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¿Los Chalecos Amarillos, un ensayo general?

Stephen Bouquin

Foto: brice le gall photographie

¿Los Chalecos Amarillos, un ensayo general?

Stephen Bouquin

Ideas de Izquierda

Stephen Bouquin, profesor de sociología en la Universidad de Evry y director de la revista Les Mondes du Trabajo, discute en un artículo publicado en Contretemps el libro de Juan Chingo: Gilets jaunes. Le soulèvement (quand le trône a vacillé) [Chalecos Amarillos. El levantamiento (cuando el trono tambaleó].

Gilets jaunes. Le soulèvement propone un regreso a la rebelión social de los Gilets jaunes. Este trabajo está escrito por un militante marxista revolucionario, periodista y dirigente de la corriente CCR del NPA, y reúne una serie de artículos publicados durante los acontecimientos sociales y políticos de los años 2017-2019.

En la primera parte “Macronismo y sus límites”, Juan Chingo delinea el contexto político y social que vio emerger este movimiento de protesta. Si bien Emmanuel Macron tomó el liderazgo político para llevar a cabo una política al servicio de la clase dirigente, no pudo hacerlo más que desestabilizando un sistema político estructurado alrededor de una derecha aún marcada por el sarkozysmo y una centroizquierda desgastada por el ejercicio del poder.

En efecto, Macron fue elegido al término del ciclo político iniciado por la elección de Nicolas Sarkozy en 2007, marcado por movilizaciones importantes alrededor de la cuestión de las jubilaciones (2010); luego la elección de François Hollande en 2012, quien llevó adelante una política contraria al mandato por el que fue elegido, profundizando las desigualdades sociales y llevando a cabo a paso firme una reforma del código del trabajo de inspiración neoliberal.

Exministro del gobierno de Hollande, Macron hizo una “oferta pública de compra” hacia el centro político y disponía de una débil base electoral de 24 % (en la primera vuelta de las elecciones presidenciales), cuyo aumento en la segunda vuelta debe mucho a los sufragios emitidos contra Marine Le Pen. El primer año de ejercicio del poder estuvo marcado por una voluntad de avanzar rápido en reformas que respondían a las exigencias de la agenda neoliberal: reducción del gasto público, fiscalidad ventajosa para el capital, reducción de la protección social y apertura a la competencia de algunos sectores de servicios públicos.

Los capítulos de esta primera parte se publicaron en el transcurso de 2017 y de 2018 y revelan una comprensión juiciosa de las razones que provocan la rápida erosión de la popularidad de Macron, acelerada por un estilo de gobernanza calificado de “jupiteriano”. En suma, desde el principio de su mandato Emmanuel Macron encarnaba un bonapartismo sin base social sólida. Después de haber sido elegido surfeando sobre un sentimiento de rechazo a la “clase política”, disponiendo de una aplastante mayoría en la Asamblea Nacional, de entrada llevó adelante una política de continuidad con los gobiernos precedentes, y algunas medidas, como la supresión del Impuesto de Solidaridad sobre la Fortuna, encarnan perfectamente una política al servicio de “los de arriba”.

Al alterar el ámbito político, Macron pudo ponerse en el centro del tablero pero por eso mismo se convertía en el primer blanco del descontento. Si bien el movimiento contra la ley El Khomry durante la primavera de 2016 acariciaba aún la ilusión de que la acción de los “críticos” del PS en la Asamblea Nacional podía permitir limitar los daños, a partir de ahora, con la aplastante mayoría de diputados electos bajo la bandera de La République en marche (LREM), ya no estaba permitida ninguna esperanza desde ese lado.

El barril de pólvora estaba desbordado y solo hacía falta una chispa para encenderlo y provocar lo que desde la extrema izquierda algunos acostumbran llamar la “tercera vuelta social”.

La irrupción de los Gilets jaunes

En la segunda parte, una serie de capítulos abordan la irrupción del movimiento de los Gilets jaunes. El primer hecho importante aquí es la incomprensión de esta revuelta por parte de una izquierda bien pensante, incluso la anticapitalista y sindical. Esta incapacidad me ha dejado perplejo y recién algunas semanas más tarde, al escribir un análisis que fue publicado en la revista Les Mondes du Trabajo [1] di con esta cita de Lenin que se aplica tanto a las revueltas sociales como a las sublevaciones revolucionarias. En sustancia, para Lenin, creer que una revolución es posible sin el levantamiento de algunos sectores de la pequeñoburguesía, arrastrando el cortejo de todos sus prejuicios reaccionarios, o incluso sin las masas proletarias y semiproletarias políticamente inconscientes, significa de hecho rechazar la revolución:

Esto significa que uno espera una situación en la cual un ejército va a tomar posición en cierto lugar en un momento determinado proclamando estar a favor del socialismo, mientras que otro ejército va a tomar otra posición declarando "defender el imperialismo" y finalmente que del enfrentamiento entre esos dos ejércitos va a resultar una revolución. Quien espere una revolución pura no vivirá nunca bastante tiempo para verla.

