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Red Internacional
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POLÉMICA. Lo que se oculta atrás del carnicero: mitos y mentiras sobre la llamada inseguridad

Un caso que conmovió a la opinión pública y fue utilizado para un bombardeo mediático a favor del endurecimiento represivo. Algunas mentiras de fondo.

Octavio Crivaro

Octavio Crivaro @OctavioCrivaro

Martes 20 de septiembre de 2016

Hace pocos días, cuando publicamos distintas notas sobre el caso del carnicero que arrolló y mató a un ladrón, diversos lectores nos hicieron llegar comentarios, opiniones y algunas críticas sobre el abordaje de La Izquierda Diario sobre el tema. No queremos dejar pasar la oportunidad para responder y avanzar en un debate complejo, al que se suele responder con salidas facilistas y derechistas.

“Te mato. No me importa ir preso”: el carnicero derriba algunos mitos sobre él mismo

“El carnicero actuó en caliente”, nos dicen. Como insinuamos en otra nota, la utilización del caso del carnicero por los grandes medios de comunicación no fue adrede: utilizan la figura de un “hombre laburante” para generar empatía e identificación en sectores populares no solo con el carnicero en particular, sino también con una línea de endurecimiento estatal en general. La operación es sencilla: si el carnicero es un ciudadano cualquiera, uno “como nosotros”, eso quiere decir que ante la situación límite del robo, todos podríamos reaccionar como él.

Primer mito: Oyarzún no actuó en caliente. El carnicero de Zárate, luego de ser robado, tuvo tiempo de arrancar el auto, localizar la motocicleta en la que viajaban los ladrones, perseguirla, buscar la ocasión para tocarla de atrás y desestabilizarla y, finalmente, aplastar a uno de los perseguidos contra un poste. La aparición de videos posteriores al hecho (esa manía de los sectores derechizados de subir todo a YouTube), muestran a Oyarzún con un palo en la mano, golpeando al ladrón y amenazándolo reiteradamente de muerte. Deténgase, lector, lectora, en todo el tiempo que dura esta secuencia y todos los momentos que contiene y concluirá con nosotros, que no se trató de una reacción efervescente sino de un hecho premeditado y calculado. Una ejecución. ¿Todos los trabajadores que son objeto de un robo reaccionan así? Afortunadamente no.

Segundo mito: Oyarzún no estaba defendiéndose. Nos dicen algunos que el carnicero reaccionó así por instinto, que se defendió de una situación de la que era víctima. Pero el hecho que se discute no es una reacción instantánea ni inmediatamente posterior al robo. No es un forcejeo instintivo o inevitable. Sino una acción planificada y asesina.

“Hay que tener mano firme”, declaró poco después el carnicero, confirmando que su reacción no fue defensiva sino acorde a sus concepciones “manoduristas”. El carnicero podrá ser un trabajador. Pero no todos los trabajadores piensan y actúan como él.

El robo estatal, el despojo organizado del que no se habla

“Los quiero ver a ustedes ante una situación así, si les afanan los frutos de tu laburo”, nos espolean. Los que escribimos en La Izquierda Diario vivimos en la misma realidad que la de los lectores en general y de quienes nos comentan esto en particular. No vivimos en una realidad abstracta sin crisis social, sin desempleo y sin actividad delictiva y, por ende, somos parte de las mismas situaciones que el resto de los mortales. Solamente que nos oponemos a hacer la misma lectura derechizante e intencionada que hacen los grandes medios y que buscan hacer creer a sectores de la población.

Para que muchos trabajadores sostengan esa idea, se hace una operación ideológica muy hábil pero evidente. Se individualiza la “sensación del despojo” y se la personifica en un ladrón del que, de repente, todos son víctimas: la persona “robada” y los miles que no lo fueron que, con el rebote mágico de la TV, nos convencen de que podrían llegar serlo. Del “ese podría haber sido yo” al “ese casi casi que soy yo” hay un paso y varios programas de televisión.

Los trabajadores son expoliados y saqueados desde que nacen hasta el final de sus vidas. Son condenados a las peores condiciones de existencia, a trabajos precarios, a salarios que no alcanzan, a medios de transporte penosos, a un sistema de salud ruin, al desempleo, a los barrios más decadentes, a pelear toda la vida para tener su propio hogar (sin muchas veces lograrlo), a hundirse ante cada crisis económica.

En ese mismo proceso, un puñado de empresarios y ricos, apoyados por una casta profesional de políticos, se enriquece, amasa fortunas en períodos de bonanza y en momentos de crisis. La pobreza y el despojo de la mayoría es el negocio de esta minoría social parasitaria. Pero esa clase social, esos “ladrones consuetudinarios” que viven del trabajo ajeno, son abstraídos, no son mencionados. Son ocultados, legitimados. Quien nos roba, el que nos arruina la vida, el que despoja a 40 millones de argentinos, no son las privatizadas, los políticos corruptos, los bancos, los usureros o los empresarios que despiden. No. De repente es el ladrón que asaltó una carnicería en Zárate. Contra él hay que ir, nos dicen. Nosotros no compramos esto.

