Los usos del pasado hablan de nuestra concepción del presente. Aquí, un contrapunto con el (ab)uso de los “nuevos” liberales de la figura de Alberdi y su reivindicación de la “edad de oro” de la Argentina dependiente.
Viernes 3 de septiembre de 2021 00:07
Ramiro Nuñez
Hace algunas semanas, en el programa de Carlos Pagni, el historiador Roy Hora y el economista Gerchunoff, sostenían que cuando se hablaba de “la época dorada de Argentina”, a diferencia de lo que ocurría en otros países, las respuestas que se encontraban eran de lo más variadas. Mientras algunos defienden la década del peronismo clásico como modelo a seguir, otros ven en la etapa previa, en el modelo agroexportador de principios de siglo XX “la clave del éxito”.
Quienes no se quedan atrás de estos “grandes relatos”, son los llamados “libertarios”. Pese a su retórica supuestamente disruptiva y anti sistema, cuando se les pregunta por el “modelo a seguir”, personajes como Milei o Espert recurren a la referencia internacional (Estados Unidos, los países del norte europeo), o al propio pasado nacional. Lo curioso es que “los nuevos” de la política criolla se tienen que ir tan lejos como a mediados del siglo XIX para presentar su “modelo de sociedad y crecimiento”. Javier Milei sostiene que su modelo es “El modelo liberal aplicado desde 1880 y sustentado por la Constitución Nacional de 1853 diseñada por Juan Bautista Alberdi”. Pero ¿Cuál era el pensamiento de Alberdi y que ocurrió en ese periodo?
Alberdi, la Guerra del Paraguay y el problema de la deuda.
Una primer constatación es que la asociación entre Alberdi y todo aquel periodo es un gran error histórico: el pensamiento de Alberdi, si bien basado en los principios del entonces liberalismo económico, se opuso en gran medida a los gobiernos que forjaron “la patria terrateniente”, entre 1860 y 1910. Para sostener esta idea se vuelve necesario reconstruir los rasgos centrales de este proceso.
Si la revolución de Mayo había abierto las compuertas a las fuerzas centrífugas que desata la ruptura del vínculo colonial, estas aún no se habían estabilizado para 1860. Caído Rosas en Caseros, el “frente anti rosista”, encabezado por Urquiza sufrió un rápido desmembramiento. Los productores bonaerenses volvieron a enfrentarse con los del Litoral y estos con la burguesía comercial porteña. La expresión de este momento fue, justamente, la negativa de Buenos Aires a participar de la constitución propuesta por Urquiza en 1853 apoyada en las Bases de Alberdi, que tomaba como modelo el federalismo norteamericano y los principios del liberalismo clásico.
Por lo tanto, lejos de ser el mitrismo una representación del constitucionalismo y el liberalismo que proponía Alberdi, fue la corriente política que expresaba los intereses de la burguesía porteña. Estos, se podrían resumir en la idea de que: “al país lo unificamos nosotros o no lo unifica nadie”. La relación de fuerzas de esta etapa era ilustrativa: la coalición de todas las provincias no consiguió imponerse a Buenos Aires. De ahí en más la política de Mitre consistió básicamente en liquidar las resistencias que existían en el interior al dominio porteño.
Un segundo momento de esta etapa está marcado por la consolidación del Estado Nacional y la federalización de Buenos Aires, ya liquidadas las resistencias de los caudillos del interior. La intensificación del comercio exterior produjo el debilitamiento de algunas economías regionales, replanteando los términos de su inserción en los primitivos mercados que se estaban conformando. A esto se sumó la lenta pero constante formación de un mercado interno impulsado por el comercio exportador y la consecuente extensión de las comunicaciones (sobre todo con el Ferrocarril), que comenzó a unificar los intereses entre algunos sectores del interior y la burguesía porteña. Ya orientada toda la economía del país hacia el puerto de Buenos Aires, con el auspicio de los capitales ingleses, la federalización de la capital (que habilitó el regreso de Alberdi a la política local) no implicó un paso “progresivo” sino la consolidación del modelo agroexportador terrateniente.