La incomprensión de la izquierda, incluido su componente revolucionario, se ha traducido en una ausencia de intervención política, lo que, como la política tiene miedo al vacío, ha dejado el campo libre a las corrientes reaccionarias y neofascistas que intentaron hacer de ello una revuelta poujadista del pueblo galo [poujadismo: movimiento político constituido en Francia en los años 1950 en torno a la Unión de Defensa de los Comerciantes y Artesanos, alrededor de Pierre Poujade N. de T.]. Felizmente, los militantes de las corrientes de inspiración anarquista o libertaria participaron también y un buen número de militantes sindicales también bloqueron las rotondas.

Juan Chingo recuerda los ingredientes de la situación cuando la explosión social tuvo lugar. El poder tuvo miedo, estaba desamparado. Durante tres semanas –desde el 17 de noviembre hasta el 10 de diciembre– optó por una criminalización ideológica del movimiento (poujadista, fascistizante, etc.) apoyándose también en una cierta confusión en la izquierda. Para Chingo, si bien no se trataba de una crisis de tipo prerrevolucionaria, sin embargo, contenía elementos que iban en ese sentido. La ocupación de aproximadamente tres mil rotondas y las manifestaciones masivas de los sábados expresaban una revuelta masiva de la que difícilmente se llegaba a identificar sus contornos sociales.

Esto al menos no se había visto desde mayo 1968 y nadie sabía adónde iba a llegar. El hecho de que esta sublevación ocurra sin el sostén de las fuerzas sindicales o de la izquierda radical agregaba una dimensión desconocida tanto para los círculos del poder como para estas fuerzas organizadas. Pero fundamentalmente, cuando las masas irrumpieron en la escena política, esta fue la señal de que la gente se apropiaba de su devenir, de su destino. Juan Chingo recuerda correctamente que no hay que tener miedo de esta irrupción de las masas.

El ataque a los símbolos del poder, la ocupación de sectores enteros de la capital por los manifestantes

…muestra que no estamos ante un movimiento social clásico sino ante una agitación social que da una primera impresión de revolución. […]. La tendencia de las masas a tomar directamente las cosas en sus manos, a organizarse, a rechazar todo tipo de negociación –esas mismas negociaciones plagadas de golpes bajos a las que nos tienen acostumbrados las burocracias sindicales– y a no dudar en ir al enfrentamiento.

Para el autor, esto es lo que le da miedo a la clase dirigente. Cuando se queja del carácter proteiforme del movimiento, o del hecho de que no haya líderes reconocidos para negociar ni actores capaces de contener las manifestaciones y encuadrarlas, el poder no hace más que expresar la dificultad en la que se encuentra para retomar la iniciativa. Citando a Sophie Wahnich, quien subraya cómo la violencia producida por las movilizaciones forma una suerte de violencia devuelta:

Hay algo de revolucionario en esta manera de devolver la violencia sufrida. Para que la violencia pueda parecer aceptable, incluso legítima, para muchos, es necesario que haya habido mucha contención antes.

En efecto, son muchos años de violencia económica y social, aceptada o soportada bien o mal los que vuelven como un búmeran, hacia el rostro del poder.

Publicado a mediados de enero de 2019, el capítulo acerca de un "1905 a la francesa" me parece particularmente interesante pero también discutible en ciertos aspectos. El autor vuelve sobre los acontecimientos aún en curso, comparándolos con la revolución de 1905 en Rusia. Cierto, la sublevación de los Gilets jaunes no moviliza a los sectores organizados del proletariado de las grandes ciudades y no dio formas de autoorganización –los consejos o soviets surgieron en Petrogrado durante esta crisis revolucionaria– pero al mismo tiempo, la sublevación correspondía a un enfrentamiento central con el gobierno.

Juan Chingo subraya que se abrió un nuevo período de la lucha de clases. Tomando a Gramsci, destaca que el levantamiento social contiene elementos "orientales" en el sentido en que desde ahora partes enteras de la sociedad están huérfanas de mediaciones institucionales y de una sociedad civil por otra parte desmoronada. Además, los Gilets jaunes son el producto de un sindicalismo orgánicamente muy débil, dividido y confinado a los sectores organizados.

Siguiendo aquí los análisis de Karel Yon, Sophie Béroud y Baptiste Giraud que consideran el sindicalismo "a la francesa" cada vez más institucionalizado, integrado en los dispositivos de concertación pero desprovisto de una verdadera base social, el movimiento de los Gilets jaunes representa una crítica práctica a los límites de la acción sindical y al repertorio de acción centrado en las jornadas de acción. Los Gilets jaunes, de alguna manera, tomaron nota de la incapacidad de las fuerzas sindicales para frenar las reformas neoliberales, como lo demostraron las movilizaciones contra la Ley El Khomry.

