En artículos anteriores de la Izquierda Diario se ha reflejado la penosa situación de un genio ajedrecístico, el futuro campeón mundial Alejandro Alekhine, que provenía de las filas de la aristocracia (su padre era un representante de los terratenientes en la duma imperial) y fue sospechado de conspirar junto a los Blancos para acabar con lo que el mismo ha llamado “el Infierno Rojo”.
Sábado 8 de noviembre de 2014
Seguramente la revolución no habrá sido un lecho de rosas, imaginemos la vida de un país atrasado, en plena guerra civil que salía hace unos pocos años de una guerra mundial. Un país asediado por catorce ejércitos extranjeros financiados por el imperialismo. La suerte personal de un genio de la clase enemiga no podía ser una prioridad para los trabajadores que se encontraban hambrientos, realizando inmensos sacrificios y cayendo por miles en los campos de batalla. Podríamos considerarlo afortunado a Alekhine, por haberle sido perdonada su vida en manos del poder soviético y así continuar su carrera en el extranjero hacia el máximo título, que conquistaría en 1927 en Buenos Aires, frente al campeón cubano José Raúl Capablanca.
El motivo de esta nota va más allá de algún individuo controversial en la historia del ajedrez. Gary Kaspárov, considerado por muchos el mejor ajedrecista de la historia, analiza en cinco volúmenes llamados “Mis Grandes Predecesores” a todos los campeones mundiales y sus mejores partidas.
En mi opinión, el ajedrez no puede ser patrimonio de unos pocos sino de las grandes mayorías.
Antes de la revolución, desde una mirada formal, el ajedrez podía ser practicado por todo aquel que quisiera hacerlo y de hecho era un juego muy popular. Sólo se necesita un tablero, interés y tiempo. Pero una mirada más profunda descubre que sólo quienes llevaban una vida acomodada, sin extenuantes jornadas de trabajo de unas 15 horas, podían estudiar y jugar al ajedrez con cierta dedicación. Los niños, cuya preocupación era salir a trabajar junto a sus padres, no tenían tiempo para el estudio y el juego del ajedrez. Los jóvenes de una clase oprimida difícilmente podían tener un respiro para el desarrollo de la cultura y el aprendizaje de las ciencias. Solo lo que era estrictamente necesario para el trabajo.
Es por eso que todos los grandes ajedrecistas de principio de siglo XX provenían de las clases dominantes, la aristocracia monárquica, terratenientes y la burguesía. Miguel Chigorin y Alejandro Alekhine son ejemplos de ello en el Imperio Zarista.
La revolución proletaria permitió el florecimiento de una magnifica cultura ajedrecística entre las masas al generar las condiciones de un verdadero desarrollo entre los millones de trabajadores que ahora “despertaban del largo sueño embrutecedor al que fueron sometidos”.
Anatoli Kárpov, campeón del mundo entre 1975 y 1985 y de la FIDE entre 1993 y 1999, describe aquella época con estas palabras: “[el ajedrez] era parte de la vida de la alta sociedad rusa y también lo jugaban algunos grandes escritores y científicos en la época imperial. Tras la Revolución, el nuevo poder decidió (analizó que sería más correcto, pues no fue esta una decisión de los bolcheviques sino un hecho objetivo -NdA) que Rusia era un país con mal nivel educativo, porque después de la Revolución muchos intelectuales dejaron el país. Eso provocó que hubiera que construir una nueva, por así decirlo, inteligencia o población bien formada. Pensaron que una de las formas más sencillas e inteligentes para hacerlo era a través del ajedrez… El nuevo poder decidió utilizar el ajedrez para educar a la gente y tuvo éxito” (Diario Vasco, julio 2009).
El ajedrez no sólo era un juego barato, en el que los soviéticos podrían demostrar su superioridad en un deporte mental, sino que es una expresión del método marxista de pensamiento. El materialismo dialéctico y los valores están presentes en un juego que exige disciplina, capacidad de planificar, concentración, espíritu colectivo, pues uno dirige un ejército con diferentes movimientos que deben ser armoniosos entre sí. Y lo principal es el análisis objetivo de cada posición concreta, para llegar hasta el fondo del asunto en la búsqueda de la verdad.
Por todo esto es que en 1924 se fundó la Sección de Ajedrez del Consejo Supremo de Cultura Física. El comandante del Ejército Rojo Nikolái Krilenko, a cargo de la misma, lanzó la famosa consigna: “¡Llevad el ajedrez a los trabajadores!”. “Debemos acabar de una vez por todas con la neutralidad del ajedrez, hemos de organizar brigadas de choque de jugadores de ajedrez y empezar de inmediato a cumplir el plan quinquenal del ajedrez.” A partir de aquí, el impulso dado al ajedrez en la Unión Soviética no se detendría hasta convertirse en deporte nacional, con más de una decena de campeones del mundo y millones de hombres, mujeres y niños de todas las nacionalidades que lo practican.
Continuaremos en próximas notas reflexionando sobre las virtudes del juego ciencia y su enorme limitación en el capitalismo para que las grandes mayorías puedan aprovecharlo y desarrollarlo. Pero veamos ahora un ejemplo concreto de cómo se limitan las posibilidades de acceder a la práctica ajedrecística de cierto nivel a causa del afán de lucro y ganancia.
Ajedrez para pocos en Villa Martelli
El día viernes 07 de noviembre, comienzó un tradicional abierto de ajedrez en Villa Martelli que reparte en total unos $ 100.000 en premios, con unos $ 18.000 al ganador del certamen y otros tantos para los 15 primeros. Esta es la parte bonita, la que se ve en los afiches y seguramente aparecerá en los diarios que reflejen esa información de la FADA (Federación Argentina de Ajedrez).
Pero la nota principal de este año es que los costos de inscripción son tan altos que solos los Grandes Maestros, Maestros Internacionales (pues se les bonifica todos los costos) y los aficionados con una “buena situación económica” podrán hacer de la partida. En otras palabras, a los empresarios y negociantes difícilmente les afecte pagar una inscripción y un canon, pero a quien tiene un salario por debajo de la canasta básica y que vive realizando milagros para llegar a fin de mes, una inscripción de $ 500, más un canon anual de $ 120 necesariamente lo excluye de un torneo “abierto”. Los trabajadores, como suele suceder en todos los deportes, no estamos invitados a participar más que como espectadores. ¿Por qué esto es así?
Porque a los que gobiernan el país no les importa que los trabajadores no tengan tiempo para la cultura, el estudio y el ocio necesario para crear. Pero luego, en un gran acto de hipocresía, nos hablan de “inclusión social” y la verdad es que cada vez nos vemos más excluidos de todo lo que nos gusta hacer, pues solo nos queda tiempo para el trabajo en la fábrica o en la oficina.