La cadena de acontecimientos en América Latina pone fin a lo que parecía la excepción de un mundo polarizado y en ebullición. El regreso de la lucha de clases en Ecuador, Chile, Bolivia y Colombia desmiente, o al menos pone en duda, el asentamiento de las derechas neoliberales en el continente. Se suman los cambios políticos en Argentina, Brasil y Uruguay (canalizados institucionalmente, aunque no sin fuertes polarizaciones). Puerto Rico, Haití y Honduras adelantaron algo del clima regional. Los estallidos en Irak, Líbano, Irán, la reanimación del conflicto en Cataluña, las movilizaciones persistentes en Hong Kong, completan un panorama signado por crisis políticas en varios países de Europa y en Estados Unidos.
Parte del escenario poscrisis económica de 2008 fue el resurgimiento de la movilización de las mujeres y, con ella, del feminismo. Ese movimiento volvió a ser vocero del hartazgo, cada vez más insostenible con el empeoramiento de las condiciones de vida de las mayorías. Las vivencias de la opresión en las sociedades capitalistas contrastan con los discursos de tolerancia y diversidad y la ampliación de derechos.
Los feminismos, que habían representado un desafío para gobiernos, organizaciones políticas y otros movimientos sociales, son hoy interpelados y puestos a prueba por diferentes procesos políticos.
Golpes y golpes
A propósito de la situación latinoamericana, una de las discusiones más agudas se dio alrededor del golpe de Estado, que terminó con el gobierno de Evo Morales. En la resistencia al golpe, encabezada por movilizaciones en El Alto y Cochabamba, las mujeres de pollera volvieron a estar en primera fila recordando las guerras del Gas y del Agua, y se transformaron en símbolo contra el golpe cívico militar. Desde el primer día, se desarrolló un debate en el feminismo latinoamericano en general y boliviano, en particular.
Algunas feministas equipararon el golpe y el gobierno de Morales, como María Galindo, referente de Mujeres Creando, al referirse al escenario como un enfrentamiento de “dos fascismos”,
Como parte de una serie infinita de acciones tomadas por Mujeres Creando estos días hemos decidido abrir un espacio deliberativo de mujeres llamándolo “Parlamento de las mujeres”, donde podamos dar voz a nuestras esperanzas, donde se instale un clima de diálogo y argumentación, que es lo que esta fascistización nos está arrebatando. Hacerlo en medio de un clima que se ha convertido en la pugna entre dos golpes de Estado, entre dos fascismos… (“La noche de los cristales rotos”)
Otras, como Silvia Rivera Cusicanqui, consideraron “peligroso” llamar golpe de Estado al golpe en curso,
Yo no creo en las dos hipótesis que se han manejado. El triunfalismo de que con la caída de Evo hemos recuperado la democracia me parece un exceso, un análisis que se está saliendo de foco […] La segunda hipótesis equivocada, que me parece a mí sumamente peligrosa, es la del golpe de Estado, que simplemente quiere legitimar, enterito, con paquete y todo, envuelto en celofanes, a todo el gobierno de Evo Morales en sus momentos de degradación mayor (“Bolivia: El MAS y las causas del golpe. Un debate necesario”).
También existieron sectores que, frente al golpe, realizaron una defensa cerrada de Evo Morales. Así lo hicieron en contra de Rita Segato que, aun oponiéndose al golpe de Estado, criticó al gobierno al MAS,
Cuando dice “Deberíamos comenzar a generar una retórica de valor a otra forma de valor que se distingue mucho a la gestión de los caciques”. Suena muy bonito. Preguntamos: ¿Le ha pasado en el cuerpo esa gestión de los caciques? Nosotras hemos visto, hemos sentido el sabor amargo de esa secuela de la conquista. Nuestros hombres han tomado lo peor del machismo colonial [...] ubicar a Evo como el símbolo del patriarcado es demasiado chabacán. No celebramos los dichos sobre la quinceañera de Evo, porque hemos sentido en nuestros cuerpos todos lo que significa la cosificación de nuestros cuerpos [...] Aún así, afirmamos que lo que pasó en Bolivia fue un golpe de Estado (“Mujeres indígenas le responden a Segato”)
De esta postura se hicieron eco agrupaciones kirchneristas en Argentina, que se sumaron a una suerte de “linchamiento” en redes sociales de Segato. Las críticas a la antropóloga se debían menos a planteos discutibles sobre el desarrollo de la situación en Bolivia, si no casi exclusivamente a no adherir a la defensa cerrada del gobierno de Evo Morales. No está de más aclarar que esa “defensa” no es requisito para repudiar el golpe de Estado cívico militar que llevaron adelante la derecha, los empresarios y el Ejército, y que hoy cuenta con la legitimación del propio MAS, que ha negociado con los golpistas el calendario electoral, mientras miles de personas se movilizan y resisten la represión y la persecución.