Para Juan Chingo, los análisis de Rosa Luxemburg a propósito del 1905 ruso también aclaran la situación actual. En 1905, el desarrollo caótico y las huelgas aparentemente desorganizadas eran el punto de partida de una acción revolucionaria:

La historia se burla de los burócratas enamorados de esquemas prefabricados, guardianes celosos de la suerte de los sindicatos. […]. Mientras que los guardianes celosos de los sindicatos alemanes temen ante todo ver quebrarse en mil pedazos a estas organizaciones, como una porcelana valiosa en medio del torbellino revolucionario, la revolución rusa nos presenta un cuadro muy diferente: lo que emerge de los torbellinos y de la tempestad son sindicatos nuevos y jóvenes, vigorosos y ardientes (p. 100).

En consecuencia, al igual que en 1905, el movimiento no se orienta únicamente en el sentido de un pasaje de lo económico a lo político, sino también en sentido inverso. De hecho, el movimiento de los Gilets jaunes se sitúa más allá de los límites de la protesta sindical ritualizada. Al mismo tiempo, porque quedó fuera de los talleres y de las oficinas, y eligió darle la espalda a la cuestión del trabajo, este movimiento no se transformó en "neosindicalismo".

Exceptuando algunos lugares periféricos, la protesta de los Gilets jaunes no obtuvo apoyo de parte de los sectores organizados y combativos del movimiento sindical, aun cuando el 1° de Mayo, columnas sindicales y Gilets jaunes se mezclaron en muchos lugares. Para Chingo, citando a León Trotsky, está claro que el movimiento de los Gilets jaunes muestra el camino a los sindicalistas considerando que no sirve para nada esperar los resultados de un enfrentamiento que respeta las reglas artificiales y convencionales del boxeo francés mientras que el enemigo no las observa en absoluto.

Por mi parte, pienso que habría que buscar los límites de las direcciones sindicales en un análisis más profundo del movimiento sindical. Este organiza segmentos más estables socialmente, menos expuestos a la austeridad y a la pauperización. Al mismo tiempo, está compuesto por equipos militantes aguerridos pero desgastados o envejecidos. Además está muy fragmentado y dividido entre un polo que intenta jugar la carta de un compromiso que limite los daños y un polo más combativo pero que no llega –y tampoco busca siempre– a atraer a la mayoría de los trabajadores y las trabajadoras.

Por último, también hay que tomar en cuenta que la patronal y la clase dirigente radicaliza su lucha de clases, que es poco proclive a ceder porque lucha también por la competitividad del capitalismo francés en la competencia mundial. El movimiento de los Gilets jaunes forma la respuesta concreta y espontánea de una clase trabajadora "en sí" y que se reconstituye bien o mal como clase "para sí".

En los dos últimos capítulos de esta parte, el autor analiza la respuesta del poder, combinando una escalada represiva que apunta a intimidar y a aterrorizar a los manifestantes con un "Gran debate" para irse por las ramas. Este segundo aspecto me parece que está demasiado subestimado cuando ha jugado un rol central en el dispositivo tendiente a restablecer la legitimidad del poder.

A lo largo de los sábados de febrero, marzo y abril, el número de heridos y mutilados no hace más que crecer mientras que el "Gran debate" convocaba la atención mediática, sin convencer a los sectores movilizados de los Gilets jaunes. Al mismo tiempo, esta estrategia permitió al poder "desgastar" las movilizaciones y desprender a los sectores más moderados, aquellos que tuvieron miedo ante el giro de los acontecimientos.

Los enfrentamientos violentos sirvieron para meter miedo y permitieron criminalizar a los Gilets jaunes "activos". Progresivamente, el número de rotondas ocupadas disminuyó y el apoyo de la opinión pública comenzó a erosionarse, pasando de 60-70 % a 45-50 %, aunque aún sigue siendo muy elevado. Pero la crisis política se frenó sin por eso ser resuelta. Esto significa también que podemos asistir a un regreso a la acción de la revuelta social y esto en un futuro bastante cercano.

La cuestión de la autoorganización está mencionada pero al final poco desarrollada en la obra. Esta tarea de autoorganización se había iniciado con el llamado de Commercy de enero de 2019 en favor de una "Asamblea de las Asambleas". Dio lugar a cuatro asambleas generales [2] que reunieron entre 500 y 700 delegados de más de 250 colectivos locales. Esta tarea bastante admirable merece que se le dedique tiempo.

Es extremadamente laboriosa y demanda esfuerzos considerables en el plano de la logística (comida, alojamiento) mientras es muy delicada en el plano político. La débil experiencia organizativa y política de un buen número de Gilets jaunes, la confusión ideológica y las aspiraciones a veces contradictorias hacen que la realización de semejante trabajo de estructuración y de coordinación sea una verdadera proeza que es necesario saludar.

