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Geopolítica. Los objetivos del viaje de Biden a Medio Oriente

El presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, llegó este miércoles a Israel, la primer escala de una gira por Medio Oriente que incluye a Arabia Saudita con objetivos a corto y largo plazo: petróleo, limitar influencia de China y Rusia, e integrar la región en función de los intereses de Occidente.

Santiago Montag

Santiago Montag @salvadorsoler10

Jueves 14 de julio de 2022 22:40

Medio Oriente ha vuelto a recobrar importancia relativa para Estados Unidos. La región es clave para contener los precios de los hidrocarburos, por sus rutas comerciales, pero también por la importancia de apuntalar a sus aliados históricos en el camino por contener a China (con su proyecto de la Nueva Ruta de la Seda) y Rusia (que ha ocupado "espacios vacíos" dejados por EE.UU. como en Siria).

Al aterrizar, Joe Biden, entre sus primeras frases dijo “no es necesario ser judío para ser sionista”, expresando su apoyo total al discurso racista que sostiene ideológicamente la ocupación israelí, el cual pretende el reconocimiento universal de su política colonialista sobre la población y el territorio palestino, así como la ocupación de territorios de países árabes, como Jordania, Egipto, Siria y Líbano. Arribó a una región que enfrenta grandes desafíos que afecta intereses directos del imperialismo norteamericano, que busca extender la política de la OTAN y debilitar la influencia Rusa, China e iraní. Entre otras cosas, Medio Oriente viene sufriendo las consecuencias directas por el aumento de los precios de los alimentos, lo que ha estimulado diversas revueltas y protestas masivas en la región, desde Sudán a Líbano e Irak.

Para esto requiere aumentar el suministro de petróleo; amortiguar las tensiones crecientes entre Irán e Israel; y reafirmar una alianza estratégica fundamental en un contexto de crisis energética, propiciando una reunión incómoda con el príncipe heredero saudí Mohamed Bin Salman (MBS), cuyo país Biden una vez consideró un “paria” por su nula política en Derechos Humanos y las acusaciones del asesinato del periodista Jamal Khashoggi en Turquía.

Biden busca lograr sus objetivos estratégicos implementando una política en diversas escalas. Por un lado, apuesta a la integración regional entre sus aliados, con Estados Unidos como mediador, aportando al progreso en las relaciones de Israel con Arabia Saudita y otros estados del Golfo Pérsico que se fueron acelerado a través de los Acuerdos de Abraham. Entre algunos gestos consiguió que Arabia Saudita, que aún no normaliza relaciones con Israel, permita vuelos sin restricciones a las aerolíneas israelíes y permitirá vuelos chárter directos desde Israel para los musulmanes que participan en la peregrinación anual del Hajj en La Meca. Y ha dado apoyo explícito a Israel para frenar a Irán en su búsqueda por construir armas nucleares, incluso si hiciera falta utilizar la fuerza militar nacional, pero dejando la puerta abierta para avanzar en el Acuerdo Nuclear lanzado al tacho por Trump en 2018.

Por otro lado, evitará hacer compromisos profundos que puedan arrastrar a Estados Unidos nuevamente a una región fragmentada y caótica, producto de décadas de intervenciones militares imperialistas y guerras civiles, y que probablemente seguirá siéndolo en los años venideros. Israel y los estados árabes es probable que aprueben lo que el presidente de los EE. UU. tiene para dar, pero son muy conscientes de la disminución de su valor político a escala global. Por esta razón cobra relevancia Irán como “eje del mal” en la región, ya que puede ser el factor común que ordene la política de los aliados detrás de EE.UU..

La visita a Israel

Israel está bajo un gobierno provisional encabezado por Yair Lapid tras el colapso de la coalición multipartidista el mes pasado. Aunque la visita es una oportunidad para que el primer ministro interino, para capitalizarla demostrando sus capacidades diplomáticas, Biden también se reunió con Benjamin Netanyahu del Likud, quien tiene la chance de retornar al poder en las quintas elecciones en dos años este 1 de noviembre (aunque todavía no está claro que su alianza de derecha no alcance la mayoría en el parlamento para formar gobierno).

En la declaración conjunta firmada entre Lapid y Biden, Estados Unidos se compromete a contrarrestar los esfuerzos iraníes de conseguir armas nucleares, pero también al movimiento de Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS) liderado por palestinos a nivel global contra Israel, que tiene mucho peso en la política interna estadounidense. En los últimos años, el movimiento BDS ha impactado nivel nacional luchando en más de 30 estados de EE. UU. que aprobaron leyes que exigen que los contratistas estatales firmen un compromiso de no boicotear a Israel.

Como parte de este acercamiento con Israel, el 4 de julio Biden finalizó la investigación del asesinato de la periodista palestina de Al Jazeera, Shireen Abu Akleh, en Cisjordania a través de una un breve declaración., a pesar de las investigaciones de múltiples organizaciones de derechos humanos y de noticias (Washington Post, CNN y el New York Times), que sugieren que las fuerzas israelíes son las responsables de su muerte, pero los funcionarios estadounidenses han descrito el incidente como no concluyente.

