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Red Internacional
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Francia. Macron o la fábrica de la radicalidad

Por el momento el macronismo avanza en sus contra reformas, pero generando contradicciones que pueden tener un alto costo estratégico para el capitalismo francés.

Viernes 4 de mayo de 2018

Es una de las principales editorialistas del diario patronal Les Echos quien titula así uno de sus comentarios de opinión de esta semana. El mismo da cuenta de un hecho significativo: la enorme humillación sufrida por Jean-Claude Mailly, el cuarto secretario general de Force Ouvrière (FO) en su historia, en el reciente Congreso de su organización: los delegados se han rebelado contra su política de apoyar la reforma laboral “XXL” de Macron, que le permitió ni bien asumido lograr su primer victoria casi sin combate. Su balance de actividad fue aprobado por poquísimo a la vez que una parte de los delegados se abstuvo. El nuevo secretario general de la tercera central sindical francesa en cantidad de adherentes ha estado obligado a endurecer el tono en el marco de la profunda división que sacude a la central y que puede llevarla a una ruptura.

Más en general, la intransigencia antisindical de Macron que pasa por arriba de los llamados “cuerpos intermedios” está liquidando todo punto de apoyo al sindicalismo colaboracionista, como es el caso de la CFDT, la confederación sindical que más se adaptó a la recomposición neoliberal de las instituciones del trabajo. La dureza en el diálogo social del nuevo ocupante del Eliseo deja desconcertado a su secretario general, Laurent Berger, quien de ahora en más queda aislado con el pasaje a la oposición sindical de FO.

Para la editorialista de Les Echos: “Por el momento, el enfrentamiento está dando sus frutos. Los sindicatos están demasiado desacreditados para hacerle frente a un presidente determinado y legitimado por las elecciones. El conflicto de la SNCF [empresa estatal de ferrocarriles] en sí mismo está mostrando signos de estancamiento. ¿Pero a largo plazo?”.

La juventud y el crecimiento del “cortège de tète”

La manifestación de éste 1° de Mayo mostró un salto en la radicalidad: el “cortège de tète” no es más un fenómeno marginal. Según las cifras de la misma Prefectura de Policía, mientras que 20.000 personas desfilaron detrás de los carteles de la CGT, Solidaires, la FSU y varios partidos de izquierda, el “cortège de tête” (agregado de manifestantes que se ubican delante de la cabecera sindical tradicional) reunió a 14500 personas en París. Es éste dato político lo que preocupa a la burguesía y no la destrucción de un Mc Donald y otros símbolos del capitalismo por los Black Blocs, cuyo alcance fue menor que en algunas de las movilizaciones contra la Ley El Khomri en 2016. Lo novedoso, como dice el historiador Sylvain Boulouque, especialista de las izquierdas radicales, es que “En todas las categorías sociales y profesionales que manifestaron, empezando por los estudiantes y los ferroviarios, ahora encontramos personas solidarias con los manifestantes ultras. Diría incluso en todos los estratos de la sociedad”.

El poder absoluto, inflexible y arrogante de las clases dominantes, de la que el macronismo es su expresión más acabada y provocadora, está golpeando fuertemente a la sociedad francesa y su idea de igualdad. Especialmente en la juventud, donde la esperanza de ser entendidas por el poder y las instituciones no existe más, el sentimiento anticapitalista avanza. Este sentimiento se desarrolla en el marco de que decenas de miles de jóvenes e incluso una franja de trabajadores han tomado conciencia de la impotencia estratégica de las organizaciones sindicales y políticas reformistas, donde la insumisión se limita a un mero radicalismo verbal como programa máximo. En este marco, “Quienes participan en el cortège de tête tienen la sensación de estar ‘donde pasa la cosa’. ‘Es una cuestión de generaciones’, siente Alicia, estudiante de doctorado y que no se encuentra en el "ambiente merguez-Ricard"(“chori y vino” podríamos decir, N. de R.) de los desfiles sindicales. ‘Hay consignas, canciones, una energía y una fraternidad que dan una sensación de poder colectivo, testifica a su vez Stéphane, trabajador social sindicalizado en Solidaires y que vino en familia a desfilar el 1 de mayo. Por el contrario, los cortejos sindicales son lugares muertos reducidos a un encadenamiento de camiones y parlantes. Esa tristeza no se corresponde con la cólera y la combatividad que queremos expresar. La gente se pregunta qué hacer con su ira. Participar en el cortège de tête es más sentimental y vital que intelectual".