Al mismo tiempo, también hay que constatar sus límites en cuanto al impacto en el curso de los acontecimientos. La responsabilidad le incuombe también a los mascarones de proa del movimiento (Priscillia Ludosky, Jérôme Rodriguez, Eric Drouet y Maxime Nicolle) quienes, sobre la base de concertaciones informales, siguieron "dirigiendo" el movimiento sin participar en el proceso de autoorganización. Pero a partir del mes de mayo se hizo evidente que querer reproducir indefinidamente los Actos y las manifestaciones no sería suficiente para imponer nuevos retrocesos al poder.

Es también durante esta secuencia, de fines de enero a fines de abril de 2019, que la acción política dentro de los colectivos permitió marginalizar a la ultraderecha que intentaba en vano identificar a los Gilets jaunes con una "revuelta del pueblo galo refractaria a la mundialización neoliberal". La negativa a lanzarse en una aventura electoral para las europeas –trampa tendida por Macron– reflejaba cierta inteligencia estratégica "orgánica" en el seno del movimiento. Pero la ausencia de una plataforma elaborada democráticamente, exigiendo medidas de urgencia en el plano social (salario mínimo, jubilaciones, asignaciones universales), de justicia fiscal y una democratización radical de un Estado manifiestamente al servicio de una oligarquía financiera, se tradujo en una incapacidad creciente para mantener la relación de fuerzas.

La protesta seguía poniendo en evidencia que el poder seguía siendo sordo a las expectativas de los Gilets jaunes, pero la ausencia de plataforma y el vacío estratégico en cuanto al devenir de la movilización reducían la capacidad de estos para imponer retrocesos y para abrir la perspectiva de una salida política.

Mientras que los enfrentamientos con las fuerzas del orden continuaban de sábado en sábado, Macron retomó la iniciativa. Por cierto, la ferocidad de la represión radicalizó franjas significativas del movimiento; lo atestiguan la solidaridad con los Black Blocs y el eco de las tesis "insurreccionalistas" del Comité invisible dentro de los Gilets jaunes.

Pero allí también, la negativa de pensar "la insurrección" más allá de su advenimiento transforma los tags sobre los bancos y las barricadas de basuras en un teatro de enfrentamiento sin real amenaza para el orden establecido. El único resultado político de este tipo de antiestrategia es más de 5.000 mártires heridos (entre ellos, algunos mutilados) y más de 800 penas de prisión…

Construir un bloque contrahegemónico

En la tercera parte, Juan Chingo aborda la cuestión de las fuerzas presentes y de las orientaciones que pueden constituir un “bloque contrahegemónico”. Primera constatación: la crisis de la hegemonía neoliberal, tanto en el plano ideológico como político. Segunda constatación: la oposición parlamentaria está fragmentada entre una socialdemocracia miniaturizada en plena crisis de orientación y un polo más radical pero dividido entre La France Insoumise (LFI) y los diputados comunistas. Además, las fuerzas de la izquierda revolucionaria como Lutte Ouvrière (LO) y el NPA se mostraron incapaces de dirigirse a los Gilets jaunes.

Para Juan Chingo, en principio el problema está en la LFI. Si esta todavía era percibida luego de la elección presidencial como la primera oposición a Macron, un año más tarde (otoño de 2018) es el Rassemblement National (RN) de Marine Le Pen el que aparece como la primera fuerza opositora al régimen. ¿Por qué LFI perdió el tren en un contexto que podía parecer favorable? Sería demasiado largo analizar en detalle esta cuestión aquí, pero globalmente es evidente que la personalidad de Jean-Luc Mélenchon está identificada con el viejo sistema político. Fue ministro de Jospin, senador y diputado del PS durante mucho tiempo, y si bien no ha sido cómplice del socialliberalismo (habiendo sido una de las puntas de lanza de la campaña del "No" durante el referéndum sobre el tratado constitucional europeo en 2005), tiene dificultades para encarnar de manera creíble el propio populismo de izquierda.

Más aún, esta orientación, elaborada por Ernesto Laclau y Chantal Mouffe y "validada" por las victorias de Evo Morales, Rafael Correa y Hugo Chávez, experimenta algunas dificultades para aplicarse en Europa. LFI vio rápidamente restringir su auditorio alrededor de 15-20 % –este es también el problema de Podemos que buscó una inspiración en ese populismo de izquierda–, lo que está lejos de constituir una mayoría. ¿Qué hacer en ese caso? ¿Instalarse en una posición de tribuna opositora que corresponde al manual de la revolución ciudadana por las urnas? ¿Hacer alianzas? Cierto, ¿pero con quién?

