a la participación en los movimientos y procesos espontáneos de lucha, nosotros apostamos por construir fracciones revolucionarías y de clase en el seno de los mismos.
Por eso, una nueva izquierda revolucionaria tiene que tener en su ADN la lucha por la autoorganización en todas y cada una de las luchas en que intervenga. Hacerlo pasa por defender ferozmente el frente único y organismos como las asambleas que sirven para unificar a todos y todas las luchadoras, independientemente de si están o no organizadas, o si lo están en tal o cual sindicato o colectivo, independientemente de si son fijos, temporales o subcontratados.
Por supuesto, esto supone una batalla contra las burocracias sindicales en el movimiento obrero, pero también contra las prácticas burocráticas en el movimiento estudiantil por las cuales se ha caracterizado el SEPC y otras burocracias en los movimientos sociales que muchas veces tienen múltiples lazos con los partidos reformistas.
También implica intervenir para que el movimiento obrero sea parte central de los grandes procesos de lucha y tome las demandas de otros sectores sociales que son aliados fundamentales. Que una en su lucha contra la degradación de sus condiciones de vida y las demandas de otros sectores populares empobrecidos, como por ejemplo la defensa de la nacionalización de la banca para la condonación de deudas a autónomos arruinados. Que tome en sus manos la lucha por demandas referidas al futuro del conjunto de las clases populares como son frenar la escalada belicista o la lucha contra el cambio climático. Todo, sin dejar de lado las reivindicaciones de otros sectores oprimidos, como el derecho a decidir del pueblo catalán o la lucha contra las opresiones de género, LGBTI o las personas racializadas.
Desde estas coordenadas de independencia de clase y búsqueda de la hegemonía de nuestra clase, creemos que tenemos que partir para poner las bases sobre las cuales construir una nueva izquierda revolucionaria y socialista que supere la quiebra de la Unidad Popular y los otros cantos de sirena del reformismo resurgidos durante el último periodo. En definitiva, nos referimos a una hoja de ruta que libere y potencie toda la fuerza de nuestra clase para acabar con el mundo capitalista y ponga las bases para gobiernos de trabajadores y trabajadoras en una sociedad socialista.
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