Otras feministas bolivianas, como Adriana Guzmán –con algunas críticas al MAS– repudiaron el golpe como un asalto al poder liderado por la derecha y los empresarios. Guzmán advierte además un problema sobre la lectura de los acontecimientos como una “disputa de poder entre machos”,
…y definitivamente para nosotras no lo es. Si bien está de por medio que son hombres y que prima su machismo, hay por detrás una pugna por un proyecto político de país que hemos ido construyendo las organizaciones sociales, no solamente el gobierno. Esta idea de que todos son lo mismo nos pone a las feministas por encima del bien y del mal, no podemos posicionarnos del lado ni del proceso ni de ningún lado, creemos que esa es también una herencia de un feminismo colonial… (
“Un golpe cívico-religioso de grupos fascistas y racistas”).
María Galindo elige una analogía particular (aunque no es de su uso exclusivo) para ilustrar la situación que atraviesa Bolivia: “...por muy increíble que parezca, somos las mujeres las que tenemos la clave de cómo quitándote un macho de encima no tienes por qué caer en el macho siguiente”. Y no se agota en ese aspecto. En medio de las negociaciones entre el MAS y el gobierno golpista, Galindo destaca la figura de Eva Copa, nueva presidenta del Senado y cabeza de la Asamblea Legislativa Plurinacional, y la distingue, emparentándola con las mujeres que resisten en El Alto,
Todo eso lo ha hecho Eva aceptando cargar el bulto de las circunstancias en sus espaldas, pisando un piso agrietado que podría tragarla a cada paso. La ciudad de El Alto es una ciudad donde cotidianamente las mujeres cargan en sus espaldas grandes bultos en aguayos, llevan su mercadería, o sus wawas, sus angustias o sus esperanzas a cuestas. Eva carga un bulto también: el bulto de esperanzas para frenar una guerra civil, el bulto de ungüentos con que conjurar la violencia de los asesinos, carga el bulto de los sueños de los asesinados, carga el bulto de las lágrimas de las dolientes que no paran de llorar, dejando claro una vez más que las mujeres no queremos ocultar nuestra fragilidad y nuestro dolor. Eva es la antítesis de Yanine Añez, pero también de Evo (“Eva, por María Galindo”).
De la neutralidad frente al golpe, expresada en “lo más subversivo es no tener bando”, como escribió en “La noche de los cristales rotos” (citado más arriba), Galindo pasa a la justificación de la política de negociación y legitimación del gobierno golpista por parte del MAS. Presentar la acción de Eva Copa como “cargar el bulto de esperanzas para frenar una guerra civil” no es una decisión menor, cuando existe en las calles una resistencia, poblada de mujeres de pollera, trabajadoras, trabajadores, campesinas, campesinos y jóvenes que cantan “No negociamos con nuestros muertos”. Así como en los primeros días, no existieron posturas feministas o antifeministas, en las lecturas de la negociación con el régimen golpista de Janine Añez también se utiliza la “vara” feminista para pronunciarse, en definitiva, sobre la dinámica política del golpe de Estado en Bolivia.
Las referencias a las formas “femeninas” de la política, que rozan con el esencialismo, tuvieron su exponente en la idea de que más mujeres en el poder representarían mejoras para la mayoría de las mujeres. Esa idea, presente en el feminismo liberal, fue desmentida por las experiencias de mujeres al frente de Estados capitalistas, imperialistas o semicoloniales. Pero también fue y es discutida actualmente por feministas, porque la sola presencia de mujeres no solo no garantiza mejoras para la mayoría sino que, al contrario, son parte del personal político que aplica planes de ajuste y austeridad que afectan particularmente a millones de sus congéneres. También es parte de las conclusiones el reconocimiento del rol funcional del feminismo liberal con respecto al neoliberalismo, al abandonar las críticas a la sociedad capitalista y aspirar una igualdad de género “a secas” en los marcos de los regímenes existentes.