En Europa, incluso diez años después de la crisis financiera y otros tantos años de austeridad, las fuerzas políticas tradicionales perdieron entre un cuarto y un tercio de su electorado, mientras que el terreno político se balcanizaba bajo el efecto de la llegada de nuevas formaciones "populistas", sobre todo de derecha. Al mismo tiempo, la división izquierda/derecha sigue estando presente. Incluso se puede ver a la extrema derecha ganar en audiencia ubicándose en la grieta "pueblo versus casta política", pero con un contenido reaccionario, racista y antimusulmán.

Construir un bloque contrahegemónico sobre la base de la sola fractura "pueblo versus élite" representa el eje estratégico más defendido por Laclau y Mouffe. Ahora bien, en América Latina, si "el pueblo" ha tomado una consistencia política, es porque la clase dirigente sigue siendo exclusivamente blanca mientras que el pueblo es heterogéneo, multicultural por el mestizaje y la cuestión indígena. Esto facilita de alguna manera una movilización de ese vocablo performativo (que participa en hacer existir la realidad) para un proyecto de izquierda, antiliberal y radical-democrático.

A la inversa, en Francia, considerando los límites de la "descolonización" del "pueblo francés", y sabiendo la imposición del racismo de Estado, este término encuentra fácilmente eco en una identidad apoyada en los pretendidos "franceses de ascendencia". La orientación populista de LFI podía entonces ser recuparada fácilmente por Marine Le Pen, cuyo "soberanismo" oculta una profunda complicidad con el orden establecido, lo que, por lo demás, siempre ha sido la opción fascista.

La publicación de un intercambio entre Stefano Palombarini y Juan Chingo vale la pena ser releída. Para Palombarini, coautor con Bruno Amable de un pequeño libro titulado L’illusion d’un bloc bourgeois, los Gilets jaunes representan un movimiento al que hay que saludar y apoyar aunque más no sea porque ha remitido la cuestión social al centro de la escena. Al mismo tiempo, Palombarini subraya también –del mismo modo que muchos otros sociólogos– que este movimiento era heterogéneo socialmente, que movilizaba a sectores obreros pero también a pequeños empresarios, a artesanos, a agricultores, y que abandonó la cuestión del trabajo para focalizarse en la fiscalidad y en la democracia.

Stefano Palombarini no espera que este movimiento desarrollara un proyecto político propio, pero cree que un "bloque contrahegemónico" debería ser resultado del trabajo de elaboración en relación con los sectores de la población que se levantan y de una política de alianzas que se dirija a las fuerzas y corrientes políticas existentes y que desee salir de la encrucijada del neoliberalismo.

Juan Chingo desarrolla por su parte un enfoque marxista revolucionario, que, sin desconsiderar las elecciones, primero se apoya en la lucha de clases y busca construir una herramienta política capaz de influir en el curso de los acontecimientos. Dicho de otro modo, Juan Chingo plantea la cuestión del partido revolucionario que, atizando el fuego de la protesta y procurándole una dirección política, garantice que emerja un "bloque contrahegemónico". Ahora bien, en las elecciones europeas, el movimiento de los Gilets jaunes, al no haber apoyado la presentación de una lista del movimiento, estaba tironeado entre el abstencionismo y un "voto castigo" contra Macron, lo que legitimaba de hecho un voto posible para el RN de Marine Le Pen…

El libro se termina con dos capítulos cortos referidos a la situación de la LFI y al contexto político luego de las elecciones europeas. Marine Le Pen obtuvo un mejor resultado que LREM en ellas; LFI tuvo una muy mala elección al igual que el PCF, para no hablar del resultado ridículo de LO. En resumen, la "rebelión" social de gran amplitud no encontró traducción política en la izquierda…

Por lo demás, el clima ideológico del otoño de 2019 lo refleja y expresa una cierta podredumbre de la situación. Si bien la exasperación social está siempre allí, se observa también un odio creciente con respecto a los musulmanes y un rechazo ampliamente expandido hacia los migrantes, sean refugiados o no. Estas tendencias reaccionarias se afirman sin que haya muchas respuestas por izquierda. Determinar las perspectivas y la línea política para defender en esta situación se convierte al fin y al cabo en un ejercicio bastante complicado…

Pero antes de volver a esta cuestión, quiero realizar algunas observaciones críticas. La primera concierne a la cuestión ecológica, en particular, a la cuestión de la crisis climática, que me parecen un poco desatendidas. Ahora bien se trata de una postura central. Varias veces, sobre todo en diciembre de 2018, las movilizaciones de los Gilets jaunes y las marchas por el clima podían haber convergido. Sabiendo que la rebelión contra el precio del combustible fue el detonante de las movilizaciones, el poder hizo de todo para oponer a los Gilets jaunes y a las reivindicaciones ecologistas. Ahora bien, a pesar de la contraofensiva ideológica del régimen, la idea de que los fines de mes y el fin del mundo son un único y mismo combate ganó terreno entre los Gilets jaunes.

