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Red Internacional
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OPINIÓN. Los crímenes de odio y el sionismo

Durante los últimos 25 años se fertilizó un humus de xenofobia y mesianismo que derechizó la sociedad israelí como nunca antes en su historia, expresado en todos los órdenes de la vida política, social y cultural.

Jueves 13 de agosto de 2015

Fotografía: EFE

Mediante una serie de protestas callejeras, miles de palestinos acompañaron los restos de Saad Dawabsha, el padre del bebé quemado en la aldea de Duma, producto del terror y el vandalismo de un grupo de colonos judíos ortodoxos que asaltaron la vivienda de los Dawabsha con bombas Molotov.

Este grupo de judíos fanáticos milenaristas actuó en represalia a la demolición de dos viviendas de colonos judíos del asentamiento de Bet El, ordenada por la Corte Suprema Israelí, aunque inmediatamente el premier derechista Benjamín Netanyahu haya instruido la construcción de 300 viviendas más. Estos grupos están formados por bandas fascistas como Tag Mejir (El precio a pagar), que constituyen la vanguardia en la colonización judía de los territorios palestinos de Cisjordania, amparados por la impunidad expresa del Estado sionista.

Gatopardismo

La imagen del bebé calcinado fue demasiado para el paladar del establishment internacional, EE.UU., la UE y la ONU, los que condenaron el brutal crimen y exigieron un castigo “ejemplar” a los culpables. Estos crímenes de odio sacudieron a la sociedad israelí obligando al premier derechista Benjamin Netanyahu y al presidente Reuben Livni a condenar el “terror judío”. Si no fuese un drama sería una parodia. Netanyahu y Rivlin son dirigentes del Likud, el partido histórico de la derecha constituido desde las entrañas del Irgún, la milicia terrorista que sembró el pánico en la vieja Palestina histórica, inspirada bajo las ideas de Vladimir Jabotinsky, “el primer ciudadano fascista”, tal como lo designara el mismo Mussolini.

La crisis adquirió tal envergadura que el gobierno israelí ordenó nueve detenciones en Adei Ad, el asentamiento de colonos judíos más próximo a la aldea donde el bebé palestino fue carbonizado. Netanyahu actuó bajo la recomendación de la Shin Bet, el más jerárquico de los servicios de inteligencia del Estado judío, que sugirió descomprimir la situación con la detención en particular de tres activistas de ultraderecha del movimiento de colonos. Mordejai Mayer fue señalado como sospechoso de haber incendiado la Iglesia de la Multiplicación de los Panes y los Peces. Los dos restantes, Eviatar Slonim y Meir Ettinger son conocidos en la derecha radical, sobre todo Ettinger, nieto del legendario rabino Meir Kahane, líder de la Liga de Defensa Judía y más tarde Kaj, el partido racista del movimiento de colonos que apareció en escena en 1970 sosteniendo públicamente el exterminio masivo del pueblo palestino. Pero Ettinger superó a su abuelo con creces: en su Manifiesto Rebelde de 2013 convocó a derribar al gobierno israelí para romper el “status quo”, hacer una “revolución” e implantar una teocracia rabínica, legislada por la Halajá (ley judía) y las normas bíblicas. Esta fracción del movimiento de colonos tiene como referencia La Tora del Rey (Torat Hamelej), la guía escrita por los rabinos Itzjak Shapira y Yosef Elitsur del asentamiento de Ytzhar (una de las colonias más violentas de Cisjordania) que autoriza matar a no judíos, incluso bebés, “que van a crecer para hacernos daño”.

Tan delicada resulta la situación que el gobierno israelí apresó a los activistas de ultra derecha bajo el impacto del recurso de las “detenciones administrativas”, una figura jurídica ultra reaccionaria que data de la época del Mandato Británico y que el Estado sionista asimiló en su legislación, empleándola a menudo contra el pueblo palestino para cometer todo tipo de arbitrariedades. Las detenciones administrativas pueden prolongarse por seis meses y ser renovadas de forma indefinida. El gatopardismo de Netanyahu de ningún modo puede exorcizar los demonios de una legislación profundamente racista que mantiene la impunidad de infinidad de crímenes de odio como el asesinato del bebé, así como el vandalismo judío sobre olivares, viviendas, iglesias y mezquitas, protagonizado por estos sectores desde hace muchos años.