Lo más peligroso de la analogía es que no sirve para describir los gestos de las democracias capitalistas que, aun reconociendo derechos –incluso a regañadientes–, nunca dejan de alimentar la maquinaria de justificación y reproducción de violencias económicas, sociales, políticas, que redundan en legitimación de las físicas perpetradas por individuos. Y no lo hacen porque ningún Estado de clase pudo despojarse de las herramientas de la opresión de género, de etnia y muchas otras, para seguir reproduciendo su propia existencia. Es donde yace lo esencial de la alianza entre patriarcado y capitalismo que, a pesar de concesiones, sigue funcionando de manera aceitada. Cualquier desorden en esa alianza puede provocar temblores, pero no ha alcanzado para quebrarla.
Las mujeres en sí mismas no conformamos un bloque político. Nuestro género no posee una esencia que nos distinga o nos otorgue características positivas o distintivas que se traduzcan en una forma femenina de hacer política. Como en todo movimiento social, existen diferentes estrategias, perspectivas de clase, programas y convicciones políticas. La muestra más trágica de esta imposibilidad es la figura de la propia Añez al frente de un golpe racista y empresarial que, Biblia en mano, entró en la casa de gobierno de Bolivia quemando banderas Wiphala y jurando revanchismo.
La conclusión más importante de estas diferencias es la heterogeneidad de un movimiento, que puede cohesionarse alrededor de algunas demandas concretas (contra la violencia patriarcal, por el derecho al aborto legal o contra la desigualdad), pero eso no anula que en su seno convivan múltiples sectores que pugnan por diferentes estrategias y programas políticos, mostrando que la “sororidad” no funciona cuando, ante cuestiones tan cruciales como un golpe de Estado, hay mujeres (incluso, feministas) en veredas enfrentadas. Y confirma, a la vez, la inexistencia de una política femenina o una forma de hacer política de las mujeres.
Feminismo y política
Los motores de la movilización contra la violencia patriarcal y la desigualdad siguen encendidos y alimentan la participación de muchas mujeres en las actuales protestas. Esa vitalidad se confirmó el 25N, Día Internacional de Lucha contra la violencia hacia las mujeres.
En Chile, las denuncias de la violencia estatal, que afecta especialmente a las mujeres (torturas, simulacros de violación y abusos sexuales de las fuerzas represivas), se sumaron a la demanda de aborto legal y la identificación de la responsabilidad del Estado en la revictimización de quienes sufren la violencia machista. Las movilizaciones del 25N apuntaron también a los debates sobre una nueva Constitución. Con el llamado a un referéndum en 2020, el gobierno de Piñera busca desactivar las protestas, sin embargo la Asamblea Constituyente es una salida para amplios sectores que quieren acabar con el régimen heredado de la dictadura pinochetista. Es lo que alimenta las sospechas de la política de Piñera y la simpatía con la propuesta de sectores de la izquierda, como el Partido de Trabajadores Revolucionarios, que propone luchar por una Asamblea Constituyente verdaderamente Libre y Soberana. En Colombia, la marcha contra la violencia machista se hizo eco de los reclamos del paro nacional y, a su vez, las protestas contra el gobierno de Iván Duque cuentan en sus filas a trabajadoras y estudiantes. La decisión de marchar el 25N unió en las calles una vez más los reclamos.
En otros países, con menor movilización, los reclamos de las mujeres siguen en la agenda política, como en México, donde Universidad Autónoma de México volvió a exigir medidas para responder a la violencia machista y los femicidios. En Argentina, aunque el descontento con el gobierno de Mauricio Macri fue canalizado en las elecciones (con la colaboración de la burocracia sindical y el peronismo que apostaron a esa salida), el reclamo del aborto legal sigue vigente y no está descartado que vuelva a complicar la agenda del próximo gobierno de Alberto Fernández y su alianza con sectores conservadores y de la Iglesia católica.