Biden sobre los palestinos habló de un aumento de la ayuda estadounidense antes de su reunión con el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abbas, a finales de esta semana. Desde que asumió el cargo en 2021, Biden dice que su administración ha restaurado US$ 500 millones en ayuda a los palestinos, incluidos fondos para UNRWA (el organismo de la ONU destinada a los refugiados palestinos), que había recibido alrededor de US$ 350 millones anuales en la era de Obama. Pero esta suma contrasta con los US$ 3,800 millones en ayuda a Israel, destinada principalmente al área militar.

El gran ausente fue el debate entorno a la solución del llamado “conflicto” israelí-palestino. Para EE.UU. la autodeterminación palestina, que fue más una bandera de propaganda que una verdadera prioridad, está quedando cada vez más fuera de agenda en la medida que varias monarquías del Golfo fueron normalizando sus relaciones con Israel. Un objetivo fundamental que podría ayudar a negociar lazos de seguridad interregionales que no dependan de Estados Unidos a largo plazo y centrarse en otras áreas del planeta.

De vuelta a Medio Oriente

Medio Oriente viene siendo la región del mundo más postergada por la administración Biden. Ha esquivado su visita desde que asumió el cargo para enfocarse en los problemas del Asia-Pacífico, corregir los golpes de la pandemia de covid-19, la polarización interna, y actualmente la guerra en Ucrania. La retirada progresiva de las tropas estadounidenses de la región está vinculada al cambio de estrategia de la administración Obama (donde Biden fue vicepresidente) para contener, principalmente el ascenso de China, destinando los recursos económicos y militares en aquel centro estratégico mundial.

A gran escala los objetivos de Biden se centran en los precios del petróleo y contener inmediatamente a Rusia, pero también a China, que ya se ha convertido en uno de los principales inversores en Israel y otros países de la región. En este sentido su estrategia, que está determinada por su necesidad de cercar a Rusia con la OTAN en Europa oriental, también ha tenido en cuenta que a cambio del apoyo turco a la incorporación de Suecia y Finlandia a la Alianzas Atlántica, se sobreentiende que el régimen de Erdogan tendrá "Carta Blanca" para continuar con la limpieza étnica de la población kurda dentro de su territorio y atravesando la frontera se Siria e Iraq.

La crisis abierta por el precio de los hidrocarburos (hoy el precio del barril de petróleo ronda los 130 dólares) a nivel global catapultada por la invasión de Rusia a Ucrania, ha vuelto vital el abastecimiento energético a Europa y otras regiones del mundo, particularmente para Estados Unidos, que ha logrado autonomía energética, pero está impactando directamente a través del aumento de los precios y consecuentemente en su inflación histórica que hoy supera el 8% anual. El miedo a una crisis similar a la de 1973 está en la memoria de la burguesía norteamericana y su relación con la OPEP+ es central.

Arabia Saudita es uno de los principales productores de petróleo del mundo, es un actor central de esa organización y se encuentra en una posición sólida para compensar la producción de petróleo ruso perdida por la crisis en Ucrania y las sanciones relacionadas.

En principio, los compromisos saudíes de extraer más petróleo en respuesta a la visita de Biden son demasiado pequeños para reducir el precio en el corto plazo. Además, los analistas de energía esperan que, a largo plazo, la demanda mundial supere la oferta. Si esa tendencia se mantiene, los precios altos sostenidos se integran en el futuro económico del mundo, y los ajustes relativamente menores realizados por los saudíes a cambio de los favores de Estados Unidos no brindarán mucho consuelo a los estadounidenses. A partir de esto, es posible que la familia Real pretenda "subirle el precio" al acuerdo que se renegocia constantemente desde la reunión del US Quicey en 1945 que selló la alianza entre Estados Unidos y la familia Saud.

Por eso, es poco probable que Riad acepte aumentos de producción significativos además de los que ya está planeando de acuerdo con sus socios de la OPEP+ (Rusia es el principal socio entre ellos), así como por los propios objetivos económicos del reino. Otro problema es la capacidad que tienen los pozos y refinerías sauditas que es probable que estén alcanzando su máximo de producción con 11 millones de barriles diarios. Arabia Saudita se viene manteniendo firme al acuerdo con la OPEP+ alrededor de mantener altos los precios del petróleo a través de una maniobra voluntaria de los miembros de poner límites a la producción, y donde Arabia Saudita mantendrá sólida su alianza en este sentido con Rusia.

En otro plano, la tibia respuesta de EE. UU. a los ataques con drones hutíes (cercanos a Irán) contra las instalaciones de ADNOC en los Emiratos Árabes Unidos en enero de 2022 y contra una refinería saudita de ARAMCO (la empresa energética más lucrativa del mundo y una de las empresas de mayor capital a escala global) en marzo de 2022 fue interpretado por los sauditas que el paraguas de seguridad de EE. UU. sobre las monarquías del Golfo estaba flojo de papeles. Esta percepción ha impulsado a los actores a buscar alternativas a nuevos compromisos en medio del mundo multipolar, esto es con actores con intereses superpuestos.

En parte, Arabia Saudita ha estado profundizando constantemente sus lazos económicos con China, que se centran en el petróleo y, cada vez más, en la cooperación comercial y militar para balancear el peso de su dependencia con EE.UU.. Biden retorna a la región con una agenda de corto plazo que tiene de fondo fragmentar los lazos que permitían cierta autonomía de los países de Medio Oriente con China y Rusia, y limitar su influencia, pero a su vez para intentar contrarrestar el declive propio del imperialismo estadounidense.


Santiago Montag

Escribe en la sección Internacional de La Izquierda Diario.

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