Es el sionismo

Los partidos sionistas laicos y opositores adjudicaron la emergencia de los crímenes de odio a la “atmósfera de intolerancia” creada por la coalición de gobierno derechista encabezada por Netanyahu, e integrada por partidos xenófobos como Habait Hayeudí del ministro de Educación Naftali Benet y la ministra de Justicia Ayelet Shaked, quienes exhortaron por una nueva Nakba y acabar con los vicios “liberales” de la Corte Suprema Israelí, que legalizó la tortura y los “asesinatos selectivos”. Las clases medias liberales y progresistas de Tel Aviv y Haifa que se referencian en la opositora Unión Sionista del laborista Itzjak Herzog observaron con preocupación la violencia del Estado judío que estimula también el terror contra los judíos liberales y las minorías LGTB, tal como ocurrió con una joven israelí de 16 años, ultimada producto de las heridas a cuchillo efectuadas por el judío ortodoxo Ishai Shlisel en la Marcha del Orgullo Gay, quien recién había dejado la prisión después de purgar diez años de condena por el mismo crimen.

Efectivamente, durante los últimos 25 años, entre los que figuran cuatro mandatos de Netanyahu y el incompleto período del halcón Ariel Sharon, se fertilizó un humus de xenofobia y mesianismo que derechizó la sociedad israelí como nunca antes en su historia, expresado en todos los órdenes de la vida política, social y cultural. El movimiento sionista originario era predominantemente laico y ateo, integrado por sectores liberales e incluso fracciones de izquierda como el Poalei Sion, influidas por ideas distorsionadas de marxismo que sostenían la necesidad de emigrar a Palestina y la edificación de un Estado judío para “normalizar” las “condiciones de producción” de la vida del pueblo judío, haciendo efectivas las tareas democráticas nacionales y reservando para una segunda etapa incierta la lucha por el socialismo.

Bajo el tamiz de estas ideologías las milicias sionistas consumaron la Nakba en 1948 mediante la limpieza étnica de casi un millón de campesinos palestinos, expulsados de sus tierras originarias. Para consolidar las bases del naciente Estado hebreo, el premier y gran estratega del sionismo David Ben Gurión (líder del Mapai –Partido Obrero Israelí-) mantuvo un régimen militar contra la minoría palestina hasta 1953 y simultáneamente acordó un compromiso con el partido religioso Agudat Israel para sellar la identidad judía del Estado de Israel, fusionando religión y Estado y abjurando de una constitución laica que fijara las fronteras nacionales. Durante los primeros 30 años de existencia del Estado judío, los laboristas manejaron las riendas del gobierno manteniendo este equilibrio con los religiosos, a partir de una vida social más o menos laica. Pero dicho equilibrio se rompió después de la Guerra de los Seis Días, alumbrando una nueva forma de nacionalismo judío. Tras la humillante derrota propinada a los pueblos árabes y el curso expansionista que adquirió el Estado hebreo (el que conquistó la península del Sinaí y los Altos del Golán de manos de Egipto y Siria y ocupó la franja de Gaza, Jerusalén oriental y Cisjordania), una fracción de judíos ortodoxos del Mafdal, otrora Agudat Israel, interpretó el resultado aplastante de la guerra como una señal divina para judaizar los territorios palestinos hacia un Gran Israel, trazado según los lineamientos del relato bíblico. La radicalización derechista pegó un salto cualitativo en 1974 con la formación del Gush Emunim (Bloque de los Creyentes), tras ser sorprendido el Ejército israelí en la Guerra de Yom Kipur por Egipto y Siria. Esta corriente irrumpió desarrollando la extensión de la colonización “ilegal” en Cisjordania y Gaza, desafiando los límites de la colonización “legal” trazada por el Estado judío, aunque al mismo tiempo bajo el consentimiento de este y la venia de los Rabinatos Ashkenazí y Sefaradí.

En consecuencia, los crímenes de odio se desprenden de la naturaleza racista y colonial del Estado de Israel, que desde sus vísceras alienta las formas más bárbaras de teocracia y reacción contra los derechos inalienables del pueblo palestino. Desde sus formas iniciales signadas por el laicismo hasta sus formas actuales influidas por el fundamentalismo religioso, el sionismo resulta incompatible con el derecho a la autodeterminación del pueblo palestino.