También lamento que las cuestiones reivindicativas estén poco tratadas. Es difícil "intervenir" políticamente sin aportar respuestas o defender propuestas concretas, sea uno revolucionario o no. El hecho de que una parte de los Gilets jaunes se haya orientado hacia la democracia local, hacia el Referéndum de Iniciativa Ciudadana o hacia el municipalismo libertario quiere decir que ellos y ellas creen poder influir localmente en el orden de las cosas. Lo que no es falso… Pero al mismo tiempo, esto significa también que se abandonan las cuestiones centrales tales como el reparto de las riquezas, la reconstrucción de servicios públicos de calidad o la resolución urgente de la crisis social (en realidad, una pauperización masiva de sectores enteros de la clase laboriosa y de la pequeñoburguesía).

Los Gilets jaunes expresaron exigencias sociales fuertes descuidando la cuestión del trabajo, mientras que esta es justamente la que ha alimentado la exasperación y la revuelta. ¿No hay que aprovechar cada ocasión para hacer agitación a favor de un salario mínimo de 13 euros la hora y mensual de 1.820 euros; una escala móvil de salarios (sobre todo, en relación con el aumento de los precios del alquiler), un aumento de las asignaciones sociales (jubilaciones y subsidios) por encima del umbral de pobreza (60 % del salario promedio, a saber: 1.200 euros netos como mínimo) y, por supuesto, una reforma de la fiscalidad?

Para Juan Chingo, el levantamiento de los Gilets jaunes es objetivamente una revuelta de la clase proletaria, aun cuando subjetivamente se haya identificado con una revuelta popular. Este hiato o esta tensión ha sido su debilidad principal. Pero difícilmente esto se le puede reprochar a los Gilets jaunes, sabiendo que el movimiento obrero "realmente existente" ha permanecido aparte… Para llenar ese vacío, justamente es crucial defender reivindicaciones en torno al trabajo, al empleo y a la protección social, articulándolas a una transformación social y política de conjunto.

Una transformación que tienda a democratizar en profundidad a la sociedad y a desmantelar la V República que representa no solo, como decía François Mitterrand (antes de su elección en 1981), un "golpe de Estado permanente", sino también una máquina de guerra "de orden liberal". Al mismo tiempo, no se puede negar la existencia de un "Estado social" y de servicios públicos que, aun deteriorados, representan una conquista y un "escudo social" contra la precarización de la condición salarial.

Una tercera observación crítica me parece también importante. Es cierto que hay que tomar nota de los límites políticos de la LFI, del sectarismo de LO o del activismo apolítico del NPA, pero ¿no hay que hacer también una crítica a las corrientes políticas activas en las movilizaciones de los Gilets jaunes?

Pienso en los amigos del Comité invisible, quienes, gracias a un uso inteligente de los medios y de las redes sociales, y con un lenguaje que expresa con justeza la revuelta y la voluntad de cambio, han acompañado y amplificado la acción de los Gilets jaunes. Este hecho, positivo en sí, no debe llevar a callar las críticas a una postura que alimenta la ilusión de que es suficiente la insurrección para tirar abajo el sistema y de que, mientras tanto, bastará con romper los vidrios de una agencia bancaria o con prender fuego al Fouquet’s.

Seguramente, muchos de nosotros hemos sonreido al leer los juegos de palabras pintados en las paredes de París ("el mañana está anulado"). Por supuesto que podemos admirar la "belleza" de un amotinamiento, pero hay que preguntarse también si es de esta manera como se logrará profundizar y amplificar las movilizaciones. A la violencia contra los objetivos materiales, el poder responde con la represión, buscando aislar a los sectores radicalizados de los sectores más moderados que dudan y vacilan. Por cierto, algunos se radicalizan y toman conciencia de la naturaleza del Estado, pero esto no responde a la cuestión de saber cómo se hará la revolución. De hecho, contra la apología apolítica de la violencia como equivalente de la insurrección, es necesario oponer una inteligencia estratégica y táctica que no puede ser más que el fruto de una deliberación democrática y, por lo tanto, de la autoorganización.

La orientación un poco "basista", comunalista o municipalista-libertaria del llamado de Commercy defiende la construcción de un contrapoder ciudadano, que podría amplificarse y volverse real en muchas comunas y ciudades. ¿Hay que apoyarla y aplicarla en todas partes en donde sea posible? Tengo algunas dudas. Por una parte, pienso que es posible hacer política de otra manera y que se puede actuar en favor de la democratización del juego político, aunque más no sea municipal. Pienso también que esto puede producir avances reales y puede contribuir a reconstruir una identidad política basada en la solidaridad y la democracia real.