En este sentido, el pensamiento de Alberdi, que buscaba unir la “pluma con la espada” ( dotar de un programa a la revolución de Mayo) ,encontró pocos o nulos interlocutores durante toda esta etapa. Luego del fracaso de Urquiza, la perspectiva mitrista era un modelo basado en los mandatos de la aduana y el puerto, un rosismo sin Rosas y sin mazorca, aunque no exento de violencia política hacia sus adversarios. Milciades Peña lo describió entonces como un “intelectual sin pueblo”, cuyas ideas carecían de una base social capaz de llevarlas a cabo. Ni el liberalismo porteño, ni los estancieros del Litoral tenían intereses y bases sociales para un proyecto autónomo diferente al de la inserción del territorio Argentino como semicolonia en el creciente mercado mundial. Por eso el liberalismo de Alberdi fue tomado sólo fragmentariamente: “La oligarquía tomaba de él lo que le convenía, que no era precisamente lo que más le convenía a la nación”. [1]
Una de las marcas más notables de esta contradicción entre Alberdi y los gobiernos mitristas fue su oposición a la Guerra del Paraguay, en la que el Estado (que representaba los intereses de la oligarquía porteña), haciendo uso del Ejército y de sus vínculos con el imperialismo inglés, arrasó con los pocos vestigios de pequeña propiedad que existía, llevando a cabo un verdadero genocidio de las poblaciones indígenas, gauchas y campesinas, obligadas a asesinar a sus hermanos paraguayos en alianza con el imperio brasileño. A su vez, significó el aplastamiento de las pocas resistencias que aún quedaban en el interior a la política porteña. Por su oposición a esta Guerra, Alberdi fue acusado de “traidor a la Patria” y de infiltrado paraguayo.
Pero el tucumano no sólo se opuso a aquella guerra, sino al modelo que traía aparejado. Por ejemplo, denunció el enorme endeudamiento del Estado para llevar adelante esa Guerra. Decía: “Los ingleses que pasan por ser inteligentes en la colocación de sus capitales, no hallaron mejor que prestarle a los gobiernos del plata para servir a las empresas de la civilización por las cuales fueron despoblados y arrasados el Paraguay y Entre Ríos” [2]. Vale recordar que a pesar de que Inglaterra no intervino en el conflicto bélico en forma directa, había sido uno de los beneficiarios de la contienda: Argentina se endeudó con la banca británica para hacer frente a las necesidades bélicas e incluso Paraguay en 1870 -al final de la guerra- contrajo su primer empréstito con Londres por un millón de libras esterlinas.
Alberdi se oponía a este tipo de sometimiento al capital extranjero "Si la libertad consiste en el gobierno de sí mismo, ¿cuáles son los hechos en que consiste el gobierno de sí mismo? Son dos principalmente: desde luego, en no ser gobernado por el extranjero, es decir, en ser independiente; en no ser gobernado por una entidad cualquiera, aunque sea nacional, con exclusión del país" [3]. Y sobre la deuda agregaba: “El interés de la deuda, cuando es exorbitante y absorbe la mitad de las entradas del tesoro, es el peor y más desastroso enemigo público. Es más temible que un conquistador poderoso por sus ejércitos y escuadras; es el aliado natural del conquistador extranjero".
Si un elemento central que caracteriza la decadencia nacional, hasta hoy en día, es el sometimiento de la deuda, queda claro que el pensamiento de Alberdi estaba en las antípodas de la reivindicación que puedan hacer hoy en día de él los actuales “libertarios”. Su parloteo mediático respecto a la reducción de la intervención estatal, se termina cuando se trata de temas centrales como el sometimiento a los organismos internacionales de crédito: allí acuerdan en que el Estado debe “honrar las dudas” , cueste lo que cueste al pueblo trabajador.
Es decir, existe un desfasaje muy grande entre el pensamiento de Alberdi y las políticas tomadas durante la etapa considerada “dorada” por los actuales liberales. Claro, su lectura de Alberdi, además de superficial, oculta específicamente los rasgos en los que este se oponía al sometimiento extranjero, elemento clave de todo este periodo.
Los gobiernos de la patria terrateniente y la sub oligarquía local.
