El exdictador egipcio que gobernó durante 30 años, y cayó en medio de las movilizaciones de 2011, salió en libertad este viernes tras seis años de prisión.
Viernes 24 de marzo de 2017 13:21
El expresidente egipcio Hosni Mubarak fue puesto este viernes en libertad y abandonó el hospital militar donde ha estado recluido buena parte de los pasados seis años, desde que fue detenido tras las jornadas revolucionarias que sacudieron el país a principios de 2011.
Las movilizaciones multitudinarias que fueron parte del proceso conocido como Primavera Árabe, terminaron con la caída de Mubarak en febrero de 2011 y su posterior condena por el asesinato de manifestante y por diversos cargos de corrupción, un año después.
El exdictador de 88 años dejó el hospital de Maadi, en el suroeste de El Cairo, y se dirigió a su residencia en el barrio de Heliopolis, en el noroeste de la ciudad. Una propiedad que también está cuestionada por la forma en la que el exdictador la habría adquirido como parte de los negocios del Estado.
Mubarak había sido condenado en 2012 a cadena perpetua por su complicidad en la muerte de al menos 239 manifestantes, durante las protestas que acabaron con su mandato entre enero y febrero de 2011. También afrontó cargos por corrupción y tráfico de influencias que tuvieron lugar bajo su gobierno. Sin embargo, tras una apelación la justicia finalmente lo absolvió de los cargos a principios de este mes.
La absolución abrió la puerta a que el equipo defensor del exdictador pudiera solicitar a la Fiscalía que restara la condena de tres años de cárcel por un caso de corrupción al periodo que el exmandatario pasó en prisión preventiva por la represión violenta a los manifestantes.
Con la libertad de Mubarak culmina el proceso de impunidad que dejo libre de cargos a todos y cada uno de los responsables de su gobierno que habían sido encarcelados al calor de las jornadas revolucionarias de 2011. El proceso posterior terminó en un golpe contrarevolucionario, que incluyó primero un desvío de las movilizaciones hacia la celebración de elecciones amañadas, la represión, asesinato y persecución a los miembros de la Hermandad Musulmana (organización que apoyaba al presidente electo Mohamed Morsi), y el triunfo del golpe cívico militar en 2013 perpetrado por el mariscal y jefe militar Abdulfatah al Sisi. Habiendo desactivado por completo al movimiento, y proscripto a la oposición, Al sisi preparó unas elecciones fraudulentas con las que en 2014 se convirtió en presidente (dictador) de Egipto hasta el día de hoy.
La puesta en libertad de Mubarak este viernes representa el punto culmine de ese movimiento contrarevolucionario que buscaba desactivar el proceso de la Primavera Árabe en Egipto y las jornadas revolucionarias de 2011 en ese país. Sin embargo tienen un valor simbólico que va más allá de las fronteras de Egipto.
La Primavera Árabe que se había extendido por el norte de África y medio oriente a principios de la década, fue ahogada en sangre por el imperialismo y las potencias regionales que querían evitar el contagio de ese movimiento revolucionario por toda la región. El apoyo del imperialismo a Al Sisi en Egipto, tuvo un correlato aún más sangriento de guerras y ataques, como los propiciados por la OTAN en Libia, por los aliados de EEUU en Yemen, y por la intervención directa de las diferentes potencias en Siria, que acaba de cumplir seis años de guerra civil.
Las consecuencias de esta intervención directa de imperialismo para acabar con la Primavera Árabe están a la vista: cientos de miles de muertos, millones de desplazados y una crisis migratoria que atraviesa fronteras y continentes, agudizando el odio, el racismo y la xenofobia, impulsada por esos mismos gobiernos que son responsables de esta verdadera masacre.