Pero al mismo tiempo, creo que esta postura solo puede tener éxito si la relación de fuerzas cambia a escala de la sociedad, en caso contrario, mucha energía será absorbida por una multiplicación de microconflictos alrededor de cuestiones tales como la distribución del territorio, los servicios públicos, la vivienda, etc. Por cierto, es en torno a estas cuestiones que pueden tejerse lazos entre los jóvenes y los más viejos, los no organizados y las redes militantes, más allá de los orígenes y las convicciones religiosas, y esto no es poco. Pero no responde a la necesidad de revertir el curso de las cosas y detener las reformas neoliberales que están por destruir lo que aún hace que este mundo sea un poco soportable.

Dicho esto, como Emmanuel Macron vuelve a la carga –su trabajo de destrucción no está terminado…–, la cuestión del enfrentamiento central va a volver a plantearse, quizás más rápido de lo que se pensaba. A la reforma de las jubilaciones, la apertura a la competencia de la SNCF [ferrocarriles, N. de T.], la crisis del trabajo docente y de los servicios de cuidado, se agrega una erosión continua del poder adquisitivo, empujando a la pobreza y a la precariedad a sectores enteros de la clase laboriosa. Si los sectores combativos del movimiento sindical hubieran optado por jornadas de huelga con paros los días viernes que precedían a los Actos de los Gilets jaunes, se habría experimentado otra cosa. Pero todavía puede ocurrir lo que no se ha realizado, y en un breve plazo podríamos conocer una "giletjaunisation" de las luchas sociales.

Ayer, hoy y mañana, la urgencia no es solo negociar el número de puntos en la jubilación con respecto a las dificultades del trabajo sino impulsar un movimiento de lucha por medidas concretas que pongan trabas a la precarización y la pauperización de los mundos del trabajo. Todo sindicalista que se respete debería comprenderlo y superar el espíritu negociador y el juego de posicionamientos del tipo realismo versus radicalismo que adoptan las direcciones sindicales.

Un desacuerdo que no puede ser tal

El subtítulo del libro menciona “Cuando el trono tambaleó”. No estoy seguro de que esto haya ocurrido. La irrupción de la bronca social metió miedo a la clase dirigente, y los patrones llamaron al palacio de gobierno diciendo que había que hacer algo y rápido. Pero en ningún momento la burguesía ha considerado echar a Macron.

Antes de hacer saltar ese fusible, la clase dirigente tenía aún otras cartas para jugar. Empezó calmando la conflictualidad al conceder alguna marcha atrás, intensificada por un discurso en un registro “los entendí”, al promover un gran debate nacional, mientras aplicaba un terror represivo feroz. En el caso de que esto no fuera suficiente, quedaba la posibilidad de un cambio ministerial, medidas suplementarias o incluso la disolución de la Asamblea Nacional con elecciones anticipadas actuando como pararrayos. No olvidemos que, desde hace décadas, los gobiernos no ceden más que muy difícilmente a la calle ya que para la burguesía es importante que su “revolución pasiva” neoliberal sea aplicada.

Por el momento, la rebelión social de los Gilets jaunes ha rectificado la relación de fuerzas; Macron no ha querido ceder pero el movimiento de los Gilets jaunes tampoco. El resultado es un empate con ventaja de Macron (porque tiene el poder y los Gilets jaunes están cansados y son mucho menos numerosos). Macron intenta retomar la iniciativa en un clima que no es el de una derrota del movimiento tampoco.

No se trataba de una “insurrección” sino de una sublevación, o de una rebelión social, en eso estamos de acuerdo. Una insurrección, con la condición de que sea masiva y auténtica, desemboca potencialmente en una crisis revolucionaria, en donde unos ya no saben cómo gobernar y otros ya no se dejan gobernar. No estamos en esa situación, aun cuando se pudo ver bien que semejante situación podía, y todavía puede, ocurrir.

En el caso presente, aun cuando el rechazo a Macron está ampliamente expandido, la movilización expresaba en primer lugar un hartazgo por las condiciones de vida. En una encuesta realizada en el mes de enero a aproximadamente 4.000 encuestados, el 70 % apoyaba a los Gilets jaunes y alrededor del 35 % se declaraban a sí mismos “Gilets jaunes”, mientras que cerca de un cuarto de los encuestados habían participado como mínimo en una de las formas de acción (ocupación de rotondas, manifestación de los sábados e intervenciones en las redes sociales). Esto atestigua el carácter masivo de esta revuelta. La encuesta muestra también que la renuncia de Macron, incluso entre los Gilets jaunes movilizados, representaba un deseo menos importante que el alza del poder adquisitivo. Había entonces una “ancha avenida” para realizar una unidad con los sectores combativos del movimiento sindical…

Esto no significa que las reivindicaciones políticas serían despreciables. En este plano, en primer lugar el Referéndum de Iniciativa Ciudadana ha conocido un cierto eco. Podemos dudar de la eficacia de semejante herramienta pero, al mismo tiempo, el terreno era fértil para defender una “revolución democrática”. Evidente para muchos Gilets jaunes, el Estado ya no es un Estado que sirve al interés general sino que está únicamente al servicio de los ricachones y de una casta política. Reivindicaciones tales como la revocabilidad de los cargos electos y la obligación de someter cada ley a un debate para llevar adelante en el seno de asambleas ciudadanas habrían podido tener un eco real.