La reemergencia de la movilización contra la opresión de las mujeres resultó en una crisis del discurso hegemónico liberal. Las consecuencias de la crisis de 2008 dejaron al desnudo el contraste una igualdad formal limitada y una desigualdad real de la mayoría de las mujeres, que engrosan las filas de la pobreza y la precariedad. En las democracias capitalistas actuales, marcadas por la desigualdad, el género, la etnia o el origen se vuelven multiplicadores de las miserias sociales. Es lo que explica la ampliación de sectores que apuntan contra la alianza patriarcado-capitalismo, y no solo las voces que desde el marxismo siempre criticaron esa asociación ilícita entre la explotación de clase y la opresión de género.
A su vez, el rol funcional del discurso liberal derivó en la identificación entre feminismo y neoliberalismo. El reemplazo de la lucha contra la opresión por la igualdad de oportunidades en un sistema desigual por definición, el abandono de la crítica a las jerarquías sociales o la adopción de nociones como la meritocracia, abonaron esa identificación. El señalamiento de la feminista estadounidense Nancy Fraser, expresado en la idea de “neoliberalismo progresista”, explica algo de la instrumentalización de la lucha contra la llamada “ideología de género” (que engloba derechos conquistados por las mujeres y las persona LGBT y libertades individuales elementales como la identidad) que hacen las nuevas derechas.
También están en cuestión los “logros” durante el apogeo neoliberal, ¿el feminismo fue demasiado lejos y la reacción es producto de ese avance por fuera de la “relación de fuerzas” o, en realidad, no avanzó lo suficiente en su crítica a la sociedad en la que se reproduce la opresión? De las posibles respuestas derivan perspectivas y programas políticos presentes hoy en el movimiento: profundizar la crítica contra el capitalismo y soldar alianzas estratégicas en ese sentido, o apoyar variantes del “mal menor” ante la derecha. La primera opción encuentra simpatía en la movilización de las mujeres, sin embargo, la segunda hizo mella en sectores feministas, incluso los que se identifican como anticapitalistas, como la propuesta de oponer a los populismos reaccionarios “populismos progresistas” que hace Fraser. En términos concretos, esta idea se expresa en apoyo a candidatos como Bernie Sanders en el partido Demócrata, que no mostró hasta ahora ser alternativa alguna dentro del establishment estadounidense, o a formaciones como Podemos en el Estado español, que se prepara para participar de un gobierno de coalición con el PSOE. En Argentina, la lógica de apoyar un mal menor frente a variantes de derecha, se vio en el apoyo al peronismo frente a Macri. Con características propias de los procesos políticos de cada país, estas opciones expresan los límites de lo posible en los marcos de regímenes degradados.
La aparición en escena de la lucha de clases abre nuevos interrogantes a esos feminismos pero, sobre todo, presenta nuevas oportunidades para soldar las alianzas estratégicas ensayadas de forma intuitiva en las calles. La propia dinámica de procesos de lucha de clases en América Latina, como el de Chile, plantean una pregunta que no es nueva para la movilización feminista, que quiere acabar con la opresión: ¿es posible pasar de la resistencia a la transformación social profunda, como de la revuelta a la revolución?
Los feminismos que abrazan la perspectiva anticapitalista tienen por delante ya no solo la crítica del discurso y la resistencia a las políticas neoliberales sino también forjar alianzas estratégicas con la clase trabajadora (donde, por primera vez, las mujeres constituyen casi la mitad del conjunto de los asalariados) y otros sectores oprimidos. Para superar esas etapas valiosas pero “elementales”, es imprescindible profundizar la batalla política e ideológica que abre este nuevo momento. Parte de esa batalla es construir organizaciones revolucionarias, que reflexionen, pongan a prueba sus programas, y disputen en el seno del movimiento feminista las conclusiones de cada experiencia. Es, en definitiva, la preparación necesaria para pasar de la resistencia a la pelea por el poder, la única posibilidad realista de transformar de raíz estas sociedades degradadas para pensar un futuro libre de opresión y explotación para todas las personas.
COMENTARIOS