Defender al carnicero para pertrechar al Estado

“Su posición defiende a los ladrones, que muchas veces roban a trabajadores”, nos plantean. Nuestra concepción no legitima el robo, claramente. Desde el propio Marx hasta hoy, los socialistas sabemos que, empujados por las crisis sociales recurrentes e inevitables que acontecen bajo el capitalismo, sectores de las clases populares son desplazados, empujados a los márgenes de la clase trabajadora.

Este es un mecanismo, además, con el que los capitalistas dividen, degradan y debilitan a la clase trabajadora y, de paso, abaratan el precio relativo de la fuerza de trabajo. Los sindicatos, dirigidos por burocracias conservadoras y divisionistas, toleran sistemáticamente este proceso.

En Argentina, la existencia de movimientos de desocupados organizados desde antes del 2001 con el reclamo de puestos de trabajo, impidió que la degradación fuera mayor y que existan sectores masivos que actúan como rompehuelgas frente a los sectores que conservaron el empleo.

Aún así, existen sectores de las clases populares que, por desesperación y por falta de ligazones sociales con la organización de una clase trabajadora dividida por sus direcciones, cae en la llamada actividad delictiva. Muchas veces, incluso, en relación con el propio aparato policial, que recluta sectores marginales como mano de obra para un accionar criminal que se gestiona desde los sótanos del propio Estado.

Pero acá opera otra mentira, se crea otro mito: se habla del ladrón o el delincuente individual, pero no de los punteros, los comisarios y el Estado que están detrás.
Por eso nuestra postura es clara: frente al bombardeo de medios de comunicación que busca convertir al ladrón individual en una presunta amenaza colectiva, optamos por señalar el rol social de una clase que hace de la degradación y la crisis social un oficio; y a un Estado que habla de la “inseguridad” para que no se hable de la función criminal de las fuerzas de seguridad en la gestión y en la protección del delito.
Atrás de la victimización del “carnicero” se agazapa un Estado que quiere endurecerse y armarse, no para “terminar con la delincuencia” como nos dicen, sino para blindarse frente a los trabajadores, incluidos los que se sienten amenazados por la figura del “ladrón del carnicero”.

¿La Justicia no actúa? ¿Los delincuentes “entran por una puerta y salen por la otra”?

“La Justicia no actúa, entonces ¿qué hacemos?”, nos preguntan. “Los ladrones entran por una puerta y salen por la otra”, nos señalan. Esto es falso. La Justicia está lejos de ser un organismo inactivo y neutral. Por el contrario. Los mismos jueces que liberaron a todos los responsables del saqueo de los 90, a los empresarios asesinos como los de la masacre de Once, los que otorgan prisión domiciliaria a los genocidas del 76, son bien rápidos para encarcelar cuando se trata de “ladrones de gallinas”.

Nunca las cáceles argentinas estuvieron tan atestadas. En la provincia de Buenos Aires, donde se alojan la mayor cantidad de presos, hay 40 mil detenidos, una cifra que crece año a año y que agrava las condiciones de detención ya de por sí infrahumanas. En provincias como Tucumán, en menos de 20 años se triplicó la cantidad de presos. Esto, por supuesto, no reduce la tasa de delito porque el Estado, por derecha y por izquierda, sigue actuando y con él, funcionan los desarmaderos, el narcotráfico y otras ramas de la actividad criminal con paraguas estatal.

En la mayoría de los casos, por ejemplo, los procesados esperan años encarcelados sin tener condena. En el caso de las cárceles federales, sucede con 6 de cada 10 reclusos. Esto oculta el discurso de la derecha cuando ataca al llamado “garantismo”, mientras se silencia, además, que las cárceles son mazmorras de torturas y degradación, lejos de un sistema para la reinserción de ningún tipo. Las cárceles reproducen la actividad criminal, nuevamente, con amparo policial.

Desigualdad y delito: lo que se omite decir

Hablar de “delincuencia” sin mencionar la desigualdad creciente y la pobreza, es un acto de lesa hipocresía. Hablar de “combatir el delito” abstrayendo el rol organizador del Estado, es una cobertura ideológica para los principales organizadores criminales. Justificar, desde los sectores populares, a la campaña a favor del endurecimiento estatal, de los linchamientos y de la Justicia por mano propia, es favorecer las condiciones del despojo cotidiano que sufren los trabajadores por parte de los grandes empresarios y su Estado.

Estas “pequeñas” cosas y mentiras son las que se ocultan detrás del carnicero convertido en héroe.


Octavio Crivaro

Sociólogo, dirigente del PTS y candidato nacional por el Frente de Izquierda-Unidad en Santa Fe.

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