Más globalmente, si bien la idea de una VI República siempre fue bastante utópica para el común de los mortales, demasiado implicados en los problemas de la vida cotidiana, la idea de un cambio de régimen era compartida por muchos Gilets jaunes. ¿Pero qué poner en su lugar? ¿Un gobierno de Salvación Pública? ¿Un Comité Nacional de la Resistencia al neoliberalismo? Había muchas ideas en circulación pero poca estrategia para lograrlo. Y sobre todo, un gran silencio sobre este punto de parte de las organizaciones revolucionarias.

Por mi parte, en el momento en que una nueva prueba de fuerza se presenta en torno a la reforma de las jubilaciones, pienso que es urgente constituir un frente social y político unitario, convocando a los Estados Generales de la “Francia de abajo” que lucha. En todo caso, me parece indispensable actuar en ese terreno, reuniendo a los Gilets jaunes con al mundo sindical en lucha, con los colectivos de barrios populares así como con las fuerzas políticas de izquierda (con o sin representación en la Asamblea Nacional). Esta sería una manera de poner a las direcciones sindicales y a los aparatos políticos entre la espada y la pared, pidiéndoles que se hagan cargo de sus responsabilidades.

¿Qué lecciones estratégicas recordar?

En este momento muchos países atraviesan movimientos de protesta masivos y radicales: Chile, Ecuador, Líbano, Argelia, Hong Kong y Cataluña. Más allá de las diferencias, todas estas movilizaciones se desarrollan en torno a la cuestión social. Imaginemos que estamos recién en los inicios y que el espectro de la revolución reaparece verdaderamente. ¿Qué estrategia hay que adoptar? ¿El escenario de un cambio mediante las urnas del tipo de Unidad Popular que condujo a Salvador Allende al poder? ¿O el del Frente popular en Francia de 1936, con un gobierno arrinconado por una huelga general?

Si bien los partidos tradicionales de la izquierda han perdido su hegemonía política en el movimiento obrero, otros partidos han surgido (o pueden surgir). Con esto quiero decir que la forma-partido no se ha vuelto forzosamente obsoleta aun cuando la constitución de un bloque contrahegemónico exige repensar esta forma y actualizar el arsenal programático. Por otra parte, incluso la democracia representativa está en crisis, ha perdido su legitimidad; no hay que tomar sus deseos como realidad y creer que para aquellos que se rebelan, desde ahora la opción se situaría entre la democracia directa/participativa por un lado y un régimen autoritario por el otro.

Lo sabemos, la clase dirigente y sus representantes en el poder utilizaron todo lo que pudieron (incluido el fascismo) para debilitar o aplastar las revueltas sociales. Utilizaron también las elecciones para volver a llevar la dinámica de movilización al regazo de las instituciones. Una estrategia revolucionaria debe integrar estos datos y no contentarse con las simples luchas, que debería hacer que converjan, sino atreverse a ocupar el terreno de un cambio de régimen. Un movimiento de protesta, realmente autoorganizado y enraizado en las empresas y en los barrios populares, tendrá que seguir una estrategia de doble poder, que permita darse los medios para dictar, en nombre de la mayoría social y de la salvación pública, las medidas de urgencia en favor de la mayoría social que se imponen.

En esta perspectiva, sería necesario comenzar a trabajar las cuestiones reivindicativas y elaborar un programa de ruptura, de “transición” que corresponda al período en el que hemos entrado. En este plano, las referencias ideológicas terminadas en ismo (el trotskismo en todas estas variantes, pero también el anarquismo, el comunismo y el socialismo) tienen menos importancia que la capacidad para reconciliarse con una estrategia revolucionaria y con estos fundamentos programáticos, cuya dimensión internacional no debe ser subestimada.

16 de noviembre de 2019
Traducción: Rossana Cortez


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NOTAS AL PIE

[1Bouquin, S., “Un retour en force de la question sociale. Quelques notes à propos de la révolte en gilet jaune”, Les Mondes du Travail, enero de 2019, pp. 121-132.

[2La primera en Commercy en febrero de 2019, la segunda en Saint-Nazaire a principios de abril de 2019, luego en Monceau-les-Mines en junio y finalmente en Montpellier (2-3 de noviembre de 2019).
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Stephen Bouquin

Profesor de sociología en la Universidad de Evry y director de la revista Les Mondes du Travail.