Pero volvamos al modelo decimonónico. Los gobiernos posteriores no hicieron más que profundizar este sometimiento y el Estado fue un instrumento clave en ese desarrollo. Recurramos una vez más a Milcíades Peña: el habla de la existencia de una “sub oligarquía” dentro de la clase dominante: el vertiginoso endeudamiento al capital financiero internacional no beneficiaba a la burguesía de conjunto sino, con carácter muy particular, a su oligarquía gestora que actuaba como intermediaria entre el Estado argentino y los banqueros internacionales.
Para graficar esto se remite a un diario londinense de la época, el cual decía que en 1884 la deuda del país era de 42.600.000 libras, mientras que siete años más tarde la deuda externa combinada de los gobiernos nacional y provinciales, sumada a la deuda interna flotante y a las obligaciones municipales, alcanzaba la suma de £ 154.500.000. Esto representaba un aumento de 112 millones de libras en menos de 7 años, mientras que “no existían en ese entonces obras públicas de valor equivalente que puedan exhibirse en compensación". Es decir, estamos ante un enorme proceso de corrupción en donde los rentistas y financistas locales generaban enormes ganancias en su rol de “intermediarios” del saqueo nacional. [4]
El caso de Victorino de la Plaza es paradigmático de este sector social. Diputado, ministro de Hacienda de Avellaneda, Roca y Alcorta, además de vicepresidente y presidente de la Nación, De la Plaza fue un fiel exponente de la banca europea. En una carta dirigida al titular del Banco d’Erlanger de París en enero de 1881 escribía:
“Haré señor mío, cuando de mi dependa en el sentido que Ud. me indica, y me será permitido anticiparle que podré servirlo cumplidamente no sólo en esas negociaciones sino en otras que pudieran producirse en condiciones ventajosas. Respecto de lo que Ud. me dice de manifestarle por lo que entiendo que debe asignarse por retribución de mis servicios, creo que lo podemos fijar como base de una cuarta parte de las comisiones o los beneficios que Ud. perciba en las operaciones” [5].
Es decir, estaba poniendo un precio definido a su rol como “intermediario” de la gran banca extranjera.
Por su parte, Juarez Celman, otro de los políticos representantes de este sector de la burguesía parasitaria decía que «Lo que conviene a la Nación, según mi juicio, es entregar a la industria privada la construcción y explotación de las obras públicas que por su índole no sean inherentes a la soberanía, reservándose el Gobierno la construcción de aquellas que no pueden ser verificadas por el capital particular, no con el ánimo de mantenerlas bajo su administración, sino con el de enajenarlas o contratar su explotación en circunstancias oportunas”. [6]
Lo que decía era esencialmente que el Estado debía actuar en nombre de una clase dominante sin ningún interés en desarrollar esa política por mano propia, garantizando las inversiones que la oligarquía y el imperialismo se negaban a realizar para facilitar sus negocios. A lo cual se sumaba el hecho de que los “costos” de esa política eran la venta de tierras fiscales, el desplazamiento de las poblaciones autóctonas y la alianza cívico militar que impusiera el orden de los cementerios en la zona agrícola bonaerense.
Estas fueron las bases sobre las que el Estado garantizó el modelo terrateniente rentista. Ergo, el modelo que defienden los liberales no tiene nada que ver con el “esfuerzo individual” ni con ningún desarrollo productivo, ni mucho menos con la “no injerencia del estado”. Más bien defienden el modelo de los especuladores que se enriquecen sin invertir un peso, custodiados por los erarios públicos.
Lo curioso de su argumentación, nuevamente, es que el propio Alberdi se oponía explícitamente a esta perspectiva: “Conviene reorganizar el arrendamiento territorial en provecho del arrendatario, y no del propietario ocioso y explotador, al revés de nuestro actual sistema de origen romano-feudal, ineconómico y estéril, que sacrifica el trabajo, la población y la riqueza al ascendiente de los señores de la tierra.” [7] Su modelo, irrealizable en aquella realidad argentina, se basaba más bien en los farmers estadounidenses y en la pequeña propiedad que debía servir como base para el poblamiento del extenso territorio nacional.
