El periodismo puede ser un hecho estético. Si alguien tiene alguna duda no deje de leer "Zona de obras", el libro de Leila Guerriero editado por Anagrama. Las columnas, algunas de ellas publicadas en el diario El Mercurio, de Chile, ponencias y otros trabajos que la autora ha dado a conocer en distintos medios, poseen la ambigüedad y la polifonía que se le exige a la mejor literatura.
Osvaldo Quiroga @osvaldo_quiroga
Viernes 26 de febrero de 2016
No sé si Leila Guerriero se siente una escritora, lo más probable es que ella diga que hace periodismo. Pero si somos honestos tendremos que reconocer que muy pocos periodistas llegan a construir textos de tanta calidad. “Un periodista –escribe la autora- puede aprender más acerca de cómo generar intriga leyendo una novela de John Irving que en cualquier manual de periodismo; un periodista puede aprender más acerca de cómo crear diversas voces mirando la película El Nuevo Mundo, de Terrence Malick, que en cualquier manual de periodismo”.
Lo que hace Leila Guerriero se denomina "No ficción". Y es, ni más ni menos, que el estilo que inaugura Rodolfo Walsh con "Operación masacre", donde la historia de los fusilamientos de José León Suarez, perpetrados por los militares que derrocaron a Perón, se convierte en un texto de rara y conmovedora belleza gracias a la forma narrativa que elige el autor para hacerlo. No es ficción porque los datos, los personajes y las circunstancias son reales. Pero al pasarlo por el tamiz de la escritura irrumpe la ficción.
Leila Guerriero recuerda que en el libro "Contando historias reales", Gay Talese, verdadero maestro del periodismo narrativo, sostiene: “Escribo no ficción como una forma de escritura creativa. Creativa para construir personajes, no me tomo libertades con los datos; conozco a gente de verdad a través de la investigación, la confianza y la construcción de relaciones. El escritor de no ficción se comunica con el lector sobre gente real en lugares reales. De modo que si esa gente habla, uno dice lo que dijo. Uno no dice lo que el escritor decide que dijeron”. De eso se trata.
El libro anterior de Leila Guerriero es "Una historia sencilla". Para hacerlo ella pasó mucho tiempo con el protagonista del texto, un joven que ganó un concurso de malambo. Leila se convierte en invisible frente a cada posible entrevistado. Observa todos los detalles del personaje. Le importa lo que él pueda decir, pero sobre todo le interesa captar aquellas cosas que están fuera de libreto. La vida cotidiana nunca es una sucesión de discursos más o menos armados. Más bien es todo lo contrario. La vida sucede mientras viajamos de un lado al otro o conversamos de trivialidades. De ahí que el método de Leila sea el de una gran oreja que jamás va a interrumpir el discurso del otro. A ella le importa lo que se ve, pero mucho más lo que no se ve. Y el objetivo final es llevar un texto periodístico a su máxima potencia expresiva. Por eso se encierra en su casa para escribir y no responde mails ni atiende el teléfono. Y por si fuese poco pasa días buscando la frase con la que comenzará su artículo, como si esa frase fuera a provocar todo lo que falta para llegar al final.
Leila Guerriero pone el cuerpo en el sentido más verdadero de la expresión. Le pone el cuerpo a lo que hace. Convierte su trabajo en una experiencia que necesita de un cuerpo presente. “Creo en la dispersión como un valor –escribe- y no como un inconveniente, así que considero que el periodista cultural ha de ser disperso por naturaleza. Ante todo, debe desarrollar una mirada escudriñadora y fijarse en los pequeños detalles”. Creo que con esta reflexión ella apunta a varios objetivos. Por ejemplo, a que el periodista cultural debe no sólo interesarse por las cosas, sino también apasionarse por ellas. La deriva intelectual nunca es dispersión.
Lacan, el psicoanalista francés, decía que “para hablar de la cosa hay que hablar de otra cosa”. El crítico de teatro que sólo quiere saber de teatro se queda en la superficie. Los saberes están interconectados y la inmensa curiosidad de un buen periodista es central para el oficio. Si alguien tiene alguna duda sobre el tema lea "Los diarios de Emilio Renzi", de Ricardo Piglia. Allí el autor de "Respiración artificial" narra sus años de formación. En el texto se alternan la narración sobre los cambios de pensiones y hoteles de Renzi, alter ego de Piglia, con ensayos sobre literatura y comentarios de sus lecturas.
No sé si Ricardo Piglia leyó a Leila Guerriero, pero estoy seguro de que le fascinaría. Tienen matrices de pensamiento similares. La necesidad de narrar está junto con la de leer. No existe una sin la otra. El gran Borges se jactaba de sus lecturas; no de su inigualable prosa.
En "Zona de obras" hay un texto sobre Madame Bovary donde la novela de Gustave Flaubert da pie a reflexiones que iluminan la propia experiencia. “Yo leí –cuenta Leila- Madame Bobary a los quince y durante mucho tiempo creí que había entendido mal. Porque la tal Emma no resultó ser el gran personaje literario que esperaba, sino una mujer tan tonta como las chicas de mi pueblo, que construían castillos en el aire sólo para ver cómo se estrellaban contra la catástrofe del primer embarazo o del segundo empleo miserable. Emma Bobary era una pájara ciclotímica que se dedicaba a arruinarse y arruinarle la vida a todos en pos de un ideal que, además, no quedaba claro”.
Ese es el tono de las piezas literarias –no me sale llamarlas de otro modo- que componen "Zona de obras", un libro diferente, original. Pero sobre todo un libro que nos convoca a pensar la crónica como una forma de arte. Un libro abierto, una caja de sorpresas realizada con la experiencia y la fuerza creadora de una autora excepcional.
* Agradecemos a Osvaldo Quiroga su autorización para publicar la presente nota.
Osvaldo Quiroga
Periodista especializado en Cultura, creador de El Refugio y Otra Trama. Actualmente al frente de Cultura 2.4, que se emite por la plataforma Global Play.