La escritora y periodista investiga la ola de muertes en Las Heras, Santa Cruz, durante el proceso de privatización de YPF que comenzó el 1991. Con el oído atento a lo que dicta la realidad, crisis económicas, saqueos y la vida que parece escabullirse entre las horas del día a día.
Jueves 28 de marzo 00:01
La novela de Leila Guerreiro llega a mis manos a finales de 2023, en su sexta impresión, por la editorial TusQuets. Las recientes medidas de fuerza de los trabajadores petroleros y programas económicos que afectan la vida de la Patagonia, empujaron esta reseña literaria.
La primera edición de este libro es exactamente de septiembre del 2005, las noticias de los primeros suicidios en Las Heras llegaron en 1997, en 1991 comenzó el proceso de privatización de YPF en manos de Repsol, bajo el gobierno de Menem. Para entender los hechos del pueblo patagónico tendremos que remontarnos varios años y volver con sobresaltos a una realidad que parece reeescribirse.
“Los solos, los dolientes, los rotos a pedazos”
Durante los primeros años de la década del sesenta, resultó que el pueblo de Las Heras estaba a orillas de uno de los yacimientos más importantes de la patagonia, Los Perales, y Santa Cruz se transformó en la segunda cuenca más importante de petróleo del país. Así, al calor del progreso petrolero las calles de tierra se hicieron de asfalto. Entre vientos que superan los 100 kilómetros por hora, a este lugar donde no hay ríos ni arroyos, llegaban muchos a buscar lo que no había en otras tierras: futuro. El petróleo fue marcando el pulso de la comunidad en todas las dimensiones imaginables.
Pero a principios de 1991, “gobernada la ciudad un hombre del peronismo, Francisco Vázquez, YPF redujo el personal, tercerizó procesos, y de tener aproximadamente cincuenta mil empleados en todo el país, pasó a tener cinco mil” cuenta Guerreiro en el primer capítulo, anticipatoriamente llamado “El fin”. En 1995, la desocupación trepó a 20% y siete mil personas se fueron del pueblo. Por esos años gobernaba la provincia Néstor Kirchner y era presidente de la nación Carlos Menem.
“Entre marzo de 1997 y el último día de 1999, se suicidaron en Las Heras, doce hombres y mujeres”, la muerte de estos jóvenes, la mayoría de edad promedio de 25 años, dio lugar a variadas hipótesis. En total hubo 22 suicidios, 22 muertes sin culpables aparentes. Desolación y falta de trabajo, ausencia de perspectivas, conservadurismo preponderante en las familias modestas, sucesos funestos que podrían relatarse en un capítulo de True Detective, en un cuento de Rodolfo Walsh o Arthur Conan Doyle. No hizo falta inventar un escenario macabro, la ciudad azotada por la crisis económica, su aislamiento en la múltiple extensión del paisaje patagónico, las bajísimas temperaturas son suficientes. El paisaje es personaje, no sabemos con precisión si principal o secundario, imposible luego de viajar con Guerreiro por sus calles y espiar por las ventanas de las pequeñas casas en duelo. “Miré por la ventana. Polvo, viento y árboles desgarrados. En alguna parte -en Buenos Aires- había sitios con luces, casas con las ventanas abiertas, cines, revistas. teléfonos (...) Y esa noche, ahí en Las Heras, caía la noche sobre el mundo entero”.
“Los datos dicen pero nunca explican”
Sospechosamente no hay listado oficial, existe tan sólo el cuaderno Gloria del sepulturero del pueblo que registra las oscuras circunstancias. El relato de Guerreiro, con tres años de investigación a cuestas, es la voz de los dolientes, quienes se quedaron penando sus seres queridos muertos, ya sin esperanzas de una mejor vida en un pueblo en el que el viento no sabe llevarse el dolor. Los testimonios arman las historias, con espacios en blanco, que quedan inconclusas. Parece que no hubiera explicación que consuele. En medio de prostíbulos, del petróleo, del humo del cigarro, del alcohol, de violaciones, de soledades sentimentales, del desempleo, de piquetes, de rutas, del olvido.
Las Heras, Santa Cruz
En Mi diablo, una reflexión sobre su trabajo recopilada en la antología Zona de obras, Guerriero habla de su método de escritura: "Empecé a recortar las frases con bisturí y a moverme por la página con una voz recogida, casi impávida, ausente, procurando contaminar ciertos sectores del texto con una emoción sin exaltaciones, de impacto seco". Para ella ser cronista exige sangre fría. Escuchar los relatos de los familiares de quienes se quitaron la vida, en una Patagonia hostil, lo amerita.
“El mundo está lleno de cosas obvias que nadie por casualidad observa jamás” escribió el creador de Sherlock Holmes. “Los suicidas del fin del mundo” no nos cuenta algo que pasó allá lejos y hace tiempo, nos habla de una realidad que no cejó en su derrotero, que parece volver para que no se nos escape, para que las veamos, para que no se silencien. “YPF se retirará de Chubut y Santa Cruz a partir del 1 de abril. Abandonará 55 áreas petroleras maduras en el conjunto del país, ¿una vuelta a los 90?” dice un titular que encuentro en el diario, estos últimos días de marzo de 2024. No es ficción, se trata del destino de más de 5000 familias. Quizás esta vez sus destinos sean muy alejados de la crónica de Leila Guerreiro. Podemos esperar ( y construir) un desenlace mejor.
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