Y aquí entramos en un terreno aún más árido a la hora de evaluar el “modelo” que reivindican los libertarios: ¿Cuál era la política hacia los sectores populares, hacia la incipiente clase obrera en formación? Hemos hablado de la desposesión de tierras: ¿Pero qué pensaban estos gobernantes de la pobreza, el trabajo y las necesidades sociales?
“Los sectores populares durante el modelo liberal”
"No hay sultanes en Sudamérica; pero hay demócratas más despóticos que ellos" [8], decía Alberdi. Con esto se refería a los métodos autoritarios de la casta cívica militar que se erigió como grupo gobernante en el periodo. Y esto está dicho en boca de un liberal que ponía serias limitaciones al ejercicio de la democracia en su programa político. Vale recordar que el autor de las Bases no es un liberal de la época de Adam Smith, sino del 48 europeo, y particularmente Francés. Es decir, un liberalismo que expresaba a una burguesía ya temerosa de las masas y particularmente de la naciente clase obrera. Que no podía conjugar fácilmente en su discurso la libertad con la democracia, y que prefería retomar la idea de una división entre la libertad económica y el dirigismo conservador en lo político.
De ahí que en la visión de Alberdi la incorporación de las masas en la política fuera un proceso sumamente evolutivo. El Estado debía fomentar la inmigración y traer “partes” de la “civilización” europea al territorio nacional. Pero en ese camino la prioridad era el “tiempo económico-social”, de formación de una nación, y no el político, de participación ciudadana. En su visión: “Alejar el sufragio de manos de la ignorancia y de la indigencia es asegurar la pureza y el acierto de su ejercicio” [9] . La libertad de comercio, de navegación y de propiedad, eran el paso necesario para “la república posible”.
En este sentido, podemos decir que los principios del fraude y la ausencia de derechos a los trabajadores que caracterizaron a toda esta etapa no son incongruentes con el pensamiento alberdiano. Y por eso mismo cobra otro significado la reivindicación por parte de los “libertarios”: lo que verdaderamente admiran es esa sociedad en donde los trabajadores y el pueblo pobre carecía de derechos. Pero el problema no se limita a las libertades “civiles”, sino a la situación social y económica de los sectores populares.
Un primer aspecto que da cuenta de esta realidad es la desposesión de tierras de los pequeños propietarios agrícolas, pero sobre todo de las comunidades indígenas, de los campesinos pobres y de los gauchos.Como mencionamos anteriormente, la defensa de la “propiedad” se limitó a la de los grandes terratenientes, haciendo ajustar las leyes a sus intereses.
Respecto a aquellos sectores desposeídos, como recuerda Bayer, Alberdi mantenía su discurso elitista dotándolo de rasgos racistas: “No conozco argentinos distinguidos que lleven apellidos tehuelches o araucanos,¿ o acaso conoce alguien algún caballero que se enorgullezca de ser indio? ¿Usted casaría a su hermana o a su hija con un indio? Yo preferiría un zapatero inglés”.
De este modo, se acercaba a la reivindicación de un modelo basado en las jerarquías raciales, donde mulatos, indígenas y negros fueron condenados a la marginalidad, como expresa el propio relato histórico elaborado por el mitrismo, en el cual un mítico mestizo ya olvidado por la nueva inmigración blanca y europea constituiría el único modelo “popular” reivindicable por la oligarquía. De esta manera se ocultó la resistencia de todos esta población plebeya que se negaba a ser proletarizada bajo condiciones de semi esclavitud.
Años más tarde, aquella inmigración dió paso a la incipiente formación de la clase obrera, que en aquel entonces estaba aún asociada a una manufactura artesanal y a las pequeñas empresas. La concentración de la actividad comercial en las ciudades y el desarrollo del mercado interno habilitó la expansión de nuevos oficios que fueron ocupados por la vasta población migrante.
Sus condiciones de vida reflejan el lugar que tenían dentro del modelo terrateniente. El caso más claro, por la increíble extensión que alcanzó la precariedad de la vida, fue el de los conventillos a principios del siglo XX. Estos enormes caserones subdivididos en decenas de habitaciones, donde vivían familias enteras, fueron el hogar de decenas de miles de inmigrantes al llegar a la Argentina. La huelga de inquilinos de 1907 y los permanentes reclamos por agua potable, condiciones de higiene y rebaja de los precios leoninos (que alcanzaban a ser el 30% del salario obrero por solo una pieza), dan cuenta de esta realidad.