En su afirmación bonapartista, el macronismo no ha dado la menor concesión a la oposición política y sindical, condenándolas a la impotencia. De esta manera ha debilitado su capacidad para encuadrar la protesta, alimentando la radicalidad.

El resultado, como afirma Nicolas Lebourg, es preocupante para los partidarios del orden: “Esta descomposición de la producción colectiva de la política ha dado un combustible fantástico a la radicalidad... Ésta desinstitucionalización del movimiento social corresponde a la descomposición del sistema partidista que permitió a Emmanuel Macron liquidar las ofertas políticas tradicionales en las elecciones presidenciales. Esto no es solo una cuestión de orden público: se convierte en una cuestión de inestabilidad política” (subrayado mío).

Una situación potencialmente peligrosa para la burguesía

Pasar por encima de los sindicatos tiene potencialmente altos riegos para el capitalismo francés. Un personaje no reputado de izquierda, como Raymond Soubie, consejero social del ex presidente Sarkozy, afirma frente al método macroniano: “En asuntos sociales, los momentos más difíciles raramente son los que se prevén. Si un conflicto profundo estalla mañana y el Estado tiene como sus únicos interlocutores a los sindicatos debilitados, sin control sobre los acontecimientos, sería para él la situación más peligrosa”.

Esto no es solo un pronóstico sino toda la realidad del capitalismo francés a lo largo del siglo XX. Así, durante los acuerdos de Matignon (acuerdos que desviaron con importantes concesiones el comienzo de un proceso revolucionario con tomas de fábricas en junio de 1936) y frente a las concesiones hechas a los trabajadores, los representantes patronales demandan garantías sobre el retorno al trabajo y de la evacuación de las empresas tomadas como producto de la huelga general de junio de 1936. En ese momento, como cuenta el presidente de la República en aquel momento y dirigente del Frente Popular Leon Blum, los representantes de la CGT le dicen a los representantes del gran patronal: “Nosotros nos comprometemos a hacer todo lo que podamos, pero no estamos seguros de lograrlo. Cuando se trata de una marea como esta, hay que darle tiempo para que se despliegue. Y finalmente es ahora que ustedes tal vez se arrepentirán de haber aprovechado sistemáticamente los años de deflación y desempleo para excluir de vuestras fábricas a todos los militantes sindicalistas. Ellos no están más para ejercer sobre sus camaradas la autoridad que sería necesaria para ejecutar nuestras órdenes”. Y termina Leon Blum: “Yo aun veo a M. Richemond, que estaba a mi izquierda, bajar la cabeza diciendo ‘Es cierto, nos equivocamos’”.

Los patrones del CAC 40 (principal índice de la Bolsa francesa) y su gobierno preferido, ¿están cometiendo el mismo error que sus homólogos en 1936? Es altamente probable.


Juan Chingo

Integrante del Comité de Redacción de Révolution Permanente (Francia) y de la Revista Estrategia Internacional. Autor de múltiples artículos y ensayos sobre problemas de economía internacional, geopolítica y luchas sociales desde la teoría marxista. Es coautor junto con Emmanuel Barot del ensayo La clase obrera en Francia: mitos y realidades. Por una cartografía objetiva y subjetiva de las fuerzas proletarias contemporáneas (2014) y autor del libro Gilets jaunes. Le soulèvement (Communard e.s, 2019).