¿Qué tienen en común el asesinato de un prestamista, el próximo estallido de una huelga de transportistas y los procesos de Moscú?
Ambientada en la efervescencia política de la Ciudad de México de aquellos años, en esta novela Revueltas nos narra una historia que concatena los destinos de sus personajes principales, entre quienes destacan un padrote, una prostituta, un enano y varios militantes del Partido Comunista. Una obra que sin duda puede ser analizada desde diversas aristas.
Por un lado, la capacidad técnica del autor para hacer saltos en la historia que obligan al lector a prestar atención al más mínimo detalle, pues todos tienen su justo lugar para hilvanar el desarrollo de la misma. Estilo equiparable a Pulp Fiction, que vería la luz 30 años después.
Por otro lado, un ejercicio de análisis y contextualización histórico, con la interrogante que abre en los últimos capítulos del libro y que es central para el autor: ¿el siglo XX sería designado como el siglo de los procesos de Moscú o como el siglo de la revolución de octubre? Este es el derrotero que seguiremos.
José Revueltas había sido expulsado por segunda ocasión del PCM en 1960, en 1961 publicaría su Ensayo sobre un proletariado sin cabeza donde muestra ya sus distanciamientos con el estalinismo. En él criticaba al Partido por ser “una variante sui generis de la ideología dominante”, a pesar de auto presentarse como “ideología proletaria”. Posiciones que radicalizó con el paso de los años, hasta su muerte en 1976.
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A lo largo de esta novela, el autor presenta reflexiones y cuestionamientos abiertos a la dirección del Partido como propias de los personajes. Todos unidos por el intento de atraco a un prestamista orquestado por un padrote de nombre Mario Cobián y su compañero Elena (por El enano). Jacobo Ponce es un profesor de la Universidad a quien en la noche previa al estallido de la huelga le es notificada su expulsión del partido por “desviaciones ideológicas”, por un cuestionamiento ético a los métodos al interior de la organización, es él quien en la historia reflexiona en torno a los juicios de Moscú y la verdad absoluta e incuestionable del buró político.
Entre otros personajes también destaca Olegario Chávez, quien comienza a tener una lucha interior al enterarse que los sacerdotes del Partido querían liquidar físicamente a un militante de años y a una figura importante, Eladio Pintos. Es él quien encarna las fuertes críticas de Revueltas hacia los métodos esgrimidos por el estalinismo, como la liquidación física. También es quien termina siendo chivo expiatorio del gobierno contra los comunistas al ser detenido por estar en shock después de haber asesinado a su camarada el Niágara por error, en un asalto al local de la Unión Anticomunista. Plan que había sido orquestado desde la dirección del PC mexicano para deshacerse de Pintos. El buró político, ese mismo día le daría la espalda votando su expulsión y emitiendo un comunicado de extrañamiento.
También Jacobo Ponce es quien al interior de las páginas plantea la visión de Revueltas como denuncia hacia la formación selectiva, que permitía el enraizamiento de la burocratización al interior de la organización. Haciendo que fueran pocos los que discutieran la política, valiéndose de gente abnegada que la llevará a cabo y sin cuestionamientos, a nombre de lo que el autor denominaría como “los Sacerdotes del Partido”. En esta misma reflexión de Jacobo Ponce, el Partido se erigía como la máxima institución de una nueva religión que se erigía sobre sofismas tautológicos.
Para él la retórica partía de que, si la clase obrera era la vanguardia y el Partido Comunista era la vanguardia de la clase obrera, el Partido Comunista de la URSS era la vanguardia del proletariado internacional y la política dictada desde cualquiera de sus instancias debería llevarse a cabo sin chistar ¿o es que acaso eras contrarrevolucionario? Crimen que traía consigo la muerte o la expulsión en el mejor de los casos.
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Para Revueltas resultan más dolorosas las pérdidas (físicas) perpetradas por los comunistas hacia los comunistas, que las perpetradas por el Estado. ¿A nombre de qué? Se preguntaría el autor. Una verdad que se volvería objetiva a través del engaño y la repetición de las mentiras, los expulsados y muertos se convertían de esta manera en la encarnación de una verdad concreta, en un tiempo enajenado. La calumnia sería el arma predilecta.
De la otra cara de la moneda estaba el silencio, de todos aquellos que discrepaban con la dirección que había tomado la URSS con Stalin al frente. Revueltas plantearía que el silencio de los ejecutados en los Juicios de Moscú fue la táctica esgrimida por ellos, para mostrar que lo que estaba mal era el aparato estatal que comenzaba a formarse y que liquidaba a las grandes mentes que habían permitido el triunfo de la Revolución de Octubre. Silencio sepulcral que alcanzó todos los rincones donde había PC’s, aunque hubo fracciones que valientemente -como el trotskismo- lucharon contra el estalinismo y el Estado, la mayoría prefirió adaptarse a sabiendas de lo que podría ser su destino, la cárcel, la muerte o el exilio.
Silencio que esperará el momento de estallar ferozmente, para reivindicar a todos aquellos que murieron también a manos de la burocracia soviética estalinista.
Las miserias, sordideces y los crímenes de Stalin y su grupo serán vistos por la sociedad comunista del mañana como una oscura y siniestra enfermedad de los hombres de nuestro tiempo…
… nada podrá aparecer, por ejemplo, más impresionante, más desgarradoramente tremendo y bello que el sacrificio inaudito de los hombres que fueron sentenciados a muerte por los procesos de Moscú. [1]
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