Por otra parte, si en 1890 el 85% de los trabajadores de la Ciudad de Buenos Aires trabajaban un promedio de 10 horas diarias, la situación empeoraba en las provincias del interior, con jornadas “de sol a sol”. A esto se sumaba una ausencia completa de cualquier tipo de seguridad social que cubriera a los trabajadores ante accidentes laborales, desempleo o enfermedad. Por no hablar del desconocimiento de cualquier derecho hacia las mujeres trabajadoras por embarazo o a los niños, que eran contratados como mano de obra barata.
Todas estas condiciones explican la emergencia del movimiento obrero, ligado a las ideas del anarquismo, del socialismo y del llamado “sindicalismo revolucionario”. No es el objetivo de este artículo ahondar en sus características, pero vale mencionar que se trató de un movimiento obrero que se constituyó en oposición a aquel modelo liberal que los excluía tanto en sus derechos políticos (el voto masculino universal recién data de 1912 y el femenino de 1949-1952), como sociales y económicos.
Con esta enumeración, lo que nos interesa resaltar es que el modelo que defienden como propio los “nuevos” liberales no era más que un modelo que se apoyaba sobre la ausencia de derechos laborales, de libertad para explotar cruelmente a los inmigrantes, y de sostenimiento de unas terribles condiciones de vida para los sectores más plebeyos. La clase obrera no entraba en el paraíso terrateniente ni en el orden liberal. El temor a un levantamiento popular contra el régimen oligárquico marcó a su vez la fuerte política represiva hacia las organizaciones de izquierda y obreras.
Es este el sentido profundo de la reivindicación por parte de los Milei y Espert del modelo “liberal”. Una libertad plena para retrotraer las condiciones de vida de los trabajadores cien años atrás, pasando por arriba un siglo de luchas y conquistas, que día a día deben ser reafirmadas ante los embates del capital y sus políticos. Libertad, si: para explotar y precarizar a la clase obrera, que no existan sindicatos ni derechos laborales, sometiendola a los planes del imperialismo mientras los burgueses locales se quedan con parte de sus enormes ganancias.
Unas reflexiones finales
Volviendo a las reflexiones de Hora y Gerchunoff. Como bien señalaron Matías Maiello y Esteban Mercatante en su artículo de Ideas de Izquierda, lo que tienen en común los liberales con los llamados “proteccionistas”, tradicionales o revisionistas, es la ausencia de un cuestionamiento respecto a cómo terminar con el atraso y la dependencia que han atravesado la historia argentina y que explican la decadencia económica en la que está sumida desde hace décadas. La reivindicación de los liberales respecto de los gobiernos oligárquicos es la expresión más abierta de la convocatoria a un estado fuertemente clasista, represivo y antipopular. Sin embargo, quienes dicen alejarse de ese modelo, no cuestionan las bases fundamentales sobre las que se sostiene la continuidad histórica de ese dominio de clase: la gran propiedad terrateniente, el sometimiento al capital extranjero y la premisa de que la única manera de existir como país sea siendo proveedor de materias primas dentro del mercado capitalista internacional.
Si en su momento Alberdi era un “intelectual sin pueblo” para realizar algunos de los aspectos progresivos de su programa, hoy la situación es muy distinta. Hoy existe una clase social interesada en terminar con el sometimiento nacional, y es la clase obrera. Claro que para actuar en tanto clase, y en defensa de los intereses del conjunto de los explotados y oprimidos, debe emanciparse de los partidos capitalistas y el Estado que defienden los intereses del imperialismo, haciendo su propia política. Por lo tanto, pensar en terminar con la decadencia nacional, implica tener como “modelo histórico” no a los burgueses que endeudaron, entregaron y sometieron al país, sino a las luchas de la clase obrera y el pueblo pobre por derrotarlas. La perspectiva de la izquierda revolucionaria está en el triunfo de la lucha actual de los trabajadores, las mujeres y los jóvenes apoyada en las lecciones de esa extensa historia que tienen detrás.
Gabi Phyro
Historiador. Miembro del Comité Editorial de Armas de la Crítica